Silvestre
Manuel Hernández
Investigador
de Ciencias Sociales y Humanidades.
Universidad
Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, Ciudad de México.
silmanhermor@hotmail.com
El
acceso al conocimiento, racional y emocional, tiene dos vías, tanto para
entenderse como para comprenderse; a la primera corresponde la producción
material y simbólica generada por un individuo o grupo de sujetos, el o los
autor(es) de tales o cuales temas; la segunda está representada por el sentir
directo del autor o de los autores, al hablar de este o aquel tema. Es así como
se forja un medio palpable que conjunta las dos aristas: la entrevista, el
vehículo idóneo para difundir y sintetizar microcosmos del saber, la creencia y
el vivir, de todo aquello que interesa o afecta al ser humano.
En este sentido, la sección Temas y Autores tiene como objetivo
presentar la(s) voz(ces) de quien(es) ha(n) forjado un conocimiento específico
sobre algún tema nodal de la cultura, o quien tiene algo fundamental que compartir
de todo aquello que enriquece nuestro paso por el mundo, donde los temas y los
autores podemos ser cada uno de nosotros, dependiendo del valor y la dignidad
con que afrontemos la existencia.
Vaya, pues, mi agradecimiento a todos
aquellos que nos brinden su tiempo, su palabra y su saber.
Los entretelones de la masculinidad
Tengo
el enorme gusto de iniciar esta sección con el Doctor Rafael Montesinos
Carrera, Sociólogo, Maestro en Política Internacional, Doctor en Ciencias
Antropológicas, Profesor–Investigador en la Universidad Autónoma Metropolitana,
Unidad Iztapalapa, de la Ciudad de México. Miembro del Sistema Nacional de
Investigadores, nivel II. Especialista en cuestiones de género y masculinidad.
Coordinador del Observatorio Nacional sobre Violencia entre Hombres y Mujeres
(ONAVIHOMU).
Silvestre
Manuel Hernández (SMH). Si tomamos
en cuenta la historia de la cultura en el Siglo XX, en la década de los setenta
hay un auge de los estudios de género. Qué me puedes decir al respecto, antes
de entrar a la masculinidad; qué auge tiene y cómo se pueden validar,
metodológicamente, los estudios de la masculinidad.
Rafael
Montesinos (RM). Bueno, es una
pregunta compleja; es muy compleja la pregunta; pero, la primera parte. A mí me
queda la impresión, igual y no acierto con precisión en cuanto a la valoración
que voy a hacer; pero me da la impresión, y es natural, que la cantidad de
publicaciones respecto a los estudios de género, que hoy se pueden considerar
como tal, como los antecedentes de los estudios de género, creo yo que no
habría muchos. Definitivamente está la referencia obligada al trabajo de Simone
de Beauvoir,[1]
que es de antes de los años sesenta y que es algo así como la autoridad máxima.
Como si Simone de Beauvoir ocupara la posición de una patrona de la gran tribu,[2]
que se agrupa en torno a lo que hoy se conoce como estudios de la mujer o, ya
incorporados los estudios de la masculinidad, como estudios de género.
Entonces, a través, o a partir del impacto
que tiene el movimiento feminista, sobretodo en Norte América y Europa, es como
empieza a incrementarse las publicaciones, las revistas especializadas, las
revistas de difusión sobre temas de estudios de la mujer. Así, entra de lleno
en la actualidad, pero de eso han corrido sesenta años. Tiene como una suerte
de paso, de proceso natural. Y, evidentemente, en ese gran conjunto de
publicaciones hay de todo. Tenemos los trabajos académicos que presumen
seriedad, por el carácter institucional que tienen; por eso eligen, en sentido
estricto, una cuestión académica; necesitan estar en el corazón de la comunidad
intelectual. Pero también, como es un tema de mucha importancia para la vida
cotidiana, no tiene que ver, solamente, con la cuestión de la generación de
conocimiento, donde está una pequeña élite de especialistas, que son aquellos
que aprueban, que siguen y que intercambian. Sino que, finalmente, se va
constituyendo en un producto que poco a poco, y mediante una red mucho más
compleja, que está más allá de los propios especialistas, ese conocimiento va
bajando de nivel, de un lenguaje y de un tratamiento estrictamente académico, a
un manejo de carácter editorialista. Y, desde luego, en ese periodismo se
encontrarán calidades, como en todas partes. Es decir, un periodismo serio, o
el trabajo que sigue las pautas de las modas.
