miércoles, 12 de agosto de 2015

Cuentos sin joroba


Lucio Gómez Pazos

Quien ha leído buenos cuentos lleva consigo un universo, un jardín secreto. Un cuento bien construido es un microcosmos que hurga en los entresijos de la condición humana, en los pliegues del alma. Por tal motivo, es válido decir que un buen cuentista hace un trabajo de minero, excava en el subsuelo del alma humana para extraer de ella pepitas de oro.
Los cuentos, por breves que sean, son de largo aliento en virtud de que pueden suscitar en los lectores una serie de emociones: desasosiego, alborozo, tristeza; y por la belleza que irradian obligan a rumiarlos con devoción, a leerlos sin prisa o a releerlos cuantas veces sea necesario; de ahí que algunos de ellos se queden en uno, dispuestos a ser invocados en los momentos menos esperados.
Hay quienes afirman que los temas de la literatura son pocos: el amor, la soledad, la muerte, el poder y unos cuantos más; en efecto, pero estos grandes tópicos por ser además vinculantes entre sí son la materia prima suficiente de la que todo escritor (desde luego cuentista), y artista en general, echa mano sin reticencias.
Por otro lado, es posible estar de acuerdo con la idea de que ‘cuento mata a cuento’, es decir que el hecho de leer varios cuentos de un solo tirón resulta poco provechoso debido a que se eclipsan o anulan unos con otros, razón por la que se sugiere leer cuentos a intervalos, es decir leer uno y paladearlo sin premura, dejar que la respiración o la temperatura del mismo, por llamarle de alguna manera, esté en sintonía con la avidez del lector.
Los cuentos que aquí se aluden responden a un mero capricho de quien esto escribe, cuya pretensión es compartir, en forma azarosa, una inquietud de lector. El único motivo es dar mínima muestra sobre  lo dicho líneas arriba: el crisol que el alma humana encierra, reflejada en un puñado de cuentos bien plantados o como podría decir Aguilar Mora de cuentos sin joroba.
En Juan Carlos Onetti, escritor uruguayo, cada palabra corre el riesgo de ser corrosiva pero exhala belleza. Sus personajes, como los de Bienvenido, Bob- uno de sus mejores cuentos- suelen padecer un derrumbe moral, son seres vencidos por antonomasia que viven en el desvalimiento absoluto al evocar los anhelos de un ayer distante.
Bienvenido, Bob es un cuento sobre el odio. Un duelo de odio mutuo,  un odio acerado, calculado minuciosamente, para ofrecérselo al contrincante con la misma honestidad con la que se ama. El protagonista, que es quien narra la historia, odia a Bob por haberle impedido casarse con Inés, la hermana de éste. Bob, a su vez, ha manifestado el más abierto desprecio por él: “Usted no va a casarse con Inés […] no, no se va a casar con ella porque una cosa así se puede evitar si hay alguien de veras resuelto a que se haga […] Usted es egoísta; es sensual de una sucia manera. Está atado a cosas miserables y son las cosas las que lo arrastran. No va a ninguna parte, no lo desea realmente. Es eso, nada más; usted es viejo y ella es joven. Ni siquiera debo pensar en ella frente a usted”.
El narrador, del que se sabe poco (como de Inés) salvo que toca el piano en una cantina que es donde se desarrolla parte del cuento, aguarda con la mayor paciencia del mundo para lograr que el tiempo sea uno de sus mejores aliados y poder asestarle la estocada a su adversario. De esta manera, con el paso de los años, Bob, el arquitecto, el que tenía ideales, el que soñó con cambiarle el rostro a la ciudad y construir sus nuevos edificios, el que le ha recordado en variadas ocasiones a Inés, por el increíble parecido físico que existe entre ambos hermanos, se ha convertido en Roberto, que así lo llama ahora el narrador, y que es un ser derrotado y rencoroso con la vida y consigo mismo, que no obstante es instado con argucia por éste para hacerle creer que es capaz de emprender nuevos derroteros.
Es así como el narrador logra su cometido, desplegar todo el odio que siente por Roberto y darle la Bienvenida a Bob, al que en otro tiempo fue, al ayudar a evocarlo una y otra vez: “Todo el tiempo pensando en Bob, en su pureza, su fe, en la audacia de sus pasados sueños. Pensando en el Bob que amaba la música, en el Bob que planeaba ennoblecer la vida de los hombres construyendo una ciudad de enceguecedora belleza […] el Bob dueño del futuro y del mundo. Pensando minucioso y plácido en todo eso frente al hombre de dedos sucios de tabaco llamado Roberto, que lleva una vida grotesca […]”.
Y más adelante el narrador vuelve a ser igualmente implacable: “Nadie amó a mujer alguna con la fuerza con que yo amo su ruindad, su definitiva manera de estar hundido en la sucia vida de los hombres […] Lo he visto lloroso y borracho, insultándose y jurando el inminente regreso a los días de Bob. Puedo asegurar que entonces mi corazón desborda de amor y se hace sensible y cariñoso como el de una madre”.
Este es odio en estado puro, concentrado, llevado hasta sus últimas consecuencias. Bienvenido, Bob es un cuento de alto calibre que sacude por su contundencia pero que a la vez conmueve a fuerza de belleza.

