viernes, 7 de diciembre de 2012

La importancia de la educación en valores


Gilberto Nieto Aguilar

Entiendo por bien toda clase de alegría y cuanto a ella conduce.  […] Por mal, entiendo toda clase de pesar.
BARUCH SPINOZA (1632-1677)

Sin caer en una visión maniqueísta ni aceptar una posición relativista, el ser humano puede llevar en su interior la bondad y la maldad, lo que ha sido tema de debate en muchos lugares y épocas, y argumento de mucha literatura. El ser humano suele interpretar la realidad de forma positiva y negativa, optimista y pesimista. Puede asumir actitudes constructivas y destructivas, conductas adecuadas o inadecuadas, en una interacción de grado que matiza su conducta según las circunstancias y que no permite definirlo como completamente malo o completamente bueno. Parece ser que la persona posee un ser indeterminado, ambiguo e indefinido que a lo largo de su vida le concede la libertad para determinarse a través de acciones creadoras y transformadoras que le permiten definir las fuerzas en conflicto, lo bueno y lo malo, lo positivo y lo negativo, y le dan un significado personalísimo a su existencia en un proceso de autoconstrucción y amor a sí mismo.
Como seres insuficientes, es necesario relacionarse con los otros, con lo otro (naturaleza y entorno) y con su conciencia, para trabajar, como lo sugieren los estudios que ha ido desarrollando el Grupo de Investigación en Educación Moral de la Universidad de Barcelona*, sobre la construcción autónoma de una personalidad moral que facilite aprovechar el potencial que posee cada individuo para su autorrealización y autodeterminación y a quien se le reconocen cinco elementos centrales, básicos, que son la conducta, el carácter, los valores, el razonamiento y la emoción que debe poseer en equilibrio y armonía, trabajando juntos (Berkowitz, citado por Buxarrais 2000:92-94). Por eso el hombre y la mujer son plenos y al mismo tiempo carentes e insuficientes; porque tienen que construirse a sí mismos a través de sus pensamientos, de sus sentimientos y de sus actos. He aquí la principal razón para educarnos en valores.  
Como aclaración al margen, para evitar confusiones con el término «moral» que muchas personas asocian con «religión», la moral es definida por el Pequeño Larousse Ilustrado como «relativo a las costumbres o a las reglas de conducta: los valores morales». Savater complementa que moral es el conjunto de comportamientos y normas que solemos aceptar como válidos, en tanto  que ética «es la reflexión sobre por qué los consideramos válidos y la comparación con otras “morales” que tienen personas diferentes» (Savater, 1998:59).
Seguramente en la práctica, la libertad para determinarse de que hablamos en el primer párrafo se ve limitada por el grado de creatividad o iniciativa con que se interviene en cada situación de la existencia; por lo que se requiere ejercitar la reflexión y tener claros los valores que se pretenden vivir. Esta libertad implica advertir lo posible y lo preferible, aún en las circunstancias más opresivas, y tener el ánimo de luchar por ello.
Desde la escuela se debe impulsar un modelo autónomo que promueva la formación de personas pensantes, analíticas y dialogantes, dispuestas a implicarse y comprometerse en una relación personal y en una participación social basada en el uso crítico de la razón, la apertura a los demás y el respeto a los Derechos Humanos. No debe caracterizarse por la simple transmisión de valores absolutos, indiscutibles e inmodificables, adoctrinantes y coactivos, sino en el aprendizaje y la práctica de determinadas dimensiones de la personalidad moral tales como el autoconocimiento y la autoestima, habilidades sociales, autorregulación, habilidades para el diálogo, razonamiento moral, empatía y perspectiva social, comprensión crítica, y capacidades de transformación del entorno (Buxarrais, 2000a:100-163 y Puig, 1998:31-62). El desarrollo de estas dimensiones va con el objetivo de facilitar las condiciones para la construcción de formas de ser capaces de lograr coherencia entre el decir y el hacer, el juicio y la acción, el pensamiento y la conducta, y la búsqueda de la democracia como forma de vida.
De esta manera, la escuela puede promover un proceso de humanización consistente en la práctica del autoconocimiento como segunda naturaleza. “Segunda” porque no está totalmente dada desde el principio, pero “naturaleza” porque al mismo tiempo es una tendencia propia del ser que, además, en la medida en que haya un esfuerzo en la práctica por alcanzarla, se convierte en algo espontáneo y natural, algo propio de cada quien, con los ingredientes para que cada cual se ame a sí mismo, ame a los otros y a la naturaleza, busque lo que realmente le sea útil y apetezca aquello que le conduce a una mayor calidad de vida, trabajando en la formación de hábitos que ayuden a tener una existencia plena y productiva y a responder a las interrogantes de qué hacer consigo mismo, cómo completar esa naturaleza inacabada, cómo darle forma a la existencia, para emprender acciones que de algún modo no le deben ser desconocidas al docente para que su labor sea más efectiva.
Para la Dra. Buxarrais «la educación moral debe convertirse en un ámbito de reflexión individual y colectiva que permita elaborar racional y autónomamente principios generales de valor que sirvan para enfrentarse críticamente con la realidad» (Buxarrais, 2000b:15). Al respecto, Miquel Martínez señala que «educar en valores es facilitar aquel tipo de aprendizaje humano que permite apreciar los valores. [Que impulsa]…un aprender a aprender. Para ello el educador y la educadora y el profesorado en general, debe propiciar condiciones que favorezcan tal aprendizaje en valores y no sólo enseñar valores» (Martínez, 2000:41), precisando que este proceso no se alcanza sólo a través de las vías racionales, sino también con el desarrollo de las vías emocionales y volitivas, es decir, a través de lo que pensamos y sentimos, y de nuestra voluntad de hacer.
Las reflexiones teóricas sobre la educación en valores, su aprendizaje y la evolución y educabilidad de la persona como sistema inteligente, nos invita no tanto a apostar por una u otra perspectiva psicológica, pedagógica o filosófica, sino por un modelo comprensivo e integrador (Martínez, 2000:42) en donde no parece funcional sólo enseñar valores o normas éticas «porque la incertidumbre de la experiencia vital convierte en irrelevante cualquier saber acabado. La notable imprevisibilidad de las experiencias de problematización moral exige la construcción de un modo de ser personal abierto a la improvisación y a la creatividad moral. […] Por lo tanto, el resultado de la formación moral no puede ser la copia de un modelo predispuesto, sino la confección de un prototipo de personalidad moral flexible y exclusivo» (Puig, 1996:246).
La educación básica debe proponerse no sólo la instrucción de algunas asignaturas, sino la formación de las personas. Del análisis de nuestro medio, es urgente que los profesores incorporemos explícitamente los valores éticos para una sociedad democrática, a partir de una ética universal y laica. Esta idea central es el punto de partida ineludible para iniciar el diálogo y para pretender el consenso sobre las normas y actitudes más viables para la convivencia, que proporcione al docente una serie de ideas y conceptos que le serán útiles en su tarea educadora. Los principales valores que propone, por ejemplo, Victoria Camps «para empezar a hablar» son: la dignidad de la vida humana, las diferencias, la libertad, el compartir responsabilidades, la solidaridad, la justicia y la paz, (Camps, 1993) que bien nos vienen en estos momentos de construcción de la nación mexicana que queremos en lo futuro.
Las estrategias que mejor se acomodan a este modelo constructivista, además de trabajar sobre las dimensiones de la personalidad promoviendo la reflexión y el análisis, podrían ser la discusión de dilemas morales, frases inacabadas, diálogos clarificadores, role-playing, el escrito autobiográfico, ejercicios sobre autoestima e inteligencia emocional, sobre el conocimiento de sí mismo y de cooperación; resolución de conflictos y diagnóstico de situaciones; ejercicios de conocimiento de los demás, de comunicación, de clarificación de valores, de construcción conceptual y de debate; actividades de comprensión crítica, ejercicios de autorregulación, comentarios de textos,  acompañados de la actitud adecuada del educador que debe crear un clima que favorezca en el aula la participación abierta del alumnado.
El momento que vivimos, a diferencia de décadas pasadas, ofrece más situaciones de desarmonía y conflicto entre nuestras expectativas de vida y las posibilidades para lograrlas, con un nivel de riesgo que toca muchos aspectos sociales y que bien puede amenazar la estabilidad personal, familiar y social, comprendida en las esferas jurídicas de lo laboral y de la seguridad social. Es la hora para pensar en una educación con mayor promoción de valores. No bastan la buena voluntad ni el diseño de la asignatura de Formación Cívica y Ética. Se requiere también de ejes transversales que comprometan a todos los docentes y que estos, a su vez, se comprometan junto con los padres de familia y sus autoridades inmediatas.
Una nación con miseria, grandes desigualdades sociales, injusticia, falta de empleos y posibilidades de realización, no puede hablar de vivir valores que chocarían con su realidad inmediata, pero sí puede promover un modelo de análisis de la realidad y de posibilidades de un mejor estilo de vida, fundado en la capacidad del ser humano de transformar su entorno y transformarse a sí mismo.

