Raúl Hernández Viveros
Del interesante ensayo
“México 2010: un bicentenario de 189 años y un emperador que vive en Australia”,
de Leonel Antonio de la Cuesta[1],
se desprende la siguiente opinión: “El Virreinato de la Nueva España, nombre
colonial de México, estaba habitado antes y ahora por españoles (peninsulares y
canarios), criollos (hijos de los españoles nacidos en el Nuevo Mundo),
indígenas, los primitivos habitantes de esas tierras y mestizos frutos de la
mezcla de esas razas; también había negros, producto de la esclavitud africana,
pero no eran muchos. Los criollos controlaban parte de la riqueza pero tenían
un gran resentimiento pues, como dijo un testigo desinteresado, el Barón
Alexander von Humboldt, el Gobierno colonial "concede los empleos
importantes exclusivamente a los nacidos en España", o sea, que esos
puestos importantes "están casi vedados a los nacidos del país, por más
que estos se distingan en saber y en cualidades morales". Así había sido
desde el advenimiento de la Casa de Borbón en España (1704) y fue precisamente
por hechos acaecidos en España que esta situación hizo crisis.”
Antes de la Independencia, la Nueva España destacaba por
su inmenso potencial económico que hizo resplandecer la aparición de productos
nacionales en el mercado europeo. Gracias a los monopolios familiares de los
pocos dueños en el sector minero, agrícola, textil, que controlaban la mano de obra casi regalada. Los herederos
de los conquistadores consideraban a los grupos indígenas como parte de sus
riquezas y fortunas. Es suficiente mencionar que de cada diez mexicanos ocho
eran indígenas.
Durante
este periodo de la historia de México se consolidó la transformación de los
medios de producción y surgieron las posibilidades de ingresar a la competencia
comercial internacional. El historiador Silvio Zavala[2],
dio a conocer que: “Medía Nueva España
en 1804, 85 144 leguas cuadradas; su población era de 5 764700 habitantes o
sea, 71 3/8 por legua cuadrada; en las
Provincias Internas; norte del país, la densidad disminuía en relación con la
de la meseta productora de cereales; las costas insalubres tampoco competían
con ésta. Los europeos no excedían de 80.000; los criollos de 1000 000; había 2
000000 de indios; 2 685 000 mestizos; mulatos y castas en general y menos de 10
000 negros. La desigualdad de las fortunas sorprendía a los viajeros: lujosos
carruajes junto a hombres desnudos y hambrientos.
La desunión era general: los españoles del consulado
escribían que los criollos eran irreligiosos, hipócritas, dilapidadores,
“nación enervada y holgazana”, los indios tan brutos como al principio”, las
castas “tienen sus mismos vicios”. El criollo Mier equiparaba a los españoles
de la Colonia, por sus injurias, con beduinos o malcriados hotentotes y afirmaba
que no conocían más letras que las de cambio.
El clero constaba de 9 a 10,000 individuos y con sus criados llegaba
la cifra de 15 000, Humboldt predijo que la población crecería cuando se
neutralizaran las epidemias y carestías del maíz y las ínfimas clases de los
habitantes mejorarían en bienestar industria y comodidad.”
