Silvestre
Manuel Hernández*
Objetivo
La
finalidad de este artículo es presentar una dilucidación sobre el feminismo en
sus vertientes sociopolítica y literaria. La primera parte, permite
contextualizar el problema de manera general; la segunda y tercera, se insertan
en la literatura y en la crítica feminista, ambas, desde un enfoque teórico.
I.
El
panorama
Las
tres últimas décadas del siglo XX estuvieron signadas por el cambio cultural
que vio emerger identidades femeninas y masculinas, donde el espacio simbólico
que las sostenía oscilaba entre el pasado y el presente. Aquí, el tiempo social
exigió una nueva mirada a los espacios público y privado, y un replanteamiento
del ser y hacer de los sujetos. Desde luego, el contexto histórico,
económico, político y social, afecta directamente la forma en que el individuo
asume y reproduce una subjetividad colectiva e individual, y determina la
manera en que se aprehende, resignifica, valora y expresa el mundo interno y
externo.
Al respecto,
el feminismo tuvo un papel nodal en la configuración del nuevo rol de las
mujeres, pues abogó por visualizarlas, darles presencia en la vida común a
través de los discursos desde la academia o desde los medios de comunicación.
En lo significativo para cada una de ellas, buscó hacerlas conscientes de su
condición de seres humanos autónomas, con derechos y obligaciones similares a
los de los hombres.
Y, tal vez la función primordial del
feminismo fue terminar con la visión sexista del mundo, masculino / femenino, al replantear los imaginarios de los hombres
y de las mujeres, es decir, al re–valorar y re–orientar la consciencia hacia
los objetos de estudio, individualizados (la percepción cambia en uno y otro
género), que implica una manera de cohabitar el mundo con el otro desde conciencias y autoridades en condiciones de equidad.
Así,
el pensamiento feminista propone eliminar la desigualdad entre los géneros, a
partir del uso de las esferas políticas, legales, familiares, educativas y de
los medios de comunicación, para lograr un cambio en la percepción, el imaginario
y la realidad cotidiana de los seres humanos. Libertad e igualdad de oportunidades,
parece ser el ethos emancipador de
este movimiento.[1]
Sin embargo, uno de los pendientes del feminismo
es crear mecanismos verbales y estratégicos para hacerse escuchar y comprender
por la mayoría de las mujeres, y no quedarse sólo en el espacio de las y los
especialistas y entendidos del tema. Amén de criticar y estar pendiente del uso
que se le da al discurso feminista desde el poder, pues su aplicación puede
responder únicamente al control cupular e individual, ya que la “insurrección”
da lugar a la “institucionalización”. Lo cual no desemboca en la transformación
del espacio simbólico, punto central del feminismo.
Asimismo, los vínculos alcanzados por las
mujeres ya no esperan la ratificación ni el control masculino, son
independientes y sólo se guían por el deseo de responder a las interpelaciones
que desde los variados niveles teóricos y prácticos se le formulan. Por ello,
la afirmación de sí normaliza una manera de estar en el mundo, pero no basta
con esto, hay que tener iniciativas para consolidar los objetivos planteados
desde el inicio del movimiento, pero que respondan a las coyunturas políticas,
sociales y culturales desde las cuales se actúa y se crea el pensamiento
feminista.
I.
La
escritura femenina
La
escritura femenina es una de las manifestaciones del feminismo,[2]
pero no la única. Aunque en literatura se plasme una “visión del mundo de la
mujer”, también están otros ámbitos de la cultura como la política, la
educación o las relaciones sociales, donde el feminismo puede expresarse. El
problema está en la consistencia argumentativa y “verificable” del discurso a
la “realidad”: cómo es que se pasa del espacio simbólico de la escritura
femenina (caracterizada por imágenes, conceptos y estereotipos) al contexto ideológico–sexual
masculinizado donde se encuentra la mujer. Una opción sería concebir a la
escritura como asexual, pero esto pondría en cuestión los movimientos que la
escritura produce, es decir, el cruce de fuerzas de subjetivización, como son
la: “semiótica–pulsional (femenina) que siempre desborda la finitud de la
palabra con su energía transverbal y racionalizante–conceptualizante
(masculina) que simboliza la institución del signo y preserva el límite socio–comunicativo”.[3]
Esto ejemplifica el predominio de una
fuerza sobre otra y la polarización de la escritura en términos masculinos,
cuando se impone la norma estabilizante, aquella donde prevalecen términos
femeninos, donde se da el vértigo desestructurador.[4]
Ante esto, Richard dice que convendría más hablar de una feminización de la escritura, que de una escritura femenina, para caracterizar el
rompimiento del marco retención/contención de la significación masculina, por
la poética o la erótica del signo de la escritura “feminizada”, que busca
modificar el entramado monolítico del quehacer literario, al forjar “nuevos
sentidos” en el universo simbólico establecido:
Porque la relación de la mujer al sentido no es
nunca total ya que parte de una inadecuación básica: la que la hace sentirse
extraña (extranjera) al pacto de adhesión y cohesión sociales que sella la
autoidentidad a través de su lengua del consenso socio–masculino en relación al
cual la mujer está siempre de menos
(lo femenino como déficit simbólico) o de más
(lo femenino como excedente pulsional).[5]
De acuerdo con el desarrollo que se sigue,
falta caracterizar, dentro de la literatura, lo que se podría denominar “estética
femenina”, cuya simple acepción pareciera contener la idea de una esencia
ontológica: la mujer, pero que en el fondo se apega a una argumentación contra
el esencialismo, pues son distintos los rangos del arte de las mujeres,
entendiendo por arte: “el campo privilegiado en que se ha estudiado al sujeto in progress y, además, al arte ha sido
considerado como el campo principal en que tales brechas del orden simbólico pueden
producirse con mayor probabilidad”.[6]
Y donde se manifiesta una sensibilidad diferente, que puede expresarse en un
“lenguaje del cuerpo de la mujer”, el embarazo, las imágenes clitóricas,
ausentes en el arte masculino; pero que no se orienta hacia el problema de
“cómo son las mujeres”, sino que las emplean mujeres artistas que tienen una
conciencia política de la diferencia sexual en el arte; lo que no representa la
“naturaleza de las mujeres”, que atañe más a una cuestión de carácter
antropológica, histórica, filosófica y psicológica.
Ahora bien, lo femenino, que no coincide
necesariamente con las mujeres reales, es considerado como negación de lo
fálico, pero inevitablemente definido en relación a la masculinidad, y
participante de un orden simbólico que ofrece valores muy diferentes e
inequitativos a cada sexo, y presenta dificultades adicionales para la mujer
artista.[7]
II.
La
crítica feminista
La
crítica literaria feminista se enfoca en la “literatura de mujeres”, y se
moviliza para delimitar un corpus en base al recorte del género sexual, para
aislarlo en la búsqueda de un sistema relativamente
autónomo de referencias–valores que le confiera unidad a la suma empírica de obras
que agrupa, basándose en una concepción representacional de la literatura, según
la cual el texto es llamado a representar “realistamente” el contenido
experiencial de ciertas situaciones de vida que retratan la autenticidad de la
condición–mujer, o bien su “positividad” en el caso de que el personaje
ejemplifique una toma de conciencia antipatriarcal:
El relato se hace cuerpo de mujer, se erotiza, se
autodestruye en el abandono, se hace fuerte en la libertad, se somete junto a
la mujer en la condena de una sociedad machista. Cada palabra intenta ir
construyendo la imagen de la mujer autosuficiente.[8]
Pero identidad y representación se hacen y
se deshacen en el transcurso del texto, en la materialidad sígnica del complejo
escritural que devela o esconde los rasgos de lo “femenino” con respecto a un referente
pleno de una identidad–esencia reuniversalizable como tal en su genericidad
absoluta: es la mujer la que habla, la de todos los tiempos, la olvidada, la
sometida.[9]
Por
su parte, la producción literaria femenina, independientemente del código
lingüístico utilizado, común a hombres y mujeres, tiene que ver principalmente
con ciertos detalles de sensibilidad con respecto al tema u objeto del que se
habla en una obra literaria, es decir, hay una mirada distinta sobre
manifestaciones que a simple vista parecen iguales en cuanto a su percepción.
