lunes, 7 de marzo de 2011

Ni modo manito, aquí nos tocó vivir

Por Raúl Hernández Viveros

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
Francisco Gómez de Quevedo.

Desde hace algunas décadas, Carlos Monsiváis representó el papel del cronista  de la vida nacional. En los años sesenta comenzó a destacar entre la generación de medio siglo de las letras mexicanas. Dentro de aquel extraordinario  grupo de intelectuales integrado por Sergio Pitol, José Emilio Pacheco, Juan García Ponce, Margo Glantz, Juan Vicente Melo, y Salvador Elizondo, entre otros; la figura de Carlos Monsiváis brilló desde su figura de adolescente temible y provocador.
            Cada vez que lo invitábamos a la Universidad Veracruzana, sus improvisadas conferencias eran concurridas por un público verdaderamente intentando escuchar las palabras del pastor de la cultura en México. Su papel de redentor de la idiosincracia nacional resonaba en sus intervenciones públicas. Fue un provocador de las buenas conciencias que vino a despertar el letargo de la Revolución Mexicana.
            Aquella juventud necesitaba de un líder intelectual que les abriera el pensamiento para que la claridad de los acontecimientos internacionales iluminara las ideas efectivamente  transformadoras de la libertad democrática. Aquél periodo en que Carlos Monsiváis advirtió a sus ovejas descarriadas, las cuales se atrevían a sacar la nariz fuerza de huacal o del chiquero nacional, de las perversidades del sistema político mexicano.
Fueron los días de guardar, en que Carlos Monsiváis bautizó a la televisión mexicana como la “caja idiota”, porque advirtió el papel nefasto de la perversidad tendenciosa de los medios de comunicación. Por otro lado, definió la separación social de aquellos individuos que siempre permanecerán “in”, o estarán “out”, estar dentro era o la respuesta a continuar fuera, es decir alejarse del paraíso de la pirámide institucional y ser un abandonado por la burocracia y las becas. Sin medias tintas era la interpretación de pertenecer al sistema o proseguir contra las nefastas y envejecidas instituciones de México.
     De alguna manera, Carlos Monsiváis, desde su punto de vista  quevediano se  metamorfoseó en el “centinela de la República”, como Alfonso Reyes definió a Francisco Gómez de Quevedo. Fundó con sus observaciones críticas, otra forma de mirar  el desarrollo de México. Casi idéntica a las propuestas de José Revueltas, pero sin aceptar la ideología y la utopía. Sin reflexionar demasiado, Carlos Monsiváis escribió su propia y original utopía, como Quevedo lo propuso: “No hay tal lugar”.
Casi llegó a describir un país imaginario con sus mitos y leyendas. Intentó replantear el discurso oficialista de las cuentas alegres y el despilfarro del autoelogio. Dentro de la comicidad involuntaria de los políticos y funcionarios de la pirámide nacional, ubicó a cada uno de los Tlatoani que se transformaban en aves voraces de rapiña. Fue cuando Carlos Monsiváis satirizó la inmundicia de la corrupción.       
            Fue testigo de la Matanza de estudiantes en la Plaza de Tlatelolco, en 1968. Con el movimiento estudiantil de aquel año dio inicio el resquebrajamiento del sistema de un partido y su gobierno que ya no tuvo otra respuesta y otra salida que sacar al ejército de los cuarteles. Con esto se pudo legitimar el continuismo de la institucionalidad inmersa en la corrupción a todos los niveles, y al saqueo de lo que se denominaba “el cuerno de la abundancia”.
            Igualmente dicho espurio intento por falsificar la legitimidad, obtuvo la bendición de los medios de comunicación, en particular Televisiva acompañada de los representantes y altos jerarcas del clero mexicano. Este “milagro mexicano”, funcionó de materia prima en el análisis antropológico o con las reglas sociológicas con las cuales Carlos Monsiváis ensayó sobre la realidad mexicana.
            Durante décadas hizo trabajos críticos sobre la evolución del México contemporáneo. Desenmascaró a la fauna de políticos y jilgueros que cantaban los elogios hacia los informes sexenales, o aplaudían  las fantasías de proyectos culturales que hasta nuestros días están bajo la caridad institucional. Desde el estudio del cine mexicano hasta el análisis de los valores juveniles promovidos por los monopolios televisivos. Siempre lo mismo repetido hasta el lavado de cerebro de un mundo imaginario y tan terriblemente real como el corporativismo de las familias revolucionarias y conservadoras que luchan por devorar los últimos restos del pastel llamado México.
