Silvestre Manuel Hernández*
La
vida, de una u otra manera, ya sea en cuanto experiencia o en tanto
conocimiento, nos brinda sorpresas, para bien o para mal, pero todas nos van
forjando un carácter, una ilusión y una esperanza; el cómo la entendamos o
re-semanticemos, depende de la sensibilidad y de la razón que hayamos
encontrado en ella. Es así como ha devenido “la sabiduría” en pequeñas
sentencias, aforismos o apólogos; que, como decía Baltazar Gracián: “de lo
bueno, si poco, doblemente bueno; y aún lo malo, si poco, no tan malo”. Estas
construcciones verbales se remontan a la literatura y filosofía griega, que
entran en el pensamiento religioso, gracias a la expansión del latín como
lengua culta. En este sentido, hablo de una “herida dichosa” (Vulnus Beatus), para ser partícipe de la
tradición humanista de Occidente. Valga, pues, las siguientes líneas, factibles
de significar una o varias cosas a la vez, en este o aquel periodo de la
existencia; pero que, de una u otra forma, nos acercan más a lo que llevamos
dentro, quizá a lo humano.
De la gracia
Cuando
estaba a punto de cruzar la meta, se le apareció un genio y se ofreció a
cumplirle tres deseos, de ellos escogió dos: no haber nacido.
Del sueño
Cuando
tuvo el último sueño del último hombre de la última galaxia, empezó a soñar que
estaba vivo.
De la autoafirmación
Aceptar
el fracaso ante las cosas inmediatas o trascendentes de la vida, y no esperar
más milagro que la ausencia de la felicidad para perderse en la realidad
trágica de la vida.
De la enfermedad
Quedarse
como suspendidos en esa obscuridad mental, sedados de la voluntad, gangrenada
la ilusión, corrompida la vista, distorsionado el oído; y todo lo demás normal,
con gripa, diabetes, vómito, calentura, padecimientos que llegan a matar; mas
antes de eso, al principio, la enfermedad: callada, quieta, sin darse a notar,
la mediocridad envuelta en sus ropajes, asfixiando al ser humano, cortándole la
vida.
De la vuelta, de la
vida
Volteó
hacia atrás, aún sonriendo por sus “logros”, y no tuvo más remedio que caerse
muerto, pues en el suelo se dibujaba la sombra de la vida, casi a gatas,
escapándose de él.
Del silencio
Cuando
se dio cuenta de que todo era una sarta de mentiras y puso en duda hasta su fe,
se le apareció Dios al Cardenal, y simplemente guardó silencio.
De la autocrítica feroz
Optar,
de la mejor manera, por cortarse la lengua y los dedos de las manos para ya no
decir ni escribir más estupideces, al darse cuenta que todo es completamente
prescindible, incluyendo el Doctorado en Ciencias de la Estulticia
Universitaria.
Del recuerdo
Cuando
estaba a punto de realizar su sueño… recordó que era impotente y homosexual,
además de misógino y dado a la homofobia.
De la auto-pregunta
¿Y
por qué escribo?
Quizá porque quiero aprender a vivir con
mi propio infierno, tal vez porque no tengo más salida que ahogarme en las
palabras que me trago. ¡Tan-tán!
De lo importante
Sí,
esa fue la decisión que valía la pena. Ahora ya no había más pensamientos. Las
estúpidas fantasías regresaron a la mierda de donde venían. El cuerpo yacía
entre el fango de las casas y las inmundicias que arrojaba la gente.
Él,
empezó a caminar con la misma actitud de tiempos pasados: burlándose de los pobres
insectos que circulaban a su alrededor. ¡Lo importante estaba por venir!
De la ilusión de vivir
¡Qué
poco dura la vida, y qué largo es el “vivir”; y entre ellos dos, lo que uno no
alcanza a vivir, sino a creer que se
vive!
