Samuel Nepomuceno Limón
Las
preguntas son parte normal de la conversación, permiten obtener el dato que
otorgue sentido a una información que uno de los interlocutores considera
incompleta. Lo común es que a cada pregunta corresponda una respuesta, y si
ésta resultase insatisfactoria, puede dar lugar a una nueva interrogante.
Plantear una pregunta difiere de hacer una afirmación, y una y otra han de
quedar claramente definidas cuando el medio de registro es la letra escrita. De
ahí la importancia ortográfica de los signos que señalan los límites de la
frase interrogante.
En
las aulas, se ha hecho común el intercambio de preguntas y respuestas.
Preguntan los docentes para informarse de si las exposiciones y presentaciones
han sido comprendidas. También lo hacen como una forma de asegurarse de que el
aprendizaje ha sido conseguido. Los tradicionales exámenes constituyen una
sarta de interrogaciones que adoptan diversas formas, que funcionan como
anzuelos en busca de respuestas previamente determinadas por quien elaboró el
cuestionario. Existe una relación estrecha entre la pregunta, la respuesta y un
cierto contenido. El ciclo conformado por dicho triángulo implica una relación
de correspondencia entre los tres elementos. Las preguntas han de ser congruentes
con el cuerpo informativo, y las respuestas, a su vez, congruentes con lo
solicitado por la pregunta. Si por alguna razón se diera una ruptura entre lo
que debía preguntarse y lo que se pregunta, o lo que debía contestarse y lo que
se contesta, la utilidad del instrumento evaluativo se vería seriamente
comprometida.
Para que ciertas respuestas sean
producidas, es necesario que se refieran a un cierto cuerpo informativo. De no
ser así, es inevitable la participación de la subjetividad de quien se encarga
de juzgar la pertinencia de las respuestas obtenidas. Hay respuestas puntuales
para preguntas puntuales. ¿Quién inició la lucha por la independencia de México?
Ese ‘quién’ identifica un sólo nombre. Si la palabra esperada no hace su
aparición, la pregunta se queda insatisfecha y, por lo tanto, no puede ser
calificada de falsa o verdadera. Si forma parte de un examen, la respuesta
tiene, en algunos casos, un valor equivalente a un error, y en otros, recibe la
calificación de ‘omisión’.
Hay, al mismo tiempo, preguntas que
admiten respuestas amplias, compuestas por frases y oraciones, de las que se
evalúa el contenido. No son respuestas puntuales. La paradoja se presenta
porque los conocimientos más importantes son complejos, de contenidos relacionados,
y las pruebas tradicionales, especialmente si son calificadas de manera
automática, no captan las sutilezas de los significados. Las pruebas
tradicionales son hechas sobre la base de respuestas puntuales. Algo que puede
ser contestado con un sí o un no, o seleccionando una opción entre A, B, C, D…,
o 1, 2, 3, 4,…
Los cuestionarios más generales, como los
aplicados con fines de exploración o de selección para el ingreso a una carrera
o institución, se refieren a conocimientos estándar, lo que todo mundo sabe o
todo mundo debía saber. Por razones prácticas, no incluyen preguntas de
opinión, ni de desarrollo de un tema, como un ensayo o una crítica.
La evaluación que se aplique a los docentes,
en cumplimiento de ciertas normatividades, tiene que hacerse sobre un
conocimiento estándar. Todo mundo debía saber lo mismo sobre Piaget, el
constructivismo; Pávlov, las normas relativas a la educación, las reformas de
moda, cultura general o qué sé yo. Un cuerpo informativo estándar, común, que
por las circunstancias en que se presenta se vuelve oficial: un conocimiento
oficial.
Las preguntas que tienen lugar en las aulas
son tanto para docentes como para estudiantes. Se cuestionan entre ellos
mismos, interrogan al docente, se preguntan a sí mismos. En general, de un
escolar que pregunta puede pensarse que está demostrando interés, curiosidad.
