El reto de la educación en la Tercera Cultura
El reconocimiento y comprensión de la
pluralidad de sentidos (y destinos) atribuidos a la humanidad, en el marco de
una nueva cultura, y concomitante a los procesos de interacción humana mediante
el uso de las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC), se vislumbra
no sólo una tarea obligada en los márgenes de la transición epocal, sino una
exigencia ético-política propia de las sociedades inteligentes. Representa
también asumir y adoptar —en el caso educativo— nuevas formas de relaciones e
interacciones globales sin perjuicio de la diversidad, de la pluralidad y de
cualquier tipo de diferencia. Así mismo, significa aceptar y respetar modos de
convivencia particulares, locales, privados e íntimos, que hoy
—paradójicamente— se perciben amenazados ante un panoptismo informatizado y
legitimado social, política y educativamente.
En el marco de esta transición epocal,
improntada profundamente por las lógicas del marketing global, del racionalismo
lineal y mecanicista y de la tradición judeocristiana, también resulta
necesaria la construcción de imperativos éticos-pedagógicos y ético-ecológicos
que posibiliten la potenciación de la
autenticidad humana ante el avasallante imperio del comercio informático y
computacional.
De esto es lo que trato aquí, es decir del
modo en que se re-configuran las identidades individuales y colectivas a partir
y en torno al uso de las TIC, tanto en las sociedades de la modernidad como en
las sociedades de la Tercera Cultura. La tesis que sostengo es que la configuración de identidades informáticas
constituye el reto formativo-educacional de las sociedades inteligentes en la
Tercera Cultura, y que a este proceso de configuración le subyacen fines
utilitaristas, mercantilistas y proconsumistas, propios de la hegemonía de la
cultura occidental, los cuales pueden ser desdibujados si se reconoce la
potencialidad de la autenticidad como el rasgo identitario del ser humano.[1]
Para argumentar dicha tesis recurrí a
perspectivas que anudaran tanto la crítica a los modelos globalizadores[2]
y estandarizadores de la cultura, como las que promueven el reconocimiento de
las comunicaciones a escala planetaria por medio de las TIC. También acudí a
enfoques que promueven el uso de la tecnología en los procesos de formación y
de educación escolarizada. Y, por supuesto, asumí el discurso del paradigma
emergente de las ciencias para disoñar[3] condiciones de habitabilidad, educabilidad
y formación humana en la Tercera Cultura, en la era planetaria.
Debo decir, en consecuencia, que aquí no
especifico las categorías lexicográficas del campo de la informática y de la
computación en el espacio de la educación. Lo que sí hago es poner en juego el
uso de dichas categorías —que resulta más complejo, por supuesto— en torno a un
núcleo común: la comunicabilidad humana.
En esta virtud, el documento lo he organizado
en cinco partes. En la primera, esbozo los rasgos configurativos de la
planetariedad en tanto condición epistémica de la Tercera Cultura. En la
segunda, utilizando la metáfora de las oleadas de A. Toffler (1980), doy cuenta
de la evolución del proceso de comunicación humana y la erosión de la
autenticidad como rasgo identitario del mismo y del ser humano. En la tercera,
expongo brevemente el megaproyecto
comercial en que se ha re-configurado el proceso de comunicación humana,
así como algunos de sus elementos y efectos en las sociedades. En la cuarta,
doy cuenta del modo en que se configuran las identidades informáticas en los
entornos educativos a través del uso de las tic, y la subversión del
intercambio informacional en dichos entornos. En la quinta parte, y a modo de
cierre del texto y de apertura a nuevas preguntas y reflexiones, expongo
algunos de los retos y desafíos que —considero— las sociedades inteligentes
deben afrontar y tratar como tales en el umbral del siglo XXI. Finalmente, en
la última parte, doy cuenta de las fuentes que consulté para la elaboración de
este documento.
1. El umbral de una cultura alternativa
El ser humano del siglo XXI está asistiendo
—se percate de ello o no— al nacimiento de una nueva cultura, al surgimiento de
un nuevo modo ser, sentir y pensar, a la emergencia de un nuevo paradigma,[4]
al inicio de un una época que se distingue, ante todo, por el re-planteamiento,
cuestionamiento y puesta en tensión de
los fundamentos que han dado orden, estructuralidad, sentido y destino a la
existencia del ser humano en el planeta.
Sin embargo, el advenimiento de esta nueva
cultura está asociado, paradójicamente, tanto al desarrollo y avance de la
ciencia y la tecnología, como al agotamiento y crisis de la racionalidad que ha
permitido dicho avance y desarrollo; es decir, de una racionalidad que a la vez
que ha posibilitado la entronización del pensamiento científico y la univocidad
de la razón, ha potenciado la fragmentación social, la degradación del ser
humano y el deterioro ambiental. Este tránsito cultural, o cambio de paradigma,
en términos de Rosnay deviene traumático y problemático.
Cuando se está en el antiguo [paradigma] no se entiende en absoluto lo
que las personas quieren hacer en un nuevo paradigma. Ni siquiera se entiende
su lenguaje. No se sabe de qué hablan, cuáles son sus motivaciones ni valores.
Hay inquietud porque no circulamos sobre las mismas curvas. […] Y pienso que
este cambio de paradigma y esta transición entre la sociedad industrial y la
sociedad informacional, son la causa de algunos de los problemas que tenemos
hoy, tanto sociológicos como socio-económicos, políticos o culturales. (Rosnay, 2002: 31).
Por tanto, los retos que impone esta nueva
cultura están en función de la síntesis, de la complementariedad y,
específicamente, de la unión entre la unidad y la multiplicidad,… de la
complejidad en el sentido de complexus.[5]
Y, ergo, no están orientados a la consolidación de un sentido y destino común
para toda la humanidad, sino que están más allá de los fundamentalismos
(Boff, 2002) y esencialismos de las tradiciones de pensamiento que han
hegemonizado sutil y agresivamente —con
serios intentos de estandarización— la vida cotidiana de sociedades
enteras, antes con relatos mítico-mágico-religiosos, luego con discursos
cientificistas decimonónicos, hasta hace poco con ideologías (socialismos y
capitalismos) y hoy con un nuevo credo: el consumismo (o hiperconsumo).
