Marcos Pérez Córdoba
El presente texto tuvo como destinatarios
iniciales los miembros de la generación “Piratas” (1960-62), de la Benemérita
Escuela Normal Veracruzana “Enrique C. Rébsamen”. Para la comprensión de un
posible mayor número de lectores, se incorpora la siguiente aclaración: la
reunión a la que se refiere el texto es una más de las que se vienen realizando
anualmente, y de manera ininterrumpida, en diversas ciudades de la entidad
veracruzana, principalmente a partir de la jubilación de la mayoría de los
integrantes de la generación aludida, para conmemorar el aniversario de la culminación
de sus estudios en la institución rebsameniana.
Los
días 28, 29 y 30 del reciente mes de agosto, celebramos en la ciudad de Orizaba,
Veracruz, un año más, el número 51, de nuestro egreso como profesores de
educación primaria de la BENV “Enrique C. Rébsamen”. Con el ánimo de siempre,
respondimos a la convocatoria de los organizadores, para participar y unir, en
una sola corriente, la savia de identificación que nos fluye entre las venas,
por cuanto a origen, tránsito y destino profesional.
La
primera de las agradables experiencias obtenidas en el reencuentro, fue la
bienvenida musical que nos ofreció un ensamble de cuerdas, bajo la batuta de su
excelente Director; los intérpretes nos deleitaron con melodías como “Charada”,
“Río de Luna” y el “Olvido”. Las notas, bellamente logradas, en armoniosa
conjunción con sus instrumentos, por parte de los músicos, viajaban por tiempo
y espacio hasta alcanzar el punto de nuestra sensibilidad personal y ser
transformadas en alegría, en emoción, en placer y en recuerdo.
Como
respuesta a la arenga del Director de “se vale cantar”, un coro de voces
“Piratas” se dejó escuchar, acompañando al conjunto en canciones como “Solamente
una vez”. Igualmente, ante el llamado de “se vale bailar”, no faltaron parejas
que se movieran al compás de “Casita Blanca”. El generoso gesto del Director, y
la inigualable clase de los intérpretes, fue aplaudida una y otra vez durante
la audición; quedando de manifiesto, además, que la magnificencia de un arte no
se demerita si se le despoja un tanto de la solemnidad que regularmente priva
en este tipo de eventos.
Al
día siguiente, un paseo en el turibús nos ofreció la oportunidad de constatar
la determinación de las autoridades municipales a favor del desarrollo y la
imagen de la ciudad. Amén del buen estado en que se hallan sus históricos
edificios, así como sus calles y banquetas, dos aspectos atrajeron mi atención:
la ausencia de puestos, vendedores ambulantes y hasta de pordioseros, y la
pulcritud que luce por doquier la zona urbana. Con la excepción de espacios
donde se realizan obras, no observé basura alguna tirada en la vía pública, y
sus jardines, parques y camellones exhiben los resultados de un trabajo
constante y a conciencia. En lo general, lo anterior denota un querer, un saber
y un poder hacer las cosas por parte de las autoridades locales en beneficio de
la población, así como una actitud ética y responsable de los habitantes para
colaborar en pro del lugar donde residen.
Puesto
que el interés de todos se hallaba conocer y reconocer el Museo del Arte del Estado
de Veracruz, orgullo cultural de la entidad y principalmente de Orizaba, hacia
él nos dirigimos. Recibidos por su Directora, mujer culta y preparada en su
ramo, a la par que sencilla y amable, en amena disertación nos puso al tanto
sobre pormenores del edificio, pintores, acopio, actividades y planes a futuro.
Con la motivación que nos provocó, pasamos de inmediato a apreciar el contenido
de las salas de exhibición.
Enmarcado
por el joyel arquitectónico del antiguo convento filipense del siglo XVIII, el
recinto acoge una variada muestra de óleos, acuarelas y litografías de
excepcional categoría. Artistas extranjeros, mexicanos y veracruzanos plasmaron
en sus lienzos trazos de una elevada inspiración cuyo motivo central es el
Estado. Gracias al artístico talento de creadores como Justo Montiel, Miguel Cabrera, José Ma.
Velasco, etc., rostros, ciudades, paisajes y rincones significativos de la entidad,
pertenecientes a un evocativo pasado, proyectaron hacia nuestra vista y
entendimiento su resplandor, su armonía y su colorido, al permitirnos la
contemplación de su belleza. Habrá que volver para solazarnos nuevamente con la
muestra pictórica que ofrece este Museo.
Como
el estómago también precisa de atención, en grandes y pequeños contingentes, o
en parejas, nos dispusimos a comer. En mi caso, con excondiscípulos del grupo
“C” y otros acompañantes nos dimos un festín con vino, carnes para satisfacer
al más exigente paladar, y de principio a fin chistes y carcajadas a granel.
Dagoberto Chávez, haciendo gala de una excesiva generosidad y sin permitir pago
alguno por parte de nosotros, se hizo cargo de la cuenta.
Inusitada
fue la Cena de Aniversario, pues sin contar con ningún programa previsto, la
chispa, característica del grupo, prendió el ambiente con brillantes tonos de
entusiasmo y de alegría.
