Por: Marcelo Ramírez Ramírez
Existen dos impedimentos para la
práctica del diálogo, uno es el dogmatismo, producto del convencimiento de
estar en posesión de la verdad; el fanático de un credo religioso o político
desea convencer y, si no lo consigue, se encierra en su mundo, dejando a los
demás en el error; en el extremo del
fundamentalismo se busca la eliminación del adversario. Eso explica que sólo en
las sociedades donde se acepta el pluralismo pueda cultivarse una cultura de la
tolerancia y hacer del diálogo la herramienta de acuerdos y consensos para la
consecución de fines comunes. Pero esto, naturalmente, es una tarea difícil
cuya responsabilidad descansa en la educación que el Estado laico está obligado
a promover. La defensa de intereses particulares o de grupo es el segundo
obstáculo que impide la verdadera actitud dialógica. Quienes defienden intereses
específicos, nunca podrán ir más allá de lo que consideran conveniente a dichos
intereses y, de este modo, el bien público queda relegado. Este es el caso
reiterado en las democracias, expuestas a ser controladas por grupos que
concentran el poder político y económico. Las ideologías sean de izquierda ó derecha, al prescribir un
pensamiento único hacen imposible la actividad política, cuya esencia es la negociación
y la conquista de un equilibrio que siempre es provisional. El riesgo del vacio
ideológico y el triunfo del pragmatismo es, por el contrario, el de la
imposición de los intereses que cuentan con la fuerza suficiente para
prevalecer.
¿Cómo pueden las democracias
pluralistas mantener vivos los ideales de libertad y vida digna de la razón ilustrada?
Para algunos analistas dichos ideales se han tornado imposibles; el optimismo
de la razón expresado a lo largo de la tradición liberal, lo mismo que los
sueños de redención proclamados por el socialismo en sus diversas expresiones ya
no resultan viables y no parece quedar otra salida que el pesimismo. En esta
atmósfera de crisis del mundo moderno, las reflexiones políticas de Norberto
Bobbio y Maurizio Viroli en el Diálogo en torno a la república
encierran una lección ejemplar. No nos
referimos únicamente a los conocimientos y talento de estos pensadores, sino al
talante moral con el que encaran la discusión de temas controversiales que
afectan a las democracias europeas y, en particular a la italiana. Si el
talento no los hace infalibles, porque los asuntos tratados son, ni más ni
menos las grandes cuestiones de la convivencia humana, su actitud de buscar la
verdad por encima de pasiones ó de la vanidad pueril y, desde luego, de
intereses personales, da al diálogo un valor inapreciable e inspirador. Viroli
explica en el prefacio, con el tono de simple comentario no tener, ni él, ni
Bobbio, “verdades definitivas que proponer”. La aclaración no debe
entenderse como una disculpa a lectores ilusionados con la esperanza de
encontrar en este diálogo un breviario
de recetas políticas, que dos intelectuales de primer nivel podrían
obsequiarles a manera de quinta esencia de su pensamiento. Más bien se trata,
de un recordatorio sobre la naturaleza del diálogo como instrumento del
intelecto humano para buscar la verdad. El diálogo es un ejercicio de
clarificación de la realidad; su virtud descansa en la apertura hacia la verdad
que trasciende a quienes dialogan. El intento de llegar al meollo de los
problemas sociales, tarea de la más alta exigencia intelectual, impone la
necesidad de mantenerse receptivo y a no dejarse vencer por la ilusión de creer
que se ha encontrado el sistema capaz de explicar la realidad humana en su
totalidad, como es el caso precisamente de las ideologías.
Norberto Bobbio y Maurizio Viroli
son herederos y representantes conspicuos del pensamiento Ilustrado. Bobbio, por causa de su propia historia
personal, y, sin duda por temperamento, está marcado por un cierto escepticismo
que, sin embargo, no le impidió, hasta el último momento de su vida, luchar por
los ideales de la razón Ilustrada. En este diálogo se define, en materia
política como un realista; eso significa que, “sea monárquica ó republicana”,
la política es lucha por el poder, lo cual nos remite a Maquiavelo de cuyo
pensamiento se reconoce deudor. Bobbio reconoce además que en sus obras nunca
se ocupó de la república y acepta en los primeros intercambios de ideas con
Viroli: “Se ha publicado recientemente una recopilación de mis escritos que
ocupa casi setecientas páginas y en el detalladísimo índice analítico no figura
la voz “republicanismo”. Me mortifica tener que decirte que ni siquiera, y esto
es verdaderamente increíble, consta “república””. (1) Sin
embargo, a lo largo del diálogo el concepto estará presente y es, finalmente el
que da título al diálogo mismo. La temática abordada no responde a un acuerdo
previo de los interlocutores; el intercambio de ideas tiene la vivacidad de la
palabra hablada con espontaneidad, con el mérito añadido de la hondura y
claridad expositiva de dos mentes cultivadas. De manera natural, la reflexión
va tocando los temas que imponen el escenario europeo y las dificultades que
aquejan a Italia hacia fines del siglo veinte, dificultades donde ha quedado la
huella de la experiencia fascista y de las luchas de cristianos y socialistas
por hacer prevalecer sus concepciones sobre el fin del Estado. Así, a lo largo
del diálogo se van analizando asuntos como el amor a la patria, la naturaleza
de la libertad, el temor de Dios y el amor a Dios, el de la república y sus
males y, finalmente, el tema relativo a la gran pregunta planteada por Viroli
en los siguientes términos ¿Se puede reencarnar? Se refiere a empezar una nueva
existencia política como país, a curar a
la república italiana de sus males, superando el grave problema de la
inestabilidad. En esta última parte del diálogo, tampoco se dan recetas, pero
si se apuntan algunas vías de solución, una de ellas, la necesidad de crear élites
democráticas. Viroli precisa: “En mi opinión, en nuestra Constitución no
hay nada que sea un obstáculo para encontrar soluciones a nuestros males. El
problema radica más bien en la calidad de la elite política. Se que los
demócratas miran con sospecha la palabra elite, porque la teoría de las elites
nace como respuesta conservadora al avance de la democracia. Ha habido, sin
embargo, escritores políticos demócratas que han teorizado la necesidad de
formar nuevas elites capaces de solucionar los males históricos de Italia.
