viernes, 23 de octubre de 2020

Magia del Nuevo Mundo

 

 

Raúl Hernández Viveros

 

Desde Cristóbal Colón da inicio el descubrimiento del paisaje maravilloso y mágico

 que describe a través de sus diarios de viaje. Son alucinantes las reflexiones que plasma para convencer a los Reyes Católicos de su milagro de haber ubicado a los naturales que viven desnudos y con medallones de oro colgado de sus cuellos, en los tobillos y muñecas gruesas pulseras del apreciado metal, rodeados de animales fantásticos como gatos salvajes, el rostro tosco de personas, sirenas que se confunden con los manatíes, pájaros exóticos que repiten las voces de los invasores, confundidos con seres que bajan del cielo. A partir de este instante la codicia y el saqueo de las minas de oro, aviva el pretexto infinito del despojo de los bienes naturales. Despierta

          Cristóbal Colón en su Carta de Jamaica se declara Virrey y Almirante de las Indias, y reconoce su protagonismo de transformarse por instrucciones divinas en ser un misionero de Dios. El mensaje inmaculado finaliza con el encargo que resuena en sus oídos por parte de Dios: “No temas, confía, todas estas tribulaciones están escritas en piedra mármol y no sin causa”. De esta manera, la santidad de Cristóbal Colón lo imagina como un cruzado llevando la persecución hacia las supersticiones de ídolos de barro y piedra que son sometidos y bautizados para llegar al reino de los cielos. A partir de este acontecimiento, los infieles reciben las bendiciones, al mismo tiempo la asechanza religiosa autoriza el martirio del holocausto y el castigo divino. Esta narrativa conforma la repetición de las Cartas de Relación, memoriales, crónicas, y actas testimoniales sobre los hechos casi sobrenaturales que tienen efecto y acompañan las letras y el arte del renacimiento, que encarna siglos después en autores latinoamericanos.

Un ejemplo magistral de esta influencia cultural del Nuevo Mundo renace precisamente con la introducción a la lectura de la obra universal El ingenioso Don Quijote de la mancha, se abre el universo de la fantasía y el camino a la gloria literario del principal escritor de América Latina:  creador del modernismo: Rubén Darío.  De la compresión de la realidad que describe Cervantes, se puede obtener un rico manantial de inspiración que hace desembocar exactamente en el talento y oficio de los aspirantes o amantes de las letras. Aquello que constituye lo bello, la trascendencia de la hoja en blanco, el papel exacto de la escritura. Crear, inventar y enfrentar con su lanza y escudo a un entorno lleno de provocativos retos, muchos de ellos nada más imaginativos, pero grandiosos por dicha perspectiva de lograr ser inmortales. Voy a citar los hermosos versos de Rubén Darío sobre la magistral figura de Don Quijote: “Rey de los Hidalgos, Señor de los tristes/Coronado de áureo yelmo de ilusión, / Que nadie ha podido vencer todavía/ Por la adarga al brazo, toda fantasía, / Y la lanza, en ristre, toda corazón...”

Rubén Darío escribe en su Diario que: “En un viejo armario encontré los primeros libros que leyera. Eran un Quijote, las obras de Moratín, Las Mil y una noches, la Biblia, los Oficios de Cicerón, la Corina de Madame Stäel, un tomo de comedias clásicas españolas, y una novela terrorífica  de ya no recuerdo qué autor. L Caverna Strozzi. Extraña y ardua mezcla para la cabeza de un niño”.[1] La magia que gracias a la lectura brota esta figura de la poesía universal, que es Rubén Darío.

