jueves, 15 de enero de 2015

El violín en el desván


Edgar Germán Valdez Gómez

Es París aquella anhelada ciudad, la cual mi cuerpo y mi alma ansían palpar, saborear y conquistar. Pero ¿Cómo llegaré allá? ¿Qué necesito para ser partícipe de la música embelesadora que fluye como un río, como la sangre dentro de mí?

Creo que ya tengo la respuesta, buscaré en aquel desván empolvado, lleno de telarañas, de antiguas fotos manchadas de humedad, de viejos juguetes, de aquella infancia de mi padre que ahora es sólo un recuerdo. A mi mente llegan imágenes,  sé que hay un pequeño violín  en este sucio y descuidado lugar, en el cual mi padre modestamente, podía tocar.

¡Aquí está! Jamás imaginé que se vería así, tan triste,  tal vez se deba a la soledad, pero... hoy cobrará vida para mí, será el instrumento más envidiado de todos, llenará salas de conciertos, aprisionará el alma de aquellos que con brío aceptaron su estadía para después ser liberados, renacer una y otra vez en sus dulces notas.

Las cuerdas están rotas, que decepción, pero tengo dinero ¡sabía que eso de estudiar algún día daría frutos! Ese dinero proveniente de aquella beca  absurda que me obligaba a cambiar la pelota por el libro, hoy me da libertad y esperanza para cumplir mis sueños.

Ya tres años y he aprendido rápido a tocar, mis vecinos entusiasmados vienen a verme, dicen que para ser un niño de 10 años, no toco tan mal. Quizá ahora sí pueda viajar por el mundo y cumplir los sueños de mi padre quien en su juventud llegó a ser el mejor, hasta conocer a mamá, y bueno… también él aún me reprocha que mi nacimiento le impidió ser el moderno paganini aunque en otras ocasiones me llena de mimos diciendo que soy su mayor premio. La verdad ¿Quién entiende a los adultos?...

Tengo doce años y mi sonido mejora cada día, aquellos círculos armoniosos recorren, como la electricidad mi cuerpo, me hacen vibrar, yo soy música, mi violín es mi cuerpo. Cuando llega la noche, siento como si tuviera que amputar mi cuerpo pero al salir al sol corro a cirugía dando como resultado una reconstrucción perfecta.

Han pasado ya tres años más y he recorrido con mi violín lugares hermosos donde he podido apreciar ese queso en el cielo, redondo y amarillo, que refleja en sus ríos la luz natural, he tocado en castillos de aquellos que con dinero me han pedido en privado tocar para que ellos puedan llorar, sonreír y suspirar sin que una cámara los esté intentando captar.

Hoy a mis 17 años mis sueños han crecido igual que yo, el tiempo, cual ráfaga de luz han volado, sin embargo hoy al culmen de mi concierto en Italia he observado una criatura hermosa, de ojos enormes y brillantes, sonrisa angelical y un cuerpo espejo a mi violín, creo que después de tanto volar mi corazón dice que es momento de aterrizar.



Veintiún  años hoy y me encuentro en esta sala, cual mar blanco doctores de aquí para allá, quejidos y alaridos de quien ya no aguanta más, pero con el alma exaltada por la llegada de aquél que mis sueños venga a finalizar. Hoy comprendo muy bien a papá ¡cuánta razón tenía! No hay duda que cuando ha de acabar el destino no se puede cambiar. El recuerdo de mi padre aqueja a mi mente cuando observo….
nuestro violín en el desván.


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