domingo, 19 de abril de 2020

El tesoro guardado



Rosalinda Castro Guzmán


Se dice que conforme se da la convivencia entre nuevas generaciones la cultura se enriquece y que los lazos que nos unen a los ancestros se pueden fortalecer. Esta reflexión me surge después de recordar una experiencia que tenía en lo más hondo de mis recuerdos y ahora que recupero lo que me sucedió cuando era una niña de unos 10 años aproximadamente, me encuentro dispuesta a compartir una de las enseñanzas que la vida me ha dado.

Viví mi niñez en un pueblito de calles empedradas, decoradas con enormes árboles y casas altas de rojos techos de teja; donde se veían caballos, burritos y automóviles circulando por las calles unos a lado de los otros, todas las calles eran sitios de juego para los niños y los parque puntos de reunión para los adultos. Estaban muy bien identificados los oficios y las actividades que afanosamente hacían los sastres, los tenderos, los relojeros, entre otros; que la gente heredaba de sus familias. Se daba la economía local.

Era necesario en muchas ocasiones que los niños y niñas ayudaramos en los quehaceres de la casa y del campo cuando los padres tenían que atender asuntos fuera de la comunidad, era parte del trabajo colaborativo, nos quedaba claro y lo hacíamos con gusto.

Te explico porque inicie esta narración de esta manera, un día de mucho calor, regrese de la escuela con ganas de tomarme el agua completa del jarrito de barro que la conservaba fresca y con un sabor muy especial a tierra mojada. Al llegar a casa me encontré en la sala de la casa sentadas platicando a mi madre y a la Señora Lupita, vecina que vivía a dos cuadras en la calle principal, no me dejaron ir directo a la cocina para poder aminorar mi sed, pues querían hablar conmigo.

Doña Lupita necesitaba ir a la capital y tenía que trasladarse desde ese día para llegar al día siguiente, con el propósito de atender asuntos de salud, y quería que yo la apoyara para cuidar su casa esa noche, mi mamá intervino y amablemente me pidió que organizará mis tareas escolares para que después pudiera acudir con su amiga y quedarme a dormir en su casa. No podría ir a jugar con la pandilla, pero era importante el favor que me estaban pidiendo, accedí y quede de estar en su casa cuando el sol se empezara a ocultar.

Recuerdo bien que me dió gusto que me contemplara para estar en su casa, porque era una excelente cocinera y me prometió que me elaboraría una deliciosa cena como retribución, ya iba saboreando lo que aún no veía, sabiendo que lo que fuera sería un manjar

 En cuanto anocheció el pueblo entero se alumbró por una Luna Llena esplendorosa que bañaba con su luz cada rincón, el lugar que esa noche me resguardaría tenía un patio adornado con macetas donde crecían plantas de olor y de ornato, cuidadas por mi anfitriona, la cual en cuanto llegué me atendió y mientras me servía la cena me explicó dónde dormiría, como se abrían y cerraban las puertas y ventanas, con un mecanismo rústico de palancas con maderas muy sencillas y me mostró un apilado de libros que creía que los podía leer y me gustarían; le agradecí y se retiró.

Hacía tanto calor que lo menos que quería era ir a acostarme a la habitación que me designó pues se encerraba el aire caliente, pues sus ventanas no se daban abasto para ventilar el espacio, así que decidí quedarme sentada en el sofá para leer un libro que me invitaba a leerlo por la portada que cubrían sus hojas; la última frase que recuerdo de mi lectura fue “nos pasamos más tiempo preocupándonos que intentando analizar la situación…”  y me quedé dormida sin apagar la luz. cuando volví a abrir los ojos  ya la habían apagado, estaba en absoluto silencio; no supe qué hora era y empecé a percibir algo en el ambiente que nunca había sentido.

