domingo, 11 de noviembre de 2012

Una visión filosófica


Javier Ortiz Aguilar
Buenas tardes.

En principio quiero agradecer la generosidad de la invitación y la hospitalidad de esta institución educativa, para expresar mis ideas sobre la interesante reflexión de una pasión medieval. Por supuesto también a ustedes por su atención y paciencia.  Sin más preámbulo pasaré a leer mi texto:
Ambrosio Velasco Gómez[1] clasifica en dos grupos a los interesados en la historia de las ideas. En esta clasificación, a pesar de sus términos, no existe la intención de descalificar por principio alguno de ellos.  Por el contrario, es un afán de explicar dos perspectivas tendientes a presentar y representar la realidad. Son dos visiones que permean el tiempo occidental. Estos grupos de historiadores son los anticuarios y los anacrónicos.
            Los anticuarios son aquellos que encuentran la significación de las ideas en los concretos y cambiantes contextos históricos o lingüísticos. Hay en ellos un rechazo a toda concepción metafísica. Las ideas, afirman,  nacen en determinados sistemas y mueren con ellos. Por el contrario, los anacrónicos tienen la convicción de la existencia de un conjunto de problemas universales que el hombre intenta resolver de acuerdo a las circunstancias y concepciones filosóficas particulares. Estas ideas permanecen con la vitalidad de su origen
            Resulta evidente que las dos formas de asumir estos problemas, descansan en una concepción antropológica. Mientras los anticuarios encuentran la definición del hombre en un resultado histórico, los anacrónicos en su naturaleza, su esencia: La naturaleza humana es un ser en el centro de la historia, en tensión y conflicto con las circunstancias y los procesos. Una realidad viva y actuante
I.

            Esta referencia tiene aquí como único objeto, ubicar este ensayo del maestro Marcelo Ramírez Ramírez, dentro de esta confrontación que permanece desde el inicio del pensamiento occidental hasta nuestros días.
Por su concepción humanista clásica, Marcelo recupera la rica tradición realista de nuestra cultura. Y en esta tarea, que ha sido la pasión de su vida, desde que tuve la suerte de conocerlo hasta ahora, sigue en su aguda reflexión, pero con un evidente enriquecimiento de su cultura filosófica que se percibe de inmediato en sus últimas producciones bibliográficas y hemerográficas.
Independientemente de afectos y reconocimientos personales, las propuestas que subyacen en artículos, ensayos, libros, carecen a intención de producir discursos academicistas. Por el contario existe el propósito de encontrar esa razón que salva y que hace trascender. Este sentido está siempre presente en todas las dimensiones humanas, tanto en la vida política como en la vida cotidiana. Es en esta convicción donde adquiere significado las ideas de nuestro autor. Por ello no es casual, ni un prurito exquisito, su preocupación por la reflexión sistemática de los valores
            El hombre no es un ser “arrojado al mundo”, al ámbito del caos y la contingencia, cuya única certidumbre es la muerte; sino el hombre “puesto” en el mundo, con un sentido. En otras palabras: es un viajero en los tiempos con un destino trascendente. Ese alfa y omega constituye el contenido y el sentido de la existencia humana. Pedro laín Entralgo explica este humanismo trascendente: “La vida terrena es a la vez tránsito y prueba; el hombre es sobre la tierra un caminante, haciendo sucesivamente nuestra vida y mereciendo con nuestras obras gloria y castigo; así hasta la hora postrimera o novísima”[2]
II

            Desde esta perspectiva el hombre está llamado, no determinado, para la realización de los valores. La objetividad axiológica asegura una convivencia humana.
El valor humano supremo es el amor, pues es lo que impulsa las acciones humanas.  Gracias a este impulso el hombre se relaciona vitalmente con la naturaleza, sus semejantes y la divinidad. La relación con la otredad, no es simplemente instintiva, su valor reside en ser una manifestación humana por excelencia. Y es esta relación que soporta y condiciona la construcción de la cultura y la civilización.
III