Como podemos observar, si se prende el
radio, que también es periodismo, hay una buena parte de programas que están
tratando cuestiones que antes se conocían con el mote de “cosas de mujeres”,
“lo que las mujeres callamos”. Y a veces, uno mismo, como académico, tiende a
despreciar todos aquellos productos que no provienen del quehacer de la
investigación. Y no me da la impresión que sea necesariamente así; o sea, hay
cosas buenas y hay cosas malas dentro del trabajo académico, y hay cosas buenas
y hay cosas malas dentro del trabajo del periodismo de difusión cultural.
Hay un programa que para mí es muy
significativo y tiene una larga trayectoria, y que ha resistido a los embates
de las burocracias en turno; el programa de Diálogos, Diálogos en
confianza, que ha sufrido una serie de cambios pero, curiosamente, ese tipo
de periodismo, muy serio, le ha valido al Canal Once premios internacionales.
Hay otros programas, pero ese le ha generado bastantes éxitos. Al respecto, si
uno se da cuenta, la experiencia acumulada por el equipo que está detrás de la
emisión, aunque no sea su propósito, ya no invita a feministas radicales, sean
académicas o no. Porque en lugar de ampliar la discusión, de abrir horizontes
que permitan enriquecer esta visión, al nivel de difusión, lo que hacen es
generar un choque con la propuesta. Ahí está ese programa, el cual, yo creo,
puede enseñarle mucho a los académicos. Es un programa de difusión cultural
que, en mi opinión, tiene muchísimo que enseñar a los académicos; sobre todo a
aquellas especialistas en estudios de género, radicales, que siguen sesgadas,
al mantener esa visión exclusiva del hombre como victimario de la mujer.
SMH.
La doctora Graciela Hierro, todos sabemos quién es, los que conocemos un poco
de estudios de género; dentro de sus Seminarios, nos hablaba de ponernos los
lentes del feminismo, y decía que siempre había una posición ética y política
en cualquier tipo de estudios de este rango.[3]
¿Cómo podríamos traspasar esto, pasándolo al plano de las investigaciones sobre
la masculinidad. Habría que ponerse, como investigadores o simples lectores de
procesos genéricos, los lentes de la masculinidad,[4]
para ver si ha habido un cambio en los comportamientos sociales, tanto para
hombres como para mujeres?
RM.
Tuve la oportunidad de conocer a la profesora Graciela Hierro, porque
finalmente somos de la misma Casa. Como estudiante nunca me dio clases, pero es
una profesora que tuvo la autoridad moral, por la posición que jugaba, como una
de las personas que más promovía los estudios de la mujer.
Pero, habría que establecer varias
cuestiones, algo que no se ha discutido y es un tema demasiado escabroso.
Discutido, no quiero decir que no se haya manifestado, en el sentido de
afirmar, tajantemente, como lo hace el radicalismo, de que aquí no se asienta
un movimiento feminista. Seguramente me equivoco, pero no creo que haya
existido, como tal, un movimiento feminista. Definitivamente, si hubo algo,
nada que se pudiera aproximar a lo que se estaba haciendo en Europa o los
Estados Unidos. Me refiero a ese gran impacto, de una movilización de gran
magnitud que tuviera un impacto no solamente en los medios de comunicación y lo
que ello implica, sino que se observara, precisamente, como todo movimiento,
esa cualidad de constituirse, finalmente, en una fuerza política que se hace
escuchar por la fuerza de la política, por la fuerza de la manifestación, por
la fuerza de la energía que presume exactamente ese adjetivo con el que nos
referimos a los fenómenos sociales: que es movimiento, un movimiento social.
