miércoles, 10 de noviembre de 2010

Tres lecturas de la Revolución Mexicana.

Javier Ortiz Aguilar

            Desde el mismo proceso revolucionario, el conflicto se realiza simultáneamente en los campos de batalla y en la comunidad intelectual. Cada grupo armado cuenta con una historia que presumiendo la posesión de la verdad revolucionaria, exige la hegemonía política. Por esta razón, el Estado consolidado asigna a sus intelectuales orgánicos la tarea de construir la concepción oficial de la revolución mexicana. Este discurso no impide la presencia de otras interpretaciones de los desplazados del poder, así como la de aquellos que consideran insuficiente la transformación social.
            En los años sesenta algunos investigadores dan prioridad a los movimientos que pretenden transformar radicalmente la sociedad mexicana, como los anarquistas y los zapatistas, y otros orientan su atención por modernizar las formas de control político, como el maderismo, el carrrancismo, y los proyectos del grupo Sonora. Quiero subrayar el carácter político que orienta la construcción del discurso histórico de la Revolución. Este hecho, ocultado en los ámbitos académicos, es evidente en la producción historiográfica. La historia, dice Marc Bloch, es hija de su tiempo. Por tanto su reconstrucción va a contracorriente: del proyecto hacia el pasado, con el fin de establecer las estrategias consecuentes.
            Con la finalidad de poner en evidencia esta afirmación seleccioné tres lecturas de la Revolución Mexicana, en distintos tiempos y desde puntos ideológicos diferentes. Los textos son: La formación del poder político en México de Arnaldo Córdova, publicado por Editorial Era, cuya primera edición fue en 1972; la segunda es  La Revolución Mexicana: actores, escenarios y acciones. Vida Cultural y política, 1901-1929 de Álvaro Matute, bajo el sello editorial de Océano, publicado por primera vez 1993, y por último Contrahistoria de la Revolución Mexicana. Pistas de una agenda abierta de Carlos Antonio Aguirre Rojas. Coedición de la Universidad Michoacana y Libros de Contrahistorias, publicada en 2009.  
I
La formación del poder político en México.

            Arnaldo Córdova nace en Morelia Michoacán en el año de 1937. Milita en las Juventudes Comunistas y en el Partido Comunista Mexicano. Funda el Movimiento de Acción Popular. Estudia en la Universidad Nicolaíta y en Italia. Investigador Emérito de la UNAM y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
            Las condiciones de los años setenta descansan en tres secuelas del movimiento estudiantil de 1968: La fundación del PMT, la guerrilla y la guerra sucia, y la apertura democrática. En este contexto Córdova desplaza su atención a la esfera política, presuponiendo la existencia de un futuro electoral.
            Si se compara la represión en Francia y la represión en México resulta que en la Revolución de Mayo es asesinado un estudiante. Este hecho provoca la posibilidad de la renuncia del gabinete encabezado por un héroe de la resistencia en la Segunda Guerra Mundial. En México, en cambio, se reconoce el asesinato de cuarenta estudiantes y el gobierno sale del conflicto completamente fortalecido. La explicación la encuentra en el mismo proceso revolucionario. Por tanto, es el tema de esta investigación.
            La condición de posibilidad de la centralización del  poder político en México reside en la ausencia de la sociedad civil, o en términos del autor, de fuerzas del mercado. Este vacío lo llena un estado absolutista, cuyo centro es el caudillo. El mismo Juárez utiliza la reelección para garantizar la Constitución de 1857. Porfirio Díaz, mantiene esa práctica con el agregado de dictadura (“dictadura honrada” diría Justo Sierra) para construir la unidad territorial y política. Estas medidas están inspiradas por el positivismo. Desde esta perspectiva, la Revolución Mexicana no es la ruptura con el antiguo régimen, sino la continuación del poder unipersonal. Gracias al movimiento armado el caudillismo es sustituido por el presidencialismo.
            La administración de la violencia está mediada por el control de las masas obreras y campesinas. Sólo cuando las dirigencias sindicales o campesinas pierden el control entra el ejército. Esta sociedad, paradójicamente adquiere legalidad a través de los artículos más progresistas de la Constitución Política de 1917. El Artículo Tercero otorga al Estado la facultad de orientar la educación de acuerdo a los valores. El estado, por prescripción del  Artículo 27, asume la propiedad de la tierra y las riquezas del subsuelo y tiene la capacidad de otorgar y modificar el tipo de la propiedad agraria. El Artículo 123 lo convierte en árbitro de los conflictos obrero- patronales, el 130 subordina las instituciones.
            En esa situación el país mantiene los ritmos de crecimiento del antiguo régimen y posibilita la instauración del populismo. Así se inicia el tránsito de un régimen agropecuario a un país industrial. Por supuesto bajo la dirección del Estado.
            Apoyándose en lo anterior, propone como estrategia: desmantelar la estructura corporativa del Estado mexicano, con el fin de liberar la voluntad ciudadana, condición para la construcción de una democracia moderna, plural e incluyente. Para este autor, la democracia plural es la única vía de una auténtica transformación revolucionaria.