No obstante, quizá el mayor reto en esta
nueva cultura, la Tercera Cultura, consista en comprender la emergencia y
constitución de identidades que otrora eran impensables e irrepresentables; de
identidades individuales y colectivas que se re-configuran dinámicamente en
espacios físicos y simbólicos nuevos —incluyendo el ciberespacio— a través de
las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC).
Esta nueva cultura está signada por el cruce
multidireccional de una serie de deseos y valores ideales que colisionan fuertemente contra otra serie de deseos y
valores reales, creados —ambos— por
el imperio de la cultura occidental, estratégicamente por lo que concibo como
la triada dogma-razón-consumo,[6]
y promovidos a través de los mass media
y de las tecnologías de la información y comunicación. Así, el reconocimiento
de la presencia de una serie de fuerzas y resistencias en torno a la hegemonía
del mercado global, me permite sostener que al discurso valoral ideal contemporáneo —amor, paz, igualdad, solidaridad,
afecto, comunicación—, le subyace una plataforma discursiva valoral real.
En este cambio paradigmático, ergo, los “valores que valen” en las
sociedades en tránsito son el sexo,
la imagen, el poder, el dinero, el estatus y, por supuesto, la información, ya que, además de que cuentan
con suficiente legitimidad social al ser bienes comerciales de alto precio y
consumo, constituyen una serie elementos que anudan las relaciones que suceden
en el ciberespacio o en los entornos virtuales. Por eso son “valores que valen”
en las sociedades que se encuentran en las fronteras de la Tercera Cultura, y
valen porque coligan, re-ligan y unen aún en distancias insospechadas.
Paradójicamente también separan, desunen y dividen.
Sin embargo, en las fronteras de la Tercera
Cultura, dichos “valores”, amén de que son reconocidos en sus condiciones
simbólicas de producción, constituyen una plataforma real y sólida —no
ocurrente ni fatua— desde la cual es posible tanto la crítica a los fundamentos
de los mismos como la configuración de directrices o principios comunes que
procuren la autopoiesis de los seres vivos y de los sistemas que les son
concomitantes.
Ahora bien, en virtud de la fuerte presencia
de una tendencia hacia la hegemonía
cultural y a la producción de un
imaginario común (Ramonet, 2002: 14), como son los “valores que valen” en
las sociedades en tránsito —reitero: sexo,
imagen, poder, dinero, estatus e información—, sospecho que la tensión,
y no la estabilidad, es uno de los rasgos identitarios que distinguen a esta
nueva cultura, pues tanto éstos —“los valores que valen”— como otro conjunto de
elementos, sólo estarán siendo tales
en función de los esfuerzos que se articulen en torno a la reducción y al
borramiento de los mismos. Lo cual, indubitablemente, producen confusión,
ceguera intelectual y trastornos emocionales, pues el hecho de estar transitando en un mundo cada vez más
dinámico, volátil e incierto —llenos de objetos e instrumentos caducables a
corto plazo— deriva en la practicidad de acciones humanas similares.[7]
Consecuentemente, en el umbral de esta
cultura, la autenticidad del lazo social
—debo advertir— resulta subvertida, velada y desdibujada por procesos de
comunicación que, bajo el amparo de la tecnología informática, potencian la
ilusión de una realidad con significantes vacíos, o con sentidos orientados
primigenia y fundamentalmente al mercado global. Una realidad imaginaria que se
formula en una cuasi eterna fantasía de bienestar común, de democracia
(absoluta) y de igualdad social. Una realidad —insisto— construida explotando
comercialmente la necesidad autentica de los seres humanos por mantenerse
unidos a través de procesos comunicacionales diversos.
2. La comunicación humana: un reto cuasi
permanente
Ahora bien, a un sector de la población
mundial actual, le resulta común recibir y enviar información desde cualquier
parte del mundo, y le es habitual el uso de herramientas electrónicas, la
adquisición frecuente de otras más sofisticadas y, consecuentemente, el desecho
continuo de aparatos de comunicación aún servibles. Para este mismo sector, a
los ciudadanos de la Galaxia Internet
(Castells, 2001), la comunicación a escala global, merced a la
interconectividad en la red de Internet, representa un asunto propio de la
cotidianeidad y, ergo, un modo de
interacciones humanas cada vez más informatizadas.
Sin embargo, aunque evidente, debo señalar
que esta aparente condición de comunicabilidad humana se configuró como
tal en términos evolutivos, y sustituyendo la autenticidad del lazo social por la posesión del medio y la
propiedad del instrumento para mantener dicho lazo. De ahí que consideré útil
realizar una comparativa —breve— del modo en que se ha diluido la comunicación
humana a través de la priorización del medio y del instrumento de comunicación.
Para ello, decidí utilizar, en términos aplicativos, la metáfora de la ola[8]
de Toffler (1980); esto en razón de que posibilita inteligibilidad de la
evolución social más allá de los reduccionismos clasistas y las fragmentaciones
cronológicas de las perspectivas historicistas tradicionales; y porque,
precisamente, da cuenta de las transformaciones sociales como un continuum en el que suceden
sincrónicamente choques violentos que afectan globalmente a la humanidad y al planeta —amén de que posibilita
cierta visión de futuro.
En términos de Toffler, la evolución social
de la humanidad ha sido merced al encuentro sucesivo y violento entre tres
oleadas: la agrícola —Primera Ola—,
la industrial —Segunda Ola— y la
posindustrial o informatizada —Tercera
Ola—, cuyos efectos han sido a escala global.
En la Primera
Ola[9]
las personas tenían contacto entre sí sólo si estaban integrados en su núcleo
familiar y a otros cercanos en un radio no mayor a 8 km, y esto únicamente a
través de formas lingüísticas poco estructuradas y de algunos convencionalismos
locales; y hasta antes de que esta ola terminara su movimiento en el Siglo xv,
surgieron modos, técnicas e instrumentos de distinto tipo para lograr cierto
tipo de contacto humano más allá del ámbito presencial, es decir a distancia.
En el marco de la Segunda Ola, del Siglo XVI a la primera mitad del Siglo XX, el
proceso de comunicación humana —junto el de educación y otros— fue afectado por
el sistema de producción y consumo en masa; propiamente fue trastocado violentamente
por el oleaje impetuoso del industrialismo. De modo que para la nueva y
poderosa sociedad, la industrial, se requirieron medios análogos al sistema de
producción en serie para, así, enviar “el mismo mensaje a muchas personas a la
vez, de una manera barata, rápida y segura.” (Toffler, 1980. 25). Aun con ello,
el propósito esencial de los procesos comunicacionales, consistía,
fundamentalmente, en preservar la autenticidad
del lazo social entre quien emite un mensaje y quien lo recibe, sin que el medio
fuese el elemento nodal de dicha relación o intercambio informacional.
