Manuel Gámez Fernández
Si
pudieras ver junto conmigo y con los otros magos aquellos peces plateados que
surcaban el río en grupos de reflejos solares que por debajo del agua se veían
como bandadas de gaviotas argénticas
remolineando fugaces en el espejo del fondo pedregoso.
Si
llegáramos otra vez al río Pedernales y nos pusiéramos encima del puente a
mirar los guapotes y las doradillas y los zancudos flotando en la superficie
del agua misteriosa que se abría en sus olas y su corriente para dejarnos ver
aquellos surcos del universo que ningún otro podría ver, más que nosotros los
magos, acostados en la tierra del puente con la cabeza en el aire y la sangre
cargándonos los ojos y la mente viajando a orillas de zacate y mala mujer y
mariposas amarillas y uno felizmente
habría gritado : ¡ mira una huevina ¡ y el calor del mediodía se nos metía en
la carne y nos andaba cosquilleando en todo el cuerpo hasta que decidíamos
bajar al río para que nos mostrara sus íntimos arcanos .
Si
te quitaras los zapatos y los pantalones y los dejaras colgados en los
matorrales y luego penetraras con nosotros al fluido inocente y aguantaras el
aire en tus pulmones y te dejaras llevar por la corriente y luego metieras la
cabeza y abrieras los ojos y miraras las cristalinas aguas preñadas de formas y
colores que se te venían encima como una catarata de alucinaciones.
Si
te enseñáramos a meter las manos en las piedras para sacar los burros y los
macaquines y a veces acamayas que te cogían
los dedos con sus largas tenazas y en ocasiones te cortaban la piel
cuando no sabias la forma de atraparlas y nosotros te enseñáramos a cuevear
metiendo la mano firme bajo la roca y tirando el agarrón con destreza para que no le dieras tiempo al
animal de fugarse y cuando sintieras un
movimiento como de varas secas en tus dedos entonces tendrías que apretar sin
temor y extraer la presa de la entraña del agua .
Y si luego nos fuéramos a la poza de
abajo y sacáramos nuestros anzuelos y buscáramos lombrices en la tierra húmeda
de la ribera y te enseñáramos a poner la carnada con cuidado, metida a todo lo
largo o solamente en la punta del anzuelo para que no se la vuelen las
doradillas.
Si
tuvieras paciencia y esperaras bajo la negra sombra de la higuera montado en sus gruesas raíces que entraban
hasta el fondo misterioso del río y cuando vieras el cordel vacilar en su
posición le dieras un tirón y sacaras el primer pescado de la tarde y nosotros
te dijéramos : ¡ tronco de guapote ¡ y tú te sintieras orgulloso , más grande
que el tarral de la otra orilla con todo y sus papanes y sus mazacuates y sus
grandes pilares huecos que después la gente los cortaba para construir sus
casas en las cercanías fresquísimas de nuestro río.
Si
nos aburriéramos de pescar y nos fuéramos a buscar capulines y pomarosas y
encontráramos una mata cargadita de capulín corona y nos pusiéramos a comer
capulines hasta que la boca se nos agarrara y la lengua nos quedara pintada de
guinda por el jugo silvestre. Y luego sacando nuestros charpes con la horqueta
quemada de cojón de gato y la gamuza gastada por las piedras le tiráramos a las
iguanas dormidas de los árboles y a las veloces lagartijas que atravesaban las
veredas con la piel azulada y nos fuéramos persiguiéndolas hasta que se metieran
bajo el verde follaje de los ortigales y la pica pica. Y tú desde la copa del guayabo nos gritaras:
¡aquí hay una madurita! Y luego estirando la mano recogieras el fruto
amarillento y dulcísimo del árbol y lo mordieras con deseo y todo tu ser fuera
absorbido por el aroma efímero de la mágica fruta y entonces lo sintieras caer
de la boca al estómago y del estómago al universo oscuro de tu cuerpo y de tu
cuerpo a lo desconocido pero repleto de infinitas sensaciones.
Si
los cuatro en la loma del potrero, al azar de aquél tiempo de guanábanos largos
miráramos atentos el pesado trabajo de los hombres y viéramos la mula dar
vueltas y más vueltas para ablandar el barro de la tabiquera y más tarde unos
hombres lo pusieran en moldes mohosos de
madera y los dejaran expuestos al sol y al viento de los montes y cuando
estuvieran secos los llevaran al horno y avivaran el fuego con petróleo y con
leña y al final los sacaran cocidos y relucientes como ladrillos brillantes de
juguete para construir las casas de los ricos.
Si
tú nos preguntaras los nombres de las cosas y pensando despacio nosotros te
dijéramos : agua, piedra, lumbre, casa, cielo, maíz, tierra, pájaro, monte, y
entonces tú notaras que en cada una de nuestras palabras se encerraba un mundo
de horizontes inmensos y que cada vocablo podía tener muchísimos significados y
que nosotros escogíamos aquellos que nos convenían para seguir forjando nuestra
existencia de misterios y en ese instante exacto te miraríamos a los ojos y
dejarías de ser un extraño a la palabra y entenderías nuestro lenguaje y te
fundirías con nuestros seres y todos
seriamos todo en el eterno fluir del movimiento de nuestro universo.
Y
si participaras en el rito de la caña de azúcar donde la mente trabajaba
multiplicando lo dulce y te sentaras en el círculo de magos y comenzaras a
morder la blanca fibra de la caña y algo como un goteo de mieles infinitas se
fueran sucediendo en tu cerebro y al final de la ceremonia suspiraras y
gritaras con todas tus fuerzas : ¡ soy libre ¡
¡ soy libre ¡.
