lunes, 12 de mayo de 2014

Maquiavelo, aprendiz de brujo


 

(I de II)


Juan Fernando Romero Fuentes

Los ojos se abren a la vida y a la muerte: Los sentidos todos despiertan; lo primero es observar, todo está renaciendo. Hay que des-cubrir, oír, oler, gustar,  investigar, encontrar, registrar, detallar y … razonar. El descubrimiento del camino a las Indias es solo parte del gran descubrimiento de un auténtico nuevo mundo.

Aún con la paciencia de las largas horas medievales como parte inherente de los actos cotidianos, Leonardo Da Vinci observa y registra; dibuja y describe al detalle; compara y descubre: la anatomía de Galeno aún vigente, prejuiciada y acientífica, está llena de errores y falsas apreciaciones. Leonardo disecciona cadáveres de caballos y –en secreto- de humanos: observa, descubre un mundo nuevo. Y con los  rudimentos de las futuras ciencias, con pasmosa objetividad, sienta las bases de la anatomía descriptiva en sus dibujos y notas, y establece –sin saberlo- las líneas generales que posteriormente permitirán el desarrollo – entre otras muchos- del concepto de evolución.

“Abril 2, 1482. Que el todopoderoso me ayude a estudiar la naturaleza de los hombres, sus usos y costumbres, estudio la estructura misma de los cuerpos”, escribía Leonardo mientras su amigo Messere[i] Niccoló observaba los cuerpos en su acción política, pues quería corregir los caprichos de la “cortesana fortuna” y para ello estudiaba la naturaleza de los grandes cuerpos llamados monarquías y repúblicas, sin elogios y sin censura, como un matemático estudia las cifras, un anatómico la estructura de los cuerpos, los astrónomos y navegantes el curso de las estrellas. Con su cabeza de pájaro y en actitud de acecho, Niccoló observa y con su delicado bisturí mental disecciona el cuerpo social y deja a la posteridad la conclusión de sus experiencias y estudios, la descripción objetiva de la anatomía y la fisiología políticas.

El hombre del Renacimiento no inventa, descubre; no crea, recrea. Los lineamientos de la percepción son revisados; la descripción del mundo tiene que ser reescrita (para poder ser rehecha): sus textos nos hablan de una manera natural de percibir el mundo que no está cubierta por el manto de la religión, de la creencia y del dogma. La curiosidad alimenta esas mentes  al acecho de las vivas transformaciones de su medio que despiertan su capacidad de admiración, observación y experimentación (aún no metódicas). El velo que cubre el rostro del monje medieval es lentamente despojado. La infancia de la humanidad está terminando.

El Renacimiento crea sus propios mandatos: los ojos y oídos de esa humanidad adolescente no dejan de asombrarse y de representar artísticamente en cada momento lo que perciben con la mente imitadora del clásico griego: una nueva luz ha entrado en la caverna de Platón y su reflejo crea inevitablemente la reflexión mental: mira, oye, ¡despierta!, ¡apunta, dibuja, esculpe, pinta, escribe!

Y Niccoló registra. Sus sentidos están abiertos s la experiencia social. Su vocación de estadista puede realizarse en un campo fértil a su desarrollo: el mundo político italiano está en ebullición. El papa Alejandro VI ejerce su autoridad no precisamente espiritual con mano dura, los Sforza pelean contra los Medici. Niccoló defiende apasionadamente a su República Florentina; Cesar Borgia, el hijo del Papa, en el intento desesperado de realizar sus  ambiciones personales, conduce las acciones despiadadas que más tarde servirán para delinear el retrato del príncipe.

La gran Florencia es más que una ciudad, es una riquísima región que compite con la de Venecia en importancia comercial y financiera: las mercancías internacionales llegan del lejano Oriente y forman fortunas que prosperan enormemente  -y se convierten en Mecenas de un arte inmortal- o desaparecen por un golpe. Los dos “estados” compiten con Roma y su poder político expresado en un papado muy terrenal.

