martes, 5 de abril de 2011

LINCOLN Y LOS DERECHOS HUMANOS




Apuntes de Alfredo Villa Báez, referencias del Dr. Harvey Wish, profesor de Historia en la Universidad de Western Reserve.


Motivado por las ideas que en estos próximos días habrán de plasmarse en una Reforma al Artículo 1° de nuestra Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que diligentemente hizo el Congreso de la Unión y que seguramente se habrá de consolidar con la aprobación mayoritaria de las Cámaras Locales de cada Entidad Federativa, es oportuno retrotraer algunos aspectos que dieron origen a la consideración de los derechos humanos y que aún en nuestros días no se han interpretado de una manera real, lo que se ve un tanto ilusorio alcanzar de manera intencional; sin embargo, las enseñanzas que nos han dejado grandes pensadores que registra la historia, reflejan el estilo de vida al que aspira la humanidad, como es el caso singular de Abraham Lincoln, del que en parte mínima tomamos como modelo por el gran cúmulo de acciones que supo prodigar al pueblo norteamericano y que dejó como herencia para el mundo entero. Las Reformas en ciernes del Artículo antes señalado han sido producto de la iniciativa de mujeres de arrojo intelectual, que merecen el reconocimiento de nuestra sociedad. 

Entre 1808 y 1809, dos familias de los primeros colonos de las regiones apartadas de Kentucky, E.E.U.U., que vivían a unos ciento treinta kilómetros una de otra, celebraron el nacimiento de unos niños destinados a unirse en un sino irónicamente extraño. El primero de ellos fue Jefferson Davis, cuya familia se estableció más tarde en la rica zona negra del Misisipi, adquirió haciendas enormes y se convirtió en acaudalada propietaria de esclavos. Davis se elevó hasta llegar a ser presidente de los Estados Confederados de Norteamérica, consagrados a la esclavitud de los negros. El otro fue Abraham Lincoln, hijo de un modesto agricultor, el cual optó por mudarse de la zona esclavista al sur de Indiana y de Illinois. El destino final del joven Lincoln fue la Casa Blanca, al dirigir las fuerzas de la Unión contra los ejércitos confederados de Davis, hasta que todos los Estados Unidos quedaran limpios por completo de la esclavitud.

Es muy probable que Lincoln, al igual que cualquier campesino, dependiente de tienda o abogado autodidacto de su tiempo en Illinois no haya asistido formalmente más de diez meses a la escuela; sin embargo, se creó un delicado estilo de prosa, notable en la literatura norteamericana, y tuvo una percepción aún mayor de los trastornos sociales y de la lucha universal por los derechos humanos. Es indudable que observó la condición del esclavo al conducir un barco río abajo, por el Misisipí, hasta Nueva Orleáns, y aun en sus primeros años de legislador del estado de Illinois luchó porque se aboliera la esclavitud, clamó por la asistencia del pueblo a las escuelas como baluarte de las instituciones libres, y propuso leyes para proteger al pequeño agricultor de las elevadas tasas de interés.

Lincoln jamás fue un radical inclinado a emplear métodos violentos. Aunque manifestó que el trabajo tenía derechos superiores sobre el capital, siempre agregó que éste también merecía ser protegido, pero que no debía ser dueño de la mano de obra en términos de esclavitud. Por otra parte, creía firmemente en el ideal del colonizador de que debería haber igualdad de oportunidades, y en una sociedad dúctil, en contraposición a una sociedad estratificada. “Entre nosotros no hay una clase permanente de trabajadores asalariados. Hace veinticinco años yo era uno de ellos. El asalariado de ayer trabaja ahora por su propia cuenta y contratará a otros que trabajen mañana para él”. Aún en el siglo XXI, bajo el signo de las grandes industrias, este pequeño ideal sobre el espíritu de empresa sigue influyendo en los norteamericanos, porque la sociedad y la oportunidad continuarán siendo fluidas como en la  época de Lincoln. Aunque contemporáneo (más joven) de Karl Marx, para él y para sus coterráneos era completamente desconocida la noción de una lucha implacable de clases.

