lunes, 7 de marzo de 2011

Tecnologías de la información y experiencias directas

Samuel Nepomuceno Limón

El científico trabaja con conjuntos de informaciones, las que para su manejo y estudio son reducidas a meras series de datos. Estos pueden provenir de la propia observación y la experimentación, o bien de reportes o informes de investigaciones realizadas por otros estudiosos de la realidad.
   En las clases de ciencias, los estudiantes trabajan igualmente con datos. El docente lleva a cabo diversas acciones que permiten a los muchachos entrar en contacto con los contenidos y los procedimientos que tanto el uno como los otros ejecutan con miras a la retención y aplicación de la información manejada en la clase. En algunos casos, cuando se presenta la oportunidad, los estudiantes observan directamente algunos fenómenos en el taller o laboratorio de la escuela, donde se posibilita el desarrollo de habilidades que más tarde podrían ser de utilidad cuando ellos deban buscar su inclusión en las tareas productivas o de servicios.
   Las computadoras, como parte de las actualmente denominadas tecnologías de la información y comunicación (cuya abreviatura en español debía ser TTIC en vista de la pluralización de su primer vocablo), se han convertido en grandes dispensadoras informativas. Con ello se suman a la actividad de libros, periódicos, revistas, televisión, etcétera, así como a la que habitualmente se halla a cargo del hogar y las escuelas. En última instancia, la información que logre poseer un sujeto permite a éste describir y comprender su entorno, así como buscar la manera de influir en él para la satisfacción de sus necesidades.
   En cierta forma, las tecnologías que facilitan la obtención de información han estado presentes en el aula desde hace mucho tiempo, sólo que en sus formas más primitivas, tanto, que en su época a nadie se le hubiera ocurrido considerarlas como tecnologías. El tradicional pizarrón, en su modalidad pública, al frente del aula, o en su presentación personal, como pizarra, que en algunos países más pobres que el nuestro sustituye a los cuadernos de los niños, facilita la representación de las ideas, ya sea en su forma más sintética, a través de las palabras, o bien de los gráficos diversos que alumnos y docente trazan en ellos con el gis. El empleo del pizarrón permitió la presentación de imágenes cuando no era fácil que los libros incluyesen ilustraciones. Mapas, láminas de dibujos anatómicos, estampas de escenas históricas, fotografías de otros lugares abrieron una ventana al exterior por la que se extendía la mirada de los escolares hacia parajes y ambientes, inaccesibles en otras formas. La voz misma del maestro era un medio dispensador de información, cuando antes de la clase debía preparar ésta en su libro de texto para presentar después el contenido ante el grupo y buscar la forma de que fuera asimilado.
   En la actualidad el avance de la tecnología pone a disposición de quien quiera entrar en contacto con la comunicación una serie de nuevas opciones. En el aprendizaje de los pilotos de aviones caza, por ejemplo, o más domésticamente, en la capacitación de conductores de autobús, es común recurrir al empleo de simuladores. Una pequeña sala en tierra, equipada como si fuera la cabina de un avión supersónico, con prácticamente todos los dispositivos de una cabina real, permite a los aprendices seguir su carpeta de instrucciones sin poner en riesgo su propia vida ni la integridad de la aeronave. Igualmente, la cabina simulada de un autobús o un transporte pesado. Tiene volante, tablero, palancas de velocidades, pedales, botones, así como ventanillas suplidas por pantallas. El conductor que está siendo capacitado actúa exactamente como si lo hiciera en carretera, con todos sus riesgos, en este caso, sólo virtuales. Por otra parte, en el campo de los videojuegos existen dispositivos en los que el movimiento de una raqueta o de un control manipulable conectado a un controlador permite al jugador la realización de movimientos como si se estuviese en el centro de una cancha u otro posible escenario. En otros casos, hay dispositivos que incluyen visores, guantes, entre otros objetos, que permiten al sujeto que los usa ver y escuchar los efectos de los movimientos que realiza, como el lanzamiento y rebote de una pelota sobre la pared de una cancha. Este último caso pertenece a la realidad virtual. El sujeto percibe y actúa como si estuviese colocado en la realidad del juego. Puede ver, oír, tocar a través de objetos especialmente diseñados para ello.
   Las pinturas rupestres, como las de Altamira, en España, han dejado constancias de la necesidad de la comunicación aun antes de la aparición de la escritura. El imperio de las letras, impulsado de manera importante a partir de la invención de la imprenta, en la actualidad ha cedido amplios espacios a lo audiovisual y a la inclusión de la imagen como medio de comunicación.