Pues, a decir de Luisa Valenzuela:
El acto de escribir es útil para mirar y luego decir
lo visto. Pero se trata de una mirada más interior que exterior, más enfocada
hacia lo invisible que lo visible […] Y las mujeres, forzadas a usar idénticos
vocablos, acabamos sin darnos cuenta por asumir posiciones ajenas. Dado que las
palabras que nombran son irremplazables, salvo honrosos sinónimos, las mujeres
estamos aprendiendo a consolidar una combinatoria verbal sutilmente
diferenciada.[10]
Por
eso, dentro de la creación literaria está la ginocrítica, en cuanto: “estudio de
las mujeres como escritoras, [cuyos] materiales son la historia, los estilos,
los temas, los géneros y las estructuras de la escritura femenina”.[11]
Término factible de considerarse esencialmente como una crítica feminista,
desde la literatura, que en su línea política aspira a cambiar la situación de las
mujeres, no sólo a analizarlas, e intenta hacerlo transmutando el discurso
patriarcal tradicional que ha mantenido a las mujeres sin un lenguaje propio
que les permita expresarse libremente, por otro que las identifique en su seno
y práctica. Por ello, el uso de la ginocrítica pretende ser explicativo y
comprensivo a la vez, con la finalidad de ir cambiando y ampliando el lenguaje
con el cual las mujeres puedan expresarse libremente no sólo en el ámbito literario,
sino en el teórico y en el cotidiano.
En
este tenor, surge la interrogante de hasta dónde hay una delimitación concreta
de que las mujeres hablen “desde dentro del discurso patriarcal más que desde
una fuente exterior a las formas simbólicas falocéntricas”,[12]
y rompan con esa narratividad y se comprometan con un momento histórico determinado
con necesidades específicas que sustenten una teoría literaria feminista.
Conclusión
Puesto
en equilibrio sociopolítico, el feminismo no tiende a la búsqueda de la
felicidad, desde un parámetro eudemonista, aunque sí conlleva una postura ética
a partir de su objetivo primordial: subvertir el imaginario social anegado de
sexismo y jerarquizado desde un orden patriarcal. La finalidad, en términos
prácticos, puede ubicarse en el replanteamiento de las individualidades,
masculinas y femeninas, y su estar en el mundo con el otro(a), pero sin perder
la identidad, más bien, afirmándose a sí mismo(a). Una de sus prioridades es la
consolidación del reconocimiento y el respeto a la diversidad de los seres
humanos, de sus formas de actuar y ser en la sociedad. Podría hablarse de
feminizar el mundo, de cambiar el binarismo operante que inicia con la mirada hacia lo otro y termina con la subordinación de un semejante; esto, desde
luego, sin renunciar a las especificidades propias.
Ahora bien, si la experiencia vivencial y
cognitiva del feminismo no de traduce en conceptos y en un lenguaje que de un
nuevo sentido al “ser mujer y ser hombre”, corre el riesgo de ser absorbido o
ignorado por el poder dominante en la sociedad. El feminismo da una
interpretación del cambio social, cuyas implicaciones se insertan en el espacio
cultural y simbólico. Su reto es fundamentar sus principios en la
interculturalidad característica de la época. Su intención es resignificar la
diferencia sexual y, a partir de ella, la realidad; debe dar normalidad a sus
postulados.
Por
su parte, la crítica literaria feminista se enfoca en el estudio de la
producción textual femenina, estableciendo un nexo con las nuevas formas de
aproximación analítica del objeto literario, y revalorando los criterios
epistemológicos masculinizantes de los estudios literarios; a la vez que se
opone a la misoginia en la práctica literaria, a la estereotipización de la
mujer en la obra escrita y a su exclusión de la historia literaria. Por esto,
las vertientes de la crítica literaria feminista giran alrededor del cuerpo de
escritura y de las formas lingüísticas y simbólicas que a través de ellas se
producen como transferencia socio–cultural, patentes en un texto artístico.
Bibliografía
Calzadilla,
Ramón, “Feminidad y humanismo pedagógico emancipador en la ética de la
postmodernidad”, en Sapiens, Revista
Universitaria de Investigación, No. 2, Venezuela, 2008, pp. 37 – 57.
Ecker,
Gisele, Estética feminista, Icaria,
Barcelona, 1986.
García
Aguilar, María del Carmen, “La ginocrítica como alternativa para la crítica
literaria”, en Filosofía de la educación
y género, Graciela Hierro (comp.), Universidad Nacional Autónoma de México,
México, 1997, pp. 111 – 121.
