Leny
Andrade Villa*
Introducción
La
civilización de Occidente ha concebido la “feminidad” a partir de estereotipos
y prejuicios anclados en la filosofía y en la literatura de la cultura grecorromana.
Destacan estas dos disciplinas por su carácter abarcador y por su afán de
querer comprender al ser humano, ya sea desde el razonar del filósofo o desde
la exaltación de la sensibilidad del literato. En primer lugar, Platón y
Aristóteles describen a la mujer y lo que en la modernidad se entiende por
“feminidad”, desde la perspectiva del hombre. Respecto a lo segundo, las
primeras construcciones se encuentran en Safo, quien refleja su sentir de mujer
para poetizar y exaltar sus inquietudes. Tanto los dramaturgos griegos como los
comediógrafos romanos, describen la situación de la mujer a partir de la visión
del hombre; la percepción de lo femenino se subordina a lo masculino, ya sea en
el aspecto real o simbólico.
Estos referentes perviven en el
pensamiento y en la literatura de la Edad Media. Ejemplo de lo anterior es el Libro de Buen Amor de Juan Ruiz,
Arcipreste de Hita, donde se encuentra el episodio de las “Serranas”, el cual
funge como contrapartida a la idealización de la mujer y su feminidad que el
autor tiene de ellas. Este episodio ofrece una visión ridícula del deseo sexual
femenino y refleja los dogmas y los temores más latentes de los hombres en este
período histórico. Muestra, en parte, los anhelos y las inclinaciones de las
mujeres del campo, junto con los mitos, las creencias y los temores del
Arcipreste y, en general, de los varones, que consideran a las mujeres como
demonios cuando se trata de hablar de su sexualidad.
De
acuerdo con lo anterior, el objetivo de este trabajo es presentar un develamiento
de lo maligno de la feminidad a través de la visión del Arcipreste, al
confrontar su concepción de la mujer ideal con cuatro serranas, quienes
personifican el mal por su comportamiento social y sexual.
I.
La
Chata
Es
pertinente hacer notar que el escenario invernal en el que se llevan a cabo los
encuentros indican la presencia del mundo diabólico, ya que “la escarcha y el
hielo son símbolos tradicionales de Satanás” [1],
según Hart, para reforzar la filiación de las serranas con el diablo dada su
fealdad, su instinto y la manera en la que tratan al Arcipreste.
La parte descriptiva está en cuaderna
vía y narra el encuentro con La Chata[2],
quien es la primera serrana con la que tropieza el Arcipreste, ella guarda el
puerto de Malangosto y realiza el papel de guía, por lo que exige cierto pago.
El clérigo promete darle joyas, ella acepta e inmediatamente lo toma de la mano
y lo echa a sus espaldas sin ninguna dificultad, dada su fuerza, importante
para desempeñar su oficio de guarda. En la Edad Media era común cobrar el
derecho de paso a los viajeros por propiedades privadas o comunales y el
derecho de tránsito por puentes o ríos. Por eso, la mujer elegida para ese
oficio tendría que ser fuerte y agresiva para poder obligar a pagar a los
viajeros[3].
La Cántica adopta una intención satírica,
muestra a la Chata impidiéndole ferozmente el paso al viajero, él la describe
“gaha”, (deforme) “rroín”, (ruin) “heda” (fea) (961b)”[4];
después le arroja violentamente la cayada y lo amenaza con la honda, él vuelve
a la representación negativa y la describe como “endiablada” (satánica), sin
embargo, al referirse a ella la llama “fermosa”
(hermosa) cuando ésta lo intimida amenazadoramente con la exigencia del pago. La serrana acepta darle comida, bebida, hospedaje
y algo más, si el Arcipreste le da joyas, aunque ella se conforma sólo con la
promesa de las mismas para entregarse a él[5].
Después de alimentar al viajero ella lo invita a “luchar”, en sentido erótico,
y le pide que se quite la ropa de prisa, esto muestra la urgencia de su
apetito: “lieva te dende apriesa,/ desbuelve te de aqués hato (971cd)”. El
cambio de papeles mueve a risa, pues es la mujer la que actúa como hombre, por
su fuerza y por su mando y el hombre es el que actúa como mujer, por su
carácter pasivo y obediente.
II.
Gadea
de Río Frío
El
arcipreste encuentra a Gadea cerca de un pinar de Fuent Fría, ella se muestra
más agresiva que la Chata, ya que derriba al viajero con un golpe de la cayada
en la oreja y lo invita a entrar en su cabaña con promesas de hacer el amor con
él.
“Entremos a la cabaña, Ferruzo non lo
entienda;
Meterte he por camino e avrás buena
merienda;
Liévat´dende, cornejo, non busques más
contienda” (980)
En la sociedad de esa época era
costumbre educar a la mujer para desempeñar un papel extremadamente pasivo. El
hombre, era el que tenía que tomar la iniciativa en la búsqueda de pareja para
el matrimonio. En la sexualidad, era el marido el que iniciaba la actividad y
la mujer la que recibía pasivamente sin responder a los estímulos eróticos[6].
Sin embargo, en este apartado, surge la mujer abierta, extrovertida y activa en
su manera de conducirse[7],
el viajero la llama “endiablada” (991e) endemoniada, “atrevida” (990d) porque reclama
su derecho al ejercicio placentero de la sexualidad. El Arcipreste la llama
“descomulgada” (979b) en la narración en cuaderna vía, pues Gadea toma la
iniciativa e invita al viajero a jugar “al
juego por mal de uno” (981d), que es una insinuación de hacer el amor,
“expresión esta última que armoniza perfectamente con su belicosa manera de
concebir la copulación” [8]. El
deseo erótico de la mujer aparece hiperbolizado, pero detrás de esas burlas
sobre el deseo animalesco de la serrana se oculta la impotencia masculina de su
marido Ferruzo y del Arcipreste, porque la imposibilidad de demostrar la
virilidad era un asunto vergonzoso en esa época. Después de darle hospedaje y
vianda (992a), todo eso encierra un sentido erótico implícito, le pide que se
quede hasta tarde “Rogóme que fincase
con ella esa tarde” (948a), pero el viajero no se atreve, por temor a que los
sorprendiera su marido infraganti, la
serrana, aún insatisfecha, reconoce haber hecho “loca demanda” (992e).
III.
Menga
Lloriente
Hasta
ahora, el Arcipreste no se ha detenido en describir a las otras mujeres, dado
su descuido personal, pero sucede lo contrario al encontrarse con la tercera
serrana, Menga Lloriente, quien pertenece a una clase superior económicamente.
Al describir su vestimenta se observa que posee cierto status pues vestía “buen bermejo” (997e) y “buena cinta de lana”
(997f). Desde el momento en que se encuentran, el viajero manifiesta su interés
por querer “casarse de grado” (998cd). “Este “casarse” es querer tener
relaciones sexuales, más que un estado de permanente compromiso o contrato”[9],
pero la serrana entiende el sentido de “casar” como una propuesta formal, por
eso, el Arcipreste la describe como “lerda” (993c) (torpe). El protagonista,
muestra su desprecio hacia este sector de la sociedad poco favorecido al exclamar
que no se casaría con ella porque no son iguales: “coidós casar con migo commo
con su vezino” (993d). Ella le dice que
para que puedan casarse ha de poseer ciertas cualidades propias de las personas
que laboran en la sierra y, además, ha de entregarle todo un ajuar de bodas. Con
respecto a lo primero, el clérigo fanfarronea y se vanagloria de sus aptitudes,
con doble sentido, uno que atañe a las labores del campo y otro que se refiere
al sexo (999-1001). Referente a lo segundo, se refleja una de las inclinaciones
de la mujer, incluso de las del campo, el vestir bien y el adornarse con ropa
fina.[10]
IV.
Alda
de Tablada
Antes de que el Arcipreste se encuentre con Alda
de Tablada prepara el escenario para su aparición y empieza a configurar el
ambiente en el puerto a medida que ella se acerca. En los versos que se
encuentran en cuaderna vía lo describe así: “viento con grande elada, rrozío
con grand friura” (1006d) para indicar la presencia diabólica de Alda. La
primera impresión que el Arcipreste tiene de ella es terrible, lo atemoriza
tanto que la llama “vestiglo” (monstruo) (1008b), “la más grande fantasma que
vi en este siglo” (1008c), yegueriza trefuda” (1008d) (desproporcionada),
“talla de mal ceñiglo” (1008d), pero como el frío seguía intensificándose por
la llegada maligna de esta mujer, el clérigo no tiene más remedio que pedirle
posada, ella acepta “sil fuese bien pagada” (1009c).
Para Haywood, Alda representa la
encarnación de los pecados capitales, según el simbolismo del bestiario
medieval que revela su verdadera naturaleza: “es lascivia o licencia (yegua
caballar, osa, asno o burro), pereza (osa, tordo), locura (asno o burro),
avaricia, envidia y servilismo (perro) y de naturaleza diabólica y violenta
(osa)”[11].
Debido a su naturaleza lasciva, el
clérigo recomienda esta mujer a los que estén ansiosos por casarse, y que no
dispongan de otra alternativa, pues ella recibiría a cualquiera.[12]
El sexo de Alda también se pone en duda,
de acuerdo con sus rasgos que denotan cierta virilidad, tales como su estatura,
su talla, su vello abundante, su fuerza y su voz. Aunque posee ciertos
atributos femeninos, los posee en demasía: “Por el su garnacho tenía tetas
colgadas: / daban le a la cinta pues que estaban dobladas” (1019ab). Las
características diabólicas no se hacen esperar, pues esta mujer es una mezcla
de animal y humano, debido a las
comparaciones que establece el clérigo para exacerbar su figura, su tamaño y su
naturaleza instintiva, superiores a las de un hombre normal, e incluso a las de
un animal. La mujer es tan horripilante, según el retrato que ofrece el
Arcipreste, que éste considera que ni siquiera en el Apocalipsis se vio algo
así de monstruoso (1011ab). No obstante, Alda y el viajero comparten ciertas
características fisonómicas como: pescozudos (1013b; 1485cd), el pelo negro
(1012b, 1486a), y las orejas, narices y bocas grandes (1013acd, 1014a y1486d y
1487bc); la nariz de aquella es también gorda (1013c).[13]
Gracias a esta lectura, el lector descubre más sobre la naturaleza del Arcipreste,
al verse reflejado en ésta mujer.
Sin embargo, al principio de la Cántica,
se refiere a ella como: “fermosa” (1024d), “locana”(1024d) “bien colorada”
(1024e), “bella” (1025b), “hermosura” (1026c), “moza” (1027a), “amada” (1028e),
cuando le pide posada. Ella accede a sus peticiones con la condición de que, si
le daba hospedaje en su cabaña tenía que casarse con ella. Al igual que Menga
Lloriente, pide ciertos bienes a quien pretendía casarse con ella, pero el
viajero le responde que no tiene dinero, que le fiara. Ella no accede y lo
corre de su choza porque: “do no hay moneda/ non hay mercancía y el Arcipreste
vuelve a cambiar la descripción de ésta serrana llamándola “heda” (1040a).
Conclusión
Este
episodio no puede tomarse como un referente histórico de la realidad, pues la
visión del autor se encuentra sujeta a los prejuicios y estereotipos sociales y
literarios de su época. Representa la negación y la inutilidad del código del
mundo de las caballerías, ya que el protagonista, al enfrentarse con el mundo
real (en la diégesis del Libro) se da
cuenta de que las fórmulas corteses y recatas no son funcionales.
Ahora
bien, la mujer del campo es señalada como culpable de que el hombre se desvíe
del buen camino. Es concebida como la gran pecadora, pero no se refiere a
cualquier tipo de mujer, sino a una mujer fuerte que lucha a la par del varón
para subsistir, valiente emprendedora; a ésta es a la que se le asocia con el
demonio, en tanto que representa los temores más profundos de los hombres por
ser superior o igual a éste en fuerza, autoridad y mando.
