Benito Carmona Grajales.
La diabetes es el
padecimiento que más se ha extendido en el mundo en las últimas décadas. Los
países con mayor incidencia son Estados unidos, México, Noruega, Dinamarca, Australia,
Alemania y Japón; que también son los
países de mayor consumo de productos lácteos.
Se ha dicho que la diabetes tipo 2 se debe a carencia de
insulina, por lo que algunos médicos aplican determinadas dosis a sus
pacientes; sin embargo, los últimos estudios indican que la causa de este
padecimiento es la resistencia a la insulina por los receptores que la rechazan
cuando ésta, junto a la glucosa, pretende penetrar por las paredes de las
células. La leche de vaca tiene un efecto insulinotrópico en el ser humano.
Entre más se consuma, habrá más estimulación para la producción de esta hormona
por el páncreas, lo que traerá como consecuencia más resistencia insulínica,
que es un factor de riesgo para la diabetes. Por algo la medicina oficial ha
impulsado programas para que las madres amamanten a sus hijos.
La resistencia a la insulina se debe a la disminución en
el poder de absorción de los receptores insulínicos. Los residuos de la
digestión de las grasas afectan esa capacidad. La grasa de la leche procesada
por calor nos daña, porque sus ácidos grasos desnaturalizados se acumulan en
los receptores insulínicos creando más resistencia que, además de propiciar
diabetes, producen celulitis en el tejido adiposo y enfermedades en el
páncreas.
Los científicos, los que aseguran que el consumo de leche
de vaca procesada produce otros padecimientos, toman como base el hecho de que
las hormonas en el cuerpo realizan un papel de comunicación; porque son
mensajeras que funcionan en una estrecha relación; por lo que, cuando hay
alteración en algún órgano o en algún sistema, se corre el riesgo de
alteraciones en cadena en otros sistemas, afectando sus respectivos órganos.
Tomemos como ejemplo a las hormonas de crecimiento. La insulin-like Growth factor 1, que es la
hormona de crecimiento de la raza humana, adquiere su potencia gracias a su
cadena de setenta aminoácidos, colocados en la misma secuencia tanto en los
humanos como en las vacas. Si nosotros tuviéramos el mismo tamaño de las vacas,
no habría problema; éste aparece cuando el sistema hormonal de la vaca, a
través de la leche que se toma desde la infancia, sigue enviando mensajes de un
crecimiento que corresponde a un becerro y no al bebé.
El crecimiento del niño, gracias al biberón, se ha
disparado en las últimas generaciones pero de manera anómala. Se aumenta la
estatura pero no la resistencia. En Japón aumentó la estatura, tan sólo en 25
años, 11.4 cm. en promedio. Ellos no tomaban leche de vaca antes de 1946. Este
crecimiento que no corresponde a los humanos trae otras consecuencias: la sobre
estimulación provoca cansancio crónico, envejecimiento y alteraciones de
metabolismo. La Organización Mundial de la Salud, a fines del siglo pasado
anunció una relación muy estrecha entre el consumo de productos lácteos y la
mortalidad a causa del cáncer de próstata en más de cincuenta países. Cualquier
observador puede darse cuenta que entre la población adulta, en la mayoría de los
hombres se padece de hiperplasia prostática benigna; esto es, crecimiento de la
próstata.
La caseína es una proteína de la leche. Con el
tratamiento térmico a través de la pasteurización, o cuando se pone a hervir,
esa proteína se deteriora y su consumo produce permeabilidad en la mucosa
intestinal; esto trae graves consecuencias en la digestión, por la producción
de escamas grandes, producto de la coagulación en el estómago del niño. En la
descomposición bacteriana de la caseína se producen residuos que aumentan la
mucosidad fibrosa en el tracto digestivo. Esto, aunado a la permeabilidad, hace
que se altere desde la digestión, el proceso de asimilación de los alimentos y
las funciones metabólicas.
Los desechos de la caseína, junto con los de otras proteínas
de la leche de vaca se fragmentan en siete o más aminoácidos. Estas moléculas
se llaman péptidos opioides que pueden pasar a través de la ya permeable mucosa
intestinal. En los receptores opioides comienzan a experimentarse
interferencias; esto hará que los diferentes órganos a donde estos péptidos
llegan, alteren sus funciones, tal como puede ocurrir con el páncreas y su
consecuencia principal, la diabetes. Puede haber varias repercusiones:
cerebrales, linfáticas, en el tracto digestivo y en las hormonas del sistema
endocrino. Si en todo el cuerpo hay receptores opioides; entonces, en todos los
órganos se pueden experimentar alteraciones.