Si
nos metiéramos a los maizales y a los naranjales y a los campos de jobos,
chalahuites y tepetomates y recorriéramos el inacabable terreno de los hombres y conociéramos la
piedra donde surge en las noches el hombre
sin cabeza y camináramos entre el follaje de carrizos larguísimos con
hojas lanceoladas que nos atacaban y corriéramos entre la floresta pisando el
humus blando de la tierra viviente y encontráramos ardillas que nos llamaban
con sus colas de fuego y tucanes silvestres que nos miraban serios mostrándonos
sus picos de colores fosforescentes y escucháramos los gritos de gentes
atrapadas en los murmullos de las plantas y unas arañas se descolgaran a
nuestro paso cantando como el agua y volviéramos a correr dando gritos de
júbilo y subiéramos la barranca y la arena se transformara en un manto de
raíces entrelazadas y quisiéramos salir de nuestra inmensa fantasía y nos
encontráramos con cielos de mariposas y hojas y bejucos y cortezas rugosas y
nuestras voces al salir se convirtieran en semillas y las semillas fueran
árboles de racimos colgantes y el olor de los verdes naciera en nuestras bocas
y las calandrias elevaran su canto desde nuestras gargantas y siguiéramos
corriendo y una angustia de pájaros, voces, días, ríos, atmósferas vivientes,
fuera brotando del todo y de nosotros y de repente una violenta idea, áspera y
dolorosa como una cola de lagarto, nos golpeara la mente y nos detuviéramos
agotados y todo girara aún fuera de nuestros cuerpos y cada uno volviera a ser
independiente de los otros y una calma pesada se extendiera en el valle del
potrero como una alfombra de vapor
grisáceo viajando a ras del suelo.
Si
pudieras mirar el campo todo incendiado por luciérnagas verdes y cocuyos como
cicatrices de energía verdosa atravesando el aire del zacate estrella del
potrero, los arroyos inundados de víboras y de renacuajos, las frondas de las
pomarrosas olorosas a néctares y azahares, los árboles rojos de las chacas con
la piel desprendida como si el sol les hubiera quemado la epidermis, el cerro
quebrado con su color esmeralda y transparente, las chispas verdes del paisaje
incendiado arropando la tarde de los magos a la orilla del río Pedernales,
sintiendo las olitas frescas en el pecho con todo y su sonido de campanas, con
su frío salpicado de viento, con las gotitas de sereno cayendo sobre el pelo y
allí me dirías sorprendido que aplastaste una luciérnaga en la roca y la roca
se quedó brillando.
Si
pasáramos al lado del árbol de chicle y le arrancaras al duro tallo costritas blancas en forma de lágrimas
que goteando se hicieron un manjar de deseos y nos repartieras pedacitos de
pulpa ya cuajada con sabor a un azúcar sin dulce, con sabor a magia del
mediodía, solo para mascar y mascar hasta cansarse y arrojar la bola endurecida
a las hormigas; y si tu curiosidad exasperada se propusiera atrapar caracoles
rayados, libélulas azules, caballitos del diablo, mariposas de cristal y
ochenta y ocho, catarinas rojas y doradas, recoger coyoles de corazón de coco,
chotes pentagonales, piedras de mármol y obsidiana, idolitos de barro
totonacas, hojitas plateadas de la pica pica y beber agua del manantial que te
traspasa al tomarla y en medio del silencio y los espasmos de las patas y
brazos de los árboles, el ruido ensordecedor que te lastima los oídos como si se
derrumbara un cerro de fierros rechinando y se frotara la mitad del cielo con
una olla de metal sonoro : ¡soltaron su canto las chicharras¡ todas al mismo
tiempo y nos hicieron correr y salir pronto del túnel de vegetación donde nos
ocultábamos de los ojos mayores.
Si
al estar acostados viendo el cielo cambiarse del rojo al amarillo escucháramos
junto con la voz de los grillos y el murmullo de la naturaleza también la voz
inmensa de nuestros mayores y la realidad nos devolviera la conciencia de que
la tarde se estaba juntando con la noche y que en el interior de nuestros
pensamientos había una orden grandiosa que dirigía nuestros destinos y entonces
tú dirías: “ya vámonos muchachos” y
todos te seguiríamos por el camino rústico de los cañeros y le tiraríamos de
charpazos a las ranas y a los tordos machos y poco a poco nuestra magia se iría
perdiendo para dar lugar a esa extraña sensación de hijos que necesitan la
orden del padre y de la madre y vuelven a sus lugares temerosos de haber
violado las inviolables reglas que los rigen
y antes de llegar a sus casas están pensando en el castigo del cinturón
o del regaño y tú entonces te ríes de nuestro miedo porque a ti las tradiciones
y las buenas costumbres te ordenan la presencia en la casa paterna hasta las
ocho de la noche para tomar el alimento en unión de los tuyos a la hora
precisa, exacta, intransformable, y te vas jugueteando por el camino hacia tu
casa mientras nosotros planeamos fugarnos del hogar y de la regla, huir,
hacernos desertores de la ley que alguien desconocido nos ha impuesto y largarnos a vivir al monte
junto al río pedernales, con las huevinas y los guapotes., los zancudos y los
grillos, las calandrias y los conejos, la chuparosa y el piscúi, las
golondrinas y los gasparotes, los azulejos y los toches y todos los milagros
que día tras día se suceden en aquellos
lugares donde no existen las angustias de lo malo y lo bueno y todo es una
continuación de tiempos y de vida como
una gran rueda que gira y gira y gira sin desviarse jamás de su infinita
y maravillosa circunferencia.
Si
fueras nuevamente un mago, te esperaríamos en la esquina de color naranja llena
de fuego por el tapiz de flores de los framboyanes, la de siempre, para
emprender aunque fuera por última vez, el viaje hacia el río Pedernales.
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