Silvestre
Manuel Hernández
Coordinador
del Consejo Editorial de Tlanestli. Amanecer.
Investigador
de Ciencias Sociales y Humanidades,
UAM–I,
Ciudad de México.
silmanhermor@hotmail.com
Para mi sobrino–nieto–ahijado Yahel
Hernández,
sus papás y hermanos, con cariño.
Lo
que vivimos y lo que nos cuentan nuestros padres, quienes a su vez escucharon
esto y aquello de los suyos, nos hace ver e imaginar las cosas de varias
maneras; algunas, llenas de misterio o fantasía. Algo parecido ocurre con el Cerro
del Elefante o “Tepiolole” (según el apelativo de ciertas personas de antaño),
del cual se cuentan leyendas o mitos. ¿Qué es leyenda? y ¿Qué es mito? Para el
relato en sí no es importante la distinción, sino lo esencial es esa atmósfera
de tensión que puede pervivir en nosotros, aunque no hayamos conocido a los
protagonistas de las “vivencias”.
El lugar, puede ser físico o figurado; en
este caso, tenemos los dos, pues nuestro protagonista: un cerro ubicado al
oriente del Estado de México, en el Municipio de Ixtapaluca, custodia las
calles de un pueblo llamado Tlapacoya, y sus entrañas albergan secretos y simbolismos.
Aquí, el día de fiesta se venera a la Virgen Santa María Magdalena, y amén de las
festividades religiosas y del jolgorio popular, los viejos suelen traer al
presente aquellos relatos que les dan su sello particular como tlapacoyenses,
pero por encima de eso los hacen ser hombres dignos de atención y respeto, por
ese espíritu que vierten en palabras, gestos y entonaciones, las cuales parecen
comulgar con los caminos que llevan a alguna entraña del Elefante.
Sí, nuestro protagonista está vivo, con
más intensidad en algunos meses del año; tanto por su verdor, como por la forma
en que el sol despunta en su horizonte, develando u ocultando un presente que
vive quizá para siempre. Su vértebra primordial está resguardada; a su derecha,
por los sonidos de una civilización que forjó pirámides para adorar al dios que
bendecía las tierritas y sus frutos; sonidos que ahora se conjuntan con las
voces de quienes suben a sus cumbres; a su izquierda, por los difuntos que
quién sabe cuántas historias se llevaron con ellos, pero que de seguro se
estarán relatando en ese plano al que ciertos mortales han querido llegar por
algunas de sus cuevas, o por las puertas que lo atemporal parece abrir en
circunstancias especiales.
El
ahora, el ayer, el aquí o el “más allá”, se vuelcan en las narraciones que
aprehendemos y degustamos en alguna acera, en la plaza de su iglesia, o en
cualquier espacio de su entorno. He aquí, parte de lo inmarcesible de su ser.
Las entrañas del Elefante
Para
mí es muy gratificante escuchar las historias de Juan Carlos Pérez Carreón,
persona amable y dispuesta a conversar con nosotros, lectores de Tlanestli. Amanecer, sobre parte de lo que guarda su memoria y sensibilidad. Juan
Carlos Pérez Carreón, oriundo de Tlapacoya, es padre de familia y tiene dos
hijos. Se ha desempeñado como militar, cabo, en el Ejército Mexicano. Trabajó
en el área administrativa del Banco del Ejército. Fue comandante de las Fuerzas
Federales de la Policía Federal. Actualmente se dedica al litigio en el Estado
de México. Es Licenciado en Derecho por la Universidad del México
Contemporáneo. Ha obtenido varios diplomas y reconocimientos dentro de sus funciones
y cargos.
Silvestre Manuel
Hernández (SMH).
