David Nepomuceno Limón
―¿Qué son esas
lucecitas que vuelan?
―Son luciérnagas
―contestaron los dos.
―¿Y qué son las luciérnagas?
―Son puntitos de luz
que les robaron a las estrellas para que no tengas miedo por las noches.
Ahora que es un joven, sus sueños le ayudaban
a vivir. Durante una temporada, pasaba las tardes dedicado a realizar sus
trabajos universitarios para el siguiente día. Era un estudiante que trataba de
salir adelante en su primer semestre en la facultad.
Había sido educado en los valores morales de
la familia, la que a su criterio le transmitía, con amor y ejemplos simples, actitudes
de solidaridad y respeto. En la edad de la infancia las manos que lo guiaban lo
encaminaban hacia un futuro en que la esperanza se mantuviera en su corazón.
Con el paso de los años, se correrían los velos de varias incógnitas; para
entonces contaría con el brazo fuerte de la experiencia.
Por ahora formaba parte de un pequeño grupo,
con el que se había identificado, sin importarle que para hacerlo tenía que
acceder a ciertos caprichos, como el corte de pelo, las características de su
calzado o vestimenta. Algunos de sus compañeros notaron que era fácil regular
su comportamiento, pues su pensamiento se atrincheraba en una vana satisfacción,
mientras que en sus manos su destino impreciso se encontraba apoyado por un
corazón débil, y junto a él, un espíritu indeciso.
En el hogar su comportamiento habitual
continuaba. Su temperamento introvertido ofrecía a sus padres el aspecto de una
cierta calma, la que poco a poco parecía irse convirtiendo en indiferencia.
Su
inclusión en el reducido grupo de amigos se convirtió poco a poco en prioridad,
ocupando los fines de semana en actividades que ellos mismos se imponían. Lentamente
su destino empezaba a quedar en manos ajenas, dejando a la deriva su dignidad y
orgullo, mientras la saeta de su brújula lentamente se extraviaba, a medida que
sus sentidos sufrían la ausencia de la lógica.
Después de una penosa semana de exámenes, Patricio
fue invitado a una reunión de varios grupos de la facultad para relajarse de la
tensión ocasionada por el esfuerzo realizado. Un convivio y un baile
improvisado serían la pauta a seguir durante esa tarde y la noche.
Ese día un soplo de simpatía envolvía a
todos los presentes, mientras la alegría desbordada les arrebataba sus líneas
de pensamiento. Para ellos era uno de esos momentos felices que la vida ofrece
para todos, en que se olvidaban del mundo y todo lo que les rodeaba.
La felicidad de Patricio era completa. Todos
los presentes tenían algo en común: el gusto por las bebidas alcohólicas y la
música estridente.
Todos se divertían a lo máximo y a su manera,
mientras el tiempo insensible transcurría. Después de la media noche el grupo
se iba reduciendo al argumentar compromisos familiares de fin de semana.
Entre las risas y comentarios de un
auditorio mínimo un joven próximo a Patricio hablaba de los padres que se
entrometían en los asuntos de sus hijos, y que llegaba el momento en que la
incomodidad los hacía rebeldes como un símbolo de libertad ante aquello que los
aprisionaba.
En esos instantes había más caprichos que
razonamiento, pues sólo así podían calmar su alma plena de aspiraciones
inquietas. Él mismo, al profundizar en sus pensamientos, enardecido por el
alcohol, sólo recordaba las angustias profundas de su corazón.
Patricio
se introdujo en la charla comentando que así se sentía él, oprimido. También
deseaba libertad, pero que por desgracia nunca había contado con el dinero
suficiente para realizar todo lo que sus padres limitaban.
Alguien del grupo sacó de entre sus ropas
unos cigarrillos de fabricación casera. Encendió uno, aspirando el humo con
mucho cuidado, como cuidando que no se le escapara el alma, y con una expresión
de lasitud. Acto seguido los ofreció a los demás, con una sonrisa de
complicidad.