Un componente más de la leche es la lactasa. Es la
encargada de descomponer la lactosa en sus unidades simples como glucosa y
galactosa para facilitar su aprovechamiento. La lactasa se pierde con el
calentamiento. Sin la lactasa la leche pierde acidez y es fácil que bacterias
enemigas se multipliquen produciendo daños. Además, este componente, facilita
la absorción del calcio.
La leche de la madre le proporciona al bebé
ginogalactosa, ácido decosahexanoico y galactocerebrósidos. La primera es un
factor de crecimiento sano; los otros dos, son sustancias esenciales para el
desarrollo del cerebro. La leche comercial, por el contrario, se excede en
componentes que, a las personas con ciertas predisposiciones, pueden causarles
secuelas graves o enfermedades crónicas degenerativas, como arteriosclerosis,
crecimiento acelerado y dilatación de los órganos o la ya mencionada
resistencia a la insulina.
La idea más difundida en el mercado de la leche procesada
es la de su riqueza en nutrientes; sin embargo, la publicidad no dice que esa
riqueza se encuentra en la leche cruda de la vaca. Se ha comprobado que gran
parte del calcio de la leche no se absorbe en la digestión debido a que la
enzima fosfatasa, que es esencial para la absorción del calcio, se pierde con
la pasteurización. Lo mismo pasa con la lactasa, que al eliminarse, la lactosa,
mal dividida no coadyuva también en la absorción del calcio. En Harvard, en
1997 se hicieron estudios en 75,000 mujeres para comprobar que el consumo de
leche pasteurizada no protege en los riesgos de fractura ósea.
El
Dr. Jean Seignalet, de la Universidad de Montpellier, dice “A lo largo de nuestra vida el tejido óseo se
renueva; es normal que en la misma medida sea destruido por los osteoclastos y
reconstruido por los osteoblastos. Con la osteoporosis no desaparece sólo el
calcio, sino el propio hueso, por lo que la administración de grandes dosis de
calcio, no es capáz de revertir la osteoporosis. El calcio no puede asentarse
en un sustrato que está desapareciendo. Una dieta hipotóxica que suprima los
productos lácteos y que agregue magnesio y cilicio, evita en un 70 % los casos
de osteoporosis”. Entre los países que más padecen osteoporosis están Estados
Unidos, Israel, Holanda y Finlandia.
Estos
descuidos que son parte de la cultura de la alimentación moderna han
desencadenado otros padecimientos, tales como apatía, ictericia, cataratas,
problemas de hígado, retraso mental, artritis, problemas plaquetarios en las
arterias, ataques isquémicos, eczemas, depresión y fatiga crónica, entre otros. El calcio no absorbido crea
calcificaciones en forma de plaquetas en las arterias, cálculos biliares y
renales.
En
Estados Unidos se hicieron pruebas en soldados muertos en la guerra y dio como
resultado que de los 300 estudiados en la autopsia, el 77.3 de ellos tenían
placas de ateroma en las arterias, a pesar de
su edad promedio de 22años. Esto los llevó a la conclusión de que el
consumo de productos lácteos aumenta en seis veces la probabilidad de
incidencia de infartos respecto a los que no consumen esos alimentos.
En
Inglaterra se hicieron varios estudios. Uno de ellos consistió en seleccionar
un grupo de 44 pacientes con cardiopatía isquémica; en 43 de ellos
desaparecieron los síntomas tan sólo con eliminar de la dieta los productos
lácteos procesados al calor.
Los
médicos y terapeutas que conocen de estos malestares recomiendan una prueba
sencilla antes de consultar con un profesional: Enumerar los signos o síntomas;
luego, suspender el consumo de leche procesada o hervida, lo mismo que sus
derivados durante un mes. Si logra mejoría, debe volver al consumo de esos
productos y, si observa que regresan los síntomas, ha encontrado la mejor
prueba de que estos alimentos le están haciendo daño. Por seguridad, coinciden
los especialistas en la materia, se recomienda la práctica de análisis de laboratorio
que permitan dar un seguimiento a los tratamientos que se requieran.
Para
concluir, recomendamos no satanizar el consumo de la leche y sus derivados. La
moderación nunca trae consecuencias graves; son los excesos los que nos dañan.
Si alguien descubre que le perjudican estos productos, que se abstenga de su
consumo; pero, si de vez en cuando quiere sentir el placer de degustarlos, su
cuerpo se lo agradecerá. Cada quien es la medida de su bienestar. Nosotros sólo
tratamos de presentar el panorama expuesto por la ciencia; pero, cada cuerpo es
diferente y el mejor conocedor de su cuerpo es usted.
Benitocarmona52@hotmail.com
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