Con el choque de la Tercera Ola, aproximadamente a partir la década de los sesenta del
siglo pasado, los procesos de comunicación sufrieron una serie de
transformaciones de distinto orden. En esta tercera oleada, la postindustrial
—que es equivalente a lo que Castells denomina Sociedad de la Información (1998)—, se distinguen progresos en
distintas áreas de la actividad humana que modifican y alteran los patrones
comportamentales de sociedades y naciones enteras, todos implicados
directamente con el intercambio informacional; entre ellos los siguientes:
–
se logran avances significativos
en el almacenamiento, trasmisión y distribución masiva de datos a velocidades
inéditas;
–
se acuerdan estrategias
internacionales para el desarrollo y consolidación de la comunicación a escala
global;
–
se consolidan los emporios
comerciales y las empresas trasnacionales en la industria electrónica, en la
computación, en las telecomunicaciones, en la espacial ;
–
se abren, en la mayoría de las
naciones, a través de tratados y acuerdos internacionales, las fronteras para
libre comercio (pero no para el libre tránsito de las personas);
–
se diseñan, promueven y aplican
normas internacionales de estandarización para el libre comercio de productos y
la oferta de servicios a escala global;
–
se incorporan las tecnologías de
la información y comunicación a los procesos educativos;
–
se rubrica socialmente la idea de
Steve Jones y Billy Gates: en cada casa y
en cada salón de clases debe haber una Mac o una PC;
–
se desarrollan novedosos
lenguajes, ahora, para la comunicación ser humano-computadora (o máquina) y,
consecuentemente, y
–
se aumentan la brecha económica,
educativa, informacional, científica y tecnológica, entre los países del
hemisferio norte con los del sur.
El hombre del industrialismo,[10]
reconociendo y aprovechando el confort y los beneficios que se produjeron en la
Segunda Ola, mantuvo la crítica
respecto a la mecanización de los modos de vida que resultaron en paralelo al
fenómeno de la industrialización. Y también mantuvo, en cierto nivel de
prioridad, a la autenticidad del lazo
social —lo que nos une como personas, como humanos pues—, y a ésta —la autenticidad— como elemento constitutivo
de dicho lazo. La comunicación mediada instrumentalmente —primordialmente por
la prensa escrita, la radio y, en algunas naciones, la televisión—, ergo, consistía no más que en un
epifenómeno de las interacciones humanas naturales en pro de preservar el lazo
social.
Resulta productivo señalar que en la época
final de la sociedad industrializada[11]
nacería una generación alienada por la imagen: los babyboomers —hijos de la televisión— (Roemer, 2007); personas que,
dice Bourdieu (2001: 23) están atadas de pies y manos a la televisión como
fuente única de información; de hombres que, señala Sartori en su Homo videns (2006), han dejado de pensar
porque, además de que son teledirigidos, sólo ven lo que los dueños del medio y
del instrumento desean que vean. La hegemonía de la imagen cedería ante una
nueva forma de dominancia cultural: la información.
3. Más allá de lazo social: el lazo
comercial
Con el movimiento de la Tercera Ola, el proceso de comunicación humana deja de ser el
epifenómeno de las interacciones naturales entre los seres humanos y se
trastoca, ahora, en la esencia del lazo social. Así, la trasmisión de
información, la técnica de la trasmisión y el instrumento por el cual se
trasmite la información, se constituyen en la esencia misma del la comunicación global. Consecuentemente, la
preservación del lazo social queda relegada a un plano inferior, socavando, con
ello, la autenticidad natural de la
comunicabilidad humana y la autenticidad identitaria del ser humano
—modos de ser que le son consustanciales a su género.
Ahora bien, debo decir que dicha metamorfosis
no es un fenómeno que se produce asincrónicamente ni aislado del ámbito
político-comercial, sino que más bien ha sido el resultado de un plan
estratégico globalizante y hegemónico cuya intención —muy visible— ha consistido
en mantener y aumentar el imperio comercial de las naciones del denominado Primer Mundo a través de universalizar y
estandarizar el uso de instrumentos electrónicos e informáticos de
comunicación. Proceso en el que, precisamente, la información adquiere el
estatus de valor y legitimidad social; en términos reales es el “nuevo valor”
en las sociedades de la información.
De ahí que el que el acto de intercambio
informacional a escala global en la era de la información, o en la Tercera Ola, se conciba no sólo como una
“necesidad” natural y auténtica de la comunicabilidad
humana, sino más bien como un megaproyecto
comercial[12] en
el que participan naciones postindustrializadas y empresas transnacionales[13]
para mantener la hegemonía comercial y económica en los países periféricos —o
en vías de desarrollo o del Tercer Mundo.
Este megaproyecto
comercial se ha concretado con la
imposición de modelos de vida, formas de cultura y hábitos de consumo creados
ex profeso y promovidos reiterativamente tanto por los medios de comunicación
masiva —prensa, radio, televisión— como por las tecnologías de la información y
comunicación —Internet—; y en el que participan los países ricos, los del
hemisferio norte, y los grandes imperios comerciales y consorcios industriales.
Resulta propio señalar que desde la perspectiva de Ramonet este proyecto no
solo es característicamente económico sino también político: “se trata de una
apuesta económica y también política. Política […] porque en el momento que
hablamos de multimedia, de Internet, de televisión estamos hablando de
producciones planetarias transfronterizas”, lo cual —advierte— plantea un nuevo
problema: el de la gobernabilidad (Ramonet, 2002: 12).
A este respecto, al de la gobernabilidad, es productivo
apuntar que empresas multinacionales y trasnacionales constituyen en la
actualidad el gobierno real no sólo de las naciones posindustrializadas, sino
propiamente el gobierno de facto en el resto del mundo, pues a través de ellas
es que el mundo se mueve, funciona, tiene
sentido —y destino para algunos. De modo tal que en el ámbito de lo real,
los grandes imperios comerciales y los consorcios industriales funcionan como
un supra estado con poderes
plenipotenciarios a escala global, o más bien como un senado virtual que, según Chomsky (2002), gobierna al mundo desde
Davos, en Suiza.[14]
En un modo más sintetizado, pero no por ello
menos profundo, para Schiller, el senado
virtual de Chomski, o los amos del
universo del Financial Times, no
es más que una coalición “a la vez informal y operacional, en la que convergen
intereses gubernamentales, militares y comerciales, que abarcan las industrias
de la información, de los medios y de la informática.” (Schiller, 2002: 120).
