jueves, 19 de enero de 2012

La inflamación.

Por: Benito Carmona Grajales a. Definición. El diccionario de medicina la define: “inflamación. Del lat. in, en y flamma, llama. Reacción de un tejido al contacto de un agente patógeno. Se caracteriza por los cuatro signos cardinales locales: dolor, enrojecimiento, calor, tumefacción; y por reacciones generales: fiebre, abatimiento, cefalea y trastornos digestivos”. En todo momento el organismo está recibiendo agentes patógenos de los que se está defendiendo gracias al sistema inmunológico y aquí, precisamente, opera la inflamación como un mecanismo de defensa. Si el organismo está sano, la inflamación desaparece inmediatamente; pero, si hay deficiencias, una inflamación puede transformarse en una alteración crónica que desencadena en enfermedades. Casi todas las enfermedades que se caracterizan por la inflamación llevan en su nombre la terminación itis, como colitis, gastroenteritis, sinusitis, etc. También, si no apartamos del cuerpo algún agente que lo ataque constantemente, el sistema puede fallar y aparecer un estado patológico; tal es el caso del fumador que continuamente le envía toxinas al organismo. La inflamación es un mecanismo de defensa; pero no hay que abusar de su poder, porque se cansa o se altera convirtiéndose en nuestro enemigo. Por eso es recomendable vivir en un ambiente sano. El doctor David Servan nos dice en su libro Anticáncer, que “cuando una lesión afecta a un tejido (golpe, corte, quemadura, veneno, infección), el factor de crecimiento derivado de las plaquetas, alerta a los glóbulos blancos y éstos producen sustancias transmisoras: Las citoquinas, quimioquinas, prostaglandinas, leucotrienos y tromboxanos que orquestan el proceso de reparación”. Para que esto ocurra los vasos se dilatan facilitando el transporte de más células del sistema inmunológico que tratarán de restablecer el tejido y sus funciones; unas, facilitan la permeabilización del tejido para que entren los elementos de defensa a perseguir al intruso; otras, estimulan el crecimiento y reproducción celular para la reconstrucción del tejido, la fabricación de nuevos vasos y permitir la llegada de oxígeno y otros nutrientes. Cuando un órgano es invadido por agentes patógenos, el sistema inmune preparara la defensa con todo lo necesario para restaurar el equilibrio: se produce la inflamación; pero, una vez vencida la infección, expulsadas las toxinas o restaurado el tejido, las células deben tomar su ritmo natural de nacer, crecer y morir; de lo contrario, una inflamación puede convertirse en tumor; por ejemplo, una gastritis puede convertirse en úlcera y, si la alteración persiste, puede aparecer el tumor. El doctor Servan dice que “el cáncer se aprovecha de este proceso de reparación para invadir el organismo y llevarlo a la destrucción, que es la otra cara de la inflamación”. Todas las inflamaciones conllevan la experiencia amarga del dolor, pero, éste, será tema de otro artículo. b. Eicosanoides. El doctor Barry Sears, en su libro, La inflamación silenciosa, afirma que “…La verdadera clave para el bienestar reside en conservar cierto grupo de hormonas, conocidas como eicosanoides. Estas hormonas, prácticamente desconocidas y casi místicas, son las guardianas de nuestro futuro. Hay que conservarlas equilibradas y el futuro será brillante”. Para este autor, los eicosanoides son las hormonas que controlan la inflamación. Su importancia radica en que tienen que ver con todos los aspectos de nuestra vida. La palabra eicosanoide viene del gr. eicosa, veinte, porque se sintetizan a partir de las ácidos grasos compuestos por 20 átomos de carbono. En 1936, Ulf Svante Von Euler, científico sueco, descubrió el primer eicosanoide conocido y le llamó prostaglandina por haber sido aislado de la próstata humana. Actualmente se sabe que todas las células del organismo pueden fabricar eicosanoides. En 1971 John Robert Vane, bioquímico británico, descubrió que la aspirina variaba los niveles de eicosanoides y, para 1982, recibió el premio Nobel de medicina por sus descubrimientos en relación con estas hormonas. Los eicosanoides, de tan reciente descubrimiento, no viajan en el torrente sanguíneo. Son los intercomunicadores entre célula y célula; Tan pronto como cumplen su misión, desaparecen de la misma manera en que se crearon. Pero ¿Cómo funcionan estos amigos comunicadores o mensajeros, cuando hay que atacar a los intrusos? En su función de guardianes, permiten que “la caballería y la infantería”(neutrófilos y macrófagos) lleguen a destruir a los invasores y los engullan. Tienen también la facultad de liberar proteínas inflamatorias, llamadas citoquinas que mandan las señales para pedir refuerzos. También los hay los constructores que reparan las partes destruidas. Las células del sistema inmunitario