miércoles, 9 de febrero de 2011

El Panfletismo en México. Breve análisis y síntesis del ensayo. EL ARQUETIPO DEL PANFLETISTA POLÍTICO. de Rafael Rojas

por Dante Octavio Hernández Guzmán

Después de la proclamación de la Independencia, en el lapso que va de la proclamación del imperio a la de la república federal surgió el panfleto político.  El panfletista era un individuo que no existió en la sociedad colonial y que al poco tiempo de surgir,  desapareció de la vida independiente.  Eran escritores vulgares con poca instrucción, que la mayoría, a través de una formación autodidacta, adquirieron  una retorcida y caprichosa cultura, contraria a las de las corrientes educativas de las instituciones académicas. Sus enunciados políticos básicos eran: la defensa de la libertad de expresión, el anticlericalismo absoluto –se decían enemigos a ultranza de la iglesia católica-, el antifanatismo relativo, el nacionalismo y el jacobinismo dirigido a favor de las clases bajas y desposeídas en contra de los aristócratas y privilegiados económicamente. 

Pero los separaban las pasiones políticas personalizadas y la condición marginal que los privaba de toda solidaridad posible.  Es decir, estos escritores vulgares estaban casi siempre ligados a la clientela política de algún caudillo, al cual adulaban en sus panfletos.  Y como estas clientelas caían rutinariamente en rivalidades, debido a los frágiles vínculos carismáticos y “prebendalistas” que las sostenían, los panfletistas se veían envueltos en absurdos debates de apologías: a una alabanza de algún caudillo respondía otra del caudillo rival”. (Rojas)

El panfleto es un galicismo (pamphlétsite)  también llamado planfet (del francés e inglés pamphet) que significa, libelo, folleto, muy común en América, por lo que a su creador se le denomina panfletista o libelista. El panfletista es un ente marginal, nunca es reconocido como un posible hombre de Estado, es siempre asumido como una persona gris y sin importancia para las instituciones públicas.  Es un político que sólo participa del nivel informal de lo público, es decir, de la opinión.  Ése es su territorio y en torno a él se definen sus márgenes. Por eso el caudillo no paga las apologías del panfletista con puestos públicos, sino con un proteccionismo que por lo general se verifica en los fallos absolutorios de juicios de imprenta, a cambio de la adulación y apología del caudillo.

Según Rafael Rojas, se les nombra panfletistas a los escritores de fábulas, diálogos, ditirambos de héroes y caudillos, libelos infamantes, crónicas costumbristas y alarmantes vaticinios.  Conocen  a la perfección la jerga del valedor y del lépero, del hombre del pueblo, de los antros y las pulquerías, de los lupanares y los arrabales y la aplican para expresar ideas extravagantes y a veces grotescas, para difamar, adular, describir algún acto de la vida cotidiana o desacreditar a algún político o funcionario que no es de su gusto. Normalmente gustaban de leer los clásicos grecolatinos y las ideas de la ilustración, como el Contrato social de Juan Jacobo Rousseau, aunque muchas veces en sus textos no se refleje una lectura profunda y analizada de los clásicos. Pero la referencia predominante de los panfletos es el género satírico: toman formas lingüisticas y pensamientos marginales de Horacio, Juvenal, Petronio, Cervantes, Quevedo y hasta de  las novelas contemporáneas (en su época). “Dirigen la sátira  lo mismo a las costumbres de las clases “decentes”,  que a las del pueblo; la usan para ridiculizar a curas y políticos” (Rojas). Los políticos notables, con una cultura extensa y amplia, como José María Luis Mora, Miguel Ramos Arizpe, José Maria Bocanegra, Francisco Molinos del Campo, Lucas Alamán y otros, ignoran a los escritores vulgares de los panfletos y no consideran efectivas sus actividades para atraer al pueblo a su corriente política, en cambio, en el caso de los caudillos, como Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero, Antonio López de Santa Anna, Nicolás Bravo y algún político radical, como Lorenzo de Zavala (historiador) o José María Tornel (abogado orizabeño y asesor de López de Santa Anna), sí los usan para atraer a los léperos y gente baja para ejercer una forma de política de presión al poder, son gente –los panfletistas- que se asimilan a la personalidad de un caudillo para poder actuar con libertad al tiempo que dan loas al líder en turno.  A pesar de todos los esfuerzos y los deseos de sus mecenas, las clases bajas no se dejan asimilar plenamente por los panfletistas porque éstos son para ellos muy sofisticados cultural y políticamente y además no se identifican con su manera de ser y pensar, sumado a que no todos podían leer y menos asimilar ideas rebuscadas apoyadas en los clásicos grecolatinos y de la ilustración. 