Así que, considerando las condiciones
emergencia del megaproyecto comercial
—el de un mundo conectado—, la
conjunción del sector militar con el industrial-comercial y el político no es
un fenómeno aleatorio o el resultado de fuerzas invisibles —mucho menos de la
intervención divina o de la fe—, sino un acto intencionado que —eso sí— produjo
y continúa generando múltiples sincronías de la misma especie. Desde esta
perspectiva no es fortuito, sino más bien sincrónico, el hecho de que de las
diez empresas transnacionales con mayor producción de venta en el mundo durante
2007, cinco sean de la industrias de la informática,
la computación y las telecomunicaciones
(Google, Microsoft, IBM, China Mobile), una de la industria automotriz
(Toyota), una de la industria electrónica (General Electric), una de la
industria alimentaria (Coca-Cola), una de venta de productos (Wal-Mart), una de
servicios bancarios (CITI) y una de
productos de consumo (Marlboro) (Brandz Ranking, 2007 en Millward Brown Optimor). Tampoco lo es que
el 40% del PIB mundial esté concentrado en no más de 200 empresas
internacionales, cuyos países de origen son, principalmente, Alemania, Francia,
Japón, Inglaterra y Estados Unidos. Naciones que en algún modo, “tienen
influencia en la producción, distribución y consumo global, debido a que
acaparan la mayor parte de los capitales financieros, información,
conocimiento, tecnología y personal capacitado” (Gutiérrez Arreola, 2007). Y
mucho menos lo es que los diez hombres más ricos del planeta (hasta el 2014)
sean propietarios de empresas trasnacionales cuyas actividades financieras y
comerciales están directamente relacionadas con las telecomunicaciones, la informática y la computación, amén de la imagen, la industria del vestido, la
construcción, la inmobiliaria, y la electrónica.[15]
Ahora bien, como refuerzo a la tesis de la Galaxia Internet de Castells y a la Tercera Ola de Toffler, debo apuntar que
hasta antes del año 2000, según datos de la Conferencia de las Naciones Unidas
sobre Desarrollo y el Comercio (UNCTAD), siete de las diez empresas más
poderosas del mundo estaban estrechamente vinculadas con la industria del
petróleo, como es el caso de Exxon, Shell, Ford Motor Company, General Motors,
VW, Toyota y Daimler-Benz (UNCTAD, 1999); pero ahora,
en el año 2008, según la misma fuente, en el Informe sobre la Economía de la Información 2007-2008 se reporta
que el comercio de productos y servicios TIC [16] ha sido en modo creciente, superando incluso las
actividades financieras de la industria petrolera.[17]
En síntesis, mi punto
consiste en que el proceso de comunicación humana, para un sector de la
población —que no es mayoría, por
cierto— ha dejado de ser una actividad
auténtica en términos humanos, y ha mutado en el proyecto comercial a escala global más importante del siglo XXI
—con profundos efectos tanto en la configuración identitaria en el plano individual y el colectivo como en los
distintos campos del saber humano—; también que el lazo social que anudaba al
género humano, ahora es un lazo estrictamente comercial, con acentos y matices
informáticos y computacionales.
4. Educación, realidad y
virtualidad en la planetariedad
Ahora bien, reconociendo que las condiciones
de producción del discurso de la comunicación a escala global, junto con el desarrollo
de las tecnologías de la información y la comunicación, derivan de los ámbitos
entronizados por la racionalidad de la modernidad —militar, industrial y el comercial—, para las sociedades inteligentes de la Tercera
Cultura, en el marco de la planetariedad como condición epistémica, el uso de
las TIC representa un horizonte de posibilidad para la potenciación de los
rasgos identitarios más consustanciales al ser humano: sensibilidad, autenticidad,
intuición, curiosidad, creatividad, emoción-razón, pasión.
No obstante, debo advertir que los procesos
formativos y educativos actuales, primordialmente los escolarizados, poco
pueden contribuir a la emergencia y potenciación de dichos rasgos, y mucho
menos a la re-configuración de la autenticidad
del lazo social, a la autenticidad
de la comunicabilidad humana y,
específicamente, a la autenticidad del
ser humano aprendiente del siglo XXI.
De ahí que es necesario pensar y repensar la
educación y los procesos que le son inmanentes a partir —como ya lo mencioné—
de una condición epistémica alternativa, la planetariedad, en la que los
cuestionamientos acerca de la ontología y sentidos del ser humano sean, ante
todo, momentos de aprendizaje —como en los Nichos
Vitales de Aprendizaje— que contribuyan a la Tercera Cultura, a la Era
Planetaria. Y es necesario repensar esta educación partiendo, dice Francisco
Gutiérrez, desde “un nuevo tipo de educación, donde conocer lo humano no sea
sustraerlo del universo, sino situarlo en él.” (Gutiérrez, 2006: 211).
Un planteamiento similar lo hizo M. McLuhan a
principios de la década de los años sesenta, quien considerando ya el megaproyecto comercial de la
comunicación instrumental a escala global y el avance de la industria informática
y computacional, mencionó que los herramientas características de la Galaxia de Gutenberg —el gis, el
pizarrón, el lápiz, el papel, el texto y, por supuesto, el libro— son resabios
de una educación tradicional y mecanicista (M. McLuhan, 1962), de una educación
que, desde la perspectiva de las oleadas de Toffler (1980), concuerda con el
esquema funcional y organizacional de la Era Industrial —la Segunda Ola—, en la que el trabajo
educativo de los estudiantes en las escuelas era análogo a las labores de los
obreros en las fábricas.[18]
Lo anterior en razón de que en la Tercera Cultura puede incurrirse en el
riesgo de transferir irreflexivamente el esquema informático y computacional de
la Galaxia Internet (Castells, 2002)
—hipertexto, e-books, hipermedia, multimedia, e.g.— a ámbitos
educativos en los que, en pleno umbral del siglo XXI, prevalece la ausencia no
solo de dispositivos y herramientas tecnológicas (equipos multimedia e.g.), sino de las condiciones mínimas y
necesarias para su funcionamiento y operación (instalación eléctrica e.g.). Espacios que, por cierto, McLuhan
ha denominado eufemísticamente pre-gutemberianos.