Juan Carlos, tu eres residente de este pueblo, conoces varias historias,
algunas que te han sucedido a ti, otras que te han contado tus padres. Nos
podrías compartir algunas para nuestra publicación de Xalapa.[1]
Juan Carlos Pérez
(JCP). Claro que sí. Bueno, una de las
anécdotas que me han pasado aquí dentro de lo que es el Cerro, es que en una
ocasión yo subí a hacer deporte, me gusta hacer deporte. Llevaba como tres
vueltas alrededor del Cerro, en la tercera vuelta… En esa ocasión me sale un
hombre grande. Yo, a lo lejos, percibí que era una persona que, igual, estaba
haciendo deporte… Cuando yo me acerco cien metros, ochenta metros, me percato
que es un hombre de una estatura enorme, con ojos bastante rojos, como si
estuvieran al rojo vivo. Yo lo que hago es que, al momento, percibo que es algo
raro, porque mi piel se empezó a erizar. En ese momento yo me agacho para
agarrar una piedra y poderme defender ante esta persona… Cuando yo me agacho,
esta persona, o el ser que yo vi, se desaparece, de la nada; digo, no se pudo
echar a correr, no pudo volar, porque yo lo hubiera visto; sino, cuando yo
levanto otra vez la vista, esta persona se va, sin dejar huella, sin dejar
rastro, sin hacer ningún tipo de ruido.
Y… Bueno,
en ese momento me cuenta la gente, a la que yo le comparto lo que a mí me pasó:
me dicen que es el Diablo, el Diablo que anda suelto viendo a quién golpea, a
quién se lleva. Porque se dice que en este Cerro se aparece el Diablo, que
sale. Incluso, hay gente que lo ha visto cómo es. Digo, no lo describen tal y
como es; algunos lo retratan en forma de animal, otros lo señalan como yo lo vi:
un hombre; los más, lo pintan como un charro que sale a las doce del día… Sí,
es parte de las leyendas que narran aquí.
Otra anécdota que a mí me pasó, que me
sucedió en el Cerro, junto con otro compañero, es que yo me percato de ver un
animal en forma de un dragón pequeño, pero feo el animal; a mi compañero y a mí
nos iba a atacar, mi compañero le avienta una piedra grande y el animal sale
volando y nos bajamos corriendo. A la primer persona que encontramos, un señor
como de sesenta, sesenta y cinco años, le contamos lo que nos había pasado y
nos dice que ese es el Diablo, que son muchas las formas de manifestarse. Que
ese es el Diablo y que ya no anduviéramos allá arriba del cerro, porque la próxima
él sabe que nosotros subimos, o subíamos casi a diario, y que nada más estaba
esperando la oportunidad para atacarnos.
También, una de las cosas que me han contado,
porque eso sí no lo he visto, me lo han contado: es que dicen que a las doce
del día, en este Cerro del Elefante, sale la gallina de los huevos de oro. Que ese animal… Dicen que
te lleva a donde está el tesoro del Cerro. No, la verdad eso sí no podemos
decir que sí sea cierto, porque muy poca gente es la que ha visto tal gallina.
Que cuando la ven… Platican que es una gallina preciosa, de muchos colores
hermosos. En cuanto ellos voltean, la gallina se va, se desaparece la gallina…
Uno más de los misterios que tenemos aquí, dentro del Cerro de Tlapacoya.
Igual, otra historia que nos cuentan es la de la cueva encantada. La
cueva encantada, dicen que tiene una entrada y una salida en ambos extremos del
Cerro y que esa cueva se abre cada año. Personas que han tenido la oportunidad,
o que han tenido la fortuna de ver esa entrada… La gente que ha osado entrar… Han
quedado locos… Han quedado locos porque dicen que ven cosas, que vieron cosas
muy feas ahí dentro. De tanto, que salen como golpeadas, arañadas. Y… Lo mismo,
volvemos a decir que es el Diablo, que hace eso para que la gente se acerque y
los pueda agarrar adentro de la cueva. Solamente yo me he enterado de una sola
persona que ha logrado escapar, y esta persona quedó loca, salió muy golpeado,
en cuanto sale: muere.