Muraro,
Luisa, “Un lenguaje que lo vuelva memorable, en Fempress. Feminismos fin de siglo, Chile, 1999.
Puga,
María Luisa, “La mujer y la literatura”, en GénEros,
No. 1, Universidad de Colima, México, 1993, pp. 22 – 24.
Richard,
Nelly, “¿Tiene sexo la escritura?”, en Masculino
/ femenino. Prácticas de la diferencia y la cultura democrática, Francisco
Zegers, Santiago de Chile, 1989, pp. 31 – 45.
Valenzuela,
Luisa, Peligrosas palabras. Reflexiones
de una escritora, Océano, México, 2002.
*Departamento
de Humanidades, Universidad Autónoma Metropolitana,
Unidad
Azcapotzalco, Ciudad de México
[1] Para
la teoría feminista, “el conocimiento de la construcción social del individuo,
así como de la inseparabilidad de la razón y la emoción nos mueven a reconsiderar
las categorías fundamentales del desarrollo humano. El feminismo reclama que
examinemos la diferencia entre las formas femenina y masculina de conocer. El
feminista nos enseña que la inteligencia no constituye una cualidad innata de
determinado individuo, sino que se trata de algo que está relacionado con la
interrelación entre ideas, comportamientos, contextos y objetivos”. Véase Ramón
Calzadilla, “Feminidad y humanismo pedagógico emancipador en la ética de la
postmodernidad”, en Sapiens, Revista
Universitaria de Investigación, No. 2, Venezuela, 2008, p. 49.
[2] Que va contra la autoridad
masculina del saber histórico de la cultura oficial, contra el canon que cada
literatura “reconoce como norma”.
[3] Nelly Richard, “¿Tiene sexo la
escritura?”, en Masculino / femenino.
Prácticas de la diferencia y la cultura democrática, Francisco Zegers,
Santiago de Chile, 1989, p. 35.
[4] No está de más hacer notar que
lengua, historia y tradición no son totalidades inquebrantables, sino
yuxtaposiciones provisorias de multirrelatos, no coincidentes entre sí, que se
pelean sentidos históricos en batallas de códigos materiales e interpretativos.
Ibidem, p. 39.
[7] María Luisa Puga asevera: [En muchas novelas escritas por
mujeres] “comienza a aparecer eso que no estaba: la otra mitad de lo humano. La
mujer ante el mundo y su funcionamiento. Lo que le pasa a las mujeres cuando se
salen de sus papeles tradicionales y se exponen al mundo. Se empieza a escuchar
la voz de una soledad que es la otra mitad de la soledad que nos contaron
siempre los hombres. La mujer ha quedado incorporada en la literatura, es
innegable. Ahora participa el otro lado de la identidad humana: lo mujer, cuyo
tema ya no es solamente la mujer, sino el mundo todo. La forma, el contenido,
el sentido del mundo”. Véase su artículo “La mujer y la literatura, en GénEros, No. 1, Universidad de Colima,
México, 1993, pp. 22 y 24.
[9] Luisa Muraro señala: “La escritura es un modo de
traducción simbólica en la ausencia. La escritura amplía el horizonte, puede
levantarlo y también horadarlo […] Pienso, además, en la tradición mística,
lugar de una escritura femenina cuya excelencia es un secreto que aún se nos
escapa”. Véase su artículo “Un lenguaje que lo vuelva memorable”, en Fempress, Feminismos fin de siglo,
Chile, 1999, p. 10.
[10] Véase su libro Peligrosas
palabras. Reflexiones de una escritora, Océano, México, 2002, p. 45. El
texto conjuga una serie de reflexiones teóricas, desde la ficción, con el
sentido de la palabra y lo que ésta convoca, para mostrar “una mirada de mujer,
con conciencia de serlo, para bien y para mal, desde las hormonas, sí, pero
sobre todo desde esa construcción social llamada “mujer” que atañe a la
humanidad en pleno”, p. 14.
[11] María el Carmen García Aguilar, “La ginocrítica como
alternativa para la crítica literaria”, en Filosofía
de la educación y género, Graciela Hierro (comp.), UNAM, México, 1997, p.
115. Los corchetes son míos.
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