Ivonne Flores Caballero
Ifcaballero0790@hotmail.com
Cuando
llegó, el lugar le pareció espléndido: mucha luz, cerca de la playa, con olor a
sal y a mojado, con muchas plantas y un gran jardín, árboles frutales, lluvias
frecuentes y, sobre todo, un gran terreno, en el que podría tener una hamaca y
refrescarse con la brisa del mar.
Era una vieja casona del siglo XVI,
construida por el conde Robledo que había llegado a la Nueva España con la
ilusión de hacer mucha fortuna vendiendo esclavos africanos en el norte. Su
padre, el amigo del fraile Nicolás, le había dicho que habían encontrado más minas
de cobre, de las que podía sacar muchas ganancias.
_Tendré
todo lo que aquí necesito, es un buen pueblo, la gente parece amable, las calles
son empedradas y aquí podré hacer mis cuadros_ Así lo pensaba Eloísa, luego de
tantos años de esfuerzo y de su último ciclo en el Instituto de Artes. Por fin
había llegado el momento de producir su obra. Pensaba mucho en las fantasías
que había tenido en sus sueños con el agua. Las olas, las estrellas de mar, el
horizonte iluminado al atardecer por los delfines, le hacían recordar las
historias que escuchó en su infancia, en las tardes doradas de octubre al lado
de sus tíos Sergio e Isabel, en Montevideo.
Ésta será una buena causa _ pensaba. Eloísa,
a sus 28 años, aún era soltera. Su novio Enrique, con el que había durado más
de ocho años, había terminado tres meses atrás. Su madre estaba casada con un
hombre mayor y vivía en Filadelfia desde hacía diez años, cuando su padre murió
del corazón. Su hermano mayor, Alejandro, vivía en Bristol, Inglaterra, en
donde estudiaba Medicina de rehabilitación.
Así, Eloísa sólo vivía con su perro “Xaino”
y sus dos canarios. “Pintaré sobre temas acuáticos. Todo girará en torno a la
naturaleza. Con la paz que tengo y el espacio tan grande que hay en la casa,
haré un gran trabajo”.
Al día siguiente, habló con la casera: era
una vieja mujer vestida de negro, con el pelo gris y recogido, cutis seco, pero
de apariencia amable. Le indicó cómo debía usar el calentador y la cerradura,
el cuidado de los ventanales y del piso. Ahora Eloísa tendría ésta prueba en su
vida. Había vivido con sus dos amigas Claudia y Leticia, luego de que su padre
muriera y su madre se casara de nuevo.
Era una nueva etapa en su vida. Sin
Enrique y recién egresada de sus estudios. “Todo será maravilloso. Ahora soy
libre”. Eloísa había heredado de su padre la renta de dos locales en la ciudad,
lo que le permitía rentar una propiedad tan grande cerca del mar.
_
Mañana le pondré cortinas a las ventanas, ordenaré mi guardarropa, compraré
despensa y empezaré a trabajar unas dos horas_ Se dijo. Estaba tan cansada
Eloísa que esa noche se quedó dormida sobre la mesa. Sin embargo, a las tres de
la mañana se despertó abruptamente, escuchó un ruido que provenía de la cocina.
No lo distinguía bien, no sabía qué era exactamente. Era un silbido agudo como
de nave antigua.
Cuando despertó, fue al patio trasero, a la
bodega en donde se guardaban todos los artículos de aseo. Ahí vio a un hombre
negro hincado, llorando, con sangre en los pómulos, que mostraba signos de sed
y cansancio.
_
¿Qué es esto?_ pensó.
_
¿cómo lograste entrar aquí?_ inquirió.
_
¿Quién eres tú? _ repitió.
El hombre no contestaba, parecía no
entender nada, sólo emitía unos raros sonidos guturales que mostraban mucho
dolor y pena.
_
Llamaré a la policía _ le advirtió.
El hombre hizo lo posible porque no lo
hiciera. Le mostró una marca en su brazo, era un nombre borroso.
Sin embargo, luego comprendió que el hombre
era inofensivo. Lo único que deseaba era un refugio; necesitaba un poco de
comprensión ya que parecía muy asustado. Momentos después, Eloísa fue a la
cocina para darle algo de comer. Cuando regresaba con un pan y un vaso de leche,
el negro ya no estaba.
_
Qué raro _ pensó. Nunca sentí miedo, sólo una gran piedad por él.
Al día siguiente, Eloísa buscaba entre la
gente del pueblo alguien que le pudiera explicar el suceso de la noche
anterior: nadie sabía nada. Habló con sus amigas por teléfono, y sólo le
dijeron que “ha de haber sido alguien que se equivocó de dirección”. Más tarde,
hizo cambiar las combinaciones de las cerraduras, aseguró las ventanas, y trajo
a albañiles para que levantaran una barda más alta.
_
Yo creo que no volverá a pasar_ pensó para sus adentros.
Pasaron dos meses tranquilos, de adaptación
al trabajo, de ejercicios con colores y de visitas frecuentes al mar.
Esa medianoche, luego de haber hecho
algunas pruebas de color, volvió a pasar.
Esta vez, oyó un llanto muy amargo, diferente al de la ocasión anterior,
era casi un susurro. _ ¿qué será? _
pensó _ ¿habrá aquí ratones o algún conejo o ardilla?
No sabía si estaba dormida o despierta,
sólo vio borrosa y bruscamente a una mujer enlutada, con la cabeza tapada con
un gran rebozo oscuro, casi era una sombra que recorría de extremo a extremo la
habitación. La sombra olía un poco a flores dulces y a carne quemada, era una
sensación de pesadumbre y de dolor inconcebible. Eloísa no estaba segura. No
sabía si fue un sueño o una rara realidad. “Seguramente fue el programa de
televisión que estaba viendo en la televisión”.