El encuentro entre los ideales de una época anterior con la precedente, enfrentó la tensión del héroe con su adversario el antihéroe. El mundo de la edad de oro delante de la decadencia se reconoció precisamente en el tiempo sin tiempo, el lugar sin límites, o la búsqueda de lo imposible en esta “depravada” edad nuestra. La tendencia de analizar y cuestionar las novelas de caballería es lo que el crítico literario Oldrich Belic describe como: “Factor activo de la vida social, la literatura es, en fin de cuentas, siempre tendenciosa (este adjetivo, tal como lo empleamos aquí, no tiene nada de peyorativo: expresa sencillamente el hecho de que la literatura no es socialmente indiferente. Tendencioso es el Cantar del Mío Cid, ya que glorifica al héroe popular (el Cid) y pone en ridículo a los representantes de la alta nobleza (los infantes de Carrión). Tendencioso es Cervantes en el Quijote, ya que condena los libros de caballería y su ideología feudal, contraponiéndoles sus nobles ideales renacentistas de libertad, igualdad y justicia para todos...”[2]

Se observa que el término tendencioso es una inevitable y lógica variante de la reflexión del autor frente a su trabajo literario, a través del cual expresa siempre sus ideas, críticas y comentarios sobre todo lo que lo rodeaba.  Exactamente como Alfonso Reyes define a Quevedo como un “centinela de la república”, lo mismo se puede decir de Cervantes.  El autor reflexiona a veces acerca de lo que los demás, los lectores aquellos a los que está destinada la función receptora del universo literario, apenas se atreven a plantear levemente ciertos rasgos o características de un momento histórico de cualquier nación. Consciente o inconscientemente el escritor reúne en las páginas de sus libros algunos motivos, temas literarios, conflictos humanos y caracterizaciones de sus personajes. El mismo estudioso Belic recapacita sobre: “La vivencia estética no depende sólo del objeto percibido ni del sujeto perceptor, sino de los dos al mismo tiempo. Esto equivale a decir que la apropiación estética obedece a la dialéctica de los subjetivo-objetivo. Este hecho    es de capital importancia para los que quieren entender cabalmente la problemática del arte”.[3]

La unidad de la ironía y el humor han hecho posible superar momentos difíciles o complicados de nuestra existencia. Y encontrarnos con nosotros mismos en la enorme sonrisa y la carcajada de vernos en ese inmenso espejo que es la vida. En relación a esto Ortega y Gasset escribe lo siguiente: “Claro es que Cervantes no inventa a nihilo el tema poético de la realidad: simplemente lo lleva a una expansión clásica. Hasta encontrar en la novela, en el Quijote, la estructura orgánica que le conviene, el tema ha caminado como un hilillo de agua buscando su salida, vacilante, tentando los estorbos, buscándoles la vuelta, filtrándose dentro de otros cuerpos. De todos modos, tiene una extraña oriundez. Nace en los antípodas del mito y de la épica. En rigor, nace fuera de la literatura”.

El papel fundamental de la sonrisa siempre provoca interpretaciones que rescatan lo más profundo de nuestro ser. Sin embargo con la lectura cervantina se puede percibir que:  “El germen del realismo se halla en un cierto impulso que lleva al hombre a imitar lo característico de sus semejantes o de los animales. Lo característico consiste en un rasgo de tal valor dentro de una fisonomía—persona, animal o cosa—, que al ser reproducido suscita los demás), pronta y enérgicamente, ante nosotros, los hace presentes. Ahora bien, no se imita por imitar: este impulso imitativo—como las formas más complejas de realismo que quedan descritas—no es original, no nace de sí mismo. Vive de una intención forastera. El que imita, imita para burlarse. Aquí tenemos el origen que buscamos: el mimo”, de acuerdo a José Ortega y Gasset. Por lo tanto, se llega a la actitud de aceptar que esta vida está llena de sorpresas e infinidad de curiosidades; como en un duelo de disfraces que van cayéndose hasta demostrar lo que realmente es el ser humano: una acartonada caricatura de sí mismo, en la cual el tiempo logra desfigurarla hasta borrarla de los recuerdos, donde sólo trascienden los personajes como Don Quijote y Sancho.