   En cierta forma, las pantallas de computadora dentro del aula son una expresión del viejo pizarrón. Son para mostrar, para enseñar, para traer ideas al salón de clases, venidas del exterior.
   Por otra parte, las llamadas en la actualidad tecnologías de la información y la comunicación, como el agregado de varios medios y contenidos en una sola expresión, están siendo colocadas en el centro del tapete de las discusiones. Por lo que concierne al aula, decíamos líneas arriba que podemos situarlas en una línea temporal que tiene en el extremo opuesto la sola voz del maestro de escuela, quien en el pasado se encargaba de proporcionar la información cuando no estaba generalizado el uso de libros de texto. (Con todo, aunque ya no con la misma importancia de antes como fuente informativa, la palabra del maestro continúa vigente en su papel de coordinadora de las experiencias de aprendizaje y de la estructuración, síntesis y revisión de las evidencias de aprendizaje. En esencia, la labor comunicativa, si bien ya no informativa, del maestro de escuela no ha desmerecido en su función.)
   Con la introducción de la computadora en el aula, acompañada por el manejo de numeroso y variado software didáctico, la información disponible para los estudiantes está quedando reducida a la expresión proposicional, es decir, por medio de oraciones gramaticales, auxiliada por la expresión gráfica. En un software, por ejemplo, aparecen representados algunos elementos químicos. Al ser tomado uno de ellos con el cursor, es posible transportarlo a otro sitio donde se localizan otros. Al entrar en contacto aquél con uno de éstos, aparece en pantalla la representación de una reacción química simulada convenientemente, digamos, con desprendimiento de calor, luminosidad, vapores u otra manifestación. A continuación aparece el nombre o símbolo del compuesto resultante. En una primera instancia, podría pensarse que resulta equivalente provocar reacciones químicas simuladas que hacerlo físicamente sobre la mesa de un laboratorio, pues en términos generales el estudiante ha sido informado de los elementos participantes, el tipo de reacción provocada y el compuesto resultante. En otro sentido, hay que reconocer que se trata de dos experiencias distintas. En un primer entorno, toda la actividad se reduce al movimiento de mano y brazo para conducir al ratón de la computadora. En el otro, a la manipulación real de vasos de precipitado, tubos de ensaye o cápsulas de porcelana, goteros, pinzas o espátulas, así como la presencia real de las sustancias mismas. Para señalar mejor la diferencia entre ambos momentos bastaría con hacer referencia a las medidas de seguridad que habría que tomar en consideración, según el caso. Es como cuando un conductor de auto en un juego de video colisiona contra otro vehículo o vuelca en una curva. Por más que la pantalla y los altavoces ofrezcan efectos especiales de imágenes y sonidos éstos no son comparables con la situación real del caso.
   Los simuladores ofrecen la oportunidad de trabajar con datos, con lo cual en cierta forma se equipara, muy sintéticamente, con la información que obtiene el estudiante en el laboratorio.
   Dice Manuel Martínez Morales en su artículo El oficio científico (Diario de Xalapa, 06/01/2011) que el investigador no trabaja con hechos, sino con datos, que son la representación de algún aspecto de un hecho. Es cierto, pues buena parte de los descubrimientos físicos, astronómicos, biológicos o de algunas ramas de la ciencias sociales se producen con base en la información que el investigador es capaz de agenciarse. La otra parte, la práctica directa en el taller o el laboratorio también proporciona datos, quizá por un camino menos directo, pues han de pasar por la fase de la evidencia física y factual.
   Las palabras, los nombres, los datos son representaciones. De ninguna forma podría decirse que son equivalentes a los hechos de la realidad. El investigador observa y experimenta con los hechos y las propiedades de la naturaleza, transforma el resultado en datos, y después trabaja con ellos. Realidad y datos constituyen dos planos distintos, en los que se da en diferente modo la participación de los sujetos.
   Desconocemos aún el alcance de los procedimientos educativos que tienen lugar exclusivamente a partir del manejo de la información disponible, la que ha sido hallada en otro lugar y otro momento por otras personas. Pero es de aceptarse que hacen falta investigadores, descubridores o constructores de datos que pueden resultar muy útiles para los otros investigadores, quienes se encargan de organizar la información. Llegamos así a dos viejas ramas de los buscadores de conocimientos: los que descubren los datos básicos, enfundados en sus batas de laboratorio y trabajando entre microscopios, telescopios o computadoras, y los que se encargan de sistematizar dicha información, y ponerla así en condiciones de ser empleada para hallar nuevos conocimientos. Y es verdad que entre éstos se dan también los descubrimientos. Alexis Bouvard (en 1821), John Couch Adams (1843) y Urbain Le Verrier (1846), por ejemplo, no necesitaron estar escudriñando el cielo para observar que Urano tenía un comportamiento irregular. Apoyados en el estudio o planteamiento de fórmulas matemáticas llegaron a la conclusión, por separado, de que allí debía de haber otro cuerpo celeste. Nada hay, decían los astrónomos. Sigan buscando, proponían los teóricos. Y al fin, ahí estaba el cuerpo que después recibiría el nombre de Neptuno, propuesto por el propio Le Verrier.