II
La Revolución Mexicana: actores, escenarios y acciones. Vida Cultural y política, 1901-1929

            Álvaro Matute Aguirre nace en México en 1943. Estudia la licenciatura, la maestría y el doctorado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es investigador titular del Instituto de Investigaciones Históricas y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
            Su obra La Revolución Mexicana responde a los años 90: tiempo de la hegemonía neoliberal y la presencia del pensamiento posmoderno. No puedo decir que ello sea la causa de una despolitización acelerada en los medios universitarios, pero ese fenómeno existe. En ese horizonte emerge una tendencia academicista en el gremio del historiador. Y en ese contexto adquiere una importancia singular Álvaro Matute.
            En la lectura de esta obra se advierte la influencia del pensamiento fenomenológico, especialmente de Don José Ortega y Gasset, incorporado a nuestra tradición filosófica por los republicanos españoles. Desde esta perspectiva explica el proceso de la Revolución Mexicana, a partir de un  núcleo racional que orienta los acontecimientos revolucionarios de 1901 a 1929. Con una erudición envidiable va demostrando sus tesis. Este núcleo reside en la producción intelectual, y como buen historiador toma en cuenta la tradición liberal y los proyectos de transformación social. La lectura desde esta perspectiva resulta, como se lee en la contraportada, “(….) un fascinante fresco histórico que, frente a las visiones mistificadoras o políticamente interesadas, recrea con ejemplar objetividad los pormenores de un periodo que, a cien años de distancia, continúa en el centro del debate nacional.”
            El principio de su investigación consiste en el agotamiento del sistema porfirista. Este decaimiento es producto de la no correspondencia entre el mandato constitucional y la realidad social. El teórico porfirista es contundente “La Constitución de 1857 es una generosa utopía liberal”. Por tanto es la violencia estatal la única garante del orden. En consecuencia la insurgencia de las clases subordinadas es la manifestación de un orden racional formulado por la intelectualidad de la época. Por esta razón Porfirio Díaz se equivoca. Él ve en la clase media ilustrada la palanca para la vida democrática, y no, según nuestro autor, la promotora de la revolución.
            No obstante la importancia de las estructuras socioeconómicas, Matute atiende el ámbito de las ideas. Pero éstas en una estructura constituida por tres ejes temporales: los escenarios, el conflicto revolucionario y los actores, no sujetos, constructores de la conciencia nacional y sus acciones
            La acción revolucionaria constituye una ruptura con el orden porfirista, la tradición liberal y por supuesto, con el positivismo dominante.  Esta ruptura tiene sus antecedentes en Savia Moderna, dirigida en 1906 por Alfonso Cravioto y Luis Castillo Ledón, la Sociedad de Conferencias fundada en 1907. Todos estos actores se integran al Ateneo de la Juventud creado el 28 de octubre de 1909, bajo la dirección de Alfonso Reyes y disuelta en 1914, como consecuencia de los Tratados de Teoloyucan.
            En la primera nómina del Ateneo de la Juventud están registrados tres veracruzanos: Roberto Argüelles Bringas y el Lic. Enrique Jiménez Domínguez de Orizaba y María Enriqueta Camarillo, de Coatepec.
            El 21de septiembre de 1910, el Ateneo organiza la Campaña “para la ocupación de la Universidad” contando con el apoyo de Justo Sierra y la oposición de los positivistas porfirianos. La ocupación tiene como objetivo formar a los cuadros intelectuales a través de la Escuela de Altos Estudios dedicada al cultivo de la filosofía y la literatura. La actividad intelectual no impide la participación de muchos ateneístas en los ejércitos villistas y en el gobierno de la Convención Revolucionaria.
            Con el triunfo de Obregón, Vasconcelos se hace cargo de la Secretaría de Educación Pública. Aquí lleva el espíritu del Ateneo. Su preocupación es la difusión del libro, pero con una triple intención, comunicar, enseñar y actuar, con el fin de que ellos construyan la polis nacional y democrática. Alfonso Reyes decía irónicamente: Vasconcelos quiere “el latín para las izquierdas”.
            Los miembros del Ateneo permanecen activos en el proceso de consolidación del nuevo régimen, hasta el conflicto surgido entre los intelectuales y la fuerza militar personificada en Plutarco Elías Calles.
             Matute revalora la actividad de los intelectuales en la construcción de la nueva sociedad, esa actividad que palidece frente a las personalidades militares y políticas que ocupan la mayor parte de la historia de la Revolución.