Bajo este esquema, para Castells la
conectividad a escala global en la Galaxia
Internet no sólo es un asunto estrictamente comunicativo o educativo que se
produce en línea —on line— a través
de conexiones cableadas o inalámbricas, sino propiamente un nuevo modo de vida global —primordialmente
para las naciones del hemisferio norte con repercusiones en las del sur— con
nuevos modos de construir relaciones, incluso educativas o pedagógicas; y esto
debido a que los efectos de dicha conectividad han sido tan profundos que han
posibilitado la configuración de nuevas identidades individuales y colectivas —como
las identidades informáticas— con
mayor intensidad y eficacia que cualquier programa educativo del nivel que sea.
Una evidencia de ello —como ya lo mencioné— es la tendencia hacia lo que
Ramonet (2002) denomina como hegemonía
cultural, o lo que concibo como la occidentalización
del mundo.
En este plano, en el de la configuración de
las identidades informáticas —las que
emergen en las fronteras de la Tercera Cultura o en el tránsito hacia la
misma—, los esquemas educativos actuales no sólo resultan anacrónicos y por lo
mismo inoperantes, sino también impedimentos para la potenciación de la autenticidad de lazo social y de la autenticidad como rasgo identitario del ser
humano. Pues ante los nuevos medios y modos de comunicación, los elementos
que conforman a los procesos educativos masivos y mecánicos —primordialmente,
maestros, estudiantes, programas y contenidos— colisionan entre sí por el uso
de códigos de comunicación distintos.
En esta transición epocal, coexisten
educativamente —como nunca antes— generaciones distintas con lenguajes y
códigos de comunicación distintos. Por una parte, casi en términos de una
oposición física y simbólica, hay un amplio sector de maestros —desde la educación
básica hasta el posgrado— que utilizan dispositivos con tecnología sofisticada
como instrumentos de uso común en la vida cotidiana de Occidente y del Oriente
occidentalizado (Japón, Corea, Singapur, e.g.),
pero cuyo uso educativo no es conocido ni reconocido todavía para subvertir el
proceso de escolarización que se configura en los centros escolares, incluso
aún con la disponibilidad de dispositivos móviles y equipos multimedia.
Así, el chat,
el blog, la web page y los sms
(mensajes cortos), considerados hasta hace relativamente corto tiempo modos y
medios de comunicación de uso exclusivo para ciertos sectores poblacionales, se
han constituido en el esquema básico de comunicación y de intercambio
informacional de uso generalizado por los estudiantes de cualquier nivel
educativo en casi todo el mundo, pues el lenguaje codificado que se utiliza
para ello representa no sólo uno de los atractivos primordiales del uso de
estas tecnologías, sino también la posibilidad de acceder y pertenecer a redes
o comunidades (primordialmente virtuales) dentro y fuera del espacio escolar
que, precisamente, se coligan tanto por el uso de dispositivos móviles como por
el manejo de códigos nuevos y cada vez más sofisticados, e ininteligibles para
grupos generacionales previos.
Consecuentemente, los propósitos por los
cuales se incorporan formalmente las TIC a la educación —comunicacionales,
administrativos e investigativos— se trastocan por las intenciones que derivan de
los usuarios de dichas tecnologías. Esto incluso —y más allá de lo que los
expertos en educación, comunicación e informática desearían— sin contar con los
elementos teóricos, metodológicos y axiológicos que orienten sus procesos
comunicacionales e interacciones interpersonales en las redes sociales
virtuales.
Ahora bien, si se considera la idea de que una
“red mundial de ordenadores electrónicos hará accesible a los estudiantes del
mundo entero cualquier tipo de información en sólo algunos minutos” (McLuhan, 1962:
49), parece consecuente que los procesos educativos y pedagógicos estén en
concordancia con el desarrollo de las TIC, y también que el uso tecnicista o
educativo de éstas[19]
debe estar soportado por principios que contribuyan esencialmente a la potenciación
de la autenticidad del lazo social,
propiamente al desarrollo y fortalecimiento del sentido de humanidad, de
aquello que nos coliga; pues el uso extendido de las TIC con fines educativos
en los contextos escolarizados —más allá de la administración y de la
comunicación en el ámbito de lo cotidiano— se produce en paralelo al
aprendizaje y generalización de prácticas que escasamente aportan respeto y
dignidad de la condición humana, como el ciberbullyng
y el sexting. De ahí que concuerdo con Turkle (1997) cuando sostiene que,
efectivamente, la Internet, la web, el ciberespacio y otras formas de
comunicación informacional han contribuido sustantivamente a la subjetivación,
a procesos de constitución y configuración de nuevas identidades.
En esta virtud, considero que en la infosfera (Toffler, 1980: 109), el
ciberespacio puede ser el entorno virtual en el que sucede con mayor intensidad
el proceso subjetivación, ya que una persona puede cambiar su nombre, edad,
estado civil y sexo; y ello no solo por protección contra la invasión
—paradójicamente— de su intimidad, sino propiamente por gusto y recreación
personal. Sin embargo, el cambio virtual
de sexo, en la infosfera, para
Turkle (1997: 269) no representa más que una posibilidad de enfrentar los
conflictos del género propio, es decir, un canal adicional por el cual puede
darse la constitución de la identidad personal o colectiva. Aún con ello,
sucede que en la realidad, a través de la
virtualidad, un criminal puede cambiar su identidad para planear y cometer
delitos, lo mismo que un acosador sexual puede hacerlo.[20]
De forma similar, un estudiante —igual un maestro— puede cambiar su identidad
para fines que no son estrictamente formativos o educativos, e incurrir, sin
que lo sepa en la práctica de delitos informáticos.[21]
Aún con estos riesgos y hechos, en la infosfera, en el entorno virtual, la
computadora, el teléfono celular (móvil), el iPod —junto con la Internet, los
rayos infrarrojos, el Bluethoot, el chat,
el blog y la web page—, se constituyen tanto en los elementos que conforman los
nuevos modos y medios de comunicación educativa como los soportes materiales y
virtuales para lo que Lankshear y
Knobel (2003) denominan epistemologías
digitales: una manera de conocer y producir conocimiento en la época de la
información digital.