Entonces, a mí me da la impresión de que no hay los antecedentes.
Esto que tú me comentas. Aunque la doctora
ya era una persona de edad. Esto que tú me comentas no es de los sesenta o de
los setenta. Seguramente, la doctora Hierro esto lo estaba diciendo por ahí de
los ochenta o los noventa, pero digamos que es en los ochenta.
Y sí, a nivel internacional ya han corrido
prácticamente treinta años de trabajo. Un trabajo que, cuando decimos movimiento
social, movimiento político que tiene un impacto, desde luego, en todos los
ámbitos de la vida social, de la política, de la economía, y en la cultura,
desde luego. Y, precisamente por ello, filósofos como Ágnes Héller,[5]
quien tiene un artículo poco conocido, donde dice que si habría que hacer una
revisión de los movimientos culturales más importantes del siglo XX, ella decía
que el movimiento más importante era el feminista, porque era el único que se
mantenía; pero, sobre todo, era el que había generado, realmente, una
revolución cultural que se traduce en una revolución, en una transformación
radical de la reconciliación de la vida cotidiana, en la forma de relacionarte
con los otros; de la mujer con el otro y al interior de las mujeres. Y eso
sigue en proceso, esa parte sigue en un proceso que se vive de manera diferente
en el primer mundo y en el tercer mundo, no es una cuestión de imperialismo
intelectual. Cuando yo planteo esta diferencia, tiene que ver, exactamente, que
el decir primer mundo no es evocar la cuestión de la riqueza o de la pobreza de
uno, sino la construcción de instituciones que realmente sean, al menos, la
prueba del esfuerzo de la humanidad, de la sociedad occidental por ceñirse a
los principios que nos heredó la Ilustración: libertad, igualdad, justicia,
solidaridad. En ese sentido, es un estado de derecho real. Y el que quede en el
tercer mundo, está en el papel, para llegar a la práctica, de ese estado de
derecho, que se oye muy bonito, que es una clonación, que es una copia. Es una
reproducción tercermundista, tropical, totonaca de esos modelos; pues, no
tienen la repercusión que se quisiera. Por eso Bobbio, en Filosofía política, señala la importancia de reconocer el peso, el
significado político que tiene el impacto del movimiento feminista, al haber
propiciado que los especialistas reconozcan que, finalmente, en lo político, lo
personal es político; es decir, que lo privado es político.
Asimismo, esa frontera que tenemos
nosotros como referente, como premisa en la discusión de la ciencia política,
del espacio privado y del espacio público, que está en el origen de la génesis
de las sociedades occidentales, ya con el paso de la modernidad occidental, esa
frontera se cebó. Lo privado se vuelve político, lo personal es político, lo de
las mujeres se vuelve político, y todo se enmarca, en mi opinión, en lo que
sería el complejo proceso de construir sociedades realmente democráticas.
Ahí creo que sí hay un abuso, en el sentido
de un fundamentalismo de las posiciones de las feministas radicales, de no
reconocer sus propios errores. Es decir, como que tenemos una suerte de
retroceso; si a principios de los años noventa se resaltaba el hecho de que
hoy, en las ciencias sociales, ya se reconocía el término de género como
término sociológico, politológico de clase social, era tan importante, siempre
lo ha sido. No tenía la categoría, no tenía el reconocimiento, pero se fue
construyendo poco a poco. Entonces, todo lo que inevitablemente tengo que
resumir, nos habla de un proceso muy complejo, al grado que todavía, en el
primer mundo, se está construyendo y se sigue poniendo el dedo en la llaga de
la desigualdad. Con este movimiento se ha tenido que transformar el estado de
derecho, ha tenido que modernizarse, y ser acorde con las prácticas sociales
que fueron rompiendo con lo que podemos denominar la tradición, fundada
exactamente en una figura de la masculinidad patriarcal y todo lo que ello
implica,[6] es
decir, esa conjunción entre alguien que domina y alguien que acepta la posición
y por tanto se somete, si se quiere, sin generar un conflicto, al menos
visible.