De la futilidad de la
revelación
Saber
que toda la vida no ha sido sino unos cuantos momentos; que sin saber cómo,
pasaron, y que sólo la memoria ha dicho que eran los verdaderamente
significativos; cuando ya todo era inútil, como el mirar para atrás o el
respirar un poco de aire, cuando el peso de las cosas nos aplasta.
De la verdadera
angustia
Abrir
los ojos y ver que todo y todos siguen aquí, aun el propio Observador, sin asombro o alegría.
Del deseo inacabado
Cuando
se supo corpóreo, finito, mutable, empezó a desear, querer, añorar… Deseó
vehementemente la oscuridad, el silencio, el ulular de lo imaginario, la
tranquilidad; anheló perderse entre los seres etéreos, perfectos en su
irrealidad e inmaterialidad, insensibles ante las lágrimas y el dolor. Entonces
recordó, revivió, extrañó… Y deseó, tan sólo, tener una voz propia, no ser lo que era: algo insubstancial, un ente infeliz;
y anheló, quiso, añoró… Pero su deseo era sólo eso: un simple deseo; y siguió tal cual, perdido en el deseo, esperando
el nombramiento, anhelando el qué
será.
De las cosas
importantes
Darse
cuenta que hace muy poco, tras hablar de más, se acaba de perder lo único que
valía la pena en la existencia: ser prudente y guardar silencio.
De la estoicidad
Casi
toda su vida transcurrió en la búsqueda constante de los conceptos para
comunicar lo que llevaba adentro: un mal
casi inefable, para sí y de los otros. Hizo gala de la retórica y la filosofía,
la teología y la matemática, la literatura y la psicología, y nada, el
sentimiento no afloraba en las palabras. Vio a su alrededor y comprobó que los
demás no necesitaban de referentes externos para vivir, sólo de acciones concretas. Entonces, estoicamente dejó de
cuestionar y abandonó para siempre el masoquismo-divertimento intelectual y se
arrojó a la mudez de la soledad comunitaria.
Del engaño más grande
Deambular
durante toda la vida con una idea, con una ilusión, hasta con una fe, y tener
unos cuantos minutos de lucidez, antes de morir, para ver que todo era un engaño,
que el mal se traga todo, hasta lo que se figuró trascendente y se escribió en
mayúsculas.
De la huida vengadora
Llegar
al momento en que no se tienen más palabras para engordar el cajón donde se
guardan las hojas escritas a lo largo de tantos años, y optar por tragarse uno
a uno los manuscritos y empezar de nuevo con una estúpida sonrisa de optimismo.
De la revelación
¡Y
a fin de cuentas qué son los conceptos, las palabras o la vida, sino un simple
paso hacia las tachaduras de las obras y los confines del olvido!
De las cosas
Cuando
quiso cosificar las cosas que verdaderamente valieron la pena en su vida, se
dio cuenta de la imposibilidad de extraer algo del pasado y del tiempo de las
lamentaciones y la mirada interna. Entonces aceptó lo incosificable de esas
cosas que no observamos mientras la existencia expía de nosotros en cada
suspiro y anhelo, y cerró los ojos y cruzó los brazos.
Del llorar
Lloró
con un llanto amargo, como dicen que lloran los que no tienen nada
verdaderamente por qué llorar, y entonces se ponen a llorar de su desgracia.
¿Qué otra cosa les queda sino entretenerse en algo?
De la partida
Sintió
un escalofrío que le recorrió el cuerpo. Los pendientes apremiaban, ahora,
desde antes. Se asomó por la ventana y miró caer las gotas de la lluvia, las
nubes eran grises, como los días… Pensó en escribir las últimas líneas. Caminó
hacia el escritorio, palpó la presencia de eso
que le aterraba en su niñez. Agarró el lápiz y anotó en la hoja amarillenta:
“finalmente…” El sonido del choque del agua en las láminas de asbesto, mezclado
con los disparos, fue lo único que conservó en su trayecto atemporal hacia la
eternidad, de la que siempre había dudado. La obra estaba hecha.