Otra anécdota que cuentan aquí de lo que es
el Cerro, es de las brujas. Se ve o se veían, anteriormente, luces que se
hacían grandes y se hacían pequeñas. No me tocó vivir esa experiencia, de ver
las bolas de fuego que chocaban unas con otras, se hacen grandes se hacen
pequeñas. Dice la gente que son brujas. Bueno… Creo que sí es cierto, porque
cuando a nosotros nos toca ver esa bola de fuego, nosotros vimos el cuerpo de
un guajolote con cara de humano. No pudimos distinguir, a ciencia cierta, qué
rasgos tenía, porque… Con la impresión de que nosotros éramos pequeños y vemos
ese animal, nos espantamos pero sí, alcanzamos a ver perfecto que tenía cara de
hombre y cuerpo de guajolote. Es lo que la gente nos dice que son las brujas. Y
es cierto, porque a mí también, con mi hijo, me pasó, lo vivimos. Teniéndolo
abrazado nosotros, nos lo sacan, nos lo jalan de los brazos de mi esposa e
intentan llevárselo. Entonces… Por eso sí creo en la leyenda de la bruja,
porque nos ha tocado verlo, nos ha tocado vivirlo también.
Ahora hablemos de los muertos, porque
tenemos, al pie del Cerro, el panteón municipal del pueblo, y hay muchas
leyendas sobre él.[2] Han
encontrado tumbas abiertas, las cuales, al otro día, viene gente o los
familiares y la tumba sigue igual, idéntica. No nos explicamos cómo es que
dicen que arden los panteones, nadie se explica cómo es eso. Bueno, hay gente
que por curiosidad ha venido a ver si es cierto o no es cierto, pero las personas
que han pasado a tales horas de la noche… Nos dicen, es que yo vi que tal panteón
estaba ardiendo. Un campo santo estaba encendido, pero con unas llamaradas
gigantes, el fuego era tan grande que se alumbraban los demás panteones y todas
las tumbas. Bueno, eso también lo cuentan muchos habitantes de aquí del pueblo,
gente grande y gente joven todavía, que les ha tocado esa fortuna o esa
desfortuna de vivirlo. Pero… La vida sigue…
Otro de los sucesos de nuestro entorno es
que sale el charro, el Charro Negro. Es un hombre que aparece montado en un
caballo y… Dicen que sí golpea a la gente. Ha habido seres a los que ha
golpeado, los ha arrastrado ese charro. Eso se mienta en las leyendas
anteriores. Te puedo decir que ha sido de cincuenta, sesenta años atrás, cuando
todavía no estaba bien poblado el pueblo, cuando sólo había una o dos casitas
por las esquinas. De entonces es cuando narran del charro. Bueno, aquí se
conocía como la leyenda del Charro Negro. Pero llegan a la conclusión de que
igual, era el Diablo, quien se manifiesta en varios personajes, por decirlo
así: el charro que “hemos visto”, el hombre que a mí me tocó ver.
Me ha
tocado también cuando, en una ocasión, traje a mis hijos a hacer deporte. Dejo
a mis hijos y empiezo a correr y… De repente, me percato que no hay nadie,
nadie. Y empieza a llorar un niño; un niño con mucha desesperación empieza a
llorar. Entonces, en ese momento agarro a mis hijos de la mano y lo que hacemos
es bajar corriendo. Después, le empiezo a contar a mi familia, a mis conocidos,
vecinos… Y lo que me dicen es que era el Diablo. Y… Tú sabes que está ahí, que
sigue viviendo ahí.
SMH.
Juan Carlos, nos podrías regalar otras historias donde el protagonista es el Cerro
del Elefante.[3]
JCP.
Con gusto, otra de las leyendas que se cuentan… Es que dentro del Elefante se
encuentra un lago enorme, con mucha riqueza. Se dice que al interior del Cerro
hay una serpiente que cuida los tesoros el pueblo. A ciencia cierta, pues no se
sabe si esté esa serpiente. Sólo son las cosas que la gente nos ha transmitido…
Pues, yo creo que sí es cierto, porque… Bueno, hay señores grandes que se han
ido y que nos han transmitido esas leyendas a nosotros, de que hay mucha
riqueza adentro del Cerro, pero que solamente se podría ver cada año, porque
sólo cada año se abre la puerta hacia ese lago… Ya que dicen que se encuentran
muchos metales preciosos como oro, jade. Que hay bastantes cosas de plata, que
nada más brillan. La gente dice que es plata. No podemos asegurar si es plata o
no es plata, pero… Las personas hablan de que hay oro, plata, jade, no sé… Se
encuentran otro tipo de cosas que nunca nos lo dijeron… Solamente otras… Vasijas
que pueden ser de oro, o podrían ser monedas, podrían ser coronas, porque
recuerdo que un tío mío me comentó que sí había coronas y que podían ser de esa
serpiente.