III
Contrahistoria de la Revolución Mexicana. Pistas de una agenda abierta

            Carlos Antonio Aguirre Rojas nace en la ciudad de México en 1965. La Universidad Nacional Autónoma de México le otorga el doctorado en economía y la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Paris el grado de posdoctor. Actualmente es investigador en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y profesor  de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
            El horizonte que determina la lectura de Aguirre Rojas está determinado por las secuencias, a decir de este autor, de la revolución mundial de 1968. En primer lugar la presencia de los “nuevos filósofos” que divulgan el nihilismo posmoderno. En segundo, el inicio de la Conferencia de Barbados, cuyas conclusiones exponen las limitaciones del indigenismo oficial. En tercer lugar,  la Caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas y Soviéticas y Yugoslavia. La crisis de certezas dominante es alterada por las rebeliones regionales y las minorías sociales. La rebelión más influyente es la rebelión indígena en Chiapas.
            En este contexto adquiere importancia la Contrahistoria de la Revolución Mexicana. Esta obra está guiada por la tradición marxista, pero incorporando las tesis de la Escuela de los Annales, especialmente de Marc Bloch y Fernand Braudel, la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, principalmente el pensamiento de Walter Benjamin, la microhistoria italiana y  la genealogía de Michel Foucault. Su intención es construir de acuerdo a las condiciones actuales, el fundamento científico de la historia, con el fin de convertir este conocimiento en un arma de la revolución.
            Nuestro autor niega la validez del concepto “globalización” y asume la tesis de sistema-mundo acuñado por Inmanuel Wallerstein. Este sistema, independientemente de sus manifestaciones, no deja de ser un sistema capitalista, y como tal sufre las crisis cíclicas del capital, ciclos de cincuenta años. Así explica la incidencia de revoluciones en 1810,1857, 1910, 1968. Siguiendo la acentuación de la crisis, infiere la posibilidad de agotamiento definitivo del capitalismo en 2050, lo que no significa el logro de un sistema superior, sino simplemente un sistema pos capitalista.
Es evidente que la expansión del capitalismo no significa una homogeneidad del desarrollo mundial. Aquí se apoya de las aportaciones de la Escuela de los Anales, especialmente en las investigaciones de Braudel, en la teoría y método de la historia regional.
            Con esa visión se aleja de los tiempos cortos, o el tiempo de los acontecimientos para ubicar su atención en las estructuras profundas de los procesos sociales. De esta manera inicia su investigación de la Revolución Mexicana, con la delimitación de tres regiones en el territorio nacional. Estas regiones no responden a lo establecido por la historiografía tradicional o a los límites establecidos por el poder político. Estas regiones responden a las configuraciones sociales producto de la presencia del capitalismo y las resistencias de las condiciones geográficas, culturas, tradiciones, cosmovisiones.
            Encuentra tres regiones: el México del norte, con un clima árido, cruzado por cadenas montañosas, pero con recursos mineros,  el México Central, caracterizado por una diversidad y pluralidad microclimática, donde se asientan los diferentes núcleos civilizatorios, y el México del sur, caracterizado por un sistema montañoso y una exuberante vegetación. Por tanto, el proceso de la Revolución Mexicana tiene expresiones regionales. Así no es posible pensar en un proceso homogéneo creador de una sociedad con iguales ritmos de desarrollo
            Por esta razón encuentra la fuerza del cambio en el  sureste mexicano. Esta región donde floreció el polo civilizatorio más importante en Mesoamérica, queda reducida después de 500 años de expansión capitalista en un ámbito de atraso, superexplotación y  discriminación de los indígenas y los sectores populares. Esta paradoja se acentúa en el siglo XXI, donde en esta región reside el futuro inmediato. A esto apuesta la Otra Campaña.
            Desde esta perspectiva asume la contrahistoria, entendida como la entiende Foucault, como ese estudio marginado, ese lado oculto y subterráneo, que desprecia la historia oficial, “esa historia escrita por los vencedores para los vencedores”. Esos sectores negados constituyen el futuro de nuestra realidad social.

IV

            Esta lectura de tres lecturas, tiene como objetivo poner de relieve dos cuestiones, la historicidad de la historia y el carácter político. En ese sentido el conocimiento histórico no es, como diría Nietzsche, ni la historia monumental, que establece los valores dominantes, ni la historia anticuaria, que únicamente recolecta acontecimientos como cosas, ausentes de toda vitalidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente selección y análisis de las lecturas. Posible conclusión: No existe la historia desinteresada u objetiva. Algo pretende quien trata de explicar los hechos del pasado. Hace falta ser francos con respecto a los propios intereses. Pero sobre todo, la forma de hacer historia debe ser una manera de presentar un proyecto a futuro con base en lecturas concienzudas del pasado.