Leonel Antonio de la Cuesta también se refiere a la
penetración ideológica que planteó la Revolución francesa. Destaca que: “Antes
de tratar este asunto, es menester recordar que a partir del siglo XVIII se
habían difundido por el Nuevo Mundo las ideas políticas de la Ilustración
francesa y que en México como en el resto del continente americano las élites
criollas se identificaron mayoritariamente con el ideario de Libertad, Igualdad
y Fraternidad de los franceses. Esta ideología se propagó en buena medida a
través de la Masonería y otras sociedades secretas. La Iglesia condenó desde
muy temprano las ideas de los filósofos galos (Voltaire, Diderot, D'Alanbert,
etc.), pero ello no fue óbice para que muchos sacerdotes abrazaran el credo
revolucionario por el que después perderían sus tonsuradas cabezas durante la
Revolución francesa de 1789 y sus secuelas.”[3]
Desde
luego las observaciones de Alexander von Humboldt marcaron y señalaron la
idiosincrasia de la renovada forma del ser mexicano que nació con la
Independencia. Aquella masa de enardecidos indios que creyeron en las proclamas
de reivindicación propuestas por el cura Hidalgo. La utopía de que iban a ser
tomados en cuenta por la fantasía de que por decreto se abolía la esclavitud y
el pago de tributos. Sin embargo, la mayoría de los habitantes ni siquiera eran
tomados en cuenta en las decisiones de la cúpula paternalista. Desde la alturas
se discriminaba por el color de la piel,
la manera de comportarse, y principalmente por la supuesta ignorancia de no
saber el idioma de los conquistadores.
Roger
Bartra recapacitó sobre nuestra existencia histórica: “¿Qué futuro puede tener
un país cuando su conciencia nacional parece naufragar trágicamente en las
aguas agitadas del progreso y la modernización? ¿Qué escudo podrá proteger a la
nación contra sus propios hijos, una prole de mestizos emotivos, groseros,
holgazanes e indisciplinados? Es
necesario integrar a esta rijosa prole de pelados en la cultura
nacional, de la misma forma en que fueron incinerados los restos del pasado
indígena para que renacieran en el mito unificador del campesino melancólico.
Igualmente el nuevo Prometeo que la revolución ha convocado –el mestizo
cósmico, el proletario como embrión del hombre nuevo- va quedar reducido a la imagen patética del pelado. El indio agachado
no tiene futuro, pero tiene pasado; el nuevo héroe no tiene pasado pero tampoco
tiene futura. La mitología nacionalista lo ha castrado: ése es el precio que
tiene que pagar el proletariado para entrar a formar parte de la cultura
nacional”.[4]
Durante
la lucha por la Independencia, un enorme sector de la población indígena luchó
con palos, arcos, y lanzaderas de
piedras. Fue la carne de cañón que se sacrificó ante la simulación y el
engaño de los discursos oficiales. Como parte de la continuación del
colonialismo impuesto por la Conquista española, los grupos indígenas pagaron
con sus cuotas de sacrificio y muerte. Con la participación de la mayoría de
los grupos indígenas se logró la separación con el reino de España. Aquellas
masas de campesinos miserables, marginados y desposeídos de sus tierras,
significaron el sueño de ser respetados en sus comunidades, y ofrendaron sus
vidas por un poco de bienestar y seguridad social.
Enrique
Semo destacó la importancia de la actividad capitalista: “En México, durante el
periodo de transición en el siglo XIX, predominó, tanto en la agricultura como
en la industria, la vía reaccionaria del desarrollo del capitalismo. Los
primeros intentos de industrialización fueron promovidos por el capital
comercial íntimamente ligado al viejo régimen. En este último tercio del siglo
pasado, el desarrollo de los ferrocarriles, la minería, la industria de
energéticos y parte de la industria del consumo estaban en manos de consorcios
internacionales. La hacienda semifeudal inició su metamorfosis capitalista, sin
la transformación radical de las relaciones de producción. Las revoluciones de
Independencia y Reforma aceleraron el proceso por medio de la liquidación de
los textos de despotismo tributario y el poder corporativo de la iglesia, así
como por la consolidación del Estado nacional. Sin embargo no fueron
suficientes para alterar la vía del desarrollo”.[5]
Luis
Villoro, en uno de los trabajos de investigación trascendentales sobre la
Independencia, advirtió que: “El 1808 señala el primer intento del criollo por
volver a lo genuino, camino del origen. Pues tal le parece que al retroceder en
el tiempo desciende también hacia el fundamento. El inicio histórico de la
Nueva España, ¿no es acaso también su principio constitutivo? La doble acepción
de “principio”, se confunde: es a la vez fundamento primero de la sociedad y
comienzo de su vida histórica. Ahondar en el pasado es sólo una vía para
alcanzar las bases en que descansa la sociedad y que permanecen ocultas. La
marcha hacia el origen se reviste entonces de una templada añoranza por el
pasado sepulto bajo el tiempo, definitivamente perdido, quizás; suave nostalgia
de lo incorrupto y prístino, como la que a veces hace volver la mirada hacia la niñez perdida,
hacia el amor primero. ¿Podrá acaso retornar aquel día en que todo era
auténtico y llano? ¡Quién pudiera hacer a un lado para siempre lo accesorio,
arrancar las escorias que consigo trae el tiempo y revivir la ingenuidad
primera!