   Bueno sería que en el aula se buscase iniciar la formación inicial de quienes mañana podrían llegar a ser mujeres y hombres de ciencia básica, de laboratorio, y a la vez de quienes sistematicen datos e informaciones con instrumentos como la lógica y la computadora. En ambas vías hay una dimensión personal, desarrollada en una sobre lo práctico, lo experimental, con los riesgos que eso conlleva y, en la otra, sobre el procesamiento de la información, que también brinda satisfacción y utilidad. ¿Cabría aquí una valoración sobre si una u otra senda es mejor?  Las dos generan conocimientos, que en un primer momento producen satisfacción personal, y pueden ser puestos a disposición de los demás.
   ¿Se cuenta en la escuela con laboratorios, talleres, espacios para la práctica y la investigación directa? En caso afirmativo, ello marcaría un camino. ¿No se cuenta con las condiciones necesarias? Entonces el derrotero pudiera ser el otro. Lo importante es avanzar. Por ambos caminos transita la ciencia. Con todo, valdría la pena no apostar sólo por el manejo de información, en vez de preparar también para su producción experimental. Incluso convendría analizar esta situación de los dos caminos y no privilegiar el fomento de las TTIC sólo porque su aplicación resulte más económica que dotar a las escuelas de laboratorios y talleres y proporcionarles mantenimiento.
   En el camino del desarrollo tanto para la observación y el descubrimiento como para el solo manejo de datos, parece conveniente que en una primera instancia se ofrezca la oportunidad a todos los niños para desarrollar sus habilidades básicas, esto es, las de orden físico, motor, de ejecución en las que intervenga el mayor número de órganos sensoriales. Ello implica la realización de prácticas en el patio de juegos, la cancha deportiva, el aula, el laboratorio, el taller o en sus equivalentes físicos. Debiera considerarse el acceso a tal oportunidad como un derecho natural perteneciente a todos los niños y los adolescentes, en tanto cursan por la escuela primaria y secundaria.
   Igualmente, a fin de prepararlos para su inserción en las prácticas comunicativas y de iniciar dicha introducción, los escolares han de desarrollar sus cuatro habilidades lingüísticas básicas con la mayor amplitud posible, a lo largo y ancho del currículo escolar. Sí, entender lo que se escucha, expresarse oralmente, comprender lo que se lee y escribir con claridad debieran funcionar como ejes transversales entre las asignaturas, y verticales entre los niveles escolares, como una necesidad de tipo humano. No hay que desestimar el papel de las actividades de teatro, escenificación (con inclusión de la mímica), dramatización, ni el de la oratoria, que tanto contribuyen a la facilidad para la comunicación. Una persona más apta para la comunicación está más dispuesta para el trabajo colaborativo que requieren las prácticas que constituyen el tema del presente documento.
   A partir de ejercicios de lectura y escritura es posible empezar a prestar atención al mensaje contenido en los textos. Ello conduce a una serie de habilidades: las del tratamiento del texto, que paulatinamente deviene en tratamiento de la información. Es probablemente en los últimos grados de la escuela primaria donde se posibilita el comienzo del manejo de la síntesis, el resumen, los cuadros sinópticos, esquemas, diagramas; el manejo de instructivos, diccionarios de sinónimos y conjugación, entre otros. Ya en la secundaria, podría recurrirse al empleo de manuales de diversa clase, empezando con los de fórmulas geométricas, y después de otros asuntos, como una manera de tomar contacto con el vocabulario técnico. Poco a poco se abre el abanico de posibilidades para iniciar el énfasis en el contenido de la información que se recibe y en la continuación del ejercicio de las habilidades lingüísticas básicas para una comunicación cada vez más eficaz.
   Sobre el empleo de las llamadas tecnologías de la información y la comunicación ya existe abundante bibliografía, pues este asunto, como el de las competencias, ha sido puesto de moda en ese nuevo campo de actividad, aún sin nombre, surgido por la intersección de las ciencias de la educación y las ciencias del mercado.

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