jueves, 19 de enero de 2012

Hallazgos El hombre del clavel verde

por Olga Fernández Alejandre* No hay libros morales ni inmorales. Los libros están bien escritos o no lo están. Oscar Wilde. El largo periodo, que manejó los destinos de Inglaterra la reina Victoria, marcaron una época de desarrollo industrial, bienestar y poderío; aunado a una moral hipócrita y burguesa. Asimismo, también fue marcada por el romanticismo literario; en su afán por establecer un código de valores morales se alzaron algunas voces. Sobretodo en la segunda mitad del siglo XIX, que ponían en tela de juicio el conformismo victoriano. Una que se propuso desafiar a la sociedad establecida, y cimbrar sus cimientos más profundos, sin duda y quizá la más escandalosa de finales de esa época, fue la del irlandés Oscar Fingal O’Flahertie Wills Wilde. Nació el 15 de octubre de 1856 en Dublín, (Irlanda) en ese tiempo pertenecía todo el país a Inglaterra. Su padre Sir William Wilde, era un reconocido oftalmólogo. Hasta fue condecorado por el rey de Suecia. Era muy aficionado a la buena literatura y famoso por sus aventuras amorosas de las que hacía gala. La madre Jane Francesca Elgee era muy culta y extravagante para su tiempo, incluso publicó en el periódico “Nation” con el seudónimo de Speranza, poemas y artículos virulentos de política. Le gustaba llamar la atención y ostentar su carencia de escrúpulos morales. Cuando él nació, su madre quería una mujer, por lo que durante sus primeros años lo vistió de niña. El salón de los Wilde era el más visitado de toda la ciudad y era de buen tono hablar crudamente, beber mucho y no asombrarse de nada. En este ambiente de lujo y costumbres relajadas creció Oscar; por lo que desde niño, alimentó un profundo desdén por lo vulgar, y cotidiano. Esta actitud lo llevó a afrontar todo, hasta sus errores y vicios más secretos, sin calcular la reputación que tal actitud le daría en la vida. En 1874 estudió en la universidad de Dublín para luego ir a Oxford. A pesar de lo indisciplinado que era, ejerció mucha influencia en los demás, consiguiendo lo que siempre había deseado, que las personas hablaran de él con extrañeza, pero a la vez con admiración. Uno de sus maestros Walter Peter (1839-1894) quería fundir la tradición hedonista con la cristiana, uno de los más entusiastas fue Wilde; apropiándose de dicha teoría. Claro que esta actitud trajo consigo la gran antipatía que muchos de sus compañeros sentían por él. Además, si le agregamos su forma estrambótica de vestir, usando pantalones de montar de terciopelo, medias de seda, pelo largo, un bastón cuya empuñadura estaba recamada de piedras preciosas, un foulard, (bufanda de seda), y flor en la solapa. Pronto logró rodearse de personas sensibles a su plática brillante, a sus atuendos estrafalarios y sobre todo a su carácter cambiante. Tanto que fue ridiculizado en la revista satírica “Punch” y en la ópera cómica de Gilberth y Sullivan “Patience”. Para no decir su nombre, lo llamaron “El hombre del clavel verde”; apodo que se le quedó. A pesar de su forma de ser: su enorme talento se impuso, su lengua mordaz, y su gran ingenio. En 1877 murió su padre y el dinero de la herencia se lo gastó en un viaje a Italia y Grecia agotándola toda y viviendo a lo grande. Por primera vez enfrentó a lo que tanto detestaba ser pobre; pues se le hacía ingrato e incómodo. Su madre se tuvo que ir a vivir a Londres con una pensión muy pequeña, y obligada a reducir los gastos y arrastrar una vida modesta. Este periodo fue significativo en su vida ganando el premio Newdigate por su poema “Ravenna”. Igualmente por su trabajo sobre poetas griegos, la medalla de oro Berkeley. Comienza para el escritor una época de triunfo. Su talento le hizo ganar admiradores. Su primera obra teatral “Vera y los Nihilistas”. Se representó por primera vez en New York. Se tuvo que ir a América donde estuvo un año de gira dando conferencias. Después de regresar de Estados Unidos conoció a Constance Lloyd una mujer acaudalada con la que se casó, y tuvieron dos hijos. Parecía que el matrimonio lo había asentado, pues estuvo trabajando como redactor jefe de la revista “The Women’s World”. Al darse cuenta que ya tenía treinta años comenzó a escribir seriamente, pues nadie lo creía capacitado. En 1888 salen los libros de cuentos para niños: “El Príncipe feliz” y, “El fantasma de Canterville”, dedicado a sus hijos; para 1891 salieron sus dos novelas más conocidas. “El crimen de Lord Arturo Saville” y “El retrato de Dorian Gray”, en especial esta novela, pone en tela de juicio la decadencia moral de una sociedad. A pesar de su final asombroso fue alabada por sus admiradores, no así, por sus detractores, ya que Wilde defiende su lucha de la degradación moral. Sin embargo los críticos de su tiempo lo consideraron siempre una persona inmoral y sin prejuicios. A partir de 1892 su gusto por las charlas ingeniosas y las frases increíbles, le llevó a