En México, en el siglo pasado, la Secretaría de Educación Pública da a conocer una edición facsímil de Don Quijote de la Mancha, con las ilustraciones de Doré. La cual circula masivamente en las escuelas y bibliotecas, además, en forma gratuita se le regala a miles de maestros de educación primaria. Yo conservo dicha edición por las hermosas estampas y grabados descriptivos de algunos pasajes de esta obra monumental; y también porque tiene valiosas notas de pie de página, donde se explican algunas aportaciones de Don Miguel Cervantes de Saavedra a la lengua castellana, que requieren de las mencionadas explicaciones para los lectores contemporáneos.

Referirse a la expresión literaria más consagrada en nuestro idioma, y que es la creación cervantina constituye enfocar la espléndida expresión de una obra de arte: maestra de infinidad de estudios o trabajos de investigación literaria.  La perspectiva humana a través de la lectura de los capítulos de Don Quijote de la Mancha lleva a cualquier lector a razonar en las posibilidades infinitas del pensamiento. La actitud extensa y compleja de índole conflictiva, recapacita en el enfrentamiento del ser humano delante del acontecer de los hechos que rodearon al genio de Cervantes. Quiero mencionar que mi primera aproximación a una nota crítica sobre este autor universal, fue cuando llega a mis manos un trabajo de Adolfo Contreras, donde realiza determinado seguimiento en diversos aspectos de interpretación. Notablemente recurre a una cita de Giovanni Papini: “Él, y no Sancho, representa la contradicción y el mentís al valeroso e infortunado buscador de aventuras; y todos los locos, todos los idealistas, todos los héroes, todos los mártires del mundo, deben execrar en el nombre de Sansón Carrasco a quienes levantan las rejas de la prudencia contra los vuelos del ensueño y del genio”. Y agrega Adolfo Contreras: “Largas prisiones, pobrezas y agravios rodearon su existencia; mas, el extraordinario temple de su voluntad mantuvo siempre despierta la jovial alegría de su espíritu que lo hizo sonreír piadosamente hasta el último día de su existencia”.[4]

Nuestra percepción logra entender el texto literario como obra de arte, que aparte de entretenernos tendrá que enriquecer nuestro acervo cultural, además de hacernos pensar en lo que nos rodea. Es decir, llegar el lector a aprehender los sentimientos que le llegan mediante la escritura, alcanzar la plenitud del éxtasis o la razón de la pasión desbordada en los conflictos, anhelos e ideas de los personajes o bien la visión omnipresente y totalizadora del autor.  Es decir, llegar a los límites de nulificar la realidad, y experimentar el estado demencial de la melancolía y la soledad. La seducción de las descripciones tiene la magia de envolvernos en el interés de algo que acontece muchas décadas o siglos anteriores. Es la esencia del arte la que trasciende y enriquece la formación de los amantes de la literatura.

Con la introducción al Quijote, se abre el universo de la fantasía y el camino a la gloria literario del principal escritor de América Latina, que fue el creador del modernismo: Darío.  De la compresión de la realidad que describe Cervantes, se descubre un rico manantial de inspiración que hace desembocar exactamente en el talento y oficio de los aspirantes o amantes de las letras. Aquello que constituye lo bello, la trascendencia de la hoja en blanco, el papel exacto de la escritura. Crear, inventar y enfrentar con su lanza y escudo a un entorno lleno de provocativos retos, muchos de ellos nada más imaginativos, pero grandiosos por dicha perspectiva de lograr ser inmortales.  Quiero recordar las ideas de Schopenhauer relacionadas con el amor de la literatura: “Se ganaría mucho con destruir en edad temprana, por medio de enseñanzas adecuadas, esa ilusión propia de la juventud de que hay grandes cosas que ver en este mundo. Ocurre, por el contrario, que la vida se nos hace conocer por la poesía antes de relevarse por la realidad. En la aurora de nuestra juventud, las escenas que el arte nos describe exhíbense brillantes delante de nuestra vista, y henos aquí, atormentados por el deseo de verlos realizadas, de coger el Arco Iris. El joven espera su vida bajo la forma de una novela interesante”. [5]