Las cosas se han transformado, se ha
transformado la sociedad en todos los sentidos, cada espacio de la sociedad
occidental ha tenido una transformación. Por esto, que ya no es nuevo, que es
la presencia de la mujer en todos los niveles de la sociedad. Entonces, si esto
lo queremos comparar con los estudios de la masculinidad, hay un problema que
tiene que ver con el hecho de determinar si hay un movimiento de la masculinidad
o no lo hay, si no hay movimiento, no hay tal. Hay autores que piensan, o que
han planteado que sí ha habido movimientos de la masculinidad, pero no
confundir masculinidad con homosexualidad.[7] Es
un movimiento que está rechazando el modelo anterior, el modelo hegemónico, el
modelo tradicional, y que está intentando construir un nuevo proyecto, una
nueva identidad o nuevas identidades masculinas que sean la manifestación o la
concreción de ese rechazo simbólico.
Yo, en México, definitivamente, no creo que
haya un movimiento, independientemente de que si está o no está, trabaja para
promover nuevas formas de identidad claramente distanciadas de esta identidad
patológica, de esta identidad que es nociva tanto para los hombres como para
las mujeres. En este sentido, yo digo que no ha habido un movimiento de la
masculinidad: no hay hombres que salgan a la calle, que tengan esa presencia
física. Es decir, la política clásica de salir a la plaza, de apropiarte de la calle,
de moverte, de crear, de ver, de percibir la energía que implica la reunión de
hombres, de personas, de individuos que están demandando “equis” sobre
cualquier situación: para mí no existe, no existe el movimiento. Para empezar,
la cuestión está en ubicar qué es lo que pasa en términos de avance, y ahí,
entonces, no se avanza de cero. Esto es, el auge de los estudios de la
masculinidad, no de la homosexualidad, insisto, calculo que inician en los
ochenta, con los clásicos, Kaufman;[8] y,
evidentemente, no se parte de cero, no se tienen que pelear políticamente por
ganar derechos, sino es una suerte, en el terreno de lo político, recordando lo
que planteaba Hierro, de sumarte en esa forma de concebir la vida política,
económica y cotidiana por la que te quieres mover. Aprovechar todo ese impulso,
toda esa transformación, todo ese impacto, pero no empezar de cero, no tiene
sentido empezar de cero. La cuestión, y esto, evidentemente es polémico, pero
finalmente es mi posición; la cuestión es cómo te colocas estudiando estudios
de género, cuando ya la mayor parte de la tinta arrojada por cinco décadas,
cuando menos, de estudios sobre la mujer, te han dado detalles, close up, matices, que te permiten
reconocer esa forma deleznable de conducta nociva, en el terreno político, en
el terreno emocional, que es la exclusión de la mujer.
Entonces, retomas aquella experiencia,
insisto. No creo que, hacer un estudio del arte de todos los estudios de la
mujer sería realmente terrible, porque habría que ver muchas cosas que en
realidad no tienen la calidad ni la importancia, no sirven para nada. Hay que
reconocer, en ese sentido, las obras claves, tenerlas muy presentes en términos
de la construcción, pero también, estamos en un
momento donde ya no se puede reproducir ese perfil, que es el inicio y
abrió otros parámetros, no es aquel fundamentalismo. Hoy reconoce uno el
fundamentalismo en algunas posiciones de algunas feministas, y hay otras
feministas que no son fundamentalistas, que están abiertas a la crítica, que están
siempre atentas a lo que pasa en las ciencias sociales; mientras que las
fundamentalistas ya ni se preocupan por leer otros autores, para ellas, ya no
hay necesidad de las ciencias sociales, es como si pensaran, si uno se dejara
influenciar por ellas, uno podría decir que, apoyándose en esos postulados,
entonces ya no es necesaria la psicología ni la sociología, ni la teoría
política ni nada. Pero esto es un error, porque te resta la posibilidad de
ampliar, de hacer más potente el ente con el que intentas analizar el objeto de
estudio, te limita, te obliga a tener una posición política; y es aquí donde la
política hace daño, lo político y lo ideológico dañan el avance del
conocimiento científico.