El Mtro. Ramírez en este ensayo editado por el Centro Regional de Estudios Superiores “Päulo Freyre”, y  que hoy presentamos aborda uno de los problemas fundamentales del hombre, el amor a la pareja. Este amor está ubicado, en el amor al semejante No obstante la pareja, tiene una expresión mucho más compleja: es la relación completa de cuerpo y alma, de ahí la complejidad, resultado del egoísmo y la necesidad de darse, del placer corporal y su impulso a la trascendencia, como se subraya en este ensayo.   En esa experiencia muestra los límites de su descripción o  su conceptualización. Por el contrario solo se puede comprender en su dimensión intuitiva de  la vivencia
El amor, por tanto, no es un concepto ni una expresión instintiva, sino una vivencia ´que acontece en la existencia humana, o más precisamente, como lo define el Mtro. Reynaldo Ceballos en el prólogo “una vivencia integral“[3].
No trato de dar un resumen, de una historia narrada con propiedad, donde fluyen ideas filosóficas, sino invitarlos a leerla, simplemente resaltaré algunos aspectos que para mí son importantes para descubrir la significación de esta trágica relación amorosa.
La historia sucede en el siglo XI, año donde se gesta una ruptura con la patrística. La idea de que el justo se salva por la fe, es sustituida por la tesis de que solo la razón da cuenta cabal de los fundamentos de la fe cristiana. Esta época, visto desde perspectivas reduccionistas, oculta, otras preocupaciones, como señala El Maestro Reynaldo fuera del teocentrismo y de la metafísica[4].
Pedro Abelardo, precursor de la escolástica, muestra el genio, al discutir y derrotar a sus maestros. Incluso su defensa ante las acusaciones de herejía es contundente. Esta fama es precisamente el motivo de la invitación a la enseñanza de la filosofía a Eloísa: una adolescente, como la describe nuestro autor “(…) bella, inteligente y, cosa rara en ese tiempo, tiene afición a la filosofía y la literatura clásica; domina el griego y el latín”. [5]
            Abelardo, utilizando todos sus recursos del experto en lógica, retórica y dialéctica la seduce, y de esa persuasión, emerge un sentimiento que los une desde entonces. Esta relación no es fácil, por el contrario surge de la malicia, la avaricia, resentimientos, venganzas, prejuicios. En ese ambiente, propio del mundo, los amantes encuentran ese amor, que solo los privilegiados lo pueden hallar.
Ese descubrimiento muestra cierto paralelismo con el encuentro de San Agustín con la divinidad, no en el claustro sino en el pecado.
Leer este ensayo es una necesidad para todos, pero especialmente para aquellos interesados en la tarea de educar en este siglo, donde la tecnosfera invade, subordina y niega otros ámbitos de la existencia, poniendo así en peligro la importancia básica de la educación misma. Quizás sea interesante compararla con una novela de Sabato, donde el amor en un mundo absolutamente secularizado, transforma la pasión en una tragedia absurda: el individualismo exacerbado construye un túnel oscuro y solitario; túnel que lo aísla  del “(…) ancho mundo, al mundo sin límites.”[6]
La ruptura del túnel podrá comprenderse, lo que apunta Ceballos Hernández, en el prólogo, esa fuerza que airea la vida política y que debe preocupar a los interesados en la educación: el movimiento Yo soy 132
Es todo lo que puedo decir, Muchas gracias




[1] Velasco Gómez, Ambrosio. Teoría política: filosofía e historia. Anacrónicos o anticuarios?México, Universidad Nacional Autónoma de México; 1995
[2] Laín Entralgo, Pedro. “la vida del hombre en la poesía de Quevedo”.. En La aventura de leer. Madrid; Espasa Calpe; 1964 (Colección Austral 1279)
[3] Ceballos Hernández, Reynaldo. “Prefacio”. En Ramírez Ramírez, Marcelo. Abelardo y Eloísa. Relato de una pasión Medieval. Diseños Impresos de Oriente S. A. de C. V.; 2010
[4] Ob.cit. p. 11
[5] Ob. Cit. p  9
[6] Sabato, Ernesto. El túnel México, Editorial Planeta Mexicana S. A. de C. V. /Editorial Seix Barral; 2004  (Biblioteca Ernesto Sabato)

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