miércoles, 7 de septiembre de 2016

Cómo escribe un escritor

Adán Delgado

La literatura es una forma de vida
Sándor Márai

¿Cómo es que se escribe? Regularmente como respuesta a esta pregunta escuchamos metáforas extrañas o abstracciones cripticas que le dan a la escritura una fama de truco de magia, de arte secreto. A esas definiciones se les escapa que la escritura es, en principio, un oficio. Un oficio formado por tareas concretas, manuales y sencillas, que sirven de soporte para el trabajo intelectual y para el arte.
Aurora, que fue antes que escritora una lectora empedernida, y mucho antes que eso maestra, fundadora de escuelas, comerciante, conductora de televisión y pintora, no ignoraba que el oficio de escribir se aprende y se ejerce todo el tiempo. Sabía también que las reglas de todo oficio se pueden ajustar a las características de su ejecutante, así que fue formando, con la asistencia de buenos maestros, un método que se ajustara a sus propios intereses y posibilidades.
El primer requisito para escribir es leer. Leer todo lo que pase por nuestras manos: el periódico, el boleto del camión y el recibo de la luz, por supuesto los buenos libros, pero también los malos. La práctica constante de la lectura va formando en el lector la capacidad de encontrar los lugares comunes, las tramas previsibles o la sintaxis y el vocabulario pretenciosos; pero de igual forma los personajes bien construidos, los versos naturales y las descripciones más expresivas. Cuando comenzamos a tener nuestras sesiones literarias, lo que ella llamaba generosamente “sus clases”, Aurora era ya una lectora refinada. Había desarrollado desde hacía tiempo el gusto amplio y la perspicacia necesaria para poder desechar lo mediocre y encontrar lo valioso.
Entre las lecturas del aprendiz de escritor debería estar alguno de los muchos textos con consejos de los grandes maestros, algún libro de ensayos de los que mucho y bien han escrito, o los pesados libros de teoría y crítica literaria de nuestro género preferido. De aquí se pueden sacar elementos no tanto para escribir sino para corregir lo que escribimos; bien dice alguno de esos maestros que para escribir es necesario saber usar muy bien ambos extremos del lápiz. La capacidad de criticar, corregir, volver a criticar, volver a corregir y desechar nuestros propios textos si no cumplen con un mínimo de calidad, es el primer gran escalón que muchos aspirantes no logran subir. De Aurora puedo decir que era crítica implacable consigo misma, no le daba oportunidad a la reseña superficial o a la ausencia de nudo dramático; aunque sabiamente guardaba los borradores para revisarlos tiempo después con la esperanza de que alguna buena idea se encontrara en ellos, muchas veces desechó líneas sin compostura.
Es fundamental que el aspirante a escritor encuentre sus primeros lectores: amigos que le ayuden a detectar lo bueno y lo malo que a los propios ojos no aparece. Pero recibir señalamientos o elogios requiere de cierto temple de carácter: es necesario analizar con cabeza fría si los errores señalados son válidos o no, y es indispensable recibir con pecho frío los halagos que por cariño nos harán algunos. De ese tipo de amigos se rodeó bastante bien Aurora, estaba siempre pendiente de que la leyeran, pedía ser analizada, quería escuchar a todo aquel que tuviera algo que decir de sus textos, sabía que al final de cuentas la literatura es una forma de contacto personal, de conocer a otros y que otros nos conozcan.
¿Pero hasta aquí no he dicho en concreto cómo se escribe, verdad? No puedo evitar caer en la vanidad, que tanto crítico, de hablar con florituras del trabajo sencillo y cotidiano que es la literatura. Para no darle más vueltas les cuento cómo escribía Aurora.
Nuestras sesiones comenzaban con la revisión de algún texto nuevo o las correcciones de uno ya revisado. Leíamos en voz alta una reseña en trazos generales, el borrador de un cuento o las ideas para una novela; marcábamos cada duda, cada opción de fortalecer el texto, dejábamos de lado los errores ortográficos y de sintaxis, esos se corregían en la versión final. A partir de esa primera lectura teníamos una charla: hablábamos sobre lecturas similares, sobre cosas de la vida, sobre las personas y con esos comentarios comenzaba a enriquecerse ese texto. Aurora bien sabía que no sólo de literatura vive la literatura, sino que sobre todo de vida se nutre.
Después de eso leíamos el tramo de algún libro que le interesara o que yo le hubiera recomendado para acompañar la escritura del texto en tratamiento. Leer en voz alta nos daba la posibilidad de escuchar el ritmo, la verosimilitud de las voces de los personajes, los tramos o descripciones inútiles; de todo ello Aurora tomaba notas. Hacíamos pausas: “¿ya te fijaste en tal detalle?”, “mira cómo cuenta tal cosa que viene”, “a ver, eso no lo entendí muy bien, volvamos a leer”. Esta era mi parte favorita de nuestras sesiones, juntos disfrutamos, nos enojamos o nos reímos; leer así provoca que la lo leído se vuelva nuestro.
Ahora sí, la escritura. Esa venía después, a solas. Nuestra autora seguía leyendo después de terminada la sesión,  o cenaba y se iba a la cama. Seguramente continuaba mascullando los temas, las técnicas, los recursos, las personas y personajes de los que habíamos hablado. Por la mañana se sentaba a escribir en su rincón, frente a la computadora. A lo largo del día recibía visitas con las que compartía siempre: un hermano enfermo, un viaje, un consejo; cuidaba la limpieza, pensaba en la comida, en sus hijos, en los proveedores de la casa, todo eso mientras escribía. Así que en el momento de comenzar a teclear las historias en la computadora, la mente de Aurora estaba cargada de mucho material y sus manos se habían ejercitado ya muchas veces en el oficio. Así escribía.

¿Verdad que no hay magia en la escritura? Es sólo el ejercicio de varias pasiones: la lectura, la conversación, la memoria y las ganas de contar. Todas estas son tareas que nos acercan al mundo y a los demás. Porque Aurora, antes que escritora, que lectora, que maestra o que pintora, era amiga. La escritura fue la forma en la que quiso estar cerca de todos los que la rodeamos en sus últimos años, por eso animaba a cualquiera a escribir: “si yo pude, tú puedes”, les decía. Espero que estas líneas en algo ayuden al que quiere escribir y no se atreve, que le den luz al que apenas comienza y que le muestren mi simpatía al que ya lo hace. Espero con esto seguir su ejemplo y así hacerle el mejor homenaje a Aurora. 

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