Mi punto es, en síntesis, que en los centros
educativos —desde el nivel básico hasta el superior—, el propósito del
intercambio informacional vía las TIC —aún contando con un acervo teórico
especializado en temáticas como el
aprendizaje en ambientes multimedia, la
educación a distancia y entornos virtuales, o en la informática, computación y comunicación,
e.g.— se ha banalizado socavando,
incluso, la comunicabilidad humana, y
con ello, potenciado la emergencia y constitución de identidades que no
contribuyen a la configuración auténtica de las sociedades inteligentes, sino que, incluso, las inhiben desde el
mismo espacio: la escuela, el centro escolar.
Insisto. No se trata de incorporar más y
mejores tecnologías informáticas o comunicacionales a los procesos educativos
—esta idea ha sido tratada y agotada con investigaciones en muchas partes del
mundo (Lankshear, 2003)—, sino propiamente recuperar o reconstruir —con o sin
las TIC— la autenticidad del lazo social,
pues hoy, con toda una infraestructura científica y tecnológica el ser humano
cada vez se comunica menos con otros y consigo mismo.
5. Retos y desafíos en la transición epocal
El arribo a una nueva cultura, o cuando menos
a una distinta a la que prevalece —o a la tendencial según la hegemonía de la
cultura occidental respecto al imperio de la lógica del mercado—, el uso de las
TIC conlleva transformaciones sustantivas en el modo de pensar, en el de sentir
y, sobre todo, en el disoñar. Pues
ante un futuro implicado profundamente por la información digital y por la
lógica del marketing global, la educación y los procesos en concomitancia
resultan aspectos nodales para las sociedades
inteligentes y para la conciencia de la unidad.
Para Canal, ante los desafíos del futuro, la
educación adquiere una importancia estratégica:
… ya que esta constituye un elemento imprescindible para educar a las
generaciones presentes y futuras, las cuales se encuentran y se encontrarán en
un mundo caracterizado por distintos procesos de globalización en diversos
ámbitos, como el económico, el tecnológico y el de las comunicaciones, los
cuales modifican y configuran el desarrollo de nuevas dinámicas sociales y
culturales, caracterizadas por aspectos negativos y positivos. (Canal, 2006: 137)
Así, desde la educación —pero no con la
educación vigente,[22]
pues un peligro que atenta contra el
destino de la humanidad (Gutiérrez, 2008)—, para las sociedades inteligentes resulta propositivo y prometedor afrontar
los retos y los desafíos que, en distintos planos, se perciben en los márgenes
de la Tercera Cultura.
En el plano
de la cultura, supone el reconocimiento de la diversidad, de la pluralidad
y de la diferencia sin detrimento de la condición planetaria de los sujetos. A
la vez supone mantener las fronteras simbólicas —y en algunos casos los límites
físicos— de los modos de convivencia tanto particulares y locales como privados
e íntimos, más todavía ante la omnipresencia de un panoptismo informatizado o de un voyerismo legitimado socialmente.[23]
En el plano
de la economía, el arribo a una nueva cultura implica comprender que el
tránsito de un modelo con base en el (hiper)consumo material, hacia una
economía para el “bien ser” (Hinkelammert
y Mora, 2005), representa la subversión, incluso, de los
hábitos más arraigados en el comportamiento humano. Sobre todo, implica,
reconocer que las tic están impulsando una nueva economía, la economía digital
que provocará, en la psique, los efectos similares a los de una droga. (Pisani,
2002: 108 y 109)
En el ámbito mismo de la educación y la formación humana, pensar en una cultura alternativa
supone retos y desafíos más complejos e indubitablemente ligados a la
potenciación de los rasgos que dotan de identidad al ser humano —autenticidad, sensibilidad, emoción-razón,
intuición—, y que posibilitan
intencionalmente la puesta crisis de los procesos de escolarización y la
practicidad de modelos educativos y pedagógicos anacrónicos. Representa una
oportunidad para la configuración de nuevas identidades. (Turkle, 1997)
En el plano
de la ética, el arribo a una nueva cultura, como la Tercera Cultura,
implica superar los fundamentalismos y esencialismos de los credos religiosos y
de las ideologías que han socavado la conciencia y la integridad del ser
humano, de la sociedad y la del planeta; a la vez que supone poner en crisis
los valores reales de la hegemonía occidental
—imagen, sexo, dinero, estatus, poder e información— para potenciar la
configuración de principios que posibilitan el entramado social a escala
planetaria, o el anudamiento humano a escala global aún sin la conexión en
redes informáticas. Implica reconocer a la conectividad cableada o inalámbrica
como medio instrumental para mantener la autenticidad
del lazo social, y a la interdependencia
y complementariedad como nuevos
principios planetarios.
En el plano
de la conciencia, consiste en reconocer que dicha transición supone, ante
todo, asumir una serie de retos y desafíos que ponen en crisis la ilusión de
las dicotomías heredadas de las tradiciones de pensamiento con más arraigo en
Occidente —el judeocristianismo, el mecanicismo racionalista de la modernidad y
el marketing global—, como lo son ser humano/naturaleza,
hombre/mujer, razón-emoción y otras. A la vez supone arribar a perspectivas de
síntesis, de complementariedad, de interdependencia y de interconectividad con
o sin TIC.
Finalmente, en el marco de la Tercera
Cultura, estos retos y desafíos no pueden afrontarse con responsabilidad planetaria al margen de los procesos
comunicacionales y fuera del campo de las tecnologías de la información. Sin
embargo, considero productivo advertir que el espíritu humano de esta
transición epocal —se viva conciente o no de ella— puede erosionarse —como
sucedió en la Ilustración del Siglo XVII— si se prioriza el uso de la
tecnología como medio esencial para el establecimiento de un nuevo lazo social.
Quizá éste sea el principal reto de las sociedades inteligentes: la comunicabilidad humana. Finalmente sentirnos
humanidad.
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* Doctor en Educación con Especialidad en
Mediación Pedagógica por la Universidad De la Salle (San José, Costa Rica).
[1] Esta tesis forma parte de los hallazgos y constructos derivados del
estudio denominado “El aprendiente auténtico y su posibilidad en el Nicho Vital
de Aprendizaje”, que realicé en el marco de mi investigación doctoral en el
periodo 2007-2011.
