lunes, 12 de mayo de 2014

Sobre unos Diálogos que siguen vigentes


 
 

 Marcelo Ramírez Ramírez

 

La afirmación: “no hay libro malo” es trivial y falsa; trivial porque reitera un lugar común aceptado como evidente; falsa aunque para justificarla se den razones que no conciernen ni a la relevancia del contenido, ni a la calidad literaria, sino más bien a la capacidad del lector para obtener un beneficio –sea cual sea-, de la lectura de un texto. Aceptando semejante criterio, no hay libros malos, ni en general cosas malas de ningún tipo, pues de todas ellas, si se toman como parte insoslayable de la existencia, podemos obtener lecciones positivas.  Eso aconseja la sabiduría antigua y podemos argumentar en favor de este punto de vista, que los seres humanos crecen como tales al encarar el dolor físico y moral y la certeza de la muerte, que es la posibilidad irrebasable de nuestra existencia, según afirma Martín Heidegger. Pero esto es llevar la cuestión demasiado lejos y no es el punto que nos interesa en el caso de los libros. En medio de la avalancha de mala literatura con que se halagan los apetitos del instinto, las obras auténticas, nacidas de una honda necesidad de comunicación, deben considerarse un aporte a los bienes intangibles de la cultura. En este sentido el libro, cada libro, cumple una función esencial, porque a través de lo que nos dice justifica su existencia, es decir, invita a sus lectores a pronunciarse de alguna manera. Si un libro merece este nombre, nunca nos dejará indiferentes; a partir de la lectura, surge el dialogo intersubjetivo del cual depende (pende) la comprensión de la obra, ya sea que ésta se refiera a un tema específico sobre el cual nos instruye, o bien nos invite, como obra literaria, al puro goce estético. También el lector puede, como acontece con los escritos de índole religiosa o filosófica, quedar emplazado a la toma de posición ante planteamientos relativos a los problemas últimos de la existencia.

 

Dicho lo anterior, se entiende el beneplácito con que hoy comento la obra “Diálogos en torno a la Educación y a la Política” de Reynaldo Ceballos Hernández. La primera edición fue auspiciada por la sección 56  del SNTE el año de dos mil tres, cuando se desempeñaba como Secretario General el maestro Homero Pólito. Estaba convencido este líder de la necesidad de promover la democracia sindical y uno de los medios para lograrlo consistía en estimular la discusión de los temas educativos, culturales y políticos en las filas del magisterio. Ignoro las razones por las que el proyecto no siguió adelante, quedando los Diálogos como único testimonio de una propuesta interesante que hoy se nos impone con fuerza aún mayor, por razones demasiado obvias para detenernos en ellas. La importancia intrínseca de los Diálogos, de acuerdo al común sentir de los miembros del Consejo editorial del Centro Regional de Educación Superior Paulo Freire, hacía necesaria una segunda edición, que por fortuna ha podido darse en el marco de los festejos del Décimo Aniversario de la Institución. La estatura intelectual y/o política de los entrevistados, garantiza un acercamiento serio y profundo a los temas de la educación y la política, analizados en el contexto histórico que los explica y en su relación, a veces sutil, con otros aspectos de la vida social y cultural. En esta obra, prologada por Javier Ortiz Aguilar, los diálogos deparan al lector la grata experiencia de escuchar (puesto que se trata de palabra hablada aunque transcrita en un texto), a ciertos actores de la política y la cultura, que expresan convicciones y compromisos, dos elementos que constituyen el ser mismo del intelectual y del político. En tales casos se puede coincidir o discrepar, pero siempre hay un aprendizaje.

 

            Permítame el lector una breve digresión. La palabra, pervertida por los intereses más crudos, es ahora también una mercancía; se puede comprar y vender como cualquier otra: se compran halagos y falsos reconocimientos para sí mismo o para los amigos y se pagan denuestos, agravios, descalificaciones y calumnias para el adversario. Encontrar la palabra verdadera es casi imposible en un mundo que todo lo relativiza, porque considera muerto el universal, es decir, las esencias estructuradas en una jerarquía coronada por el Absoluto, referente último y fundamento de los valores. En este caos, donde no existe asidero para lo estable y todo es fluido y cambiante, son muy pocos los que pueden dar testimonio de una búsqueda sincera de la verdad. Y en éstos, todavía es indispensable establecer grados, porque la veracidad siempre está contaminada por intereses, gustos, preferencias y otras cosas ajenas a la verdad. Pero al margen de tales consideraciones, se puede reconocer toda elaboración intelectual autentica cuando se está frente a ella; incluso en el mismo acto de disentir, reconocemos cuando alguien nos ofrece una posición asumida con responsabilidad. Como ya señalé antes, la palabra que nace de una convicción profunda, estimula y provoca o bien el asentimiento o bien una nueva toma de posición y aquello que se nos ofrece como verdadero queda integrado en una visión más alta. Es así como entiendo el dialogo: que como una relación dialéctica del lector con el autor.

 

            Diálogos en torno a la Educación y a la Política ofrece dieciséis entrevistas, que Reynaldo Ceballos Hernández hizo en diversos momentos y circunstancias a personajes como el pedagogo Ricardo Nervi, el profesor Ramón G. Bonfil, el filosofo Abelardo Villegas, el Arzobispo Sergio Obeso Rivera, el politólogo Fernando Vallespín Oña, el estadista Fidel Castro Ruz y otros. En algunos casos las entrevistas pudieron lograrse gracias a las circunstancias y a la audacia del entrevistador. La coincidencia de ambos factores, nos da la oportunidad de disfrutar la lectura de textos donde se hacen visibles diversos estilos de análisis y reflexión que, sin embargo, comparten la virtud común de enfocar las cuestiones con claridad y coherencia. En lo personal, algunas respuestas a preguntas incisivas de R.C.H. me han parecido demasiado pulcras, dadas con la intención de no rebasar los límites de la ortodoxia doctrinaria o de una óptica política asumidas como el marco dentro del cual ha de ser comprendida y explicada toda situación problemática. Aún así, en lo que se dice explícitamente y de lo que se guarda silencio, el lector puede hacer sus propios análisis y sacar las consecuencias que estime pertinentes.

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