miércoles, 10 de noviembre de 2010

A cuarenta y cien años de la Revolución Mexicana.

Lisardo Enríquez L.

La conformación de la nación mexicana, todavía hoy en construcción, pasa en su historia por varios procesos de lucha armada y por lo tanto de violencia social, a los que el historiador Enrique Krauze llama “momentos traumáticos”. Los tres movimientos revolucionarios fueron eso porque no podían ser otra cosa en las circunstancias “límite” en las que se encontraba el país en cada una de esas etapas. Varios historiadores coinciden en que la independencia, la reforma y la revolución forman parte de un mismo proceso inconcluso que ha tenido la finalidad de crear una entidad que se pueda llamar nación mexicana, con todo lo que ello implica, es decir, en la cual, entre otras cosas, todos sus habitantes compartan, en circunstancias semejantes, el desarrollo político, económico y social. Eso, no obstante los avances, todavía no existe.
El escritor José Revueltas dijo alguna vez que el atraso en la formación orgánica de las clases sociales de nuestro país, era la causa de que en determinadas circunstancias ni las clases ni los hombres que las representaban tuvieran conciencia ideológica de su misión mexicanista. En el origen y evolución de la Revolución Mexicana, en particular, participaron diversas corrientes políticas y de intereses, y fue un movimiento complejo y contradictorio.
Sin embargo, fue uno de los movimientos sociales más importantes del mundo al iniciarse el siglo XX. Se distinguen en ella dos etapas principales: la lucha armada que se desarrolló de 1910 a 1920, y lo que se puede llamar periodo de reconstrucción, que es muy claro de 1921 a 1940. Durante el periodo de reconstrucción se buscó seguir los lineamientos revolucionarios definidos de manera formal por primera vez al momento de redactar, discutir y aprobar la Constitución de 1917, proponiéndose como metas fundamentales de su programa la reforma agraria, así como el impulso a los sindicatos y a la educación de la población rural, que era  predominantemente analfabeta.
Los esfuerzos por dar identidad y unión a los mexicanos no fueron  pocos: construcción de carreteras y vías férreas, una original reforma educativa, un renacimiento cultural que se inspiró en el pasado del pueblo mexicano, un movimiento campesino e indigenista que se apoyó en la distribución de la tierra, la revitalización de la comunidad y el impulso a la educación, además de una política exterior basada en los principios de no intervención y de soberanía nacional. Esta última se mantuvo a través de prácticamente todo el siglo. Los gobiernos en los que más tierra se repartió a los campesinos fueron los de Lázaro Cárdenas y Adolfo López Mateos. En el primero también se nacionalizó la industria del petróleo, y en el segundo se nacionalizó la industria eléctrica.
Puede afirmarse que la Revolución hizo surgir un nuevo sentido de identidad en muchos mexicanos, lo  cual permitió una visión de libertad que no había antes de ese movimiento social. Precisamente la Constitución de 1917 fincó las bases para crear y mantener ese orden de libertad, que junto a otras bondades de ese instrumento fundamental de la política nacional ha permitido, por ejemplo, que haya renovación de los poderes de gobierno en periodos bien delimitados, evitando con ello la permanencia de un solo hombre en el poder, es decir,  evitando que haya nuevamente dictadura. La época en que un hombre conservó el poder, aunque detrás del trono, terminó cuando Lázaro Cárdenas fue presidente de la república. Por las realizaciones que hubo en el gobierno de Cárdenas, es por lo que algunos historiadores llaman a este periodo <<punto culminante de la Revolución Mexicana>>.
No obstante, se estima que la Revolución Mexicana dio solamente un paso del desarrollo de tipo colonial  a un desarrollo nacional semicapitalista. Por ello, es una paradoja que siendo México el único país de América Latina donde hubo una larga y devastadora revolución, con amplios propósitos de redención para las  grandes masas de la población, tenga una tan desigual distribución de las ganancias económicas. Los estudios sobre el particular revelan que ningún otro país latinoamericano ha favorecido tanto a las nuevas élites industriales, agrícolas y comerciales como México, y que haya hecho tan poco por las capas inferiores de la población.
Dicho en otras palabras, el país ha tenido un desarrollo importante en lo económico pero no en lo social, porque ha continuado como una nación con tremendas desigualdades. Así es que si en un momento se requería de progreso económico, después, y ahora, es imperativo el desarrollo social, es decir, un desarrollo con justicia. Por lo tanto, se necesita desde hace varias décadas, y cada vez con mayor apremio, reducir la brecha entre un puñado de grandes ricos y millones de pobres. No haber hecho las cosas en este sentido, constituye uno de los aspectos fundamentales de que haya un México desarrollado y otro subdesarrollado, cada vez más polarizados. Desde los años treinta del siglo pasado, Narciso Bassols decía en relación a la mayoría de la población rural, que hasta que ésta pudiera abandonar la subsistencia y producir a un  nivel comercial, México no podría nunca unificarse social y culturalmente. Ahora la pobreza está diseminada en todas partes, y no se ven todavía  decisiones, programas y acciones contundentes para que disminuya.
En 1952, el economista, estudioso de los problemas nacionales y colaborador en varias administraciones del gobierno federal, Manuel Germán Parra, dijo en una entrevista: <<. . . una de las tareas más importantes y urgentes de la Revolución Mexicana consiste en procurar que el ingreso nacional llegue a distribuirse de un modo siquiera aproximado a como se reparte en los países capitalistas clásicos.  No resulta concebible que en los Estados Unidos y en la Gran Bretaña, el sector correspondiente al trabajo reciba casi las dos terceras partes del producto nacional como lo exponen los últimos datos publicados por la ONU, en tanto que en México, a consecuencia de la inflación y la especulación agudizadas durante la pasada guerra, la población que percibe sueldos y salarios reciba menos de la tercera parte de dicho producto>> (1).
Hace más de sesenta años, en 1947, el economista e historiador mexicano Daniel Cosío Villegas expresó: <<México viene padeciendo hace ya algunos años una crisis que se agrava día con día; pero como en los casos de enfermedad mortal en una familia, nadie habla del asunto, o lo hace con un optimismo trágicamente irreal>> (2). También el historiador Jesús Silva Herzog se refirió a esta situación  en 1949 diciendo: <<Hace algo más de seis años escribí que la Revolución, uno de los tres acontecimientos de mayor profundidad en la historia del México Independiente, sufría una crisis moral e ideológica de suma gravedad. Creía entonces que podría salvarse y continuar su marcha hacia adelante en provecho del pueblo mexicano. Ahora, después del tiempo transcurrido, pienso con cierta tristeza y siento con claridad que la Revolución Mexicana ya no existe; dejó de ser, murió calladamente sin que nadie lo advirtiera; sin que nadie, o casi nadie lo advierta todavía>>(3).
Entre los problemas inherentes a la desigual distribución de la riqueza y a la crisis a la que se refieren estos economistas e historiadores, existe uno que ha sido tal vez el que lacera el alma nacional con más profundidad y que tiene que ver única y exclusivamente con nosotros mismos los mexicanos: el de la corrupción. Ha sido la deshonestidad de los gobernantes,  y de prácticamente todo tipo de servidores públicos, la causa principal de los retrocesos y  fracasos de la Revolución. La corrupción, a su vez, pasa a la impunidad, y entonces cualquier empleadillo llega a un oscuro rincón en el que parece no haber nada, pero donde  encuentra como sacar ventajas económicas y de poder, para <<hacerse de un patrimonio>>. Y de estos singulares personajes hay quienes lo dicen y lo hacen con total cinismo, porque actúan dentro una “cultura” que los protege. Es este el mal generalizado que impide la transformación de México, porque no queda solamente en eso, sino, además, en no cumplir con las tareas que son su obligación, y arrastrar a otros en sus deformaciones conductuales. Entonces, a la corrupción se suman la incompetencia y la irresponsabilidad que, a la larga, han invertido los propósitos de la Revolución Mexicana. Así están las cosas cien años después.
También en la misma época de la que se viene hablando, fines de la década de los cuarenta y comienzos de la década de los cincuenta del siglo anterior, Vicente Lombardo Toledano señalaba que era necesaria una nueva revolución, que sería la cuarta, y acotaba, <<será una revolución de formas pacíficas, de organización empeñosa y diaria de la clase obrera, de los campesinos, de la clase media y de los industriales patriotas. Será una revolución basada en la vigorización de la conciencia de clase del proletariado y en la educación política de las otras fuerzas sociales que han de cooperar a la democracia del pueblo>> (4).
Pero no hubo entonces, ni después, programas del gobierno para una formación política de la población. Los instrumentos democráticos han sido lentos, y, hasta cierto punto, endebles, limitados, cuestionables. Las prácticas todavía dejan mucho más que desear. Los procesos democráticos con frecuencia han estado plagados de irregularidades, de tergiversaciones, de manipulación a favor de intereses de grupos económicos poderosos. La participación de los ciudadanos ha estado ausente. Incluso, es posible que aquello que se llama transición, haya obedecido en su determinación más a intereses extranjeros que a resultados reales de la votación de los mexicanos. Y eso que en situaciones de procesos políticos de elección nacional ha ocurrido, se ve también en procesos en otros niveles de gobierno, en elecciones dentro de partidos políticos y de sindicatos. En otras palabras, nos falta mucho para avanzar como sociedad hacia mejores planos de desarrollo humano, económico, social y político.