¡SALVAD A LOS NIÑOS!
Lo ha enunciado Chesterton mejor que nadie: “Loco es aquel que ha perdido todo menos la razón” y el cuento Diario de un loco, del escritor de origen chino, Lu Hsun, así lo confirma.
El planteamiento de dicho cuento es este: dos hermanos tienen un amigo de la infancia  el cual se entera que uno de ellos se encuentra enfermo; en cierta ocasión, después de mucho tiempo, va a su aldea a visitarlos, lo recibe con júbilo el hermano mayor y le informa que su hermano se ha curado y se ha marchado a otro lugar en busca de trabajo, sin embargo, como es alguien de confianza le muestra el diario que escribió su hermano cuando estaba enfermo, es así que el amigo- quien además funge como narrador del cuento- advierte que el mal que padeció era una suerte de ‘manía persecutoria’.
Es a través de los fragmentos del diario que nos enteramos de la naturaleza del padecimiento: un loco que, en efecto, desconfía de todos por creer que lo van a asesinar para devorarlo, pero también es un loco que vocifera verdades a granel, que devela nuestros males e inquiere con lucidez por tal situación, un loco que increpa a quienes habitan en la aldea, es decir en la sociedad, por considerar que comen carne humana, o sea que son “devoradores de hombres”, idea por demás atinada que también la han planteado tanto Plauto, comediógrafo latino, como Hobbes, filósofo inglés, al señalar: Homo homini lupus, “el hombre es el lobo del hombre”.
Lobeznos, llama el loco a los hombres de la aldea, instigadores de intenciones turbias. Por tanto, a  la sociedad actual, con el capitalismo salvaje como leitmotiv, las palabras del loco la describen a cabalidad: “Tienen deseos de carne humana y al mismo tiempo tienen miedo de ser comidos, por eso se miran de soslayo, con recelo, con profunda suspicacia…sería hermoso que lograran liberarse de esta obsesión y pudieran trabajar, pasear, comer y dormir enteramente tranquilos. Ese sería el único paso que debería darse. Pero padres e hijos, maridos y mujeres, hermanos y amigos, maestros y discípulos, enemigos jurados, y hasta desconocidos están unidos en esta jauría, disuadiéndose, impidiéndose unos a otros dar tal paso”.
Dar tal paso, ese es el quid de la cuestión, el problema nodal de nuestro tiempo, el de la necesaria solidaridad y apoyo mutuo en un entorno amenazado por egos entreverados y confrontados entre sí, máxime en un país como México, maniatado en muchos sentidos por diversos lastres, entre ellos la pobreza extrema, la inexorable violencia o la ignorancia atávica.
Para dar tal paso se requiere, entre muchas otras cosas, educar de otra manera, por ejemplo, educar nuestra sensibilidad para ser capaces de “ver al  otro no como una amenaza sino como una promesa” según lo ha dicho Eduardo Galeano. En cambio,  una educación mercantil o crematística como la que se promueve hoy en día se sitúa justamente en el polo contrario, donde el conocimiento y el saber se han convertido en un valor de cambio, instrumental y monetario, no en un valor formativo que apele a las prerrogativas propias de la condición humana.
Para intentar dar tal paso desde la educación, se hace ineludible, asimismo, educar para el alborozo y la curiosidad intelectual; teniendo en cuenta que el placer, el absurdo, la serendipia, el equívoco y lo lúdico se imbrican en variadas ocasiones durante el proceso mismo de la búsqueda del conocimiento, puesto que la realidad no es lineal o inamovible sino intrincada y compleja.
Volviendo al cuento, el loco es un provocador irredento, un cuestionador incisivo quien al final reflexiona sabiamente en los siguientes términos: “¿Cómo voy a poder, después de cuatro mil años de canibalismo…encontrar un hombre verdadero? Tal vez sea posible encontrar aún niños que no hayan probado la carne humana. ¡Salvad a los niños!”.
Esta es la apuesta del loco, este es el reto que nos propone, escueto pero desafiante; en efecto, cuánta razón tiene el loco de Lu Hsun: ¡Salvad a la infancia!, y habrá que agregar: ¡Y a muchos de los jóvenes de este doloroso país!

















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