De la necedad
Ver
que la vida es tan perra que se empeña en dejar a los humanos las ilusiones, y
éstos tan estultos al no querer mandarlas al carajo y echar carcajadas o
razones aquí o allá.
Del posicionamiento en el
mundo
Permanecer
cuantas veces sea necesario, y la gracia lo disponga, justo en el punto
intermedio entre la tristeza, la desesperación y la locura, para poder ver esa
parte de la Esencia que los otros se
empeñan en querer definir, y simplemente sonreír.
De la acción más noble
Servir
de basurero de la desgracia humana al convertirse en historia de los otros, al
repetir las particularidades e innecesariedades de lo convencional y soso de la
supuesta razón de lo universalmente aceptado, para luego intentar crear algo
estético.
De la heroicidad
Tras
un día negro, levantarse a las cuatro de la madrugada y tirar de balazos al
cielo, en espera de que caiga el ángel de la guarda en el patio de la casa, y
ajustar cuentas.
De la cena del pobre
Carecían
de todo lo material para satisfacer sus necesidades más apremiantes, y aún así
se reunían felizmente en torno a la mesa y juntaban una a una las esperanzas y
los deseos, para con ellos formar un platillo y alimentar lo único que no se
les acababa, que les quedaba intacto: el coraje de vivir.
De la fe
Arrepentirse
de todo lo Malo de la vida, a final
de cuentas: ¡por si las dudas!
Del optimista irredento
Esperar,
esperar, esperar… Y pasar, pasar, pasar… Hasta que la muerte llega, en medio de
la miseria espiritual y física: y aún así, esperar.
De la certeza erótica
Descubrir,
sin mediar ponderación alguna, que lo más placentero está en los momentos
anteriores al encuentro amoroso, pues la imaginación erótica se engrandece y
toca los confines del Ser; mientras que la materialización del deseo es una
simple consecuencia de un acuerdo espacio-temporal y de una operatividad
corpórea y orgásmica.
De la tranquilidad
Descender
hacia el vacío, sin ruido, pensamiento, sentido, tiempo, espacio, amigos, familiares; sólo el descanso, el
olvido, la pronta cancelación del sufrimiento, la muerte: sólo eso.
De las carcajadas
Develársenos
que las carcajadas forzadas son el reflejo de querer ocultar el odio y los
impulsos violentos hacia aquel que se muestra más certero en sus comentarios, y
uno sólo existe como comparsa.
De la literatura
Fluir
perenne de ideas, pensamientos, fantasías, ficción, poeticidad de la palabra,
idealización de los seres y los objetos, trascendencia de la mediocridad del
vivir; pero también albergue de payasos, vividores y mediocres autodenominados
escritores.
De la sabiduría
Estudiar
durante mucho tiempo para poder entender el valor del silencio, y ejercerlo
desde el momento de la comprensión.
Del tiempo
Ver
cómo se pudren las cosas, así, despacio, como degustando su fin, sin nada de
por medio, sin impedimento externo, sin medición, sintiendo el acabamiento de
uno mismo gracias a la perennidad del tiempo, y todo siendo y dejando de ser en
un simple segundo: sucesión constante; tiempo, sólo obstruido por el silencio
obscuro. Paso a lo que es y deja de ser, agobio de la existencia: razón del
fin, fin de la sinrazón.
De la contradicción
lógica
Saber
que no existe nada más allá de nuestros actos; y ante la desesperación, esperar
un milagro.
De la deducción lógica
No
hay nada malo, que por peor no venga.
Del Dasein
Superar
los cuestionamientos metafísicos y existenciales, para concluir que la
estructura de la vida está formada por columnas de tristezas y alegrías,
estratégicamente colocadas por no se sabe quién, en un terreno impregnado de
soledad y deseos, conocido como ser
humano.