La temprana celebridad de Lincoln se debió a su habilidad, sencilla y eficiente, como abogado dotado de la capacidad de llegar a las mentes de los hombres del pueblo, y de hacerse simpático a los campesinos que actuaban como jurados. Sus vecinos fronterizos confiaban en él. En ocasiones, al pronunciar una conferencia, su mensaje era a favor de la justicia social. Denunció los incidentes de la chusma de colonizadores registrados en Misisipí y en las proximidades de Missouri, aseverando que la libertad debía ser “labrada en la sólida cantera de la razón”, combinando el “sentido común, la recta moralidad y una reverencia por la Constitución y por las leyes”. Uno de sus colegas recordó más tarde la atracción que ejercía su programa: “Los ojos grises de Lincoln despedían fuego cuando se refería a la esclavitud o vertía cascadas de esperanza y amor al hablar de la libertad, la justicia y el progreso de la humanidad”.

Cuando la Gran Bretaña y Francia abolieron la esclavitud en sus colonias, su ejemplo produjo un gran efecto en muchos antiesclavistas como Lincoln. Al ser elegido para el periodo del Congreso de 1847-1849, se alió a sus miembros del partido whig, para combatir la propagación de la esclavitud hacia el oeste. Consideró que la guerra con México entrañaba meramente una conspiración fraguada por los amos de esclavos, para crear más estados esclavistas fuera del oeste. Por tanto, votó contra la guerra y votó, como manifestó posteriormente, alrededor de cuarenta veces por el Pacto Wilmot, que prohibía la esclavitud en cualquier territorio de México que se anexara.

Este ataque fundamental contra los derechos humanos, que iba más allá a la defensa de la esclavitud en el Sur, movió a Lincoln a pronunciar su discurso político más famoso, que se conoció como “La Casa Dividida”, y que pronunció en Springfield el 16 de junio de 1858:

“Una casa dividida contra sí misma no puede sostenerse. Creo que este gobierno no perdurará si se mantiene, permanentemente, por mitad, en la esclavitud y en la libertad. Confío en que no se disolverá la Unión –espero que la casa no se caiga- pues tengo fe en que cesará su división. Se implantará en definitiva el uno o el otro sistema. Bien sea que quienes se oponen a la esclavitud contengan la propagación de ésta, y la sitúen en un punto en el que la opinión  pública crea que va rumbo a su extinción definitiva, o que sus defensores la impulsen hasta que se implante, por igual, como una disposición legal en todos los estados antiguos y recientes, del Norte y del Sur”.

Posteriormente, al responder a quienes lo acusaban de difundir un documento incendiario, hizo patente que su pensamiento estaba muy lejos de provocar la violencia y la guerra inevitable contra la esclavitud.

El discurso de Lincoln sobre la Casa Dividida indicaba su fe en una democracia en la que predominara la opinión pública, una “idea central” única, como lo expuso, que al correr del tiempo triunfara con el concurso de las ideas. Este pensamiento central en nuestro gobierno había sido siempre el de la igualdad de los hombres. “Y aunque (la opinión pública) siempre ha estado sometida con paciencia a toda desigualdad al parecer necesaria, su labor constante ha significado un sólido progreso hacia la igualdad práctica de todos los hombres.”

Cuando todo el mundo se conmovió al destruir las tropas de la Rusia zarista la libertad de Hungría, Lincoln obtuvo una vehemente protesta pública que condenaba la actitud rusa y alentaba la resistencia. Lincoln se percató del entusiasmo de la opinión pública hacia Louis Kossuth y la lucha húngara, cuando este patriota visitó a los Estados Unidos y fue aclamado por las multitudes que le expresaban su simpatía en las grandes ciudades norteamericanas.

