miércoles, 7 de septiembre de 2016

Aurora, arquitecta de su propio destino

José Ortiz Medina *
No hay muchas universidades o escuelas que nos enseñen a vivir, como tampoco que nos orienten a ser buenos padres, y mucho menos para saber envejecer de manera digna y tranquila. Pero, lo que es peor, en ninguna aula podemos aprender a cómo morir, en paz, en armonía con todos y con la vida misma, como lo pregona ese estupendo poema de Amado Nervo:
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida, 
porque nunca me diste ni esperanza fallida, 
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida; 

porque veo al final de mi rudo camino 
que yo fui el arquitecto de mi propio destino; 

que si extraje las mieles o la hiel de las cosas, 
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas: 
cuando planté rosales, coseché siempre rosas. 

...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno: 
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno! 

Hallé sin duda largas las noches de mis penas; 
mas no me prometiste tan sólo noches buenas; 
y en cambio tuve algunas santamente serenas... 

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. 
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

Se supone que las pedagogías modernas están ya encaminadas a que los sujetos del aprendizaje no sean meros acumuladores de información como lo dictaba la didáctica tradicionalista y que ahora lo relevante sería que el educando aprenda para la vida; en teoría ya hay algunas “escuelas para padres”, pero éstas no se han expandido como uno quisiera y no están al alcance de todos; de igual forma, la Tanatología nos podría hipotéticamente enseñar a sobrellevar el ocaso de nuestra existencia con relativo conocimiento de causa, pero pocos, muy pocos, tienen acceso a un Tanatólogo o a un buen libro sobre esta disciplina (Ruiz Vázquez sí leyó algunos textos de este tema).
Doña Aurora Ruiz Vázquez, quien se nos adelantó en el viaje eterno el 23 de abril de este año, pudo llevar a la práctica lo expresado en la pieza poética de Amado Nervo. 
La destacada educadora veracruzana tuvo el privilegio de pocos, de no sólo tener una vejez apacible (con todos sus avatares y vicisitudes, por supuesto) sino que también abandonó su cuerpo en una atmósfera de amor, espiritualidad y armonía con el universo. 
Recuerdo cuando Doña Aurora descubrió la teoría de la famosa neuróloga italiana Rita-Levi Moltacini, quien murió a los 103 años de edad. El artículo de Rita-Levi lo leí en Poza Rica, en el semanario Centinela. Se lo compartí de inmediato. No sólo le encantó… ¡le fascinó!
Palabras más, palabras menos, la nacida en Turín y Premio Nobel de Medicina en 1986 postuló que “las células sólo comienzan a reproducirse cuando reciben la orden de hacerlo, orden que es trasmitida por unas sustancias llamadas factores de crecimiento”.
En palabras llanas, nuestras neuronas comienzan a morir más rápido cuando les mandamos señales de que ya todo se está terminando y que ya es tiempo de cerrar la cortina. Al contrario (y con la ayuda adicional de nuestra herencia genética, por supuesto), Rita-Levi nos invita a ejercitar el cerebro aprendiendo nuevos idiomas, aprendiendo una nueva habilidad. Doña Aurora aprendió a partir de los 85 años: computación, internet, redes sociales, literatura y escribió libros, etc… hasta el final de sus días cuando arribó a los 93 años. 
Por tanto, es preciso mandarle al cerebro la señal, todos los días, la orden, el mensaje, el mandato… ¡de la alegría de vivir!
Doña Aurora nos enseñó a todos los que la amamos (parafraseando a Nervo) que si nos lo proponemos, podemos ser los arquitectos de nuestro propio destino. Y así, podremos seguramente vivir y morir… en paz.  


*Periodista

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