martes, 10 de septiembre de 2013

LA CAMPANA DE DOLORES


José Santos Chocano

Las campanas
del trineo,
que livianas
van colgando en la blancura de las fúnebres sabanas
el escándalo nervioso de su alegre tintineo;
las campanas de las bodas
que repican
y platican
de las cándidas promesas
y de todas las dulzuras
como fresas;
las campanas del incendio,
que en las noches repercuten con espanto
y pregonan ignominia y vilipendio,
ira y odio, fuego y sangre, luto y llanto;
las campanas del entierro,
que se quejan de la irónica fortuna, con aullidos hidrofóbicos de perro
revolviéndose en la sombra y ladrándole a la luna,
son campanas de la torre del poeta;
pero hay una
con el alma más completa,
una grave que se mece como cuna,
una que habla como boca de profeta…:
La campana redentora
por las manos de los pueblos sacudida,
que en la torre, da la hora
de la aurora
de otra vida…!
¡No hay campana resonante como ésta!
¡ella sola es una fiesta!
¡ella vale por el triunfo de una orquesta!
¡ella junta diez mil voces en un grito de protesta!
Y ese grito
supo, un día
asaltar el infinito,
desde un bronce que en los aires se mecía
con el gesto
descompuesto
de una ola cuya espuma burbujea todavía…
La Campana de Dolores,
exaltando sus latidos,
es como una cornucopia que derrama aéreas flores
deshojadas en sonidos…
La Campana de Dolores,
finge una ánfora que ha ido recogiendo
los augurios insinuados en rumores;
¡y se vuelca como un brindis en la gloria de un estruendo!
Se dijese como un púlpito, en que suena
la palabra religiosa siempre llena
de una música, solemne, descendida
de los cielos a la vida;
se dijese como una
apostólica tribuna,
en que estalla la protesta, que, en su vuelo
sube, en cambio, de las vidas hacia el cielo…
En el bronce en que fundieron la Campana,
arrojaron sus sortijas los más nobles caballeros,
que probaron luego el timbre de aquel bronce con la ufana
vibración de un golpe dado con la cruz de sus aceros;
y tan cóncavo y sonoro
bronce rico en plata y oro,
ha gemido muchas veces en las trémulas escalas
de un revuelo de palomas que lo herían con sus alas…
Una mano,
que persigna las tinieblas y conjura,
las edades con espíritu cristiano,
una mano de buen cura,
una mano religiosa,
cierta vez, sobrecogida
por un santo horror, se posa
en la cuerda atada al bronce, que, agitándose nerviosa,
correr siente las primeras pulsaciones de otra vida;
y es así como en la noche de los siglos misteriosos,
la Campana de Dolores
rompe, a veces, el silencio desde el fondo del arcano
balanceando en las tinieblas, al compás de sus clamores
una cuerda que se estira con el peso de una mano…
¡No! La mano del Gran Cura
no sacude la Campana cuyo són llena la anchura…
piénsase que, de repente,
vibrar el águila en su escudo,
y abre el pico, la serpiente,
dócilmente,
se hace nudo…
Rompe el águila su vuelo;
con las alas cubre el cielo,
y, en un rasgo de soberbia poderosa
que la nimba y engalana,
va y se posa
sobre el bronce de la épica Campana…
Tiende el águila su noble y emblemático abanico
cuelga, luego, largamente,
la cabeza… y en el pico
coge al fin la cuerda como cogió un día la serpiente…
¡Y así el águila es ahora
la que, en triunfo, como un símbolo viviente,
sonar hace sobre el pueblo la Campana Redentora…!


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