De ahí que varios maestros estimulen la formulación de preguntas. Toda duda o
confusión debiera resolverse primero en una o varias preguntas. Los profesores
que siempre están dispuestos a aclarar una duda, responder una pregunta o
replantear una situación, tienen una mejor imagen entre los estudiantes.
Hay otro tipo de preguntas, que reviste
interés desde una perspectiva didáctica. Son aquéllas elaboradas acerca de
contenidos que no han sido enseñados todavía. Las emplean varios maestros en
sus clases. En vez de realizar una exposición en bloque al inicio de la clase,
hacen una serie de preguntas dirigidas a todo el grupo. Los estudiantes se ven
precisados a elaborar una respuesta, que bien puede ser una conjetura, una
posibilidad, pero que los mantiene en actividad intelectual, los pone alertas y
dispuestos a confrontar sus propuestas con las de los demás y la información
que va conformando el profesor con las participaciones. La actividad resultante
dista mucho de la pasividad con que algunos docentes acostumbran a sus alumnos.
En una interacción todo mundo tiene el derecho de participar, de opinar, de
proponer, de ser escuchado, de ser tomado en cuenta. El conocimiento no es
observado como un cuerpo que pasa de manos del maestro a las de los
estudiantes, sino como algo que se va construyendo entre todos. El docente, por
supuesto, sabe de dónde parte y hacia dónde se dirige, pero no administra los
contenidos como si se tratara de cucharadas. Esas preguntas y sus respuestas
revisten valor pedagógico, porque se transforman en parte de un procedimiento
más de aprendizaje que de enseñanza. La información no se ofrece en un paquete,
sino que se va conformando según avanzan las respuestas. Podría decirse que el
trabajo corre a cargo de los muchachos: son ellos los que van a aprender, son
ellos los que despliegan la actividad.
Hay, por supuesto, muchas maneras de
enseñar. Algunas consisten en ofrecer contenidos como mera información. En estas,
los docentes están encargados de informar, hacer unos ejercicios de repaso y
juzgar si la información ha sido capturada. Otros profesores se dedican a
conducir el aprendizaje. No enseñan, en el sentido tradicional del término, sino
que manipulan el ambiente, crean las condiciones para que el aprendizaje tenga
lugar. Su preocupación no está en cómo enseñan, sino en cómo logran que sus
estudiantes aprendan.
De la misma manera, hay diversos modos de
explicar en qué consiste el aprendizaje. Cada docente dispone de una formación
profesional que lo coloca más próximo de unas teorías que de otras. Durante una
vida profesional, digamos, a la altura de veinte, veinticinco o treinta años de
servicio, con cuántas teorías relativas a la enseñanza y al aprendizaje se han
encontrado. Cuántas reformas han vivido, y en cada una de las cuales les ha
sido presentado el non plus ultra de
lo último en educación. Algunos conservan una mezcla de datos sin definición
alguna, y terminan guiándose más por su experiencia que por sus conocimientos.
De ahí que haya variaciones en lo que los
estudiantes aprenden. No se trata sólo de los ambientes socioeconómicos de los
que proceden los estudiantes. Se trata también de su grado de desarrollo y
maduración, ninguno de los cuales es estándar. Se trata, asimismo, de los modos
en que adquieren el aprendizaje, ya sea como meras píldoras informativas o como
algo más sólido, interrelacionado y dinámico.
Como puede observarse, el campo de acción
de las preguntas, o mejor, de las respuestas, es muy amplio. Va desde lo
meramente puntual hasta lo diverso, complejo y organizado. Muchas veces, la
calidad de lo que se demuestre depende de la calidad con que se pregunte.
Una
pregunta puede tener el propósito de buscar tan sólo un dato o de suscitar una
actividad intelectual. Para lo primero, no hace falta poseer mucha formación
profesional. Para manejar lo segundo es necesario el conocimiento del
contenido, del propósito, de los sujetos, de los procesos internos propios de
éstos.
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