Con esta propuesta, el lector se introduce en el espacio fascinante y seductor de las páginas del Quijote. En lo que Novalis bautiza como “el don más grande”, que es el mundo de la imaginación. Aparte del placer infantil de combinar las palabras, las oraciones y los mecanismos literarios de Cervantes. En una especie de verdadero y contundente juego, el autor nos lleva hacia el conocimiento absoluto de los estados del alma. Entonces, se desencadena la lucidez de todos nosotros que encontramos plena identificación con determinados valores o tal vez la misma caricatura que hace iluminar la lógica de estudiar el trasfondo del pensamiento de Cervantes. Considero que Italo Calvino  reflexiona acerca de esta situación, de una parte, en el arte del relato, y nos dice: “Yo agregaría que la literatura llega a esto, cuando por fin puede permitirse una actitud lúdica, un juego combinatorio que se carga en determinado momento de contenidos preconscientes y les permite al fin expresarse. Es gracias a este camino abierto hacia la libertad por la literatura, como los hombres alcanzan  un espíritu crítico que intentan convertir en patrimonio colectivo. Aunque el desarrollo de ese proceso es todavía  muy precario”. [6]

En esta tendencia se logra ubicar al Quijote, como parte de cada uno de nosotros, es decir, el patrimonio de la humanidad. Y, por lo tanto, estamos dispuestos a introducirnos al espíritu crítico que mediante el seguimiento de su antihéroe vamos a construir la figura del verdadero y exacto héroe que todos en algún momento de nuestras vidas intentamos extraer de lo más profundo de nuestro ser. Obviamente corresponde a este lado del ser humano, y al mismo tiempo estar en constante búsqueda de esta faceta de todos nosotros.

El hallazgo de enfrentar  el rostro propio  reconocer de nuestros semejantes que solicitan el respaldo en ubicar sus metas de fraternidad y ayuda; lo cual propone Cervantes en cada una de las aventuras de su insuperable protagonista, que en realidad representa el común denominador de todas nuestras aspiraciones delante de los retos de la vida. Los individuos se transforman en Quijotes, y cada uno a su manera intenta enfrentarse a los enemigos de la misma humanidad.

Si todos lográramos comprender las enseñanzas de los recorridos del Quijote, lejos de negar nuestra existencia, nos domina una actitud que hemos de llamar quijotesca o lo que es lo mismo no perder jamás la esperanza de poder cambiar todo, hasta nosotros mismos en esta dialéctica existencial.  De alguna manera contundente, E. M. Cioran afirma: “En todo hombre dormita un profeta, y cuando se despierta hay un poco más de mal en el mundo...la locura de predicar está tan anclada en nosotros que emerge de profundidades desconocidas al instinto de conservación. Cada uno espera su momento para proponer algo: no importa el qué. Tiene una voz: eso basta. Pagamos caro no ser sordos ni mudos”.

E. M. Cioran agrega: “La fuente de nuestros actos reside en una propensión inconsciente a considerarnos el centro, la razón y el resultado del tiempo. Nuestros reflejos y nuestro orgullo transforman en planeta la parcela de carne y de conciencia que somos. Si tuviéramos el justo sentido de nuestra posición en el mundo., si comparar fuera inseparable de vivir, la revelación de nuestra ínfima presencia nos  aplastaría. Pero vivir es cegarse sobre sus propias dimensiones.  Si todos nuestros actos, desde la respiración hasta la fundación de imperios o de sistemas metafísicos, derivan de una ilusión sobre nuestra importancia, con mayor razón aún el instinto profético. ¿Quién, con la exacta visión de su nulidad, intentaría ser eficaz y erigirse en salvador?”[7]