Patricio aceptó uno con expresión
interrogativa, pero encendiéndolo de inmediato y aspirando el humo, mientras sentía
algo nunca antes experimentado. Los valores inculcados por sus padres desaparecían
de su geografía mental, ante la fuerza de los impulsos y curiosidad.
Su escasa atención dio inicio así a la
debilidad de su destino. Las rápidas fumadas iniciaban sus efectos, mientras
que, en medio de una completa ignorancia de lo que lo rodeaba, se lanzaba al
torbellino de un mundo ignoto.
El líder del grupo lo veía con sorna. Le
entregó un bote de material industrial y una bolsa de plástico con un poco de
ese producto, el que Patricio se apresuró a aspirar con firmeza y sonriendo de
una manera triunfal. Él no supo si la bolsa tenía además alguna otra sustancia,
pero su acción en el organismo sano y limpio de Patricio empezaba a dar
resultados. Al igual que los otros, la sensación de sentirse superhombre era
una experiencia al alcance de la mano.
Al poco tiempo empezó a quedar atrapado en las
redes de algo desconocido. Sentía que las puertas de su razonamiento se iban
cerrando para dar paso a un vacío que empezaba a causarle pánico. Las imágenes
que se le presentaban eran desconcertantes, en una dimensión sorprendentemente
monótona, dentro de un paisaje gris que terminaba en oscuridad.
Sentía que no era capaz de rescatarse a sí
mismo, dejándose llevar por una experiencia que empezaba a causarle náuseas. Varios
fragmentos de su entereza y juventud se disipaban entre la niebla de la noche,
provocándole una rigidez en su escuálida humanidad. Su escasa voluntad tuvo la
idea de navegar de regreso, pero nada lo obedecía.
En su mente existían todavía ideas intactas,
que rebasaban el espacio de la fantasía con una manifestación limitada de la
realidad, pues sentía que se le aflojaban los resortes del alma al captar que
su capacidad de entendimiento se iba al piso.
Patricio trataba que la pequeña isla de su
lucidez no se perdiera en el mar de confusiones en que se encontraba, pero toda
era como un susurro en un miedo sin nombre, y su mente ya no era la regla ni la
medida de sus acciones. En su interior sólo existía la soledad como identidad
propia.
El misterio de vivir en la superficie de sus
propias experiencias lo había rebasado por completo. Su mente no se planteó la
pregunta del porqué de su comportamiento, del porqué iniciarse en las drogas
sin medida y de una manera irracional, sin haberle importado sus consecuencias
con él mismo y la posible reacción de su familia al enterarse de todo lo ocurrido.
Sus valores familiares habían quedado hechos polvo en una noche sin estrellas. Lo
que Patricio experimentaba era como una especie de concierto sin instrumentos musicales.
Sus pensamientos entraban en un conflicto donde sólo lo irracional tenía
armonía.
En tanto las drogas hacían sus efectos en
los jóvenes, en casa de Patricio todo seguía como siempre. Los integrantes de
la familia hacían lo suyo sin prisas, con calma, y muy lejos de la monotonía
que a veces se daba en algunos hogares, ya que sus ideales partían de
arquetipos que moldeaban sus conductas cotidianas. La felicidad de la familia
consistía en la gratificación que le daban los valores de unidad y respeto,
desterrando la tristeza para que no endureciera el corazón, aunque de antemano
se conociera que las alegrías de la vida siempre habían sido modestas.
Por su
parte, Patricio jamás encontraría la causa de haberse drogado de una manera tan
agresiva. Lo más certero para él sería que lo hizo para demostrarse a sí mismo
y a sus amigos de lo era capaz cuando se decidía a hacer cualquier cosa, sin
importar la cantidad de riesgos y consecuencias. En pocas palabras, se había
drogado como si fuera una diversión pasajera que él podría controlar sin ayuda.
Quizá había sido la curiosidad por probar las drogas. O simplemente la acción
de hacerlo de modo inmediato y sin explicación alguna, como conducta
espontánea.