Niccoló Maquiavello, prototipo del hombre del Renacimiento, fue un autodidacta que aprendió de la historia y de su época. En 1500 se habrá ordenado la ejecución de Savonarola, el monje asceta que trató de imponer reformas extremistas para la política y la religión de la República Florentina. En el triunfo de la exposición se encontraba Maquiavelo como segundo canciller. Su amor por su patria y su experiencia como hombre de estado tanto en la diplomacia como en la guerra de una Italia convulsionada por luchas internas y amagada permanentemente por el exterior, lo inducen a buscar y reflexionar sobre  las características que requeriría un gobierno fuerte para subsanar las desesperadas enfermedades de una República en formación.

Maquiavelo recurrió a las fuentes de los clásicos y de la historia romana para fundamental sus observaciones políticas y su estrategia militar, y de hecho le dio al “estado” florentino su primer ejercito reclutado de sus propios hombres, no ya mercenarios. Sus observaciones son también intuitivas y fundamentan hipótesis de orden general, son categorías del ser, no del deber ser.

La reputación de Maquiavelo es fatal. Sirvió a su Florencia durante más de quince años, con tal pasión y patriotismo que constituye una contradicción trágica su fama de hombre cínico, cauteloso, escéptico. Defendió a su patria contra Luis XII, contra los españoles, contra Julio II y aún contra el mismo César Borgia. Fue educado en la libertad y sucumbió con ella, al morir pobre y olvidado.

En sus principales obras. “Discurso sobre la Primera Década de Tito Livio” y “El Príncipe”, Maquiavelo describe el ejercicio del poder y no su moral, .escribe –o mejor dicho - describe- a César Borgia de Francia, Duque de Romanía, Príncipe de Andría. Soberano de Piombino, …Por la Gracia de Dios Portaestandarte y Primer Capitán de la Santa Iglesia Romana, y lo hace siguiendo a Lisandro, Filipo y Alejandro, Rómulo, Tarquino, Julio César y Bruto, Nerón, Carlo Magno, Hugo Capeto y Luis XI, entre otros, y concluye que “el mundo siempre ha sido habitado por hombres que siempre han sentido las mismas pasiones; todos los hombres aspiran al dominio y ninguno renunciaría a la opresión si pudiera ejercerla; el temor y la fuerza tienen mayor imperio que la razón”. Según el Tratado del Príncipe, la política no tiene que ver con la moral, la fuerza es la negación del derecho, las cosas son buenas o malas en función de su fin y de su utilización, el fin justifica los medios. En resumen- observa. Sin el despotismo y los gobiernos absolutos, la civilización europea no se hubiera desarrollado.

El afecto de Maquiavelo pertenecía a la República y sus teorías estaban dirigidas a su mejoramiento, sólo que la corrupción de la época, la debilidad  de los divididos estados italianos y las amenazas continúas del enemigo exterior, lo llevaron a ese Príncipe que podría dar realidad al sueño de redención de Italia. No podían escogerse muchos medios para lograr eses fines en esa época. Maquiavelo intentó hacer compatibles las condiciones de su tiempo con la naturaleza humana. Aún la religión -en él, un hombre religioso-  quedaba supeditada al Estado. Los instrumentos del poder se subordinan al principio desarrollado por Maquiavelo. “Ragione di stato”, razón de estado.

 La enigmática sonrisa de ….¿un aprendiz de brujo? Está más allá de la moralidad. Su estilo lapidario debe leerse en el contexto del objetivo que lo inspiraba: su generoso, ardiente, apasionado amor por Florencia. Su compilación de fórmulas y reglas cuasi-científicas logradas a partir de la reducción de acciones humanas comprendidas como motivos universales expresan un arte alejado de los escrúpulos morales: la política.

Es además, Maquiavelo, sin duda, uno de los fundadores de la filosofía de la historia, para entonces “un camino aún no trillado por el hombre”. Adelantándose a Vico, fue uno de los primeros que propuso los ciclos de la historia, basado en su principio de que la naturaleza humana no cambia.

Tal parece que las verdades que des-cubrió Maquiavelo fueron su mala estrella: en vida soportó la pobreza, la cárcel y la tortura; ya muerto se le atribuye la fundación de una doctrina que de manera evidente es anterior a él y que en realidad nada enseña a quienes llegaron después: el maquiavelismo.

¡Todo está permitido al que quiere y puede reinar!

Juan Fernando Romero Fuentes, Xalapa, Ver. 5 de mayo del 2014.



[i] Messere: título honorífico de jueces y jurisconsultos, aplicado también a personas ilustres.

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