El letrado, desplazado de un mundo que no halla acomodo, emprende el
camino de retorno hacia una patria imaginaría. Su melancolía de hombre sin
hogar lo impele a buscar la sociedad aquella en que había un sitio señalado
para él y que le ha sido arrebatada. Así, la situación social en que se
encuentra constituye el punto de partida de una actitud que marcará con su
sello toda la revolución de Independencia. Con su aparición, la paradoja de
todo movimiento revolucionario comienza: las proposiciones del partido criollo,
que representan la posición más progresista del momento, implican, a la vez; un
movimiento de retorno”[6].
La
intención de no haber podido reconocer los usos y costumbres, los derechos y culturas
indígenas permitieron que la aparición de un: “nuevo sistema se inicia con el
ajuste de la economía precapitalista de los vencidos a un nuevo tipo de
economía de los conquistadores que consistía en una mezcla del esclavismo y del
feudalismo decadente en España, orientada a un capitalismo mercantilista que
fue el nuevo proceso económico que de desarrollo dentro de la etapa colonial.
Poco después de terminada la Conquista, los vencedores
concedieron a los indios una categoría elemental de menores y les dieron el
derecho a los beneficios del bautismo y la catequización.[7]”
Lucio Mendieta y Núñez,
escribió que: “Los indios y las
castas consideraban a los españoles como la causa de su miseria; por eso la
guerra de Independencia encontró en la población rural su mayor contingente;
esa guerra fue hecha por los indios labriegos, guerra de odio en la que
lucharon dos elementos: el de españoles opresores y el de indios oprimidos. Las
masas de indios no combatieron por ideales de independencia y democracia que
estaban muy por encima de su mentalidad; la de Independencia fue una guerra en
cuyo fondo se agitó indudablemente el problema agrario para entonces ya
perfectamente definido en la vida nacional.”
En
referencia al contenido social en que se encontraba el problema agrario como
una de las causas de la guerra de Independencia. También en sus estudios
realizó un profundo examen sobre el papel de la Iglesia Católica. Por ejemplo:
“La propiedad eclesiástica favoreció también en gran parte la decadencia de la
pequeña propiedad agraria de los indios, por cuanto amortizaba fuertes
capitales y sustraía del comercio grandes extensiones de tierra. Además de los
despojos de que fueron víctimas, se deshicieron voluntariamente de muchas de
sus propiedades en favor de la Iglesia mediante donaciones y testamentos. La
Iglesia era, en la Nueva España propietaria de innumerables haciendas y ranchos
que explotaba para beneficio del culto y acrecentamiento de sus riquezas.” [8]
De
igual forma, el cura Hidalgo contaba alrededor de la iglesia que le
correspondía. Con sus respectivas hectáreas, en donde los indios asignados
trabajaban en el cultivo y en las
cosechas. La hacienda reflejaba la esclavitud en que eran sometidas las
comunidades indígenas. La imagen de esta lucha
entre los criollos con los españoles, mantuvo la estructura feudal.
Entre los voraces litigios por el apoderamiento de las tierras de los grupos
indígenas, destacó el enfrentamiento entre hacendados por las riquezas
coloniales. Las comunidades indígenas, a pesar de la persecución sojuzgamiento y el despojo se concentraron en
sus usos, costumbres y amor por la
tierra.