Como presidente, Lincoln se enfrentó a la tremenda realidad de la guerra, a la cual siempre había condenado como incitadora de las peores características de la humanidad: la decepción, la sospecha y la brutalidad. Pero no consideró más alternativa que la resistencia armada a los estados esclavistas y, a pesar de la naturaleza de la guerra civil, cuando el enemigo se encontró con frecuencia puertas adentro, maniobró para conservar, en gran medida, las libertades civiles del tiempo de paz.

Nunca experimentó odio hacia el sur, sólo contra la esclavitud. Su colega de bufete manifestó posteriormente: “En realidad, era muy débil en sus odios. Jamás juzgó a los hombres por la simpatía o la aversión que le producían… Si alguien lo calumniaba o era culpable de un mal trato personal, y resultaba ser la persona idónea para un puesto, se lo otorgaba con la celeridad con que lo hubiese dado a un amigo.”  En la época de guerra, como lo demuestran muchas anécdotas, sentía igual simpatía por el sufrido muchacho confederado, que por cualquier herido de su propia Unión. Una vez, en el curso de una de sus numerosas visitas a los hospitales militares, un soldado agonizante de la Confederación pidió verlo y, contrario a lo que muchos seguramente pensaban, Lincoln se detuvo en su inspección escuchó pacientemente al herido, le preguntó por sus padres y hermanos y permaneció con él hasta su muerte. Desde luego, el confederado fue conquistado por este ser humanitario.

Los críticos se quejaban de que el Presidente era demasiado generoso en sus prácticas de libertar a los prisioneros que estaban dispuestos a jurar lealtad (siempre y cuando sus casos demostraran que podía confiarse en ellos). Intervino para proteger a las tropas negras de la Unión, a quienes sus antiguos amos rehusaban tratar como prisioneros de guerra cuando se encontraban en tal situación. “Vender o esclavizar a cualquier persona, por razón del color de su piel, y no por  cometer violación alguna contra las leyes de la guerra, es una recaída en la barbarie y un crimen contra la civilización de la época”, manifestó. El Sur condescendió en este punto.

Tan pronto como se lograron los objetivos de la guerra, Lincoln estuvo dispuesto a ofrecer una paz magnánima, permitiendo a los confederados regresar en seguida a sus hogares y desalentando casi todos los intentos de castigar a sus líderes. “Veríamos con agrado que Jefferson Davis se escapara del país”, comunicó a un amigo. Su benevolencia se refleja en este discurso memorable:

“Sin mala intención para nadie; con caridad para todos; firme en el derecho que Dios nos permite ver, procuremos concluir la labor en la que estamos empeñados; restañar las heridas de la nación; cuidar a todo aquel que haya intervenido en los combates, así como a su viuda y su prole; hacer todo aquello con lo que pueda lograrse una paz justa y duradera entre nosotros y con todas las naciones.”

La significación de la lucha por la libertad humana, que se libra en todas partes, fue tan bien entendida en Europa como en los propios Estados Unidos.

Este mismo alcance mundial de las ideas de Lincoln se patentiza en el famoso discurso que pronunció en Gettysburg, al exponer que “nuestros padres engendraron en este continente una nación nueva, concebida en la libertad y consagrada al enunciado de que todos los hombres son creados iguales”.  También expresó entonces que la guerra probaría “si esa nación, o cualquiera otra, concebida en esa forma y dedicada a ese fin, puede perdurar”. Exhortó a sus oyentes, quienes lloraban a los muertos caídos en ese lugar, a consagrarse a la inacabada tarea de lograr la libertad “a que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparezca de la tierra”. Los términos de este mensaje resultan tan oportunos en 2011, como en 1863.

Instituyó normas conciliatorias con países tan lejanos como china y el Japón, los cuales sólo hacía poco tiempo que participaban en el concurso de las naciones modernas.

La política de Lincoln, como adalid de los derechos humanos, había dado la vuelta al mundo.



1 comentario:

Anónimo dijo...

asombroso