(2)
Estas palabras de Viroli nos hacen
pensar en la degradación de la clase política que es un mal casi universal,
agravado en países como el nuestro por sumarse, a la incompetencia en el manejo
de los asuntos públicos de la mayoría de políticos burócratas componentes, la
no aplicación estricta de la ley a quienes llegan al extremo de la corrupción.
Bien entendida, una élite es, como lo fue la generación de la Reforma en
México, el cerebro y la voluntad que movilizan las energías de la comunidad
nacional en pos de fines identificados con el bien público.
Además
de la actitud ejemplar asumida por nuestros autores, hay algo que vale la pena
de destacarse en esta pequeña obra y es la manera en que es posible acudir al
acervo heredado por el pensamiento socialista y liberal e incluso a las
ideologías totalitarias, de las cuales también se aprende (y mucho), para
renovar los enfoques y encontrar respuestas a los problemas de las democracias
contemporáneas. En cuanto a las ideologías autoritarias la historia nos
advierte que la razón no siempre sirve a la libertad; ella puede muy bien
justificar la omnipotencia del Estado, como en Hegel; y Bobbio recuerda la
tesis del Estado ético superior a los individuos, proclamado por Gentile,
discípulo del filósofo alemán. Dicha tesis, entre otras semejantes, sirvió para
legitimar los atropellos del fascismo. Bajo el dominio del “Estado ético”,
-subraya Bobbio-, el individuo no tiene derechos, sólo deberes. En el tema de
la libertad, la discusión permite comprender las acepciones fundamentales del
término. Viroli se destaca la insuficiencia de la libertad entendida como
ausencia de interferencia (Hobbes), tan característica del pensamiento liberal
y concluye resumiendo la concepción de la libertad en su significado integral
en los siguientes términos: “… creo que es posible distinguir tres
concepciones de libertad. La primera, la liberal, sostiene que ser libre
significa no estar sometido a interferencias; la segunda, la republicana,
afirma que ser libre quiere decir (en primer lugar) no depender de la voluntad
arbitraria de otros individuos, y la tercera, la democrática, defiende que ser
libre significa, ante todo, poder decidir las normas que regulan la vida
social”. (3) Otro
tema de interés, es el poder de los medios para modelar a la sociedad
obedeciendo intereses de grupo. Asimismo, se toca el asunto de la construcción
de una moral laica, capaz de cohesionar a la sociedad en torno a objetivos
superiores al interés egoísta de los individuos. Cosa harto difícil como
reconoce Bobbio, desde el momento en que la moral laica no puede referir los
valores a un centro que garantice su carácter incondicional. Así, el
relativismo corroe a la sociedad moderna en su misma entraña, lo que nos recuerda
la propuesta del profesor Laski, de rescatar ciertos principios fundamentales que
la modernidad desechó al entregarse a la inmanencia del mundo. La proliferación
de partidos políticos sin ideología, creados por familias poderosas, es otra cuestión
que abordan nuestros autores. Para ellos, la pérdida del perfil ideológico de los partidos degenera en pragmatismo
nivelador y la presencia del dinero mucho más allá de los límites permitidos
por la ley, distorsiona la lucha por el poder, algo en lo que sin duda todos
estamos de acuerdo.
En el Dialogo las reflexiones
se van desgranando como enseñanzas valiosas, no sólo para alcanzar una adecuada
comprensión del escenario europeo, sino paralelamente, para descubrir en
nuestro entorno político la similitud de problemas. Consideremos brevemente una
de tales similitudes. Para los países europeos la migración africana pone a
prueba la eficacia de la ley en relación a los derechos humanos; reconocidos en
la letra, estos derechos resultan inaplicables en la práctica por la escasez de
puestos de trabajo y el rechazo a los que llegan de fuera se colorea con los
turbios tintes del racismo. En nuestro país, los centroamericanos son victimas
de extorsión y trato discriminatorio, sin olvidar que los pobladores originales
permanecen condenados a una ciudadanía de segunda o tercera categoría. Aquí
también las normas escritas no acaban de ser asimiladas por una cultura de la
tolerancia y el reconocimiento a los derechos humanos.
En el Dialogo en torno a la republica,
Maurizio Viroli y Norberto Bobbio han dejado el testimonio de cómo la reflexión
política cultivada con honradez y hondura intelectual, abre caminos hacia
respuestas creativas a los problemas de la vida social. De los dos, como ya
quedó dicho, en Viroli es más viva la confianza en la razón, contrastando con
el realismo político de tintes pesimistas de Bobbio.
Citas
1.- BOBBIO Norberto y VIROLI Maurizio.
Diálogo en torno a la Republica. Rosa Ríos Gatell (Traducción). España:
Kriterios Tusquets editores, 1ra. Edición.
2002, p. 10.
2.- Ídem. p. 112
3.- Ibídem. pp. 33,
34
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