investigar, adecuar e incorporar, este lenguaje a la comedia. Como por ejemplo la obra teatral “El Abanico de Lady Windermere”, esta pieza teatral; tiene la moraleja común de la época, “Las mujeres respetables valen menos que los dolores de cabeza que habitualmente causan”. Por supuesto cabe decir que sus comedias son de tipo costumbristas. Un autor que en sus obras supo exaltar las virtudes del esteticismo, pero a la vez criticó lo timorato de una sociedad de doble moral. Consolidándose con las siguientes representaciones: “La importancia de Llamarse Ernesto”, (dedicado según sus conocidos, a su gran amor Lord Alfred Douglas), obra que dejó al público deslumbrado, por su ingenio y lo admirable de su realización. Le siguieron: “Un marido Ideal y una mujer sin Importancia”. Fue cuando comenzó a ser verdaderamente conocido. Textos que han hecho considerar a Oscar el precursor de las fórmulas y bases del teatro moderno. Después de estos éxitos vuelve a salir a flote su exhibicionismo y extravagancia; llevando una vida disipada de libertinaje; donde su homosexualismo lo llevó a un final devastador. Pues se había hecho insoportablemente vanidoso al no aceptar ninguna crítica. Alguien dijo una vez: “Oscar no tiene enemigos pero fue detestado cordialmente por sus amigos”. Entre febrero de 1892 y febrero de 1895 fue quizá su mejor producción, forjó comedias de mediano éxito y una pieza en un acto escrita en francés, especialmente para Sarah Bernhardt “Salomé” que nunca escenificó porque la crítica y censura inglesa la prohibió por representarla con personajes de la Biblia. El disgusto e incomodidad que la sociedad londinense tenía hacía Oscar Wilde, culminó en una pelea seguida de un litigió entre el escritor y el marqués de Queensberry a causa de las relaciones de su hijo Alfred Douglas con Oscar, acusándolo de difamación y calumnias. Causó tanto revuelo que fue llamado el proceso judicial del siglo. En ese tiempo, se separa su esposa de él; y su conducta llama más la atención. Ella cambió su nombre; lo mismo hizo su hijo Vyvyan por el apellido Holland, debido a la vergüenza que sentían. El 3 de abril de 1895 se presentó en el tribunal con una confianza ciega, aun sabiendo que toda la opinión pública estaba en su contra. Durante los interrogatorios exhaustivos a que fue sometido, conservó una actitud soberbia y altanera. Como por ejemplo cuando le presentaron una carta que él había escrito al hijo del marqués; al preguntarle el juez: “¿Reconoce usted que es inmoral?, contestó con desdén: “Es mucho peor. Está mal escrita”. El proceso tardó varios días para finalmente ser condenado por sodomía y declarado culpable con dos años de trabajos forzados. Fue la más terrible humillación a su ego, cayendo en el descrédito y la ruina. Mofándose de él mismo afirmó: “¿Queréis conocer el fenomenal drama de mi vida? He depositado mi genio en la existencia, y he puesto sólo los talentos en mis obras.” En la cárcel escribió una carta muy reveladora a Bosie como le decía de cariño a Lord Douglas, “De Profundis” es una misiva de arrepentimiento. Aunque algunos críticos aseguran que es una explosión sentimental muy poco sincera. En cambio “La Balada de la cárcel de Reading”, es uno de sus poemas más poderosos. Ya que retrata la dureza de la vida carcelaria. Al cumplir su condena y dejar la cárcel en 1897, por voluntad propia se exilió en París (Francia), donde se dedicó a beber. Una de sus famosas e ingeniosas frases antes de morir fue: “Me estoy muriendo por encima de mis recursos”. El 30 de noviembre de 1900 murió abandonado de todos y en la miseria. Sus restos reposan en el cementerio del padre Le Chaise, bajo el nombre de Sebastian Melmoth. Durante mucho tiempo el nombre de Oscar Wilde llevó el estigma impuesto por la rígida sociedad victoriana, sin que su nombre se escuchara. Hoy en día se cree sirvió de chivo expiatorio de esa sociedad puritana y gazmoña que determinó el borrar su nombre. Tan es así que “La importancia de llamarse Ernesto”, después de su fallecimiento seguía en cartelera como de autor anónimo. El director teatral Max Reinhardt en 1903 pone en escena la obra “Salomé” en Berlín, (Alemania), con un gran éxito. El compositor Richard Strauss junto con el libretista Hedwig Lachmann la hacen ópera (1905) consagrando su nombre. De pronto su vida, sus obras teatrales, memorias, ensayos, poemas, cuentos y novelas tuvieron una relevancia extraordinaria. En la actualidad Wilde ocupa con justicia una posición notable en la literatura como crítico, narrador, novelista, ensayista, poeta y dramaturgo. Las personas de su tiempo no vieron su valía, sino únicamente, un ser amanerado, audaz, excéntrico, de vestimenta rara, de plática mordaz, y frases ingeniosas; por eso podemos asegurar: sus inspirados trabajos siguen teniendo una validez universal. titama43@hotmail.com

2 comentarios:

Velvet dijo...

Uff buenisima reseña

Viajes Buenos!

Unknown dijo...

Magnifica.