Para
iniciar la velada, cuando todos los asistentes suponíamos que Catita Gutiérrez y
Jorge Lara de la F. serían los últimos soberanos de la Generación,
sorpresivamente Tere Hernández nos comunica que para esta ocasión ha sido
elegida como reina de los “Piratas” la compañera Irene Ramírez, correspondiéndole a un servidor el honor de
ser su chambelán.
Por
supuesto que la designación femenina fue muy bien recibida por todos los
asistentes, ya que en su personalidad se reúnen las cualidades de buen trato,
sencillez y simpatía, a las que suma la de una presencia considerablemente
distinguida. Repuesta de la súbita y natural emoción por la noticia del honroso
cargo, Irene, luciendo ya una tranquila imagen de dicha en su rostro, entre
aplausos y vivas de la concurrencia, es coronada por nuestra soberana anterior.
Enseguida, teniendo como fondo un ritmo tarareado jubilosamente por toda la
concurrencia, la Reina y su acompañante hacen un recorrido por el salón de
fiestas. Sin duda alguna, Irene será una digna representante de la generación,
durante el periodo que le corresponde.
Después, el trío que nos había entretenido con románticas canciones
durante la cena, con el rasgueo de sus guitarras y el timbre de sus voces
amenizó una breve y jacarandosa sesión de baile.
Antes
de bajar el telón de aquella noche, tres colegas nos gratifican el ánimo. Uno
es Eugenio Spíndola, quien nos deleita con clásicas declamaciones y a la vez
nos traslada a la entrañable época del Fuego Cultural Normalista; otra es
Cristina, la hermana de Gonzalo Flores, quien hace su debut entre nosotros
declamando, con gran aplomo, un sentido poema; a ellos se agrega Osvaldo
Ahumada, cuyo canto nos revela una más de las múltiples facetas de su
personalidad.
No
falta en el evento la generosa actitud de los reyes salientes; los cuales, para
despedirse, obsequian broches alusivos a la Generación y orquídeas de especial
belleza para las damas. Recuerdos de apreciable valor que llevaremos en el
corazón.
El
viernes tomamos rumbo hacia Xalapa, y Coscomatepec es obligado sitio para detenernos, por el
antojo de probar y comprobar la sabrosura de su tradicional pan. En uno de los
expendios que existen en la ruta principal del poblado, anaqueles y charolas antes
rebosantes de roscas, conchas, violines y panqués, quedan vacías después de que
los “Piratas” se lanzan como hormigas marabuntas a cargar con todo lo que
encuentran a su paso; en este caso, las dulces piezas de pan que habremos de
paladear en la tranquilidad del hogar, acompañadas de una taza de buen café y
haciendo remembranza de estos inolvidables momentos.
Más
adelante nos espera Huatusco. Rosita Torres y su esposo Jorge Lara se
convierten en eficientes guías, pues aunque no residen ahí, por sus constantes
vueltas al terruño, conocen cada rincón, familia y puntos de interés. Se puede
afirmar de ellos que nunca se han ido del lugar que los vio nacer. Con
diligencia nos conducen directamente al mercado principal, donde entre aromas
de fruta madura, hierbas de olor y carne
fresca damos rienda suelta al compulsivo afán de compradores. Felices y
satisfechos salimos con un abundante cargamento de chicantanas, jinicuiles,
chile de Comapa, tlaltonile y dulces hechos en casa. Delicias de una tierra por
la cual todavía sopla un aire con murmullos de provincia.
Rumbo
al camión se nos presenta la oportunidad de conocer el teatro Solleiro.
Nuevamente nos toca la suerte de ser atendidos por la Directora de la
dependencia cultural. Con sorbos de un suave licor ofrecido por un primo de
Jorge, se hace un brindis con el cual la funcionaria nos da la bienvenida y se
congratula por nuestra estancia en la localidad. En este marco ideal no falta
quien anime a Daniel para que nos interprete alguna de sus poesías. El amigo,
con la seguridad adquirida en estos menesteres, sube al escenario y nos
sorprende con la última de sus creaciones
poéticas, hecho que arranca el aplauso y la ovación de quienes tuvimos el
privilegio de escucharlo.
Como
remate a nuestro festejo, arribamos para comer al hotel “Los Cocuyos” en las orillas de Huatusco, donde en amena
conversación con los compañeros disfrutamos un buffet de variados y ricos
alimentos. El recorrido a ojo de pájaro por sus diversas instalaciones nos deja
apreciar rincones y áreas dispuestos para la contemplación, la lectura, el
deporte y el esparcimiento físico y espiritual en toda su extensión.
Envueltos
por este bucólico paraje de montaña, nos sorprenden los penúltimos respiros de
la tarde, como un aviso de que es hora de enfilar con rumbo a nuestro destino
final que es Xalapa.
A
José Luis Spíndola, Catalina Gutiérrez, José Tejeda, Jorge Lara y a todos los “Piratas”
asistentes a esta conmemoración de aniversario, el merecido reconocimiento por
mantener viva la tradición de estos reencuentros. Igualmente por favorecer
entre nosotros el fortalecimiento de los lazos de amistad, compañerismo y
afecto que tanta falta nos hacen y tanto bienestar nos producen.
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