Dicha visión está concentrada dentro del pensamiento de Cervantes,  quien recrea el abismo de la salvación utópica de un mundo en plena decadencia, donde la desesperación aqueja en aquellos tiempos a todos los habitantes de aquella parte de Europa,  y emprende la narrativa oficial de los conquistadores en el Nuevo Mundo, mediante la utopía de vivir la felicidad eterna de las divinidades y dogmas del sincretismo impartido por la cruz de los misioneros, y los hombres vestidos de hierro con sus espadas, lanzas, cañones y ballestas  someten y masacran a los nativos que no saben nada del idioma de los invasores.

Sin embargo, el reflejo humano logra conciliar la comprensión de un todo que en realidad significaba la nada, la cual siempre intenta aplastar a cualquier expresión de la humanidad. De esta forma la fuerza profética de Cervantes trasciende “la santidad del ocio”, a pesar de la nulidad y vacío de un tiempo que convalece de hastío, nostalgia y tristeza por revelar la utopía que logra el advenimiento de la conciencia. Frente a este dilema, el Quijote se plantea la pregunta que todos deseamos revelarnos: ¿usted quién  es? Y la respuesta contundente de: ¡yo si sé quien soy!, da un viraje hacia el humanismo.

La idéntica actitud de Pedro Brueghel  “el viejo”, cuyo arte igual que el de Cervantes es tan universal e inmensamente rico en su s propuestas estéticas, por analogía con las pinturas que hablan de los códices prehispánicos a través del empleo de los colores rojo y negro. No importan los siglos, millones de lectores y espectadores hemos gozado las expresiones artísticas de estos dos genios bastante similares por la sinceridad y naturalidad  con que reaccionaron frente a las penas y alegrías, la oscuridad y luz de la vida. No cabe duda que el punto de unidad de estos artistas, es que no podemos dejar de reírnos de los cuadros de Brueghel o de la lectura  los capítulos del Quijote.

Las profundas reflexiones beneficiaron siempre la expresión artística de cada uno; fueron cristalizándose en la claridad pictórica y literaria, respectivamente. La visión del mundo renacentista adquiere su lugar en  la memoria. En esto reside su universalidad. Aparte de burlarse de la misma muerte, los laberintos de la locura, los excesos de las supersticiones, los dogmas, se encuentran las diversas maneras de gozar la vida. Tal vez en cautivarnos con la sonrisa en los labios, y hacernos sentir efectivamente la fragilidad de nuestras existencias, en donde el paisaje maravilloso y mágico del Nuevo Mundo resulta acompañarnos como un benefactor y un paciente guardián que  cuenta los días para devolvernos al vientre de la tierra.

El optimismo es una función paradójica, diferente, ilógica que contrapone al sentido común. La lucha entre el bien y el mal. La realidad inverosímil o absurda que nos hacen creer y mostrar  con apariencias de verdadera, representa la narrativa oficial. La ambigüedad entre  la objetividad y la subjetividad de enfrentarnos al mundo. La ironía consigue percibir los despojos de los seres humanos, y nos lleva a la interioridad del mundo, que nos hace configurar el rescate de la utopía perdida. Georg Lukács señala que: “Mientras en el Quijote la base de todas las aventuras  es la seguridad interior del héroe y la actitud inadecuada del mundo respecto de ella, de modo que lo demoniaco cobra una función positiva, motora, aquí la unidad y fundamento está oculta la inadecuación del alma y la realidad  se hace enigmática y, aparentemente, del todo irracional, pues el estrechamiento demoniaco del alma no se muestra sólo negativamente, en la necesidad de perder todo lo conquistado porque no es  lo que se necesita, sino porque es más ancho, más empírico, mas vivo que lo que el alma se lanzó