Esta vez no preguntó a nadie en el pueblo.
Se guardó para sí el suceso.
Pasaron tres meses sin que sucediera algo
extraño o ilógico, hasta que un día lluvioso y húmedo, quiso abrir la puerta de
debajo de las escaleras, simplemente la
puerta no abrió. Parecía que estaba soldada. Luego fue a la gran ventana
trasera para ir por un cerrajero, tampoco pudo abrirla, parecía como si una
extraña fuerza impidiera que ella saliera de la casa.
_
Qué sucede aquí, parece como si la casa me dijera qué hacer o no _ pensó.
Al día siguiente, llamó al cerrajero y, al
salir de casa, leyó en los periódicos
que habían muerto en el pueblo cientos de peregrinos que se dirigían en una procesión a
la iglesia, por un derrumbe en la carretera, justamente por donde ella tenía
que pasar para ir por el cerrajero.
_
Qué extraña coincidencia _ pensó.
Días después, haciendo limpieza en la casa,
encontró en la bodega un viejo armario con
mapas antiguos y papeles indescifrables. Contenían escritos en hebreo
antiguo, griego y latín. Eran unos rollos amarillentos. firmados por un profeta
que mostraban la tierra a dónde debían ir los hombres que amaban a Dios. Eloísa
no podía entender lo que ahí decía; tampoco lo creía.
_
Consultaré a un paleógrafo _ pensó. _ Esto debe tener un valor incalculable y
es increíble que lo hayan dejado olvidado en un rincón en donde nadie puede
leerlo, seguramente pertenece al dueño anterior.
En unos días, pudo hacer una cita con el
paleógrafo. Éste le dijo: _ “Se trata de unos viejos escritos que narran la
historia de una extensa familia de africanos traídos como esclavos para ser
vendidos y explotados, y de la necesidad de liberarlos. Además, se muestra la vida
de su líder, Abed, un joven, de padres cristianos que fue golpeado hasta morir
por defender a una viuda que fue abusada sexualmente por el conde Robledo”.
_
“La historia también dice que la mujer al no ceder más a los caprichos del
viejo noble, fue apedreada y quemada viva. Por lo que su pequeño hijo le llevaba
a su tumba, todos los días claveles blancos. Éste prometió decir la injusticia que vivió su madre”.
_
No tengo la menor idea de qué puedo hacer al respecto _ dujo Eloísa,
sorprendida.
Pagó los servicios del paleógrafo y después
tomó los documentos para irse a descansar. Era tarde y cenó un poco de pan con
queso y un vino tinto que guardaba en la alacena, regalado por su maestro de
artes en la navidad anterior. Esa noche durmió temprano. De nuevo había un
fuerte viento que azotaba las ventanas y luego comenzó la lluvia. Después hubo
un relámpago que fundió los focos; encendió las velas. Al otro lado de la calle
se oía una ruidosa fiesta. Parecía un baile de disfraces, porque cuando se
asomó por la ventana vio a unos jóvenes vestidos con trajes antiguos, bebiendo
y gritando entre español ibérico y portugués.
_
Ajá, ahora sí que se divierten estos tipos. Parece que no pueden vivir sin el
alcohol y el escándalo_ Pensó Eloísa.
Ese miércoles, Eloísa fue a la Oficina del
Ministerio a poner una queja contra sus vecinos, sin embargo, no sabía ni
quiénes eran ni cómo se llamaban. Pasó a la oficina y la atendió el empleado en
turno.
_
Vengo a poner una queja por el escándalo de anoche _ dijo.
_
Sí, está bien. Llene esta solicitud y escriba los detalles de su molestia. Además
deberá anadir la dirección y el nombre de quienes acusa _ contestó el empleado.
_
Bueno, no sé quiénes son, sólo sé que viven al otro lado de mi calle. Ayer pude
verlos y oírlos perfectamente. Además, lastimaban a mujeres que parecían sus
criadas.
_
Mmmmhhh, ¿qué era lo que hacían exactamente?
_
Las insultaban, humillaban, y las agredían físicamente.
El hombre sacó un mapa de la calle y en ese
momento Eloísa reconoció el lugar, era
la descripción del mismo sitio que había encontrado en el viejo armario, lleno
de polvo.
_
¿Es aquí?
_
Sí, sí, aquí es.
_
Bueno, señorita, ¿está segura? Tal vez esté equivocada.
_ ¿Por qué?
_
Es imposible porque la descripción que usted dice, corresponde a una casa
desocupada desde hace más de cien años.
No se ha podido vender ni derrumbar ni hacer algo con ella, la casa está
intestada. Vivió en ella Álvaro Acuña, un antiguo preso de las Islas Canarias
que compró el título de Duque y se
volvió rico por vender a jóvenes mujeres
negras e indígenas. Además, hacía fiestas clandestinas, en donde las jóvenes
gritaban de los horrores que vivían.
_
Ahora no entiendo nada _ advirtió Ella.
Eloísa salió desconcertada de la oficina.
No sabía qué ocurría.
_
¿Quién puede ayudarme?, ¿Cómo puedo descifrar este misterio?.
Esa misma noche, Eloísa encontró una carta
en la parte baja de la casa, que decía: “Al que habite esta casa, deberá ser
una persona limpia de corazón para mostrarle lo que sucedió hace doscientos
años en este lugar. Hará viajes al pasado o tendrá visiones, con el objeto de
dar testimonio de las injusticias sucedidas en este lugar”.
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