Carlos  Monsiváis predijo la guerra por el control político y económico que ha llevado a la crisis actual de ausencia de valores. Donde la educación pública  sufre el ahogamiento de sus recursos económicos. Un país que tuvo que recurrir a “la caída del sistema” para llevar a cabo el fraude electoral de 1988, escenario que volvió  a repetirse  en el 2006, nada más que con la protección de los monopolios de la televisión mexicana.
La profecía de Carlos Monsiváis sobre “la caja idiota”, sigue vigente al contemplarse cotidianamente el poder que tienen los dueños de las  televisoras. Al grado de que ya ni siquiera se requiere por Ley la presencia del Ministerio Público o de algún Juez, sino que a los inculpados se les lleva frente a las cámaras de Televisa en donde se realizan los interrogatorios públicos  y se fabrican a los nuevos ídolos populares, como modelos ejemplares hacia los millones de jóvenes desempleados en México.
O bien se utilizan las noticias como objeto de persecución política a los adversarios del partido en el gobierno. Esta caricatura de transición  democrática, que pudo  Carlos Monsiváis satirizarla y reírse de sus constantes tonterías en homenaje a otro ídolo popular: Cantinflas. El desfiguro talentoso de atreverse a expresar el humor involuntario de Fox: “A los narcos se les administra nunca se les ataca”.
El derrumbe del sistema político mexicano fue tema central de algunos ensayos de Carlos Monsiváis. En 1968 se presentó desde la aparición del ejército en las calles y avenidas de la capital de México, y tuvo el desenlace de más de mil jóvenes sacrificados, y otros cientos desaparecidos en el campo Marte. La historia fatalmente se repite frente al desperdicio banal de sexenios perdidos. Los gobiernos federales actuales vinieron a superar a las anteriores administraciones sexenales, con el aumento de la corrupción y de los altos niveles de pobreza.
Para legitimar las fraudulentas elecciones del 2006, se recurrió otra vez a sacar a las fuerzas armadas de los cuarteles. Ahora en todo el territorio nacional, resultó la mediocridad de la administración federal, que ha expuesto al desprestigio a uno de los pilares institucionales que todavía no había sido totalmente contaminado, y era respetado por los grupos sociales. Con las declaraciones del embajador de Estados Unidos en México, sobre de que hay corrupción entre los militares y por lo tanto los operativos contra el crimen organizado en ocasiones sólo se obtienen resultados negativos. Este tema hubiera sido el hilo conductor de algunos de los ensayos  y crónicas de Carlos Monsiváis.
Por mi madre, bohemios, hay que seguir como espectadores de la tragedia mexicana. Entre los telones del teatro nacional se escuchan las repercusiones infinitas de lo ilegítimo que va contra las instituciones que deberían estar dedicadas al respeto de las garantías individuales, al respeto de los derechos humanos, y a la defensa del marco constitucional de cualquier Estado de derecho, sin embargo, como repetía Carlos Monsiváis, como México no hay dos.
La simulación y la mentira reflejan el eje de la vida institucional. Al mismo tiempo prosigue la propuesta inventada hace varias décadas de que la figura del político es exactamente la de un Cantinflas. Decir palabras que digan todo lo contrario y al final no expresan nada. Ni siquiera el doble sentido sería capaz de advertir e interpretar la vaciedad de los discursos oficiales. Decir mucho y hablar horas significa no explicar nada porque al poder le interesa nada más el saqueo de las arcas que culminará con el fin de un proyecto Estado nación.
Lo asombroso y peculiar del drama mexicano es que ya nadie podrá salvarnos de esta situación de ineptitud, miedo, violencia y crisis moral. Falta de la seguridad jurídica, y nadie puede salvarnos porque el chavo del ocho se jubiló y televisa o el canal 13 con sus recientes engendros no logran más que la creación de payasos grotescos y travestis y seres amorfos que se dicen ser cómicos que los políticos y funcionarios.  Perfectas caricaturas de un México que pudo haber conocido en algún momento de su historia, el Estado de bienestar, justicia y el bien común que establecen las garantías constitucionales, pero, ni modo manito, como escribió Carlos Fuentes aquí nos tocó vivir…  

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