Si algunos no lo saben, Tlapacoya significa
“lugar donde se lava”, eso viene del nahual. Porque aquí, anteriormente, el
Cerro nos daba mucha agua, había ojos de agua y el pie del Elefante nacía: eso
sí es verídico, que el agua brotaba al pie del Cerro. De hecho, a la orilla
todavía se encuentran caracoles de mar, se encontraban muchas tortugas; por eso,
allí en el pueblo de Ayotla se le llama ciudad de tortugas, porque al pie del
cerro se encontraban muchas tortugas, caracoles de mar, arena de mar, piedras
de río. Entonces, también se cuenta que el Cerro es una parte del mar. El Cerro
es una parte del mar… Yo creo que a la mejor sí, porque hay bastante agua,
tenemos agua, el agua es totalmente limpia, clara. Lo relacionamos con los
caracoles de mar, tortugas, piedras de río. Digo, si estamos en una zona donde
no hay ríos, de dónde salen piedras de río, arena de río, caracoles, tortugas.
Y algo que también nos ha impresionado a nosotros, que no nos explicamos de
dónde sale tanta arena de mar. No nos explicamos de dónde viene esa arena o
quién viene y la deposita, porque para traer tanta arena aquí, sería imposible…
Y, bueno, eso también es “acervo” del pueblo.
SMH.
Juan Carlos, todos los pueblos tienen como centro o cabecera una iglesia. El
recinto de Tlapacoya no puede ser la excepción, y a su alrededor ha de haber
narraciones y relatos ¿tienes alguno que nos puedas compartir?
JCP.
Sí, claro que sí. Por ejemplo, una de las leyendas que se cuenta es que… Bueno,
nosotros aquí, en la fiesta del pueblo, veneramos a la Virgen que se llama
Santa María Magdalena, es el día 22 de julio. Cada año se le festeja el
cumpleaños a la Virgen, con música, cohetes, danzas; esa es una de las
tradiciones de aquí, de Tlapacoya… Y el relato dice que hay un santo que viene
a visitar a nuestra Patrona Santa María Magdalena, hasta aquí, a la iglesia de
nuestro pueblo. Este santo se llama Santiago, Señor Santiago, se encuentra en
Chalco, también Estado de México. Y… Cuenta la leyenda que se abre la puerta de
la iglesia… Y quien era el sacristán de hace años, de aquí, de la iglesia, tuvo
la fortuna de ver cómo entraba el caballo, de ver cómo se bajaba el santo y
subía a nuestra Patrona Santa María Magdalena al caballo y se iba. Dice el
sacristán que era un ejemplar grande, blanco. Subía a nuestra Virgen y se la
llevaba… Él decía que la llevaba a pasear, que la llevaba de visita al pueblo
de este santo, que se llama Santiago Apóstol, y está allá en Chalco. Y platicaba
que antes del amanecer, a las seis de la mañana, volvían a abrir la puerta de
la iglesia, entraba el caballo, bajaba a nuestra Patrona, la dejaba… Y se veía
cómo se iba otra vez en el animal. Y… Bueno, esa es una de las leyendas más
bonitas que tenemos aquí en nuestro pueblo, debida a la persona que tuvo la
fortuna de verlo y transmitirlo a muchas generaciones, donde el relato ha pasado de unos a otros, y hasta la fecha lo
tenemos latente, todavía. Y sí, es una de las historias más bonitas para mí, en
lo personal, de lo que se cuenta de la iglesia de nuestro pueblo.[4]
SMH.
Con respecto a sus calles, qué nos cuentas.
JCP.
Las calles de aquí de nuestro pueblo, son un tanto espacios que están en el
olvido, pero que tienen, de cierta manera, también una leyenda que contar.
Por ejemplo, la calle del Chabacano, donde
se ve y se escucha cómo pasa un perro
negro bastante grande. Este perro solamente se esconde de la luz, pues nada más
se le ha visto en calles o en callejones donde está totalmente oscuro. Este
perro… Ha habido gente, de aquí del pueblo, que ha sido atacada, que la ha
golpeado, incluso al otro día amanecen rasguñados. Y de estas personas decimos
que “tienen un mal aire”, que se tienen
que “limpiar”, que deben ir a la iglesia para que el padre les eche agua
bendita… Y, es una de las leyendas que también tiene Tlapacoya.
Algo
más, es que anda por todas las calles el Charro Negro, al cual mucha gente lo
ha visto, y, hasta ahorita, que yo sepa, a nadie ha atacado, simplemente es la
impresión de ver a ese caballote y al hombre que anda vestido de charro. Hasta
se oye cómo pasa a todo galope. Y la gente que ha tenido la fortuna o la
desfortuna de verlo, dice que es algo feo, algo impresionante, porque el
caballo no camina, no va sobre la tierra: va flotando en el aire, y aún así, se
oye el sonido.
Aquí también tenemos a la Llorona que, como
sabemos, existe en todos lados de nuestro país. Me ha tocado la fortuna de
escucharla, no de verla. Es una mujer que pasa gritando a ciertas horas de la
madrugada: cuando ella llora, todo se queda en silencio, los perros se callan,
después de que suelta el lamento, los animales empiezan a ladrar como si
tuvieran miedo, y después emiten un aullido, todos los perros comienzan a gemir
como si algo pasara, como si se espantaran, como si tuvieran miedo… Esa es la
leyenda de la Llorona.
SMH.
Juan Carlos, tu, como padre de familia, como habitante de Tlapacoya, con una
experiencia de vida compartida ¿cuál crees que sea la importancia de transmitir
mitos, leyendas? Sean del dominio popular, sean de alguna parte de nuestros
pueblos, de nuestra república mexicana ¿qué importancia encuentras, por
ejemplo, en el caso que se las transmitas a tus hijos?
JCP.
Bueno, lo importante aquí es que ellos también conozcan y sepan qué puede
pasarles a ellos, porque si nosotros no les contamos que hay leyendas o lo que
nos ha pasado y hemos escuchado, sería como ocultarles algo, y lo bonito es que
ellos también lo sepan y se vayan cultivando respecto a las narraciones de nuestro
pueblo. Porque muchas veces hemos nacido en un lugar, y no sabemos qué pasó,
por qué, quién lo contó. Simplemente vivimos en la penumbra: no sé nada. Yo
creo que es bueno transmitirlo a nuestros hijos, a los demás familiares, a la
gente que nos viene a visitar, para que se lleven un bonito recuerdo, para que
sepan un poco de historia de aquí del pueblo de Tlapacoya, del Cerro, del
Panteón, de la Iglesia…
SMH.
Juan Carlos, un gusto, gracias por compartirnos esta experiencia de vida. Nos has
regalado parte de lo que viviste desde niño, lo que tus padres te contaron, lo
que has experimentado aquí en la Pirámide, en el Cerro. Juan Carlos, un placer,
gracias.
JCP.
Gracias a ustedes (se refiere a Leny Andrade Villa, quien realizó la grabación,
y a SMH). Y gracias a la revista en donde están trabajando, por ser partícipes
de nuestro pueblo. Es un gusto haberlos tenido aquí, en las faldas del Cerro,
de nuestra Pirámide.
SMH.
Para Tlanestli, es un gusto, es un
honor haber contado con Juan Carlos. Gracias, hasta pronto.
Recomendación
bibliográfica
González
Obregón, Luis, “Leyendas de las calles de México”, en Antonio Castro Leal, La novela del México Colonial, Tomo II,
Aguilar, México, 1991.
Moreno–Ruiz,
José Luis (recop.), Las flores blancas.
Cuentos y leyendas de México, Ediciones Altea, Madrid, 1985.
Valle–Arizpe,
Artemio de, Sala de Tapices,
Editorial Patria, México, 1957.
Nota sobre Tlapacoya
El
pueblo de Tlapacoya se localiza al oriente de la Ciudad de México, a 28 km., en
el Municipio de Ixtapaluca, Estado de México, en la ribera de lo que fue en
lago de Chalco. Está al pie del Cerro del Elefante. Se habla de que hasta
principios del siglo XX, en ocasiones, era tal la cantidad de agua que lo
rodeaba, que parecía una isla o una península. Tlapacoya significa “lugar donde
se lava”.
Tiene una zona arqueológica, perteneciente
al periodo Preclásico o Formativo. El auge del sitio fue en el Preclásico
Tardío; sin embargo, existen asentamientos que corresponden a la época olmeca en
la fase Manantial, hacia el año 1400 a. C. Según las exploraciones de los
especialistas, existen vestigios de más de 24000 años, así como una variedad de
piezas de gran valor.
[1] Por cuestiones estilísticas, he
cambiado algunas palabras y expresiones del entrevistado, sin que esto haya
alterado el sentido del relato.
[2] Según el Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia Española,
Espasa–Calpe, Madrid, 1992. Leyenda viene del latín legenda, n. pl. del gerundio de legére,
leer. Que significa leer // Obra que se lee // Historia o relación de la vida
de uno o más santos // Relación de sucesos que tienen más de tradicionales o
maravillosos que de históricos o verdaderos // Composición poética de alguna
extensión en que se narra un suceso de esta clase.
Desde luego, lo que la tradición popular
entiende por leyenda, comulga y trasciende estas definiciones.
[3] Desde cierta concepción mítica: “El simbolismo de este
animal tiene cierta complejidad y determinaciones secundarias de carácter mítico.
En el sentido más amplio y universal, es un símbolo de la fuerza y de la
potencia de la libido. En la tradición de la India, los elefantes son las
cariátides del universo. En las procesiones, son la montura de los reyes. Es
muy interesante que, por su forma redondeada y su color gris blanquecino, se
consideren símbolo de las nubes. Por los cauces del pensamiento mágico, de esto
se sigue la creencia en que el elefante puede producir nubes y de ahí la mítica
suposición de la existencia de elefantes alados. La línea elefante–cima de
monte–nube, establece un eje del universo. Probable derivación de estos
conceptos de clara impronta primitiva, es el uso del elefante en la Edad Media
como emblema de la sabiduría, de la templanza, de la eternidad e incluso de la
piedad”. Véase Juan Eduardo Cirlot, Diccionario
de símbolos, Ediciones Siruela, Barcelona, 2010.
[4] . La
catedral de Chalco tiene por Patrón al Señor Santiago, es un santo milagroso,
pero muy castigador. Se caracteriza por su rico atavío; el día de su fiesta es
el 25 de julio. Cuentan que hace muchos años, unos ladrones del lugar le
robaron sus espuelas de plata. El santo se enojó muchísimo y… En esa época, las
lluvias se intensificaron más de lo normal; de día y de noche llovía sin parar,
los habitantes lloraban porque todas sus casas se inundaron y, como se
encuentran, geográficamente, en un lugar hundido, la pasaron muy mal porque el
nivel del agua se incrementó rápidamente. La gente de Chalco pensaba que era un
castigo del Patrono, porque le habían robado sus espuelas. Por su parte, los
ladrones las vendieron en el pueblo vecino… Y fue hasta que las recuperaron y
se las devolvieron Santiago Apóstol, que dejó de llover.
1 comentario:
Interesante entrevista, llena de enigmas, fantasía e historia, mi interés es sobre el origen del cerro del Elefante desde un punto de vista geológico pues en efecto es intrigante y personalmente parai el saber cómo se formó y otros datos referentes a su geología, visite de paso el pueblo de Tlapacoyan hace más de 10 años y me pareció interesante conocer su iglesia que solo vi de paso por fuera, e viatv las famosas bolas de fuego que a veces se ven por ese cerro sin saber que son en realidad, hace mucha falta espacios como este para conocer y divulgar lugares, historias y personages de México, felicidades por su trabajo.
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