A los desaparecidos de Tlatlaya.
Aquí,
pareciera que todo es basto. La luna llena se desprende entera y se desparrama
en el ombligo de la tierra. Las montañas son una con los mares y los ríos, los
desiertos y los llanos; todo pareciera que los mares se beben las estrellas y
que los hijos todos tienen una luna para tomársela a sorbos como se beben el
amanecer las libélulas.
No
todo es música que ilumina la paz. No es lo mismo el canto de los pájaros de la
montaña y el graznar de los pájaros de
la ciudad. Las palabras tienen el aliento del viento negro, porque los
signos nos han señalado cruces de cedros sagrados que nuestros ojos no abrazan.
Las
montañas no pueden beberse el olvido, después de mirar los signos en la palma
de la mano. Quizá los colibríes ya no son verbo, sino ceniza. Los montes están
tristes, lloran y el rocío salpica la palabra y canta.
¿En
dónde estás hijo?
¿En
dónde te encuentras?
¿Dónde
estás José Bernardo Bartolo Tlatempa?
Pronuncio
tu nombre por los cuatro caminos
Pronuncio
tu nombre por los cuatro vientos
para
que el viento bueno me responda,
para
que el buen camino me diga
en
que piedra tu pie se tropezó.
¡Ven
hijo!
Que
tu espíritu hable y me diga
en
que caverna obscura te encuentras,
o
que fuego despreciable quema tu voz
o
que viento de obsidiana quiebra tus huesos
o
que tierra cubre la luz de tus ojos.
Ven,
José Bernardo Bartolo Tlatempa,
Tu
sombra te nombra,
levanta
tu cuerpo,
no
dejes que el miedo te aplaste.
Si
te extraviaste en un recodo,
si
te extraviaste en las colinas,
si
estás enredado en los brazos del agua,
si
la niebla te ha perdido,
si
los hombres te asfixiaron
con
puñales de muerte;
¡Ven!
Que tu espíritu
sea
la cruz de la ceiba sagrada
para
que los pájaros
repitan
tu canto.
El
viento camina cansado, encorvado sube a la montaña. Los pájaros de vestimenta
obscura, cantan el Ave María y quieren que el silencio con sus alas de
cuchillos lunares abran los pechos de los hombres nacidos sobre las piedras.
Estás
aquí, y esto ha hecho enojar a alguien que es dueño de los vientos envidiosos y
asesinos.
¡Ven
hijo, no te espantes!
¡José
Bernardo Bartolo Tlatempa!
Aquí
estamos. Aquí,
como
la primera piedra
que
sirve de asiento o para tropezarse;
somos
la tierra y la página
donde
se escriben los signos
que
la muerte cubre
con
sus alas en cruz.
Solamente
el tiempo
con
el soplo natural del viento,
descubre
la señal tatuada
en
el viento bueno, en el viento nefasto.
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