De la muerte para el
creyente
Sentirse
ungido por algo trascendente, a pesar
de las indignidades cometidas, y tener la dicha de contemplar el revelamiento
de que la muerte es la realidad de un presente, vuelto pasado y futuro, que se
vive para dejar de existir y empezar a vivir.
De la muerte para el
incrédulo
Saberse
terrenal y finito, y actuar sin más certeza de que la muerte es la realidad de
un presente, “ya le tocaba”, que se vive para dejar de existir y dar paso a la nada.
De la búsqueda del
perdón
Darse
cuenta que aunque uno llore y sufra por los actos cometidos en contra de otra
persona, la sensibilidad sólo se convence de que uno debe padecer tanto como el
ser ofendido, mientras que la razón nos indica la imposibilidad del perdón, y
en cambio nos asegura el peso moral, pues el perdón implica olvido, y un ser
humano no borra de su memoria los agravios, a menos que esté muerto. Entonces
es cuando uno busca más la indulgencia, incluso ofreciendo cosas
desproporcionadas, pero todo es en vano, el perdón sigue ahí, columpiándose del castigo y la memoria.
De la nobleza hiriente
Gritarle
y patearlo para descargar en él frustraciones y problemas, y después, con unas
simples palabras y caricias, tenerlo ante uno lamiéndole y haciéndole gracias
el pobre perro, mientras la consciencia retumba.
Del descubrimiento del
talento
Hoy,
ayer, y desde hace días, no he podido escribir nada: la Literatura está de
plácemes.
De lo que se cree que
es el amor
Palabrería
más palabrería acumulada en libros de distintos géneros que intentan
generalizar y dar cuenta de un sentimiento difícilmente expresado por quien lo
siente o se hace la ilusión de sentirlo.
De la “amistad”
Estar
en el desamparo material y emocional y darse cuenta que nadie le tiende a uno
la mano para ayudarlo, sino sólo le preguntan por su situación: para tomar
distancia.
De la madre
Saber
que la misma mujer que nos parió y nos alimentó es la misma que nos ha ofrecido
una disculpa por habernos asustado, distraído o preocupado con su enfermedad de
vieja achacosa, y echar al aire un sí y sentirse digno y comprometido.
Del dolor
No
duele tanto el malestar orgánico o el peso moral, la vida nos lo enseña, sino
el sentir que uno está de más en este mundo, y alguien nos considera dignos de
atención, más aún, nos ayuda en algo sin nosotros haberlo solicitado: esto sí
duele, pero limpia el alma.
Del descubrimiento
oportuno
Saber
que solamente se cuenta con la buena voluntad y el apoyo de una madre que día
con día va muriendo, pero conserva la disposición para escuchar las “desgracias
internas” y brindar una sonrisa y ciertas palabras de aliento. Eso vale oro:
las lágrimas sólo sellan la hermandad y el amor.
De la motivación
No
intentar transformar a la gente con lo que se dice o escribe, simplemente
enseñarle la recompensa de una acción, y seguirán las órdenes sin ningún
pretexto.
De la demostración de
la finitud
Colocar
un punto en el espacio, en seguida otro y otro, hasta formar una línea, y
prolongarla con la intención de llegar al punto de partida, antes de que
transcurran lo años y nos sorprenda la muerte.
De la estrategia
Sé
feliz en la vida, aunque no sepas qué es eso:
has creer al otro lo que tú no eres, al cabo que no sabes quién es el otro, ni
quién eres tú.
Del tolendus ponen
Si
la responsabilidad y la dignidad van terminando contigo; y la distracción y la
falta de compromiso te permiten vivir; pero el mundo se ha desdivinizado;
entonces es preferible optar por la muerte, pues nadie te garantiza nada.
De la angustia por
implicación
Darse
cuenta que ante la falta de resultados convincentes de parte de la ciencia, por
ejemplo ante una enfermedad “inexplicable”, las interrogantes generadas
desembocan en el terreno de la escatología, donde cualquier cosa se pierde en
laberintos “interpretativos” cuya única salida es: así es la vida, eso es lo mejor, Dios así lo quiso. Entonces sí
llega la angustia.