“Así el panfletista está colocado al margen de todos los mundos y es rechazado por todos los grupos. Su localización cultural y política corresponde a esas “clases peligrosas”. Cuya emergencia, como señala Torcuato S. Di Tella, se da en el momento de la articulación de las nuevas elites nacionales. Pero aun dentro de ese amplio sector de las “clases peligrosas” que se resiste a la recomposición oligárquica de la Independencia, el panfletista se constituye como un sujeto marginal.  Los caudillos lo rechazan  por su  informalidad e indisciplina y por la volubilidad de sus lealtades políticas; los letrados por su amorfa cultura; los notables por su indecencia y su entendimiento con el vulgo; los curas por su laicismo; y el pueblo por sus frases heréticas, su instrucción media y la inutilidad de su oficio.  Esta difícil postura intermedia lo hace víctima de una marginación múltiple pero le reserva una condición única e insustituible que asegura su funcionalidad. Los nuevos mecanismos de opinión pública y de sociabilidad política que se forman a partir de 1822 requieren de este personaje funcional” (Rojas).

Dentro de la sociedad seguían circulando los periódicos que en forma seria y responsable daban sus puntos de vistas de uno u otro bando, la información sobre temas políticos, científicos y culturales, y fundamentalmente la crónica de los debates parlamentarios del Congreso Federal, no podían transmitir el estado de la opinión popular sobre esos temas, cosa que con los panfletos se podía hacer dado que  no existían impedimentos, ya que muchos panfletistas escribían bajo seudónimo o en anonimato, por lo que se permitían demasiadas libertades por cuanto a lo escrito.

“De ahí que el panfleto apareciera como un medio de traducción al lenguaje popular de los proyectos políticos que se confrontaban al nivel de las elites liberales y conservadoras, yorkinas y escocesas, republicanas y monarquistas, iturbidistas y borbonistas, federales y unitarias” (Rojas).

Anteriormente mencionamos que los libelos se convirtieron en una forma de comunicación cotidiana a raíz de la Independencia hasta la caída del primer imperio (1821-1824). Fue un arma de doble filo, que usaron durante el imperio de Iturbide tanto las corporaciones militares y eclesiásticas “contra los excesos de la insurgencia y el miedo de las elites criollas y españolas a una jacobinización racista o nacionalista” (Rojas), como los independentistas en contra del imperio.

              Pero existieron algunos escritores que con cordura lograron asentar una línea política del panfletismo como el caso de Maron Sageli Jerez, posible pseudónimo de un liberal novohispano, que entre líneas escribía: “no confundir el liberalismo con la irreligión, la libertad de la imprenta con el abuso y la filosofía con el error”,  y al final concluía:

Prescindamos de saber  cuál fue o de qué género la libertad alemana y francesa, y hablemos solamente de la nuestra.  Entre imprenta libre y coartada no se da medio; porque aunque digan que el uso moderado de ella es legítimo, es tan imposible conseguirlo que se puede suponer inexistente ¿Y de qué arbitrios nos valdremos para hacer útil dicha libertad? El reglamento de imprenta tiene lo necesario para proceder contra los infractores en materia civil y los obispos en la religiosa (Rojas).

Sin embargo, a partir del inicio del régimen republicano y federal se produjo una leve democratización del sistema político que repercutió en el aumento de la elaboración de panfletos jacobinos.  De 1824 a 1829, es decir, durante las presidencias de los caudillos Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero, los panfletos que se editaban dentro de la ciudad de México se convirtieron en una especie de polarización de la opinión pública radical.  En la medida en que la extrapolación política entre los grupos nacionales se acentuaba, el escrito de los panfletos se volvía más recurrente y más extremista.  Esta identidad del panfleto jacobino se mantuvo hasta después de la revuelta de la Acordada y el saqueo del Parián, cuando los políticos notables decidieron limitar el protagonismo de la baja democracia en el espacio público.

A raíz del motín de la Acordada, el gobierno de Vicente Guerrero había respondido a los reclamos radicales de los panfletistas con la segunda ley de expulsión de los españoles, el decreto de abolición de la esclavitud y la protección del periodismo popular.

 “Los notables, tanto los liberales como los conservadores, vislumbraron los peligros de la jacobinización política y proyectaron un sistema jerárquico más fijo, en que  una oligarquía económica y social pudiera detentar el poder político” (Rojas).

El resultado de la integración de los grupos políticos fue la caída de Guerrero en diciembre de 1829 y la instalación, en enero de 1830, del binomio gubernamental Anastasio Bustamante-Lucas Alamán,  quienes reprimieron con eficacia el panfletismo popular en la ciudad de México. Se calcula  que entre 1821 y 1829 se produjeron más de mil panfletos políticos. Según Rafael Rojas, los panfletistas más  importantes y conocidos  fueron:

“José Joaquín Fernández de Lizardi (el Pensador Mexicano), Francisco Ibar, Rafael Dávila (la Rata Güera), Luis Espino (Spes in Livo), José Telésforo Urbina, Francisco Santoyo y Pablo de Villavicencio (el Payo del Rosario).  Estos usaban pseudónimos permanentes o firmaban con el nombre propio, pero hubo muchos que se  identificaban en cada panfleto con un heterónimo.  Por lo general, la firma hacía alusión al tema que se trataba en el panfleto, como El Amigo de la Leyes, El Amigo del Bien, El Amigo de la Humanidad, El Amigo de los Médicos, El Amante de la Religión y enemigo implacable de la tiranía, El amante de la Unión,  El Amante de su Patria, El Enemigo de los Serviles,  El Enemigo de los Curas, El Defensor  de las letras… También  muchos panfletos quedaban anónimos, quizá porque sus autores eran desconocidos y el nombre propio no atraía a los compradores, o bien, como una forma de eludir las represalias de las autoridades o de los injuriados en el panfleto.  Es el caso, por ejemplo, del panfleto anónimo Las plumas de vapor, escrito en 1821 contra los libelistas que aplican el vapor a las plumas para poder discurrir con celeridad y estupidez sobre cuanta cosa humana y divina hay en la viña del señor.


A partir de aquí el sistema político mexicano se resolverá en la polarización entre un liberalismo y un conservadurismo republicano, basado en la perpetuación de los fueros. Esta ofensiva y el cambio en las formas de sociabilidad política, que se dio en los años treinta, provocaron la decadencia del panfleto en la opinión pública mexicana.
           
Ya para terminar,  transcribimos una parte del discurso de Rafael Rojas enfocado a dos de los panfletistas de más renombre que tienen por su preparación y extracción social una diferencia marcada con los demás, ellos son: José Joaquín Fernández de Lizardi  y Francisco Ibar. 

“Lizardi era hijo de un médico de la ciudad de México, había recibido instrucción primaria y llegó a ingresar en el Colegio de San Ildefonso en 1793, del que salió en 1798 sin haberse graduado.  Entre 1812 y 1827, año de su muerte por tuberculosis, publicó siete periódicos, de los cuales, los cuatro más importantes fueron El Pensador Mexicano (1812-1814), Alacena de las Frioleras (1815-1816), El Conductor Eléctrico (1820-1821) y el Correo Semanario de México (1826-1827).  Escribió, además de panfletos, fábulas, poemas, oscuros al Congreso y varias novelas famosas, entre ellas: El Periquillo Sarniento, La Quijotita y su prima y Vida y hechos de Don Catrín de la Fachenda. Ocupó varios cargos oficiales, pues fue jefe de Prensa del Ejército Trigarante en 1821 y editor de la Gaceta de gobierno en 1825.  Recibió honores del presidente Guadalupe Victoria y se le concedió el grado de capitán retirado con su respectiva pensión.  Lizardi era suerte de líder de los panfletistas, pero sus papeles estaban escritos de manera erudita y cuidadosa; ningún periódico le cerraba las puertas y los intelectuales y políticos notables lo respetaban.

Con Francisco Ibar sucede algo parecido, sólo que su prestigio no se había formado en los círculos liberales, sino en los monarquistas y conservadores. Ibar intervino en los túmulos de la reinas María Isabel Francisca de Braganza y María Luisa de Borbón, erigidos en 1820 en la ciudad de México. Compuso sonetos y epitafios que se grabaron en las columnas tumularias y comentó en la prensa los incidentes de los funerales.   A diferencia del resto de los panfletistas, combatió a Iturbide por considerarlo un usurpador del trono borbónico mexicano.  Fue asiduo colaborador del periódico El Sol, que fundó  el médico catalán  Manuel Codorniz para difundir el programa político monárquico de las logias escocesas.  Se opuso a los panfletos liberales que injuriaban al clero y propugnaban la expulsión de los españoles.  Condenó enérgicamente el motín de la acordada, desconoció el gobierno de Guerrero y a la caída de éste se convirtió en el principal propagandista del “gabinete de los hombres de bien”. En 1829, luego de la asunción del poder por Guerrero, escribió una serie de panfletos titulada Muerte política de la república mexicana y para celebrar el gobierno de Bustamante y Alamán otra llamada Regeneración política de la república Mexicana.

Si exceptuamos a Fernández de Lizardi y a Francisco Ibar, el resto de los panfletistas se ajustan al arquetipo que aquí se describe, Liberales radicales, que a veces rozan el anarquismo, sin acceso a los periódicos; escritores rústicos y obscenos, poco instruidos y con una cultura adquirida a retazos; aduladores y detractores de caudillos; demonios para los sacerdotes, los notables y el pueblo.  La escritura de estos autores encarna la maldición de las “clases peligrosas” en un momento en el que el reajuste del pacto oligárquico, suscitado por la Independencia, desató lo que Torcuato Di Tella ha llamado una “movilización nacional-populista”.  El lugar de enunciación de los panfletistas se ubica, por tanto, en una zona marginal del nuevo espacio público.”.

Rojas, Rafael.- “La escritura de la Independencia”.- El surgimiento de la opinión pública en México.- Edit. Taurus y CIDE.- México, 2003.- EL ARQUETIPO DEL PANFLETISTA POLÍTICO.- pp. 168-195.




No hay comentarios: