Leny
Andrade Villa
Universidad
Autónoma Metropolitana,
Unidad
Azcapotzalco, Ciudad de Mèxico
leanvy@hotmail.com
Los guardianes de la casa
Aún
siguen ahí, a la entrada del zaguán negro, con las armas cerca de sus cuerpos en
guardia; uno enfrente del otro, miran pasar silenciosamente a los habitantes de
esa casa a diario, observan todas sus actividades: advierten la salida de los
hombres cuando van a trabajar desde antes que amanezca, y los ven retornar al
hogar hasta la tarde, muchas veces cansados e irritados. Ven a los niños cuando
se dirigen rumbo a la escuela, entre jugueteos y risas ¡Cuántos rostros han
desfilado por ese hogar! ¿Todos sabrán de ellos? ¡Cuántas cosas han sucedido y cuántas todavía
les falta presenciar! Si pudieran hablar… ¿La vida cambiaría en algo?
Pensé
esto después del relato de la tía, y me
quedé con la duda: si ellos siguen ahí, dónde están quienes los vieron caer.
Serán 40 o 50 años de eso, cuando este
terreno estaba lleno de puras piedras y yerbajos, mi padre me lo dio cuando me
casé con Vicente; rascamos un pedazo grande para meter el drenaje y escombrar
todo esto. Los vimos… entonces le hablamos a mi papá: “Venga a ver, mire lo que
está aquí”, él vino de su casa, esa que tenía en el terreno de allá abajo y,
cuando los vio, nos dijo, con esa voz con la que se hacía obedecer: “Déjenlos,
déjenlos aquí”. Y hasta la fecha, todavía siguen ahí, en la mera entrada, ahí del
zaguán pa´ dentro, eran dos: esos que los zapatistas habían matado, hasta por
aquí andaban los armados. Por estos lados también hubo levas. Y mírelos, ahí
quedaron enterrados. Pero no hacen nada, como diríamos, nunca nos han
espantado. Déjenlos, decía mi papá. Y así fue, quién puede contrariar la
autoridad, o las cosas que tienen que pasar.
El abuelo ya murió, la tía sigue ahí, el
tío Vicente se fue al hoyo con todo y sus historias, los soldados no se inmutan
ante nada; y yo continúo preguntando ¿cuándo caerán los otros, cuándo caeremos
los que “lo sabemos”?
Los dos Juanes
Mi
hermano iba a la marcha y tenía una novia en San Marcos, se había hecho amigo,
primero de su hermano, lo visitaba seguido en su casa, y fue ahí donde conoció
a esa muchacha. Ella había tenido otro pretendiente antes que mi hermano, pero
no le había hecho caso, había algo en él que no le gustaba, no sabía qué era,
pero no le agradaba. Entonces ese muchacho, dicen, porque nosotros no lo vimos,
le ofreció un refresco destapado a Juan, y ahí ya le había echado “cosas” y se
volvió como loco, y se fue y se fue, y pasó a vender su bicicleta en el 47. Y
se fue… quién sabe hasta dónde, no sabemos a dónde. Entonces mi papá y mi mamá anduvieron
preguntando por ahí qué cosa le había pasado a mi hermano Juan. Muchos decían
que lo habían matado, o que lo habían metido preso. Eso que le hicieron le
provocó que caminara y caminara, y pasó a empeñar su bicicleta en 10 pesos, después
lo supimos, y ahí donde pasó a empeñar la bicicleta eran familia de un amigo de
él, y como ya mis papás andaban preguntando por él, ese muchacho les dio razón,
que sí lo había visto, pero ahí donde pasó a empeñar la bicicleta se perdió, ya
no supieron de él, quién sabe hasta dónde iría. Dicen que se fue de puros
aventones, en los camiones que acarreaban jitomate y verdura, no le sé decir
hasta dónde andaba.
Y… una vez, mi hermana Teresa lo encontró en
la terminal, estaba en Limón. Bueno, ahí estaba, lo encontró con su chamarrita,
que estaba bien mugroso, bien sucio, y que le dijo: “Juan, qué pasa, qué haces
aquí” ―“No sé”, respondió. “Ya no sé ni
para dónde voy”. Y ¿Cómo te veniste?, le preguntó ella, ―pues en puros aventones, en el camión de
jitomate, de la col, en los camiones de verdura―terminó.
Se vino y ahí anduvo preguntando Juan. En
México se acordó de la terminal y de que ahí estaba, pero no tenía dinero con
qué venirse. Mi hermana lo encontró, se lo trajo, pero venía como loquito,
totalmente. Entonces una señora que trabajaba en un centro espiritual, lo curó,
lo limpió y todo y le dijeron a mi mamá que sí, que le habían hecho “cosas”
para que dejara a la chamaca. Y ella, su novia, lloraba mucho por él y venía a
la casa y todo, pero no supimos qué cosa tenía. Ya desde ahí no quedó bien mi
hermano, no supimos qué cosa tenía. Después, otra vez se volvió a ir, se llevó
una yegua, porque tenían aquí muchas vacas, muchos caballos; pero se llevó la
mejor yegua que tenía mi papá, se la llevó y la fue a vender a Chalco, por la
Conchita, ahí la vendió: no la vendió, la empeñó en 50 pesos y también
anduvieron indagando, preguntando. Dieron parte al juzgado y todo. Entonces una
señora le dijo a mi papá: “Ayer vino su hijo a empeñar esa yegua”. No digan que
yo les dije, vayan directamente al juzgado para que les den una orden para que
el comandante vaya a sacar ese animal de ahí. Entonces a mi papá le dijeron
cómo era la yegua; y sí, la señora no se negó y dijo: “yo no me la robé ni nada,
y la yegua aquí está”. Nada más me dan mis 50 pesos. Y sí, mi papá la recobró.
Pero mi hermano ya no fue bueno. Él cada que tomaba hacía muchas cosas malas.
Quería pegarle a mi papá, nos quería pegar
a nosotros, pero ya uno ni decía nada.
Cuando lo mataron… Mi papá lo regañaba
porque le decía: “Pues si tú te sientes mal, ¿para qué tomas?”. Luego, la mujer
con la que se había arrejuntado, lo dejó con todos sus hijos, no supo ser para
él. Y de ahí… mi papá tenía unos terrenitos allá por el Molino, donde ahora es
Tlalnepantla; él hizo una casa ahí y nadie se quería ir para allá, entonces,
Silvia, la hija de Juan, le dijo: “¿Abuelito, me presta su casa?, “Pues,
ándale, está vacía la casa”. Y se fue mi sobrina para allá, y mi hermano
acompañó a su hija. Y ahí fue donde lo mataron, en la pulquería, ahí lo
mataron. Ya cuando nosotros llegamos estaba en la puerta tirado, todo por
defender a un señor, porque el pleito no era con él. El señor que lo mató ya
había balaceado a uno. Entonces, mi hermano le dijo que se calmara, “que se
calmara”; él sólo hizo el ademán de meterse la mano a la bolsa del pantalón, y
aquél pensó que sacaría un arma, luego le vació la pistola a Juan. Ya con el
tiempo supimos cómo quedó mi hermano: el rostro, el pecho, los brazos,
perforados, todo agujereado: irreconocible. La pistola del fulano, por allá se
encontró, era una cosita, chiquita, ¡quién fuera a pensarlo! Ahora, esto pasó sin
que hubiera ofensa, ni nada; ni borracho, ni nada del Juan. Él y su yerno, estaban
juntos, tomando, cuando inició todo; pero su yerno, el esposo de Silvia, se
perdió en la bebida momentáneamente; y sí, esto lo salvó, no lo mataron.
Su hija venía corriendo, después de ver
todo eso, se caía y se levantaba pidiendo auxilio, que fueran porque a su papá
lo habían matado. Llegó como loca con mi
papá y le dijo: “Abuelito ―fue un día primero de enero―… abuelito, mataron a mi
papá, toda venía llena de sangre de donde había agarrado a su padre. Y ya
fuimos, y todo… El que lo había matado, vivía también por aquí, pero se fue y anduvo
un año perdido el hombre que lo mató. Creía que no lo iban a encontrar. Pero mi papá vendió terrenos y juntó dinero y
dijo: “De mi hijo no se van a burlar”, y lo anduvo buscando y repartieron
fotografías por donde quiera. Como el señor ese, al tiempo de que mató a mi
hermano, nada más fue a su casa y le dijo a su mujer: “Vámonos que acabo de
matar a un hombre”, y dejó todas sus pertenencias; todo, y ahí encontraron
muchas cosas, por eso se repartieron
retratos. De hecho, al año, lo trajeron en una camioneta, pero no nos dijeron “aquí
lo traemos”; que si nos hubieran dicho: “aquí lo traemos”, no, olvídese, el
pueblo sí nos hacemos justicia por nosotros mismos. Pero el chiste es que la
autoridad le dijo a mi papá, hasta el otro día que fueron a Chalco: que ya lo
tenían detenido. “Estuvo en la puerta de su casa”, le dijeron, pero como ya
estaba bajo su responsabilidad, ya no lo podían tocar. Sólo Dios sabe, cada que
mi papá iba con el licenciado, le tenía que dejar dinero, hasta que le dijo:
“Ya no tengo dinero”. ―Lo dejan, o a ver qué le hacen, ya de su cuenta corre― respondió
aquél. Ya no supimos qué pasaría. Pero sí, decía mi papá: “De nosotros no se
burlan”. Y un día lo encontraron en Oaxaca, dicen que estaba pescando, muy
tranquilo: como si a todos se les hubiera olvidado. Unos cuantos años estuvo en
la cárcel: salió con unos cuantos pesos, luego luego. Lo apuñalaron por la
espalda, fue una venganza: debía más muertes. ¡También se llamaba Juan!
[1] Los siguientes relatos, se
elaboraron gracias a la narración de vida de la señora Gloria Villa Mecalco.
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