A lo mejor estamos, todavía, en una
discusión muy clásica donde podríamos extrapolar lo que decía Durkheim respecto
al investigador y al objeto de estudio:[9] el
estar distante, frío; y Marx diciéndote no, si tú eres parte de esto; serían
los dos polos. Pero yo lo que creo, como mi posición, es que no me gusta el
planteamiento de Durkheim, pero sí hay que reconocer que una posición política,
ideológica, de entrada, puede dañar la percepción, la riqueza, la complejidad
de tu propuesta. En realidad, para poder llegar a esa situación la política
debe de quedar afuera. Hemos criticado a Durkheim y, llegando a esto, lo mejor
es hacer un alto.
En lo que yo trabajo, procuro estar actual
en lo que sucede en el mundo de las ciencias sociales y, por mi formación
profesional, sociólogo, política internacional, antropología, psicología, estoy
atento en ver qué sale de interesante para leerlo, para saber; cómo explico,
cómo aprovecho eso y que me permita construir, avanzar en la búsqueda de mi
estudio.[10]
Yo estoy en esa posición; el problema son los grupos, y aquí ya me refiero,
particularmente, a México, el grupo que presume tener la autoridad moral para
hacer los estudios de la masculinidad, no tiene una posición crítica de lo que
hace, ni de lo que ha hecho, ni de lo que implica mantener una posición de
fundamentalismo dentro de los estudios de género: no tienen posibilidad.
Bibliografía
fundamental del entrevistado
Bourdieu,
Pierre, Alfonso Hernández y Rafael Montesinos, La masculinidad. Aspectos sociales y culturales, ABYA–YALA,
Ecuador, 1998.
Montesinos,
Rafael, Las rutas de la masculinidad.
Ensayos sobre el cambio cultural y el mundo moderno, Gedisa, Barcelona,
2002.
_____
(Coord.), Masculinidades emergentes,
Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa / Miguel Ángel Porrúa, México,
2005.
_____
(Coord.), Perfiles de la masculinidad,
Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa / Plaza y Valdés, México, 2007.
_____
El mito del amor y la crisis de pareja,
Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, México, 2010.
Montesinos,
Rafael y Rosalía Carrillo Meraz, Al borde
de los géneros. Masculinidad y violencia entre hombres y mujeres, Académica
Española, Alemania, 2012.
Algunos
de sus artículos son:
Montesinos,
Rafael, “Vida cotidiana, familia y masculinidad”, en Sociológica, No. 31, Universidad Autónoma Metropolitana–Azcapotzalco,
México, 1996, pp. 183 – 203.
Montesinos,
Rafael y Griselda Martínez V., “Erotismo y violencia simbólica: un ensayo sobre
el proceso civilizatorio”, en IZTAPALAPA,
No. 47, Universidad Autónoma Metropolitana–Iztapalapa, México, 1999, pp. 249 –
269.
Montesinos,
Rafael, “La difícil construcción de la identidad masculina al inicio del
siglo”, en Casa del Tiempo, No.
66–67, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 2004, pp. 9 – 17.
____,
“¿Dilemas de la masculinidad? O ¿Dilema de la identidad?”, en Topodrilo, No. 4–5, Universidad Autónoma
Metropolitana–Iztapalapa, México, 2008, pp. 65 – 72.
____,
“Instantáneas del 68”, en Topodrilo,
No. 8, Universidad Autónoma Metropolitana–Iztapalapa, México, 2008, pp. 77 –
78.
____,
“Violencia doméstica. La historia de Lucy”, en Topodrilo, No. 10, Universidad Autónoma Metropolitana–Iztapalapa,
México, 2009, pp. 40 – 47.
____,
“Historia de vida de Carlos: trabajo, educación y género”, en Topodrilo, No. 11, Universidad Autónoma
Metropolitana–Iztapalapa, México, 2009, pp. 69 – 73.
Montesinos,
Rafael y Rosalía Carrillo, “Feminidades y masculinidades del cambio cultural de
fin y principio de siglo”, en El
Cotidiano, No. 160, Universidad Autónoma Metropolitana–Azcapotzalco,
México, 2012, pp. 5 – 14.
