martes, 2 de abril de 2019

Conocimiento y humanidad



Gilberto Nieto Aguilar
El gran cúmulo de literatura que trata sobre la idea del progreso humano es realmente enorme. Pero la perspectiva, especialmente desarrollada en el siglo XIX, de que cada día que pasa nos hacemos mejores en todos los sentidos, es ilusoria y no se refleja en la realidad. Esta perspectiva es desalentadora en especial cuando se tratan temas como el progreso social, económico, político, ético, moral y demás ámbitos del saber y la actividad humana.
De hecho, según Charles Van Doren (Breve historia del saber, Ed. Planeta, 2006, Barcelona) “es complicado argumentar de forma convincente que la humanidad ha experimentado a lo largo de toda su historia una mejora constante en la forma de gobierno de sus países, en la conducta estándar habitual de los seres humanos o en la producción de grandes obras de arte”, incluida la literatura.
No podemos valorar el progreso humano sólo por los avances de la tecnología, cuando se sufre como consecuencia la devastación del planeta y sus ecosistemas. No podemos valorarlo por los avances en las ciencias biológicas cuando no se respeta la bioética sino los intereses de las grandes firmas internacionales que lucran con el dolor humano.
Mientras se observan mejoras en algunos campos de la actividad humana, en otros espacios sucede lo contrario. Yo que soy afecto a cultivar una visión esperanzadora de lo que puede alcanzar el ser humano cuando se lo propone, creo que allí radica el meollo del asunto: que se lo proponga y lo dejen hacerlo.
Ya no podemos considerar infalible el ferviente argumento de Auguste Comte (Siglo XIX) sobre la inevitabilidad del progreso en todo los campos de la experiencia humana, porque éste –quedó demostrado–, no se dará por sí solo sin la voluntad consciente de las personas. Entonces, la humanidad no debe renunciar a alcanzar conceptos absolutos, ni abandonar la búsqueda del origen y el destino del universo y de las causas internas de los fenómenos, a riesgo de convertirse en marioneta de la tecnología.
Seguramente Comte, el iniciador del positivismo y la sociología, jamás supuso que al final de la segunda década del Siglo XXI existirían en el mundo millones de seres que mueren en hambrunas, millones de analfabetas, y todavía peor, millones de analfabetas funcionales en riesgo de caer en procesos involutivos. ¿Se habrá imaginado que el poder podía frenar el progreso de la humanidad?
Nunca la humanidad tuvo acceso a tanta información como ahora. Y creo que nunca se sintió tan pobre de espiritualidad y tan ignorante sobre sí misma. La memoria de la especie es eterna –dice Van Doren– y como mínimo es de esperar que perdure mientras los seres humanos continúen escribiendo y leyendo, almacenando su saber en libros y soportes tecnológicos para el uso de las generaciones futuras.
Afirmó Albert Camus que la época moderna mató a Dios y puso a la razón en su lugar. En realidad lo sustituyó por la ciencia. Pero el hombre se siente el creador de la ciencia y por lo tanto, el hombre es quien realmente se siente Dios, dueño de vidas y destinos, jugando con el progreso de la humanidad, sujetando su desarrollo a las conveniencias de pequeñas minorías.
Dice Jorge Wagensberg, en El País, que una cosa es una sinfonía imaginada en la mente del compositor, otra cosa es la sinfonía escrita en la partitura y otra, la sinfonía sonando en la sala de conciertos. Una cosa es imaginar un edificio, otra dibujarlo, y otra construirlo. Imaginar, representar e interpretar. Son las tres fases de la creación... donde crear es erigir un conocimiento (Edición América, 10/Jun/1998).
Imaginar la idea, representarla con una argumentación lógica, interpretarla frente al público en formato de tesis, en un discurso, en un ensayo, en un libro. Para el mundo occidental, el conocimiento tiene su punto de partida en la filosofía griega, después de un doloroso y lento progreso en los tiempos que la memoria común de la especie humana se trasmitía oralmente, y el lenguaje todavía no adquiría las palabras ni los símbolos necesarios para expresar ideas complejas y pensamientos profundos.
Más adelante, Wagensberg porfía: “La ciencia es una forma de conocimiento en la que imaginación, representación e interpretación se estimulan, se provocan, se insinúan, se acarician, se golpean, se corrigen, se refutan y se confirman mutua y continuamente. La ciencia, necesariamente, progresa.” Es parte de su deber, de su esencia y evolución aplicada.
El conocimiento que se expande y acumula es de varios tipos y, por ende, de diversos usos. Lo que hoy sabemos sobre la naturaleza, el cuerpo humano, el cerebro, los planetas y galaxias, la tecnología que nos asiste, es muy superior a lo que se sabía hace mil o simplemente cien años. No así la sabiduría de vida que transmitieron los grandes pensadores como Sócrates, Jesús o Buda. Los contemporáneos como Gandhi, Luther King o Mandela.
Entre esos nombres existen centenares a lo largo de la historia escrita de la humanidad con lecciones de vida aplicables al proceder social, familiar, económico, político, ético y moral de los seres humanos, que debería estar afectando positivamente la existencia de millones de personas en cada punto geográfico del planeta, nuestra aldea global. La libertad y la dignidad, el bienestar y las oportunidades, la tolerancia y la inclusión, ¿cuánto han avanzado?
Como dijo Charles Van Doren, es difícil esclarecer de manera convincente que la humanidad ha mejorado al unísono que mejoran sus conocimientos, pues habría que aclarar cuánto han mejorado los gobiernos de los países del mundo; las redes de apoyo, tolerancia y consenso con que se guían los pasos, los intereses y defensa del bien común para la aldea global; y, sobre todo, cuánto ha mejorado la conducta estándar habitual de los seres humanos.
gilnieto2012@gmail.com


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