Cuando me iba a acomodar para acostarme sobre el sillón, por el rabillo del ojo pude ver movimiento de algo o de alguien que pasaba de izquierda a derecha, de derecha a izquierda por la parte de atrás de donde estaba,  yo inexplicablemente y por curiosidad, todavía un poco adormilada volteé para poder ver mejor lo que pasaba, como estaba obscuro, tarde en identificar a una persona que revisaba cajones y abría puertas de los muebles que tenía a su paso buscando algo que no encontraba, se veía con prisa y nerviosismo que provocaba que no se detuviera un momento considerable en cada lugar, no pude identificar su edad, no pude saber si era alguien conocida o conocido, parecía que aun estando en ese espacio se movía en una dimensión paralela pues no me volteaba a ver, es más no se si se percataba de mi presencia, no alcanzaba a escuchar sus pasos, ni la fricción de la madera al mover los cajones y las puertas; todo esto proyectaba otro tipo de realidad.

Siendo una niña de 10 años simplemente observaba y no me daba el tiempo de preguntarme ¿qué estaba sucediendo?. Así como “desperté” y pude observar, mis ojos se cerraron sin saber en que había acabado esa escena. Al día siguiente ya de mañana me despertó el toc-toc en la puerta principal, era mi madre que pasaba por mi con mi mochila para poder ir a la escuela. Antes de retirarnos ella revisó que las puertas y ventanas quedaran atrancadas como las dejó Doña Lupita y nos retiramos.

Regresando de la escuela abordé a mi madre y le platiqué lo que creía me había sucedido la noche anterior, lo que me preocupaba era que alguien quería encontrar algo que posiblemente era importante y que no lo había encontrado; mi madre conforme escuchaba lo que le narraba abría los ojos más grandes y mantenía su cara con una expresión que me asustaban conforme yo narraba los hechos.La noche anterior me había ganado un estado de ensoñación pero en ese momento empezaba a tener sensaciones diversas en mi cuerpo, alrededor de mi piel y en la nuca, un escalofrío me invadió; recordé lo que algún día escuche en una conversación de adultos que afirmaban -que vas a saber de miedo, si no sentiste escalofríos, entonces  no lo conoces-.

Mi madre me tomó de la mano y me dijo que seguramente  lo que yo había visto era un ente fantasmal y que cuando pudiera se lo diría a Doña Lupe para que tomara sus previsiones.

En el momento indicado, Doña Lupita se enteró de lo que sucedió esa noche de Luna Llena, pero la respuesta de la vecina provocó ansiedad en mi mamá, le dijo,

-Cada ciclo de Luna Llena sucede lo mismo, diferentes personas lo han visto, pero a mi se me olvido contarles a usted y su hija, parece que regresa el alma de mi padre por algo que perdió o no supo donde lo dejó-;

Mi madre cambió del susto al enojo y terminó con un semblante de asombro e incredulidad, y entre que quería reclamar la falta de responsabilidad para exponer a una niñita a esa experiencia, entre que le intrigaba el por qué del  evento extraordinario que se veía en esa casa, atinó a decirle a la vecina.

-Oiga usted, no será que el difunto habrá dejado algunas monedas o joyas que tendrán un gran valor, busque, puede que encuentre algo que la saque de pobre-

Después de unos días, cuando jugaba con mis cuates un juego de pelota en la calle, me percaté que Doña Lupe me llamaba con señas en la acera de enfrente, muy contenta, me acerque  y me dijo:

-Mi hija, eres una niña valiente y valerosa, siempre te estaré agradecida por lo que propiciaste después de que te quedaste en mi casa, te voy a dar lo que encontramos en un cajón del ropero que no abríamos nunca, pero inspeccionamos cada rincón y si encontramos un tesoro para la familia, te lo doy y te pido que lo compartas con tu mami, dile que la pobreza se vive cotidianamente y que la riqueza la tenemos a un lado de nuestra existencia en ocasiones sin saberlo-.

Me entregó un papel amarillento doblado de una manera especial impregnado por un aroma a madera de cedro y un corazón dibujado con una tinta que ya se mostraba desgastada; me pidió que lo conservara y que lo leyera en presencia de mi madre.