Gustavo Esteva estableció que: “En 1810, el año de la
revolución de independencia las comunidades indígenas habían logrado
salvaguardar para su propia explotación, aunque sometidos a la dominación
“desde afuera”, alrededor de 18 millones de hectáreas. En diez mil ranchos y
grandes explotaciones que ocupaban 70 millones de hectáreas, una parte
importante de los trabajadores que en ellas prestaban sus servicios mantenía
una organización comunitaria. Se declaraban baldías alrededor de cien millones de hectáreas. El
peón de la hacienda, que tenía las desventajas del esclavo y las del trabajador
asalariado, buscaba aun supervivencia y desarrollo en la estructura social de
su comunidad. Y esta se mantenía en lucha en lucha constante”.[9]
Como
ya se mencionó, los indios respaldaron el movimiento que iniciaron los
criollos, a pesar de sus diferencias y visiones del mundo. Frente al
autoritarismo de los españoles de sangre original, los criollos de padres
españoles pero nacidos en la Nueva España, permanecieron rechazados por la alta
cúpula del poder institucional. Los grupos indígenas lograron sobrevivir ante
las constantes amenazas provocadas por el repudio de la discriminación.
Constantemente fueron objeto del despojo de sus territorios, la esclavitud,
etnocidio, el genocidio y dominio político y religioso durante tres siglos,
luego de la Conquista.
De acuerdo al Derecho Romano, las nuevas regiones conquistadas
eran sometidas a estas leyes que consideraban a los bárbaros sólo como
esclavos. Al mismo tiempo, mediante la cruz y la espada, la religión católica
participó en este proceso dogmático para intentar borrar el pensamiento
prehispánico que hasta la fecha continúa presente con la transmisión oral de
nuestros mitos y leyendas. De esta manera se impuso la religión católica en el
territorio de Mesoamérica. Al grado que Francisco de Vitoria justificó el
exterminio de los infieles bárbaros del Nuevo Mundo, como: “matanzas y
tormentos de inocentes, raptos de doncellas, estupros de matronas, despojo de
templos…”[10]
Sin embargo, los frailes que encabezaron la
evangelización del Nuevo Mundo, trajeron en sus estudios, perfectamente
analizada la propuesta de Santo Tomas, relacionada con el estudio del hilemorfismo[11].
A partir del concepto de ley eterna, a la que se considera como “la razón de la sabiduría divina en tanto que
rectora de todos los actos y movimientos”. Desde el estudio de la propuesta ordenadora
de Heráclito, que había intuido en la naturaleza (Logos), y de la que los
estoicos habían hecho fundamento de su filosofía. De este modo, la concepción
teleológica aristotélica, según la cual
todos los seres tienden por naturaleza a un
fin que les es propio, obtiene en
el universo regido por la ley eterna divina su definitivo fundamento. Todo este
conocimiento fue razonado por el cura Hidalgo.
La
ley eterna divina tuvo concreción en la ley natural, que regía el movimiento de
los seres hacia su fin natural. Los seres irracionales no eran conscientes de
tal ley natural: se dejaban guiar por ella de manera directa y necesaria. Los
escolásticos llegaron a la conclusión de que Dios hubo creado seres con
entendimiento y voluntad, seres humanos dotados de razón y libre albedrío.
Estas leyes que el hombre descubría analizando su propia naturaleza constituyó
lo que Santo Tomas denominó la ley moral natural. “Ha de hacerse el bien y
evitarse el mal”, de este principio
derivaron las siguientes premisas: “Todo aquello a lo cual el hombre se
encuentra naturalmente inclinado, la razón lo considera naturalmente bueno”, y
“el orden de los preceptos de la ley natural sigue el orden de las
inclinaciones naturales”. Los seres
humanos lograron deducir racionalmente
el contenido de la ley natural analizando las tendencias esenciales de la
naturaleza humana en tres niveles:
sustancia, animal, y racional.