[2] El sentido que otorgo aquí a todo lo que implica el término globalización, lo hago recuperando la
perspectiva de Ramonet, el cual consiste en que la globalización “es la
desreglamentación general que pretende que cuanto más interdependiente sean las
economías más intercambios comerciales se realizarán entre los países, más se
desarrollará el comercio exterior y mejor irá la economía y mejor irán las
cosas para todos.” (2002: 13). Debo precisar, no obstante, que para Mattelart,
“la noción de ‘globalización’, lo mismo que la noción de ‘internacionalización’
aparecida a finales del siglo XIX, son nociones anglosajonas [mientras que] La
noción de “mundialización” es una noción vigente en todas las lenguas latinas,
sobre todo en Europa pero también en América del Sur. Con excepciones. Como
México está muy cerca de Estados Unidos es difícil entender si se habla de
“mundialización”; se está obligado a recurrir al término “globalización”. Es
importante reflexionar sobre esto porque el concepto de “mundialización” es más
bien un concepto que nos devuelve a una realidad de expansión geográfica. El concepto
de globalización es más complejo, marca un proyecto de reorganización del mundo
(Mattelart en Ramonet, 2002: 40 y 41).
[3] Disoñar, dice Carlos Calvo,
es “recoger esas ilusiones y juntarlas con nuestros sueños para hacer camino
con rumbo propio y seguro, porque por locos que parezcan nuestros sueños, jamás
podrán tacharlos de irresponsables” (2008).
[4] Resulta significativo señalar aquí el modo en que Morin conceptúa la
noción paradigma. “El paradigma
—dice— juega un rol al mismo tiempo subterráneo y soberano en cualquier teoría,
doctrina o ideología. El paradigma es inconsciente pero irriga el pensamiento
consciente, lo controla y, en ese sentido, es también sur-consciente. […] En
resumen, el paradigma instaura las relaciones primordiales que constituyen los
axiomas, determina los conceptos, impone los discursos y/o las teorías,
organiza la organización de los mismos y genera la generación o la
regeneración.” (Morin, 2001: 9).
[5] Complexus, aquí, desde el
sentido que le otorga Morin. Para él complexus
“significa lo que está tejido junto […], hay complejidad cuando son
inseparables los elementos diferentes que constituyen un todo (como el
económico, el político, el sociológico, el sicológico, el afectivo, el
mitológico) y que existe un tejido interdependiente, interactivo e
inter-retroactivo entre el objeto de conocimiento y su contexto, las partes y
el todo, el todo y las partes, las partes entre ellas. Por esto, la complejidad
es la unión entre la unidad y la multiplicidad (Morin, 2001: 17).
[6] La triada dogma-razón-consumo
es un constructo derivado en el trayecto de la investigación “El aprendiente
auténtico y su posibilidad en el Nicho Vital de Aprendizaje”. Sirvió como
categoría para inteligir la verticalilización, jerarquización y ordenamiento
las relaciones, intercambios y flujos de información, conocimiento, personas,
dinero y poder en el sistema-imperio de la cultura occidental.
[7] Para el politólogo mexicano, Andrés Roemer, esto es claro. Él dice que
“Nuestros abuelos y bisabuelos no disfrutaron de la televisión, faxes, cines
vip, Nintendo, iPods o celulares pero, generalmente, no se encontraban solos y
obsesionados con la mejor forma de consumir el juguete nuevo. Nos hemos
convertido en seres que tienen más, pero nos sentimos solos. La tecnología y
las cosas materiales nos facilitan la vida, aunque no necesariamente nos hacen
más felices. Por el contrario, extrañamos los vínculos emocionales del pasado,
cuando entramos a un mundo confuso que nos presenta demasiadas opciones y,
quizá por ello, nos deprimimos a edades cada vez más tempranas.” (Roemer, 2007:
42).
[8] Resulta conveniente señalar que para Toffler lo productivo de la
metáfora de la ola es su aplicación al cambio que se está produciendo en la
civilización actual. “Esta aplicación se
revela sumamente fructífera. La idea de la ola no es sólo un instrumento para
organizar grandes masas de muy diversa información. Nos ayuda también a
penetrar bajo la embravecida superficie del cambio. Cuando aplicamos la
metáfora de la ola, se vuelve claro mucho de lo que antes estaba confuso. Lo
familiar aparece con frecuencia bajo una luz deslumbrantemente nueva.”
(Toffler, 1980: 7).
[9] La era de la Primera Ola comenzó hacia el 8000 a. de J. C. y dominó en
solitario la Tierra hasta los años 1650-1750 de nuestra Era (Toffler, 1980:
12).
[10] El hombre industrial, según Toffler, “Obtenía de los medios de
comunicación de masas su imagen básica del mundo […] Se identificaba cada vez
menos con su pueblo o su ciudad que con su nación. Se veía a sí mismo en
oposición a la Naturaleza, explotándola diariamente en su trabajo […] Luchaba por
ganarse la vida. Aprendía a practicar los juegos exigidos por la sociedad,
desempeñaba sus papeles asignados, a menudo odiándolos y sintiéndose víctima
del mismo sistema que mejoraba su nivel de vida. Percibía el rectilíneo tiempo
llevándole implacablemente hacia el futuro en el que le esperaba su tumba. Y,
mientras su reloj desgranaba uno a uno los momentos, se aproximaba a la muerte
sabiendo que la Tierra y todos cuantos moraban en ella, incluido él mismo, eran
meras partes de una máquina cósmica mayor, de movimientos regulares e inexorables.”
(Toffler, 1980: 79).
[11] Rosnay distingue entre la sociedad industrializada y la informacional
del siguiente modo. “Una sociedad de naturaleza industrial, con producción
masiva de objetos estandarizados, difundidos masivamente por los canales de
distribución (la publicidad), con una estructura taylorista, jerárquica y
centralizada de esas operaciones de producción. Y una sociedad informacional,
en redes, cuyos modelos están más inspirados en la biología que en las pirámides
de las estructuras tradicionales, con rodamientos y engranajes, y que crea
oportunidades de interacciones transversales entre diferentes actores.”
(Rosnay, 2002: 31).
