viernes, 30 de junio de 2017

La herencia de la Conquista


Gilberto Nieto Aguilar
Quien pretenda hacer una seria investigación sobre la cultura mexicana, se encontrará ante un campo lleno de vaguedades. Samuel Ramos
La conquista de México por los españoles es un hecho irrefutable del pasado, algo que sucedió y que forma parte de nuestro legado cultural, para bien y para mal, aquí y ahora. En el periodo de conquista hubo violencia, incomprensión de la cultura conquistada, agresiones innecesarias, malos tratos, explotación y marginación de los grupos indígenas como producto del acto conquistador, donde la desigualdad, el dominio de la fuerza y la falta de diálogo eran los principales componentes.
No podemos adornar un hecho que se derivó de la ambición y la avaricia, y por lo tanto, el resultado no es el que hubiésemos deseado. La soldadesca ni venía a admirar y comprender nuestra cultura ni tenía la preparación suficiente para hacerlo. América, para ellos, era un botín de guerra. Tampoco podemos juzgar otras condiciones para los trescientos años que duró el Virreinato, porque la propia España estuvo hundida en un atraso cultural, político y social durante ese mismo periodo.
Como en todo hecho de dominio, existen consecuencias positivas y negativas. Una consecuencia de esa conquista es que ahora compartimos la lengua, la religión y una cierta manera de ser, ésta última muy criticada al grado que Sarmiento dijo: «¡El mal lo llevamos dentro! Los hispanoamericanos no somos sino herederos de todos los defectos de la raza española».
Con todo respeto para el eminente escritor y estadista argentino, esto último merece una revisión más detenida. No todo puede ser defectos. La constitución mental que nos ha legado este pasaje histórico es la del mestizo, la del temperamento latino. Los hechos adquieren rango histórico cuando aparecen determinados por una profunda necesidad de continuidad social: la identidad, que una vez adquirida puede gustar o no. Entonces queda la posibilidad siempre abierta para ser modificada tras el ideal social que desea un pueblo o una nación.
Esto implica responsabilidad personal dentro de un marco de compromiso social: qué queremos ser y cómo buscamos proyectarnos, cómo podemos cambiar el ambiente social en que vivimos, si es que no nos agrada. El inconsciente psicológico no debe amarrarse al determinismo: «somos así por nuestra herencia cultural», porque suena más bien a pretexto e incapacidad.
La sentencia de que la conducta o comportamiento, la idea de la vida y el éxito o fracaso personal dependen de la familia o de las condiciones que se viven en la infancia, es una suposición angustiante, un determinismo que niega la libertad del desarrollo humano, una creencia de dependencia concebida en la mente de cada quien, aceptada o rechazada. Igual ocurre con una nación, con una sociedad, con efectos y consecuencias peores en el macro universo.
En la discusión sobre si la naturaleza (composición genética) o la educación (entorno) son los responsables del éxito en la vida, olvidan el factor personal que cada quien construye sobre su concepción del mundo y de la vida conforme va creciendo y desarrollándose. Es indudable que todo contribuye, pero la reflexión final corresponde a la persona bajo un proceso que a algunos puede parecerles difícil e incomprensible a pesar de realizarse, en buena medida, en forma espontánea. 
La herencia deja un margen para cambios, apoyados en las condiciones del entorno y la forma que la persona aprendió por sí misma a interpretar la vida y concebir el mundo que le rodea. Hoy, con tanta juventud y adolescencia que caminan confundidos, esto adquiere una relevancia vital. En las generaciones nacidas en los sesenta y setenta, se documentó una estrecha relación entre autoestima baja y problemas de violencia, alcoholismo, consumo de drogas, trastornos alimentarios, deserción y fracaso escolar, embarazos en adolescentes, suicido y otros [Reasoner, R. (2000), “The true meaning of self-esteem”]. 
Además del sesgo que esto propició en los siguientes modelos de crianza y educacionales, no debemos olvidar que el escenario siempre guarda una esperanza para aquellos que quieren emprender una real transformación. México necesita, como nación, que las personas y la sociedad se perfeccionen, y no podemos amarrarnos a un supuesto determinismo en lugar de buscar vías, formas, métodos, estilos de ser y pensar que señalen los errores, marquen lo que debe prevalecer y el sentido en que debemos caminar.  

gilnieto2012@gmail.com

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