Referencias bibliográficas
(1)  Parra, Manuel Germán, <<La Revolución inicia una nueva etapa>>, en Ross, Stanley R., Preparación y prólogo, ¿Ha muerto la Revolución Mexicana? Causas, desarrollo y crisis, Tomo 1, Ed. SEPSETENTAS Num. 21, Secretaría de Educación Pública, México, 1972. p.187.
(2)  Cosío, Villegas Daniel, <<La crisis de México>>, Ibídem, p. 103.
(3)  Silva, Herzog Jesús, <<La Revolución Mexicana es ya un hecho histórico>>, Ibídem, p.129.
(4)  Lombardo, Toledano Vicente, <<Una democracia del pueblo>>, Ibídem, pp.194-195.

1 comentario:

JUANAR dijo...

Muy cierto, la palabra clave,CORRUPCION, podran venir las revoluciones que sean, desafortunadamente los cambios no han sido para avanzar, han sido coartados por nuestros propios representantes, para muestra un boton, a nuestro actual gobernador, sin palabras. Se han perdido los valores, la educacion base clave para el desarrollo, se ha devaluado gracias al obsoleto sistema sindical del mismo, elos han permitodo todo retroceso, les conviene una sociedad sin valores y sin educacion,la clave rescatar a los jovenes,juventud gran mayoria sin sentido, inmersos en la tecnologia,sin valores, sin principios, etc. Gracias a todo esto, gran mayoria de las familias, nucleo principal de toda sociedad, esta partida,por las circunstancias que sean, entonces como avanzar,sinceramente lo dudo, hay avances, cierto, pero mucho retroceso.