La herencia de Cervantes, en las páginas del Quijote,  advierte la estructura cognitiva de construir en el pensamiento la idea de imitar  o seguir los pasos en las aventuras de este personaje. El caballero andante, con su escudero, logra proponer a lo largo de los siglos una actitud  optimista a pesar de la larga serie de derrotas. Al final aparece la esperanza de una posible victoria en todos los aspectos de la vida social. Además, brota la actitud   crítica de aceptar todos los errores y fallas humanas delante de la luz pública, mantiene  la ilusión de poder cambiar constantemente frente a las circunstancias  más adversas  y contrarias que nos señalan  el naufragio de perdernos en el torbellino de la vida. Aunque el ser humano gracias a la comprensión del renacer en el  Quijote; se despoje de las quimeras y encuentre el poder de deleitarse de las cosas  extraordinariamente  nimias, absurdas y vacías. En perspectiva, adentrarnos en la sabiduría de la vida. Por consiguiente, estar preparados para la muerte, porque “quien larga vida vive, mucho mal vide”, dice un proverbio español, y entonces hay que vivir con la pasión inmortal del Quijote. Alfonso Reyes ofrece un fragmento final de una comedia, del siglo XVII, este diálogo: “Demonio.- ¿Hay algunas almas que llevar?/ S. Miguel.-   No, que las defiendo yo./ Dios Padre.- Aquí la farsa acabó, en este propio lugar”.[8]

          Unirnos a la ironía y el humor  han hecho posible superar momentos difíciles o complicados de nuestra existencia. Y encontrarnos con nosotros mismos en la enorme sonrisa y la carcajada de vernos en ese inmenso reflejo que es la vida. En relación a esto, Ortega y Gasset escribe sobre la función de los espejos en donde observamos a nuestro único y verdadero otro yo y reconocemos a los demás que nos acompañan en esta aventura existencial de fantasías y encantamientos: “El germen del realismo se halla en un cierto impulso que lleva al hombre a imitar lo característico de sus semejantes o de los animales. Lo característico consiste en un rasgo de tal valor dentro de una fisonomía—persona, animal o cosa—, que al ser reproducido suscita los demás), pronta y enérgicamente, ante nosotros, los hace presentes. Ahora bien, no se imita por imitar: este impulso imitativo—como las formas más complejas de realismo que quedan descritas—no es original, no nace de sí mismo. Vive de una intención forastera. El que imita, imita para burlarse. Aquí tenemos el origen que buscamos: el mimo”.[9]

 

 

 

Referencia  virtual:https://www.pagina12.com.ar/diario/verano12/subnotas/23-31257-2008-02-12.html

Ilustraciones:

https://www.google.com/search?q=Pedro+Brueghel+%E2%80%9Cel+viejo%E2%80%9D,&sxsrf=ALeKk02S2-SrHe2beokxpT9s4tJEr5p9PQ:1600548366153&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=2ahUKEwjwnL2mi_brAhURi6wKHRdXAscQ_AUoAXoECCAQAw&biw=1536&bih=754#imgrc=2h5BrOi80bOjvM

 

 



[1] Rubén Darío, Autobiografía, Editorial Latinoamericana, México, 1960.

[2] Oldrich Belic, Introducción a la Teoría Literaria, Editorial Arte y literatura, La Habana, Cuba 1983.

[3] Ob., cit.

[4]  Adolfo Contreras, “Miguel de Cervantes de Saavedra”, Universidad Veracruzana, Núm. 2, 1952.

[5] Arturo Schopenhauer, Arte del buen vivir, Biblioteca Edaf, España, 1965.

[6] Italo Calvino, “La combinatoria y el mito en el arte del relato”, Edit. Eco, Colombia, mayo 1983.

[7] E. M. Cioran, Breviario de podredumbre, Taurus ediciones, Argentina, 1991.

[8] Al Yunque, Tezontle, México, 1960.

[9] José Ortega y Gasset, Meditaciones de Quijote, Revista de Occidente, España, 1963.

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