Quizá hubiese una razón simple:
sencillamente lo hizo y ya. Las explicaciones a su familia no existirían, pues
sólo se dejaría llevar por una única vez. Consideraba que sus convicciones eran
lo suficientemente fuertes como para llegar a ser víctima de algo tan sencillo como
volver a caer.
Patricio siempre estuvo seguro de que sus
ideales eran sólidos como el alma de un guerrillero, pero por desgracia él
mismo se estaba crucificando, no por amor sino por ausencia del mismo. A ello se
agregaba que ese momento la voz de su conciencia se estaba quedando en la
orilla opuesta. No se daba cuenta del tamaño de su torpeza al entrar al mundo
de las marionetas bajo el influjo de una sangre embravecida por las drogas.
Pero ante sus ocasionales compañeros siempre
se reservó las opiniones personales y sus pensamientos. No participaba en las críticas
o cosas parecidas, pero ya estaba sintiendo en su organismo los efectos de lo
ingerido, y con la intención de no volverlo a hacer, trató de ver hasta dónde había
llegado.
En algún rincón de su intelecto se sentía
sorprendido de su conducta espontánea. Había sido algo que sin pensarlo dos
veces, hizo, y con la intención de que nadie le reclamara o le exigiera una
explicación de su proceder. Ni siquiera se le había ocurrido preguntar sobre lo
que consumía ni le importó saberlo, pues al principio lo encontraba sumamente
agradable. Jamás se había sentido tan bien. Ahora el panorama de su vida se
tornaba en una sensación de beneplácito y una felicidad sorprendente. En su
interior el sol le prometía un día sereno, una bondad en su noble juventud,
aceptando la idea de ser libre entregándose a sí mismo, danzando su alma en el
horizonte de la nueva aurora que su imaginación le había obsequiado.
Todo era distinto para Patricio. Sus
compañeros seguían una plática que parecía no tener sentido. Solamente la
imaginación le daba alojamiento, inyectándose con todo tipo de mentiras y
sarcasmos. La alegría de vivir se encontraba debajo de los vasos semivacíos.
Para ellos qué importaba la droga si el
efecto era extraordinario, como un mundo diferente dentro de una maraña
selvática urbana. Qué importaban las drogas si el gusto de vivir era inmenso,
internándose cada quien en su universo personal.
En la lucidez que podía rescatar, Patricio justificaba
el comportamiento de sus amigos, dándoles la razón por sus actos, y bajo la
consigna de que a nadie debía importarle lo que cada quien decidiera hacer con
su tiempo y su existencia.
Ya no había razón para arrepentirse. El
presente era el momento para disfrutar todas las sensaciones que pudieran
venir, hasta que llegara el fin del efecto, y después continuar con la rutina
de todos los días, tomando la experiencia vivida como algo que sucedió, pasó, y
ya. ¡Qué distancia tan grande había entre lo que siempre había pensado de su
modo de actuar y lo que experimentaba ahora en su propio organismo! Giraba
alrededor de una dolorosa decisión que lo hundía en algo inexplicable. En su
interior sabía que todo su ser se desmoronaba por completo mientras el tiempo
parecía detenido y daba paso al tormento, en el cual ya estaba inmerso.
Inconscientemente sabía que una enorme soledad lo aguardaba, jugando con su
destino, y que se disipaba en su débil corazón y todo él un espíritu sin
aliento. Reconocía que antes en su vida ya había habido algunas gotas de
felicidad.
Con algunos destellos de inteligencia, los
amigos de Patricio decidieron que lo más sensato era retirarse a descansar para
desbloquear sus mentes. Sin protestar, como si no tuviesen voluntad propia, uno
a uno se fueron retirando en sus autos, con los cuales harían todo un esfuerzo
para llegar a sus casas.
Patricio salió con uno de sus nuevos amigos.
Al poco rato, su brújula interna había dejado de funcionar… Las luciérnagas no
volverían a brillar para él.
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