Así fue, nunca olvidaré el contenido de esa “carta” escrita por un padre desesperado para sus hijos indiferentes o cansados del desamor paterno, conforme lo leía y lo compartía con mi madre, sentía que yo había conocido a esa persona y me embargaba un sentimiento de empatía y compasión.

Queridos hijos.
Pobreza de espíritu:

Escribo esta carta, para acercarme a ustedes, posiblemente no de manera física pues he perdido tiempo valioso para demostrarles que los amo y escribo estas líneas para decirles que reconozco que me ha sido difícil  escucharlos y comprenderlos. No supe como hacerlo.

Yo crecí en un seno familiar con un padre responsable y trabajador, con una personalidad fuerte, dura, controladora y egoísta, el cual tuvo a su lado una mujer, mi madre, que se caracterizaba por ser demasiado callada, con una tristeza permanente que se notó en su descuido personal y el de su familia. La dinámica en casa se basaba en el trabajo, era imposible que mis hermanos y yo nos diéramos tiempo para entablar una charla amigable, organizar algún juego, sentarnos para “hacer nada”, porque inmediatamente recibiamos la frase lapidaria, deja de perder el tiempo. Los hijos de ese matrimonio teníamos prohibido manifestar algún sentimiento de enojo, de frustración, de tristeza, de ira y hasta de amor porque estábamos para facilitarle la vida a los adultos y así no contibuiamos para mantener la “dinámica familiar esperada”. Con todo y eso agradezco que me educaron para ser un hombre de bien.

Decidí casarme cuando conocí a la mujer más hermosa, alegre y comprensiva del pueblo, ella entusiasmada estaba lista para formar una familia llena de amor , pero mi estilo de vida seguía siendo el mismo, mi existencia dependía de la cantidad de cosas que producía en mi trabajo, no podía “perder el tiempo”, la charla, el juego y la recreación estaban vetados para mi. Primero me llegaron invitaciones entusiastas para divertirme con ella y ustedes luego los diálogos con su madre pasaron a ser una constante petición para que le  explicara mis razonamientos en mi actuar y finalmente logré lo que mi padre logró en su casa, tristeza permanente y discusiones por la falta de interés y un amor mal entendido.

Ahora los veo alejados y resentidos por mi actuar, les doy la razón porque pienso en mi padre y su influencia en mi vida y también llegué a sentir lo mismo, y pienso “teníamos las mejores intenciones”, no había referente alguno que nos fuera significativo y nunca buscamos otra opción.

Cuando lean esta carta deseo de corazón me entiendan y sanen su historia de vida con otras actitudes y mejores valores de convivencia donde la tolerancia y el amor incondicional sean los que prevalezcan en sus familias; yo voy a sanar mi pobreza de espíritu.

Comprendo que el alma suele saber que hacer para sanar pero el desafío es silenciar a la mente, es momento de volver a usar las alas.

He aprendido que “Cerrar ciclos es, dar por terminadas etapas en las que ya hicimos todo lo que teníamos que hacer y donde ya no es necesario permanecer más”

Los amo.

Después de leer la carta mamá y yo nos abrazamos amorosamente y prometimos que tendríamos comunicación constante y muestras de respeto y confianza por siempre.

Supe que después de que Doña Lupita encontró la carta,  el personaje que pude percibir, dejó de presentarse cada Luna Llena, y que ella había empezado a recuperar su salud, recuerdo que alguien me dijo que de resentimiento también nos podemos enfermar.


Pienso que podemos reprogramarnos para ir entendiendo que la dinámica social, comunitaria, colectiva y familiar está influenciada por las experiencias, creencia y valores que enmarcan nuestra vida y la de los que nos antecedieron, que se dan coyunturas que nos dan la oportunidad de hacer cambios y fortalecer nuestra existencia y de los que nos precederán. Nos unen hilos de plata y podemos sanar a las nuevas generaciones con el cambio de paradigmas, a través de una nueva interacción entre los miembros de la familia, con herramientas que podemos reinventar, siendo la más importante el lenguaje verbal, corporal, familiar y comunitario.

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