Descubrieron
la tendencia natural al conocimiento y a vivir en sociedad. También de la
tendencia al conocimiento a la verdad se plantearon normas relacionadas con
aquel tipo de actividades humanas. Para Santo Tomás, la ley positiva desembocó
en una prolongación de la ley natural. Bajo esta teoría, los frailes intentaron
un poco proteger a las comunidades indígenas, de la voracidad de los españoles
y criollos, que se consideraban los verdaderos dueños del naciente Estado
mexicano. En este sistema los indios sólo desempeñaron el papel de sus
esclavos, que aportaron la fuerza humana motriz como mano de obra de los
esclavos.
Por
tanto, los criollos sintieron el peso de la discriminación, y fueron rechazados
por las autoridades enviadas por la Nueva España. Comenzaron a tomar conciencia
y renegaron de los españoles, denunciaron su opresión política y la explotación
a los americanos como los criollos se asumieron, evitaron reconocer la
condición de esclavos en que vivían los grupos indígenas quienes eran los
dueños originarios de los territorios ocupados por los extranjeros españoles,
criollos y luego también por los mestizos. Miguel Hidalgo y Costilla exigió a
los criollos insurgentes que se respetara la propiedad incluso de los
españoles, y no se opusieran a la revolución de Independencia, pero nunca se restituyeron las tierras y territorios a
sus dueños originarios, las comunidades indígenas.
A
pesar del intento de prohibir la esclavitud y la entrega de tributos, en las
proclamas del “Despertador Americano” de Hidalgo, se presenta el proyecto
político en el que los criollos reclamaron para sí el control del gobierno, la
economía nacional y la titularidad de la soberanía nacional, pues se
reivindicaron como el pueblo americano. En la tarea política de definir y
pactar el Proyecto de Nación y de todo asunto de gobierno futuro los indios
fueron ignorados, como si no existieran. Insurgentes e independentistas
concibieron -cada quien a su modo- y finalmente pactaron un proyecto de Nación
étnicamente Única en la cual los Pueblos, Tribus y Naciones fueron disueltos oficialmente.
La
destrucción del mito del cura Hidalgo quedó plasmada en su juicio de
excomulgación y condena de ser fusilado.
Los soldados del pelotón tuvieron el temor de cometer pecado mortal si le
disparaban al corazón o a la cabeza. Al final del fusilamiento, permanece hasta
nuestros días la imagen trágica de su
agonía. Un testigo presencial, Juan Vicente García describió que el
general Nemesio Salcedo le ordenó a un indio tarahumara: “Corta la cabeza de
ese reo”. Por lo que en su presencia y con un sable muy filoso de un solo tajo
la separó del tronco; visto lo cual por aquel jefe, le dio al bárbaro ejecutor
25 pesos de gala. Este hecho fue referido por su padre, el historiador Luis
Pérez Verdía.[12]
José
María Morelos, continúo la lucha de Independencia, que aceptaba el
sojuzgamiento de: “Que la Religión Católica sea la única, sin tolerancia de
otra. Que todos sus Ministros se sustenten de todos y solos los Diezmos y
Primicias, y el Pueblo no tenga que pagar más obvenciones que las de su
devoción y ofrenda. Que el Dogma sea sostenido por la Jerarquía de la Iglesia,
que son el Papa, los Obispos y los Curas, porque se debe arrancar toda planta
que Dios no plantó”. Lo cual ahondó mucho más el abismo entre los grupos
indígenas y los nuevos administradores de la riqueza y el poder. Se intentó
otra vez destruir la memoria indígena.
Los
liberales y conservadores, criollos y mestizos, emprendieron la tarea de
construir sus instituciones y sus leyes, simularon copiar las constituciones de
Cádiz y la de Estados Unidos de Norteamérica, con la idea de que México era una
sociedad de una sola etnia, de una sola cultura, de una sola lengua y de una
sola religión. La gran diversidad cultural y étnica que componía el 80 % de la
población nacional y que era indígena fue simplemente ignorada. La fatalidad
histórica de las comunidades indígenas fue la de haber derramado su sangre sólo
para fincar el Estado de sus nuevos opresores.