De la desesperanza
Sentir
en carne propia cómo la vida nos niega esto o aquello, hasta la realización de
morir de forma rápida o repentina para ya no sufrir más. Ver cómo pasa el
tiempo y seguimos en la misma situación. Saber que hemos sido engañados por
creer en algo más allá de nuestras manos. Y aún así desear las cosas que uno
cree merecer, por no haberle hecho mal a nadie, por esforzarse más que otros; y
abrir los ojos y encontrase igual de desdichado. Vaya si no es motivo suficiente
para estar desesperanzado, aunque en el fondo se sepa que es algo
consubstancial a sí mismo.
De la disculpa
Cuando
se ha crecido entre la soledad y la materia fecal; se ha vivido pendiente de la
desilusión y la impotencia, y se da uno cuenta que la “vida” cada día se hunde
más en el lodo, el único acto digno es ofrecer disculpas a los demás por
habernos cruzado en su camino y no haberles aportado nada como seres humanos,
sino al contrario, haberles hecho partícipes de nuestra intrascendencia. Sólo
disculpas, lo demás no importa.
De las razones
Las
razones brindadas a los demás sobre cómo se pueden explicar las cosas que le
ocurren a las personas, muchas veces no son sino la cara oculta de nuestra
impotencia para cambiar nosotros mismos: y ahí no hay razón válida, sólo
idiotez.
De los senderos
Al
igual que la muerte, maestra en igualdad, quien ronda los senderos humanos, en
silencio, casi a ciegas, pendiente de las quejas, sin asombro de miseria
alguna, y sin esperanzas: no necesita alzar la vista, ahí, en el espacio oscuro
está su abrigo y la igualdad buscada tanto tiempo.
De quién decide
La
decisión de hacer algo o ser alguien, como la esperanza, fundada en simples
supuestos, es vana, pues la desilusión, inmersa en lo individual y colectivo, y
casi siempre sustentada en la realidad material, puede ser mayor; qué decide
qué, quién decide por quién, no lo sé: todo es cuestión de tiempo, de
enmohecimiento de la vida, de pérdida de los anhelos, todo depende de la
llegada de la muerte, lenta, callada… Y uno ahí,
creyendo que decide algo, soñando de espaldas a la razón, con los ojos abiertos
pero nublados por la inmediatez; pero en-sí,
quién decide qué, si no hay Decisión
Primera.
Del juego del mal
Si
ni con el sufrimiento más atroz, en cualquiera de sus formas, ni con las
explicaciones más retóricas, fue posible encontrar a Dios; y si ni con el
desencanto aletargado en la garganta para liberar la mísera existencia, se
obtuvo la muerte, entonces el mal se vuelve necesario en el vivir, porque el
dolor y la desgracia adquieren niveles de deber, y la finalidad del hombre es
cumplir con algo, así sea su destrucción: después de todo, la vida es un juego
contra el Mal.
Del posible bien
Darnos
cuenta, quién sabe por qué razón, que en cierta etapa de la vida no nos
preguntamos si algo era bueno o malo, simplemente seguíamos el fluir de
los hechos desde la parte del mundo
donde nos encontrábamos. Sí, tal vez eso era
el bien, porque más tarde el tiempo
nos daría el golpe, nos haría ver las cosas de otra forma, y el bien ya no tendría lugar ni en los
recuerdos: el presente, lleno de desgracias y frustraciones, desplazaría toda
esperanza para dar paso al Mal.
Del despido
Ver,
sonreír, agradecer; leer, escuchar, congratularse y preguntarse por qué;
pensar, callar, saberse vivo y creer en algo más, en algo mejor; y aún así,
poner un punto, decir es todo, es buen inicio, e imaginar final más pleno y más
digno, para la Vida, para la Muerte. Investigador de Ciencias
Sociales y Humanidades
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