Los méritos de una generación
Rebecca Arenas
Sobre la compleja realidad que vive nuestro querido México, habló el destacado
escritor Héctor Aguilar Camín, para agradecer la medalla de Bellas Artes que le concedió en
días pasados el Instituto Nacional de Bellas Artes.
En su intervención, el intelectual quintanarroense, señaló:"México
será un gran país algún día, pero no por los méritos de mi generación. Hemos
corrompido la democracia, hemos sido inferiores a lo que soñamos. Me consuelo
pensando que este país es más grande que sus males".
Aceptando sin reserva lo que le consuela, difiero diametralmente de su
diagnóstico sobre los escasos méritos de su generación, que es la mía, y sin
ser yo una intelectual de renombre, sino una simple estudiosa de la ciencia
política y de nuestro devenir social, puedo decir, sin falsas modestias, que sé
de lo que estoy hablando, porque me consta.
Pertenezco como Aguilar Camín a la generación del 68, la de la matanza
de Tlaltelolco, la de la Olimpiada make
up, del México “donde no pasaba nada” y puedo dar fe de la evolución
positiva que se ha venido produciendo desde entonces, debido al tenaz empeño de
una ciudadanía incipiente, que no fue educada para serlo, ni aprendió con el
ejemplo, sino que tuvo que soltar marras como pudo, para hacerse escuchar, en
medio de una dictablanda, en donde el
mero acto de disentir era considerado como traición a la patria.
En toda generación, encontramos en la sociedad expresiones de la más
variada índole, y así como en los días de Juárez y sus leyes de Reforma, la
lucha la ganaron los patriotas liberales y la perdió el clero católico aliado
con la burguesía criolla,de la misma forma, en nuestros días, la batalla la
ganaron hace cuarenta años los neoliberales que llegaron al poder, seguidores a
ultranza del Consenso de Washington,
un decálogo de imposiciones que privilegiaron el imperio del libre mercado,
ajenos al bienestar social de los mexicanos.
Amarrados al neoliberalismo, los denodados esfuerzos de grupos
minoritarios por democratizar al país han estado siempre cojos, pues las
políticas públicas desde hace cuarenta años, se han orientado a cuidar las finanzas
macroeconómicas, sin atendercomo era prioritario, aspectos nodales para el
fortalecimiento de la economía real de los mexicanos, como la autosuficiencia
alimentaria, o la modernización de la infraestructura energética.
La devastación de PEMEX es el perfecto ejemplo: una paraestatal que ha
solventado los gastos del gobierno, sin que éste se haya preocupado durante
décadas, de inyectarle los recursos que necesitaba, cuando aún era tiempo.
Ahora lo están haciendo las empresas extranjeras, que nos pondrán fácilmente
contra la pared, cuando les convenga. Con la economía a la baja, y la educación
en manos de los sindicatos magisteriales corruptos, perseguir el sustento sin
la preparación para lograr un mejor empleo y un mejor salario ¿Ha sido culpa
del ciudadano? ¿Es culpa de una
generación el que esto haya sucedido? ¿No será, en todo caso, culpa de las
élites en el poder político, económico y religioso, preocupadas exclusivamente
por su beneficio y el de los grupos que representan?
El reconocimiento a los derechos humanos, a la libertad de expresión, al
control natal y a la diversidad sexualen nuestra Constitución, no ha sido concesión
graciosa de los gobiernos y menos de las iglesias, sino de la ciudadanía
organizada que ha sabido y lo sigue haciendo, ejercer presión frente al poder
público.
El fin del idilio entre los neoliberales mexicanos y los dictados de
Washington, provocado por Trump, constituye una oportunidad de oro, para buscar
recuperar el rumbo: diversificar nuestros mercados y formular políticas
públicas de real beneficio para la población. Desde esta visión, la lucha por garantizar la laicidad del Estado Mexicano,
punto de partida para legislar por el interés público y no por el privado, tiene
que ser prioridad para las generaciones actuales y un ejemplo para las futuras.
A esta generación, con la ayuda de las
anteriores, concatenadas ambas en un mismo propósito, corresponde realizar un activismo
diario, en la calle, con los vecinos, en la escuela, en los centros de trabajo,
para generar conciencia sobre la fundamental tarea de participar en lo público
y repudiar con el voto de castigo a los corruptos. Una tarea compleja, de
resultados graduales, en la que no caben los estigmas generacionales, lanzados
desde el confort de un cubículo.
rayarenas@gmail.com
@RebeccArenas
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