[1] Véase,
El segundo sexo, Tomo I, Los hechos y
los mitos; Tomo II, La experiencia vivida, trad. de Pablo Palant, Siglo Veinte,
Buenos Aires, 1975.
[2] La filósofa francesa desarrolla
una formulación sobre el género, al plantear que las características humanas
consideradas como femeninas, son adquiridas por las mujeres mediante un
complejo proceso individual y social, en vez de derivarse naturalmente de su
sexo. Así, afirma: “No se nace mujer: llega una a serlo. Ningún destino
biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno de la
sociedad la hembra humana; la
civilización en conjunto es quien elabora ese producto intermedio entre el
macho y en castrado al que se califica como femenino. Sólo la mediación de un
ajeno puede constituir a un individuo en un otro”, Ibidem, p. 13.
[3] Unas de las obras más importantes
de Graciela Hierro son: Ética de la
libertad, Torres Asociados, México, 1993; Ética y feminismo, Universidad Nacional Autónoma de México, México,
1998; De la domesticación a la educación
de las mexicanas, Torres Asociados, México, 1998; Gracias a la vida, DEMAC, México, 2000.
[4] Los estudios sobre la
masculinidad, iniciados en la década de los noventa del siglo pasado, nacen
como una respuesta a las investigaciones sobre el género, enfocadas en las
distintas cuestiones de la mujer: su lugar dentro de la sociedad, la cultura,
la historia, la familia; la subordinación de su ser y hacer ante el
hombre y ante los esquemas patriarcales, su limitación o negación del uso del
poder, su “representatividad” en cuanto a ser depositarias del capital
simbólico, así como las variantes de estas formulaciones falonarcisistas.
[5] Véase “Existencialismo, alienación,
postmodernismo: los movimientos culturales como vehículo de cambio en la
configuración de la vida cotidiana, en Ágnes Héller y Férenc Féher, Políticas de la postmodernidad. Ensayos de
crítica cultural, Península, Barcelona, 1989.
[6] Vale la pena anotar lo que
señalan Leonardo Boff y Rose Marie Muraro: “como categoría de análisis el
patriarcado no puede ser entendido únicamente como dominación binaria
macho–hembra, sino, más bien, como una compleja estructura piramidal de
dominación y jerarquización, estructura estratificada por género, raza, clase,
religión y tras formas de dominación de una parte sobre la otra”. Véase su
libro Femenino y masculino. Una nueva
conciencia para el encuentro de las diferencias, Trotta, Madrid, 2004, p.
46.
[7] Los objetivos conceptuales de los
estudios de la masculinidad, son dar cuenta de los aspectos de la estructura
social que han impulsado el surgimiento de una masculinidad desapegada de la
restricción convencional del machismo,
más acorde con los vuelcos de la realidad. Hecho que implica una manera
distinta de asumirse como hombre, y
resignificar el esquema mental de acuerdo con el vínculo con el otro (otra),
que el trato común exige.
[10] Una
de las investigaciones de Montesinos es la cuestión del género, tomando como
eje la transformación que produce la emergencia de nuevas identidades femeninas
y el efecto que eso tiene sobre la redefinición de la(s) identidad(es)
masculina(s) que se debate entre un modelo tradicional y otro que todavía, a pesar
de cuatro décadas de cambio cultural, no termina por definirse. Esto se da
desde los innegables cambios y transformaciones de cada ámbito de la realidad
social, y con base en la incertidumbre de los imaginarios que han guiado a Occidente.
Por eso, la masculinidad aparece como algo fronterizo o tangente en los cambios
culturales, pues es un fenómeno en proceso que ha ayudado a transformar las
concepciones respecto al modelo tradicional de la masculinidad, pero no ha
conformado un corpus teórico–conceptual definitorio de su acción y axiología
reales. Véase su libro Masculinidades
emergentes, Universidad Autónoma Metropolitana, Izpalapala / Miguel Ángel
Porrúa, México, 2005.
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