[12] Debo señalar que este megaproyecto,
sin embargo, no es reciente; inicia en 1944 con la Conferencia de Bretton Woods
en la que se sientan las bases para la creación de organismos supranacionales
con fines estrictamente comerciales:
el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y, en 1947, el
Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles (GATT), predecesor de la
Organización Mundial de Comercio (OMC). Y como bien lo señala Toffler, “las
tres estructuras quedaron conectadas por una norma que prohibía al Banco
Mundial otorgar préstamos a ningún país que se negara a ingresar en el FMI o a
cumplir las estipulaciones del GATT”, de tal modo que —continua diciendo—
“estos tres órganos interrelacionados formaron una única estructura integrativa
para el comercio mundial.” (Toffler, 1980: 63).
[13] Como referencia de lo que menciono, Schiller dice que durante “estos
últimos años, el proyecto de un país cableado y de un mundo en red se ha
convertido en realidad. Anunciada bajo la autoridad del presidente en
septiembre de 1993, la Infraestructura Nacional de Información (National Information Infrastructure NII) se presentó como la respuesta
electrónica absoluta para todos los males que sufría el país, y al mismo
tiempo, como el medio para garantizar la mejora y el enriquecimiento de la raza
humana. Sus ventajas fueron enumeradas con un entusiasmo sin reservas: la
comunicación 24 horas al día para toda la familia; la educación en línea,
garantizada por los mejores profesores del país; la disponibilidad de los
recursos artísticos, literarios y científicos mundiales; los servicios de salud
en línea para todos y sin listas de espera, el teletrabajo; la última diversión
de moda en el salón de cada norteamericano; un acceso fácil a los responsables
administrativos, y toda clase de informaciones en línea.” (Schiller, 2002: 124).
[14] El Foro Mundial Económico de Davos, Suiza, es una evidencia de ello.
Los genios de Davos se autodenominan con modestia "la comunidad
internacional", pero personalmente prefiero el término utilizado por el
principal diario de negocios del mundo, el Financial
Times, que los llama "los amos del universo". Como los amos dicen
ser admiradores de Adam Smith, podríamos esperar que se atengan a la
explicación que éste dio de su comportamiento, aunque Smith sólo los consideró
"amos de la humanidad" (por supuesto, antes de la era espacial). […]
El movimiento libre de capitales crea lo que ha sido llamado un "Senado
virtual" con "derecho a veto" sobre las decisiones del gobierno,
lo que restringe de forma pronunciada las opciones políticas. Los gobiernos se
enfrentan a un "doble electorado": los votantes por un lado y los
especuladores por otro, quienes "a cada instante someten a
plebiscito" las políticas del gobierno (citando un estudio técnico del
sistema financiero). Incluso en los países ricos, prevalece el electorado
privado. (Chomsky, 2002)
[15] Los 5 hombres más ricos del planeta son Bill Gates (Estados Unidos) en
computación y software (Microsoft); Carlos Slim (México) en telecomunicaciones
(Telmex); Amancio Ortega (España) en tiendas de ropa (Inditex); Warren Buffett
(Estados Unidos) en petróleo y alimentos (Berkshire Hathaway); Larry Ellison
(Estados Unidos) en computación y software (Oracle) (www.forbes.com).
[16] Para la Conferencia de las
Naciones Unidas sobre Desarrollo y el Comercio (UNCTAD), el sector
comercial de las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC) incluye el
armado de hardware y de aparatos electrónicos de consumo, la prestación de
servicios de TIC, las consultorías en tecnología de la información y software,
y las telecomunicaciones y los centros de llamada. (www.unctad.org)
[17] Esto, incluso, tras el colapso del Nasdaq en
el año 2000, el mercado electrónico acciones más poderoso del mundo. Nasdaq (National Association of Securities Dealer
Automated Quotation) es la bolsa de valores electrónica y automatiza, fundada
en los años setenta, que alberga a las empresas de alta tecnología en
electrónica, informática, telecomunicaciones, biotecnología. Sus oficinas
centrales están en Nueva York, Estados Unidos.
[18] Toffler dice que la
educación general de la Segunda Ola “Se componía —y sigue componiéndose en la
mayor parte de las naciones industriales— de tres clases: una, de puntualidad;
otra, de obediencia y otra de trabajo mecánico y repetitivo. El trabajo de la
fábrica exigía obreros que llegasen a la hora, especialmente peones de cadenas
de producción. Exigía trabajadores que aceptasen sin discusión órdenes emanadas
de una jerarquía directiva. Y exigía hombres y mujeres preparados para trabajar
como esclavos en máquinas o en oficinas, realizando operaciones brutalmente repetitivas.” (Toffler, 1980: 22)
[19] En razón del uso de las TIC, aquí resulta productivo considerar la
diferenciación que Amador y Ávila recuperan en el Estado de Conocimiento sobre
esta temática en América Latina. Ellas señalan que…“La relación existente entre
la educación y las TIC es abordada desde dos ópticas: la tecnicista, que parte
de la existencia de las tic para luego determinar a manera en que podrán ser
aplicadas a la educación, y la educativa, que aborda los problemas para, de
allí, determinar con qué tecnologías pueden ser resueltos de la mejor manera.”
(Amador y Ávila, 2003: 199)
[20] De esto hay una abundante información en cualquier medio informativo
de cualquier parte del mundo.
[21] Una muestra de ello es lo que afirma Turkle. Ella dice que “Es más
fácil hacer el cambio de género virtual que el cambio de género en la vida
real. Un hombre que quiera interpretar a una mujer en las calles de una ciudad
americana, tendría que afeitarse varias partes de su cuerpo. De manera que la
mayoría de los hombres prefieren probar el cambio de vestido virtual. Hacerse
pasar por una mujer durante cierto tiempo requiere la comprensión de la forma
en que el género modula el habla, las formas, la interpretación de la
experiencia.” (Turkle ,1997: 268)
[22] Francisco Gutiérrez, en el 2º Coloquio Internacional sobre la
Educación del Siglo XXI —realizado en Xalapa, Veracruz, México del 20 al 23 de
febrero de 2008— en el marco del diálogo sobre las “Ausencias y presencias de
la educación en América Latina”, comentó la necesidad de replantar el futuro de
las sociedades desde el ámbito de la educación, pero advirtió que no desde la
educación que se conoce, sino de otra que implique fundamentalmente el
mejoramiento de la condición humana y planetaria.
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