Víctor Manuel Vásquez Gándara
Leer el texto del Maestro Marcelo Ramírez
Ramíres titulado Abelardo y Eloísa Relato de una pasión medieval nos dirige a
diferentes cuestionamientos y reflexiones:
Algunas relacionadas con los conceptos
plasmados en el título
Pasión, Medievo, amor.
Es evidente el énfasis del autor en la
contextualización dentro de una época, quizás añorada o tal vez criticada, pero
también lo es, el subrayar sobre uno de los sentimientos o emociones
motivadores de acciones incontrolables o impensables: la pasión.
Respecto al contexto pudiese parecer la
historia extraña o ajena, una historia ficticia, utópica, irreal, más aún a la
óptica de jóvenes, quienes en la actualidad viven una realidad distinta.
Referente a la pasión, ésta prevalece en tiempo
y espacio, sembrando dudas, creando controversias, cuando es inherente al amor.
Sí se considera la modificación o cambio de valores sufridos en la sociedad y
los que dominan en la modernidad o más allá, la postmodernidad: transformación
de la estructura social destacada por el cambio del rol de la mujer,
globalización y el desarrollo tecnológico basado en el uso de las tecnologías
de información y comunicación.
Pero hoy he sido invitado a esta mesa para
expresar, una visión del amor como problema existencial, al interior de la obra
elaborada por el maestro Marcelo y por supuesto del relato abordado, relativo a
la experiencia vivida por Abelardo y Eloísa.
Expresaría para iniciar que, invariablemente al
final de las reflexiones expuestas por los que me antecedieron: Jesús y Javier,
conducirá a todos los presentes a tratar de determinar cuál es su posición filosófica
respecto al amor: naturaleza, finalidad, experiencia, y/o su expiración.
Es inobjetable que la respuesta a estos
cuestionamientos son diferentes cuando provienen del género femenino, al del
masculino, y en el relato Marcelo analiza holística y hermenéuticamente para
ofrecer su opinión acerca de la posición de Eloísa: sensible, soñadora,
tolerante, consciente pero también ansiosa de ser amada y dispuesta a pagar las
consecuencias a pesar del engaño tácito.
La naturaleza del amor en Abelardo y Eloísa es
representativa del sentimiento surgido en el género humano: desde lo expuesto
por Ovidio en El arte de amar, el cual data de hace más de veinte centurias
atrás, transitando por Madame Bovary de Flaubert, Honorina de Honorato de
Balzac, veinticuatro horas en la vida de una mujer de Stefan Sweig, o las obras
citadas por el Maestro Marcelo al inicio de su texto.
Abelardo a su vez, en el contexto de una
historia real, muestra los extremos del ser: el personaje intelectual admirado
por la sociedad, racional, inteligente, persuasivo, contrastando, aquellas
cualidades aspiración de cualquier mortal, con el egoísmo, erotismo y hasta
egolatría.
Es aquí donde aflora la esencia humana y la pregunta
o afirmación: ¿amor contra erotismo?
Desde esta posición el erotismo acompaña al
amor, pero el amor puede andar solo, inclusive sin lo erótico.
La excelsitud del amor, para algunos, porque inclusive
es sabido que filósofos en diferentes épocas no se han concordado, es buscar la
satisfacción plena del ser amado.
Entre los personajes, la inocencia, debilidad
enfrentan a la lujuria, pasión, y culmina con un final insospechado para los
propios actores, como a lo largo de la historia sucede día tras día: la razón,
la lógica cede ante el amor.
El juicio dictaminado por el destino es
implacable. Atestiguado por la sociedad, conocedor de ambas personalidades –actores
del drama expuesto-, en el rango intelectual, académico, religioso y el otro,
familiar, humano.
Contribuyen al juicio elementos
extraordinarios, presentes en todas las épocas: envidia, rencor, sentimientos
humanos que sólo esperan la oportunidad para ser encausados y aportar elementos
para la culminación del debacle del más fuerte.
Enjuiciar es tarea humana, práctica común y sin
embargo ser actor trasciende más allá de la lógica, de la razón, de los buenos
modales, de la ética, de lo moral.
La tentación, el impulso, la excitación ante el
instinto, hacen de las respuestas: improvisación, locura, inconsciencia.
Como hombre la debilidad ante la belleza y el
erotismo acompaña, la lujuria es incontrolable, incluso el ego alcanza su
plenitud ante un mínimo de de expresión femenina: la sonrisa, la belleza.
Culminaría con una estrofa de la célebre Sor
Juana Inés de la Cruz
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:
Si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
La complicidad es evidente implícita en el
problema existencial del amor: ceguera voluntaria.
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