Dieron
inicio los conflictos entre liberales y conservadores, era una disputa por la
Nación, por el control del Estado para favorecer un sistema de acumulación de
capital. Pero para unos y otros políticos, los Pueblos indios eran considerados
solo como un activo económico muy poco diferente de las bestias de carga, a
pesar de que la esclavitud se había abolido por decreto del presidente Vicente
Guerrero el 15 de septiembre del año 1829.
Con
los criollos nació el Don Nadie, que definió Luis Villoro, y Octavio Paz
aseguró posteriormente que era de: “padre español de Ninguno, posee don,
vientre, honra, cuenta en el banco y habla con voz fuerte y segura. Don Nadie
llena al mundo con su vacía y vocifera presencia”.[13]
El reconocimiento a la imposición de una ideología, el dogma católico. La
realidad de no reconocer los orígenes de las culturas y lenguas indígenas. El
sometimiento a la ignominia de no pensar más allá de los dogmas religiosos. El
repudio a todo lo que pudiera estar relacionado con las raíces indígenas. Los
hijos y nietos de la Malinche rechazaron a la figura paternal, e inventaron la
utopía y la ideología de un Estado-Nación, Octavio Paz señaló que: “nuestra
historia como nación independiente contribuiría también a perpetuar y hacer más neta esta psicología servil”[14].
El
fracaso y mentira de la Independencia radicó en que no se intentó la
descolonización de México. El proyecto político y cultural se encuadró bajo la
propuesta de la civilización occidental católica que centró todo su poderío en
la destrucción de Mesoamérica. La fantasía de la separación con la Madre
Patria, llevó únicamente a la paranoia de pasar a la tutela desconocida
entonces del abandono por parte de una madrastra denominada Iglesia Católica.
Al analizar esta parte de la historia de México, Maximiliano se refirió a que:
“Los indios son la mejor gente del país; los malos son lo que se llaman
decentes, los clérigos y los frailes”, según lo destacó Guillermo Bonfil
Batalla[15], y dio a conocer que a partir de la
intervención francesa se: “Crea una comisión mixta”, (de mexicanos europeos) para estudiar las condiciones de la
vida de los indios. No pasa nada. La emperatriz decreta la abolición de los
castigos corporales en las haciendas, reduce la jornada de trabajo y establece
límites a la servidumbre por deudas. Tampoco pasa nada”.
Hay
que destacar las reflexiones sobre la propuesta de los indios de México, en la
actualidad: “La Nación mexicana (desde su fundación en 1824), nació con una
sola religión: la católica, un solo lenguaje: el español, una sola cultura: la
española criolla y una sola autoridad y ley: la constitucional y liberal.
Nuestra espiritualidad volvía a considerarse cosa del demonio y no sería
tolerable; A partir de ahora si queríamos participar en la vida de la nación
debíamos hablar en español; nuestra cultura sería considerada durante décadas
como salvaje, inferior y retrógrada y un obstáculo para la prosperidad por lo
que debía desaparecer; nuestra organización política tradicional y sus
prácticas de gobierno, administración y justicia autónoma fueron consideradas
ilegales.
Al
imponerse el modelo de Nación Única y Estado Republicano y luego ser reafirmado
por el Constituyente de 1917, se decidió al mismo tiempo que los Pueblos,
Tribus y Naciones indias deberían dejar de existir al menos legalmente.
Consecuentemente la relación política histórica que impuso el Estado mexicano a
los Pueblos indígenas fue de segregación étnica y de dominio político.
