miércoles, 12 de febrero de 2014

Las estrategias de y ante la oposición


 

Gilberto Nieto Aguilar

El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE), define a la oposición (del latín oppositĭo, -ōnis), como la acción y efecto de oponer u oponerse; contrariedad, antagonismo o resistencia entre dos cosas, o bien a lo que alguien hace o dice. En política, al conjunto de grupos o partidos que en un país se oponen a la política del Gobierno; en los Congresos, a la minoría que habitualmente impugna las actuaciones del Régimen; a cada uno de los cuerpos deliberantes, o de los sectores de la opinión pública adversos al poder establecido.

Básicamente “oposición” es un tipo de “conducta” o de “comportamiento”, en el mejor de los casos ideológico, cuya formalización en las instituciones y en los sistemas políticos ha tenido lugar junto al desarrollo del parlamentarismo y de los partidos políticos. Por oposición también podemos entender todo grupo organizado que intenta influir sobre las decisiones del gobierno sin buscar, forzosamente, ejercer los poderes formales o defender los intereses de una generalidad de la población.

En los casos más comunes, tratan de obtener privilegios especiales para sus guías y sus miembros, buscan obtener algún provecho particular y a veces terminan lucrando a costa de sus seguidores, en una especie de acuerdo no escrito y perverso con el “sistema político” y las autoridades en turno, en un juego de intereses dispersos y turbios. Cabe preguntarse qué tipo de grupo protesta, que ideología maneja, a qué se opone, qué tácticas de lucha emplea, por qué medios y estrategias pretende conseguir sus demandas o hacer valer sus opiniones y derechos, qué tanta seriedad hay en sus argumentos, etcétera.

La pregunta que en el tiempo ha sido formulada sobre cómo se construye una sociedad justa, ha encontrado una variedad de respuestas desde las que se han elaborado un conjunto de teorías que intentan explicar cómo los criterios sostenidos por unos y otros expertos toman forma en el desempeño y comportamiento de la estructura básica de la sociedad.

Robert Nozick, en Anarquía, Estado y utopía, considera indiscutible que los individuos tienen derechos, pero no puede dejarse de lado que también contraen obligaciones en el ejercicio de la ciudadanía. Hay cosas que a ninguna persona o grupo está permitido hacer al reclamar supuestas violaciones a su esfera jurídica personal, como es la acción de atropellar y agraviar derechos de terceros.

Una frase popular lo define: el derecho de unos termina cuando comienza el de otros, pues el entramado legislativo pretende construir y preservar una sociedad justa dentro de un estado de derecho y con una aplicabilidad legal que garantice la certeza jurídica. ¿Qué es, entonces, lo que las teorías de la justicia regulan? Según el profesor noruego Jon Elster una primera respuesta aproximada es: el sistema de libertades y obligaciones y la distribución de los ingresos. Con diversos enfoques, varias de las teorías coincide con este planteamiento.

Es necesario aclarar –dice José Francisco Caballero– que al hablar de la distribución de los ingresos nos referimos tanto a la distribución directa de los impuestos, transferencias y subsidios, como a la distribución de los ingresos que se generan por los recursos productivos o los que se fundan en el consumo de artículos o bienes personales (bienes materiales, servicios, respeto por uno mismo, bienestar, conocimiento, salud, aptitudes mentales o físicas, recreación, etcétera).

John Rawls, en su obra Teoría de la Justicia, plantea que el objetivo es combatir y superar el utilitarismo y propone la idea de que cuando las instituciones más importantes de la sociedad están dispuestas de tal modo que obtienen el mayor equilibrio neto de satisfacción distribuido entre todos los individuos pertenecientes a ella, entonces la sociedad está correctamente ordenada y es justa.

Rawls se propone jugar un papel esclarecedor, crítico y orientador de nuestro sentido de justicia. El sentido de justicia es definido como la capacidad moral que tenemos para juzgar cosas como justas, apoyar esos juicios en razones, actuar de acuerdo con ellos y desear o disponer que otros actúen de igual modo. Para Rawls, la sociedad es una asociación más o menos autosuficiente de personas que en sus relaciones reconocen ciertas reglas de conducta como obligatorias y que en su mayoría actúan de acuerdo con ellas.

Una sociedad no justa sufre de continuo disturbios y protestas. En los actos de protesta, los manifestantes actúan como si sólo su punto de vista importaran por sobre la sociedad en que viven, alterando notablemente el Estado de Derecho. Entonces los actos de protesta se convierten en una perturbación de la vida pública y una relajación de la autoridad que puede llevar al caos como orden jurídico. Cabe preguntarnos: ¿Qué espacio dejan al Estado los derechos individuales? La naturaleza del Estado, sus funciones legítimas y sus justificaciones, si las hay, constituyen una amplia y múltiple variedad de asuntos que se entrelazan para tratar de entender esta cuestión.

El gobierno debe crear espacios efectivos de consulta para conocer la opinión de los gobernados y conducir sus acciones por un mejor cauce, sobre todo cuando el poder legislativo no tiene una cultura política de responder a los intereses del ciudadano elector. Pero ocurre que, en un sistema autoritario como el nuestro, para controlar los procesos del disturbio, el gobierno recurre al choque frontal o a la guerra entre contrarios, al milenario "divide y vencerás” de los romanos.

Los sublevados son entonces manipulados hacia fines muy distintos a la intención que los mueve en la protesta inicial, con el peligro de que sus acciones salgan del control de todos los implicados y la revuelta alcance grandes proporciones, caiga en la anarquía irracional y provoque un desorden político, un conflicto institucional o una crisis social que lleve a la ingobernabilidad. 

Los grupos de oposición y de presión pueden contribuir a la “búsqueda de la racionalidad” (Graeme C. Moodie y Gerald Studdert-Kennedy, “Opiniones, públicos y grupos de presión”, FCE) y empleando una metáfora popular, servir como los indicadores más claros de “dónde aprieta el zapato”. De sus estrategias dependen en buena parte su influencia y su “status”, y la capacidad para oponerse exitosamente al gobierno en turno.

Sin embargo, en estos juegos donde falta información veraz y conciencia de una lucha honesta, en algún momento aparecen engañados y engañadores, abusados y abusivos, vividores y necesitados, pedigüeños y gentes sin escrúpulos. Son caldos de cultivo excesivamente condimentado por malas hierbas del camino que no pueden terminar en un suculento platillo, ante necesidades de certeza jurídica y seguridad social, ante la falta de trabajo y la oferta tan grande de violencia. Detener a tiempo el monstruo que crece, es la encrucijada que se plantea a quienes tienen la obligación de responder a estas exigencias fundadas o infundadas.

gilnieto2012@gmail.com

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