Aurora Ruiz Vásquez
Después de acostarme muy
tarde, soñé con el protagonista del cuento que estoy escribiendo: me fundo con
él. El muchacho sufre y alberga deseos de venganza y siento su historia como
mía. Despierto sobresaltado, todo lo atribuyo al exceso de trabajo. Decido
bajar el ritmo de mis tareas, pero no puedo dejar de pensar en el joven aquél,
que siendo niño, presenció el arresto de su padre en la época revolucionaria,
donde después de incendiar su casa, su
padre fue asesinado por la espalda sin culpa alguna.
Lo mejor sería salir a
caminar para que el aire refresque mi mente, me digo. Y, sin más, tomo el
camino largo que conduce al río; paso por un café nocturno y a través de la
ventana, creo reconocer entre tinieblas,
a uno de mis amigos escritores.
Me detengo y entro. En una de las mesas del fondo, está él leyendo el
periódico que le tapa parte de la cara. Me acerco.
-Qué tal Julio, gusto en
verte ¿por qué tan solo?
-¡Hola! a mí también me
alegra. Siéntate.
-Mira, he buscado este
refugio casi solitario para tratar de escribir un cuento que me está costando
trabajo como nunca; no cabe duda que ya estoy viejo; mira, no sé si empezar por
el final… como aconseja Alan Poe, optar por el estilo minimalista de Raymond
Carver; en fin, quiero algo como microrrelato estilo Monterroso; así, en pocas
palabras, terminaré pronto. ¿No crees?
-Yo ando en las mismas, ya casi lo tengo pensado, surgió de algo tan
real que me ha impactado. Deseo escribirlo aplicando la metaficción.
-Me alegra poder conversar
contigo de nuestras inquietudes literarias, deberíamos hacerlo más seguido
–dijo Julio.
-Por mi parte encantado;
te propongo que nos veamos en un mes en este mismo lugar y hora, -lo dije
convencido de que sería un beneficio para los dos- Revisaremos juntos nuestros
trabajos.
Seguimos platicando de
cosas sin importancia y nos despedimos luego, recordando el compromiso que habíamos pactado.
Regresé a mi casa, más
sereno y con ideas claras separando la realidad de la ficción, tratando de hacer
mi relato verosímil al lector, contando un cuento dentro de otro.
Optimista me puse a
escribir y después de varios intentos y correcciones el resultado fue el
siguiente:
En
ese entonces tenía siete años y regresaba de la milpa al atardecer, cuando vi a
lo lejos una luz naranja intensa en dirección a mi casa. Aceleré el paso;
lenguas de fuego consumían mi choza y el humo se elevaba con el viento.
Corrí desaforado tropezando con las
piedras, cuando llegué a cierta distancia, en el umbral estaba mi padre forcejeando con dos hombres armados que
querían llevárselo, le grité con todas mis fuerzas, ¡Papá, no! Apenas escuché que me decía: ¡aléjate, vete! Detuve
la carrera y rápido trepé a un árbol frondoso donde me sentí seguro. Desde ahí distinguí cómo él luchaba y se resistía a ser apresado
sin motivo, cuando el otro hombre, sin más,
le disparó por la espalda, haciéndolo rodar envuelto en barro húmedo hacia
el profundo barranco. Los hombres desaparecieron; mi hermana y mi madre seguramente
pudieron huir, pues no las encontré entre los escombros del incendio.
De
lejos lo vi todo, y el corazón se me partió, desolado sentí deseos infinitos de venganza. Han pasado diez
años y esa imagen cruel no disminuye y todavía, muerto de rabia, no encuentro
cómo vengarme.
Llegado el plazo
convenido, nos reunimos en el mismo café. Un saludo cordial, algo de tomar y
empezamos a hablar.
Julio fue el primero en
leer su relato: En ese tiempo tenía escasos siete
años y regresaba de la milpa... continuó leyendo hasta el final palabras
más, palabras menos, el contenido de lo narrado era exactamente igual al mío.
Nos vimos extrañados, ¿qué ha pasado? No puede ser ¿Cómo coincidir al extremo?
Se desató una discusión acalorada llena de reproches Y amenazas. Tomamos una
copa y otra más; al final, al no encontrar explicación coherente, decidimos tirar
al fuego los trabajos, y redactar otros.
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