Los
constituyentes de 1824 y de 1910 no sólo no consideraron la construcción de una
Nación pluricultural como éramos en la realidad, sino que ahora debíamos dejar
de ser indígenas para ser verdaderos mexicanos. Ahora quedábamos en el total
desamparo. El nuevo Estado mexicano se anexó todos los territorios indígenas
existentes en el que fue el “virreinato llamado antes Nueva España, el que se
decía capitanía general de Yucatán, el de las comandancias llamadas antes de
provincias internas de Oriente, y Occidente, y el de la baja y alta California
con los terrenos anexos e islas adyacentes en ambos mares”. Pero cuando México
perdió casi la mitad de su territorio con la guerra que culminó en los Tratados
de Guadalupe Hidalgo de 1848, los intelectuales liberales y algunos
conservadores como José María Roa Barcena protestaron por la pérdida de
territorio pero nadie lamentó la división de los territorios ancestrales de
nuestros Tribus y Naciones indígenas del Norte.”[16]
Con
la distorsión de la realidad se logró inventar a un ser originario descendiente
de las civilizaciones de Mesoamérica y del Occidente católico. De un fanatismo
se impuso otro igual de terrible con su santa inquisición, llamado Santo
oficio, y sus verdades absolutas. Se construyó el edificio imaginario de un
pervertido nacionalismo. La mitología de héroes casi sacralizados como lo
hicieron los antepasados prehispánicos, mediante los dibujos de los tlacuilos,
o a través de las imponentes esculturas. Algo idéntico a los artistas griegos y
romanos que realizaron sus obras magnas, en donde narraron sus episodios
históricos.
También
con el cura Hidalgo se hizo la figura protagonista de las estatuas oficiales, y
se inventaron retratos. Lo mismo sucedió con la imagen de la Virgen de
Guadalupe que utilizó como estandarte al frente del movimiento de
Independencia. Aquella belleza que se cantaban los conquistadores al llegar al
Nuevo Mundo: “Crieme en aldea, / híceme morena: / si en villa me criara / más
bonica fuera / Morena me llaman… Yo blanca nací. / el sol del enverano, / ne hizo
a mi ansí. / estribillo: / morenica, graciosica, / morenica y graciosita / y
mavromatiani[17]
Y
Hernán Cortés portaba una pintura en su escapulario debajo de su armadura para
combatir a los infieles. La imagen morena que fue una versión mariana del
santuario está en la villa y puebla de Guadalupe, (Cáceres), España, y
representó la inspiración de los conquistadores del Nuevo Mundo.
[1]
“Otro Lunes”, Revista Hispanoamericana de Cultura, Número quince, noviembre
2010. Año cuatro. (http://www.otrolunes.com/)
[2] Apuntes
de historia nacional, (1808-1974),
Sep, 1981, México.
[3]
Artículo Citado
[4]
Roger Bartra, La jaula de la melancolía, Grijalbo, 1987, México
[5] Seis
aspectos del México real, Universidad Veracruzana, México, 1979.
[6] Luis
Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, FCE,
México, 2008.
[7] Ricardo
Pozas, Isabel H. de Pozas, Los indios en las clases sociales de México,
Siglo Veintiuno, México, 1971.
[8]
Lucio Mendieta y Núñez El problema agrario de México, Editorial Porrúa, México, 1971.
[9]
Gustavo Esteva, La batalla en el México rural, Siglo Veintiuno
editores, México, 1982.
[10]
Francisco de Vitoria, Relecciones del Estado, de los indios, y del derecho
de la guerra, Porrúa, México, 2007.
[11]
Teoría filosófica ideada por Aristóteles y seguida por la mayoría de los
escolásticos, según la cual todo cuerpo se halla constituido por dos principios
esenciales, que son la materia y la forma relacionada con el derecho divino
[12] Compendio
de la historia de México, Librería española de Garnier Hermanos, París,
1892.
[13] El
laberinto de la soledad, FCE, México 1959
[14] El
laberinto de la soledad, FCE, México 1959.
[15] México
profundo, Grijalbo, México, 1994.
[16]
Proyecto Indígena de Nación, Septiembre, México, 2010
[17] Julio
Rodríguez Puértolas, Poesía crítica y satírica del siglo XV, Castalia,
Madrid, 1981.
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