acuden al llamado al primer signo de invasión: Los mastocitos liberan histamina indicando al sistema que hay que atacar. La histamina, en el torrente sanguíneo, se adhiere a ciertas células provocando una explosión de eicosanoides proinflamatorios; para esto intervienen elementos vasodilatadores que permitan el paso a más neutrófilos y macrófagos. Para estos momentos, ya existen los signos clásicos de la inflamación: tumefacción, calor y enrojecimiento. Las prostaglandinas provocan dolor y los leucotrienos, la tumefacción y enrojecimiento, que se asocian con la inflamación. Por eso, hay que aumentar los eicosanoides antiinflamatorios y que se derivan de los ácidos grasos omega 3 como el ácido eicosapentaenoico del aceite de pescado. El ácido araquidónico de otros aceites alimenta eicosanoides inflamatorios con el exceso de omega 6. Así, por un lado, quienes se alimentan comiendo pescado (no frito con aceites vegetales), varias veces a la semana, están consumiendo omega 3, que contiene los dos ácidos esenciales: ácido eicosapentaenoico y ácido decosahexaenoico que derivan en la producción de eicosanoides no inflamatorios y, por el otro, quienes se alimentan comiendo aceites vegetales (y más, si son aceites hidrogenados como la margarina), están consumiendo ácido araquidónico que deriva en la producción de eicosanoides proinflamatorios. ¿Qué hay que hacer, entonces? Hay que buscar el equilibrio. ¿Cómo? Con una buena alimentación rica en vegetales y sin excesos de hidratos de carbono como lo explicaremos más adelante. ¡Cuidado con el consumo de aceites vegetales! Por último, hay que aclarar que la única forma de inhibir la liberación de eicosanoides (buenos o malos) es con el cortisol; pero ¡cuidado! el exceso de cortisol puede paralizar el sistema inmunitario, por eso es muy delicado suministrarse corticoesteroides recetados por la medicina alopática. c. La glucosa, la insulina y los carbohidratos. La insulina es la hormona de almacenamiento que lleva los nutrientes a las células. Si faltara la insulina, las células morirían de inanición. Afortunadamente, la mayoría de nosotros, producimos la cantidad suficiente de insulina. El problema es cuando ésta se dispara y aparecen patologías que nos hacen sufrir, como el caso de la obesidad. Entre más grasa corporal haya, más se necesita de la insulina, que al reproducirse, aparece un círculo vicioso hasta llegar a la resistencia de ésta. Este fenómeno aumenta con la edad; sobre todo, al envejecer. El páncreas, el órgano productor de insulina, termina por fallar, precisamente, cuando más se necesite para el transporte de glucosa a las células de los tejidos. Cuando en la alimentación hay exceso de carbohidratos, se requiere más insulina para transformarlos en glucosa. Si con esta forma de alimentarnos alteramos el mecanismo de la insulina puede ocurrir lo siguiente: en primer lugar, que el páncreas se “canse en su producción y no haya la suficiente insulina cuando haga falta; por otro lado, pueda darse la resistencia a esa hormona, lo que favorece a que abunde en la sangre sin aprovecharse en las células (es el caso de la diabetes tipo 2). También el cerebro puede quedarse sin el suministro suficiente de su alimento principal, que es la glucosa, provocando un funcionamiento deficiente. Por lo anterior expuesto, esperamos que el lector advierta los peligros de una alimentación con excesos de carbohidratos, sobre todo los carbohidratos refinados, junto con los excesos en el consumo de aceites vegetales (los de mayor peligro son los hidrogenados como las mantecas vegetales y margarinas). Los carbohidratos hay que consumirlos con moderación, y preferir los que se encuentran en las verduras. La medicina natural aconseja: Para la gastritis, sábila con miel; para las hemorroides, el lantén (llantén); para la inflamación de la faringe, laringe y amígdalas encontramos la infusión de orégano en sinergia con el tomillo; y así como estas encontramos la yerba del golpe, la malva, la manzanilla, la árnica, la borraja y muchas más; pero, el mejor medicamento para la inflamación es la prevención. Cambiemos nuestra cultura de la alimentación. Recuerda: Las peores inflamaciones se llaman cáncer, Alzheimer, Párkinson, arteriosclerosis; por eso, evita los carbohidratos refinados como pan, galletas, pastas, azúcar y los aceites fritos. Regula tu consumo de carnes y lácteos. Aliméntate con pescado, aceite de oliva, frutas, miel de abeja y verduras. Tómate una o dos tazas de té verde y una o dos copas de vino tinto. Tu cuerpo te lo agradecerá ¡S a l u d! Benitocarmona52@hotmail.com

1 comentario:

prof prem raj pushpakaran dijo...

prof prem raj pushpakaran writes -- Ulf Svante von Euler, the great Swedish physiologist who discovered the neurotransmitter, norepinephrine, was born on February 7th 1905!!!