BIBLIOGRAFÍA:
BUXARRAIS, María Rosa (2000a). La formación del profesorado en educación en valores. Propuesta y materiales. Editorial Desclée De Brouwer, Bilbao.
BUXARRAIS, María Rosa et al. (2000b) La educación moral en primaria y en secundaria. Una experiencia española. Biblioteca para la actualización del maestro, SEP-México.
CAMPS, Victoria (1993). Los valores de la educación. Alauda, Madrid.
MARTÍNEZ Martín, Miquel (2000). El contrato moral del profesorado. Condiciones para una nueva escuela. Editorial Desclée De Brouwer, Bilbao, España, 2ª Edición.
PUIG Rovira, Josep Maria y Xus Martín García (1998). La educación moral en la escuela. Teoría y práctica, Editorial Edebé, Barcelona.
PUIG Rovira, Josep Maria (1996). La construcción de la personalidad moral. Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona.
SAVATER, Fernando (1998). Ética para Amador, Biblioteca para la actualización del maestro, SEP-Fondo Mixto de Cooperación Técnica y Científica México-España, México.



* Se refiere al modelo universal propuesto para la Educación en Valores a través de la construcción autónoma de la personalidad moral, que desde la Universidad de Barcelona promueven la Dra. María Rosa Buxarrais, Miquel Martínez Martín, José María Puig Rovira, José Palos, Montserrat Payà, Jaume Trilla, Enric Prats y otros. 

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