El autor hace un collage de “lo sexual y
lo femenino” que transforma de acuerdo con su capacidad creativa. Las
realidades que toca están puestas en función de diferentes connotaciones, donde
es posible la existencia de algunos elementos parecidos o verosímiles, en los
que el autor pone en juego toda su imaginación, costumbres, prejuicios y
floklore que permiten diversas interpretaciones; son detalles difíciles de
discernir, pues el arte y la vida aquí se confunden.
BIBLIOGRAFÍA
Beltrán, Luis, Razones de buen amor: oposiciones y convergencias en el libro del
Arcipreste de Hita, Valencia, Castalia, Fundación Juan March, 1977.
Cabanes Jiménez Pilar, “El deseo
femenino a la luz de algunas composiciones literarias medievales”, Lemir: Revista de Literatura Española Medieval
y del Renacimiento http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1064483
ISSN-e 1579-735X, no. 9 (2005).
Hart, Thomas R., La alegoría en el Libro de buen amor,
Madrid, Revista de Occidente, 1959.
Haywood, Louise M., “El cuerpo
grotesco en el Libro de buen amor de Juan Ruiz”, en Juan Ruiz, Arcipreste de
Hita, y el “Libro de buen amor”. Ed. Bienvenido Morros y Francisco Toro
Ceballos. Centro Virtual Cervantes. Instituto Cervantes (España), 2006-2007. http://cvc.cervantes.es/obref/arcipreste_hita/
Pérez de King, Ester, “El realismo
en las cantigas de serrana de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita”, Hispania, U.S.A., No. 21, 1938, 85-104.
Reynal, Vicente, Las mujeres del Arcipreste de Hita:
arquetipos femeninos medievales, Barcelona, Puvill, 1991.
Ruiz, Juan, Arcipreste de Hita, Libro de buen amor, edición de Gybbon
Monypenny, Madrid, Castalia, 1988.
*Letras
Hispánicas, Universidad Autónoma Metropolitana,
Iztapalapa. Ciudad de México
lenyvilla_759@hotmail.com
[1]
Thomas R. Hart, La alegoría en el Libro de
buen amor, Madrid, Revista de Occidente, 1959, p. 72.
[2]
El encuentro con cada una de las
serranas se integra por una composición en cuaderna vía, seguida de una
cántica. La “Cuaderna vía” también se conoce con el nombre tetrástofo monorrimo
alejandrino. Es un cuarteto integrado por una sola rima: AAAA, BBBB, etc. Este
tipo de composición es peculiar en la obra de éste el autor, ya que compone versos híbridos de 14 y 16
sílabas mezclados. Véase, para una mejor descripción de este fenómeno el
estudio introductorio que G. B. Gybbon-Monypenny hace de esta obra. Arcipreste
de Hita, Libro de buen amor, Madrid, Castalia, 1988, p. 77-78.
[3]
Ester Pérez de King, “El realismo en las
cantigas de serrana de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita”, en Hispania,
U.S.A., 21, 1938, pp. 89-90.
[4] En adelante, todas las citas serán de
la siguiente edición: Arcipreste de Hita, Libro de buen amor, Madrid, Castalia, 1988;
por lo que únicamente se indicarán los números de verso entre paréntesis.
[5] Vicente Reynal, Las mujeres del Arcipreste de Hita: arquetipos femeninos medievales,
Barcelona, Puvill, 1991, p. 113.
[6] Pilar Cabanes Jiménez, “El deseo
erótico femenino a la luz de algunas composiciones medievales”, en Lemir: Revista Española de Literatura
Medieval y del Renacimiento, no. 9,
2005, p. 4. Véase http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1064483.
Consultado el 2 de diciembre de 2012.
[8] Luis Beltrán, Razones de buen amor: oposiciones y convergencias en el libro del
Arcipreste de Hita, Valencia, Castalia, 1977, p. 266.
[9] Vicente Reynal, op. cit., p. 114.
[10] Id.
[11] Louise M., Haywood, “El cuerpo
grotesco en el Libro de buen amor de Juan Ruiz”, en Juan Ruiz, Arcipreste de
Hita y el “ Libro de buen amor”, Instituto Cervantes, 2006-2007. Véase http://cvc.cervantes.es/obref/arcipreste_hita/.
Consultado 2 de diciembre de 2012.
[13] Louise M., Haywood, art. cit.
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