Karla
Giselle Bonales Ramírez
La Medea de Euripides, como todas las
tragedias, encarna una visión de la realidad del hombre, dentro de la cual el
aspecto social, el sufrimiento y la complejidad de los seres humanos adquieren
una dimensión importante. En el caso de Medea, se destaca su dura y triste condición, que se comprende mejor si
se toma en cuenta lo que nos dice Euripides: es una extranjera que traicionó a
su patria y por eso padece cierta orfandad; además carga el peso de dos
crímenes inauditos, el asesinato de su padre y el de su hermano. El poeta pone
los rasgos del carácter apasionado de Medea en boca del rey Creonte cuando éste
dice que “está medio loca por los celos y la amargura”. Así queda delineada la figura
del personaje que da vida a la obra de Euripides. El nombre mismo nos habla de
un destino, puesto que en griego, Medea (Mήδεια) significa “la
pensativa, la que reflexiona” e incluso, “la que intriga a través de sus
pensamientos”. Medea es una mujer altamente inteligente, y la obra nos muestra
lo que pasa, en un caso extremo, cuando a una persona tan inteligente se le
aísla de la sociedad. Su protesta puede llegar a ser criminal.
Sigamos las etapas a través de las
cuales se va desarrollando el drama. Se trata de un proceso, que en gran parte
tiene lugar en el interior de la protagonista central y que Euripides va
mostrando con los recursos trágicos de que dispone. Aquí es importante destacar
la aguda mirada del poeta hacia el interior de una mente criminal. Así se
comprueba, una vez más que los autores dramáticos de la Grecia clásica
anticiparon genialmente a lo que la psicología moderna daría una explicación en
términos científicos.
Todo empieza cuando Jasón, al regresar
victorioso de La Cólquida, se casa con Medea para tiempo después abandonarla y
repudiarla junto con sus dos hijos. Medea tiene una reacción de odio tan grande
como antes fue su amor, o como dice el poeta: “más grande que el amor de una
amante es el odio de una amante.” Esta reacción se despierta en Medea, ya que
su rival ,Creusa, hija del rey de Corinto, la supera sobre todo en juventud y
belleza. Entonces al sentirse remplazada, y además siendo desterrada de Corinto
por Creonte, quien ya conocía su naturaleza vengativa y su dominio de las artes
oscuras, surge en ella ese rencor irracional que encontraremos como factor
común en muchas mujeres de la historia.
Antes de la boda, Jasón y Medea discuten
fuertemente, y de esa discusión, nace el plan de Medea: matar a la futura
esposa de Jasón y después matar a sus hijos. Al elaborar este plan, la lógica
de Medea dice: “Soy su madre, los traje al mundo con dolor, y me los llevaré en
paz”. Y, “Al quitarles la vida a ellos, le quito la felicidad a Jasón”.
Terrible razonamiento, donde predomina la intención de dañar a Jasón aun a
costa de la vida de sus hijos.
El infanticidio es algo que la sociedad,
a través del tiempo no ha logrado entender, y menos cuando la victimaria es la
propia madre. La pregunta que nos plantea la obra es ¿cómo una madre puede
matar a sus hijos? A la cual podemos responder argumentando que el deseo de
venganza de Medea supera su capacidad de amar. De cualquier modo, la respuesta
no parece satisfactoria, y nos conduce a una reflexión mucho más seria,
relacionada con la patología del ser humano; y eso es lo que Euripides remarca.
Sin embargo, para Medea misma, las cosas tienen su propia lógica; ella no se
reconoce como loca, pues declara estar consciente de las consecuencias de su
acción. Aquí la lucidez convive con la atrocidad de la conducta, y eso nos
causa una conmoción.
Creonte, al haber consentido el
aplazamiento del destierro de Medea, logra que ella lleve a cabo el plan de
matar a Creusa, enviándole un vestido impregnado de veneno, que también provocó
la muerte del mismo Creonte. Finalmente, Jasón regresa a ver a Medea y
presencia cómo mata a sus hijos.
Euripides hace que sea fácil simpatizar
parcialmente con Medea, no sólo por cómo cuenta sus desdichas, sino también
porque presenta a Jasón como un
personaje sumamente desagradable. Esto nos pone ante la cuestión de las
dificultades que supone pronunciarnos sobre la inocencia o la culpabilidad de
nuestros semejantes, pues ninguna persona es completamente buena, ni
completamente mala.
Quizá ahora estamos más dispuestos a entender
a Medea, por la importancia que ha adquirido el rol de la mujer en la sociedad
moderna, en la cual, los prejuicios de genero de los que ella fue víctima,
están siendo cuestionados y sustituidos por una visión más igualitaria. Como
hemos visto, Medea asume alternativamente dos juicios sobre la mujer, primero
el dominante en su época, de la debilidad inherente que conlleva su feminidad;
pero enseguida su rechazo al estereotipo, al sentirse poseedora de la
inteligencia y la valentía, supuestamente privativos del varón.
La contemporaneidad de Medea, descansa,
según hemos dicho, en que hoy podemos verla como una mujer en lucha desesperada
por sus derechos, aunque esta lucha esté oscurecida y distorsionada por el
impulso de la venganza.
Finalmente podemos concluir que no
podemos limitar el genio de Euripides a una pretendida lección que pudiera
darnos criterios definitivos para pronunciarnos como jueces de la condición
humana. Medea es un ser complejo, y como todos los personajes de la tragedia
griega, es un símbolo de conflictos existenciales que nos acompañarán mientras
la humanidad permanezca.
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