Alberto Rafael
León Ramos
leon.ramos.rafael@gmail.com
México
es un país rico en tradiciones culturales. Aquí se celebra desde la semana
santa, las posadas, la navidad y los reyes magos, hasta el día de muertos. Si bien, existen muchas festividades en el
calendario, eso no significa que las personas tengan pleno conocimiento del
origen, ni del significado de la mayoría de ellas. En esta vertiente, quiero
referirme al día de muertos, que se remonta a las culturas prehispánicas. Al
parecer, conforme pasa el tiempo las personas están olvidando la razón de
celebrar ese día, confundiéndolo con el Hallowen,
pensando que tales acontecimientos son equivalentes. Por ello, surge una
pregunta: ¿cuál es el verdadero significado de celebrar el día de muertos en
nuestro país?
Antes de seguir, hay que aclarar dos
cosas: a) el día de muertos no es equiparable con el Hallowen estadounidense,[1]
b) el día de muertos tiene una raigambre
histórico-cultural que viene de los pueblos originarios de Mesoamérica, que
después se mezclaría con la religiosidad católica de los españoles venidos a la
Nueva España. Desembocando en un sincretismo que generó la tradición que hoy
tenemos. Bajo este supuesto, trataré de
explicar el significado de esta celebración tan mexicana.
Los pueblos originarios (popolocas,
mexicas, texcocanos, tlaxcaltecas, mayas, mixtecas, entre otros) del continente
americano que se asentaron en lo que hoy
es México, tenían un panteón grande de dioses: Tlaloc, Ixchel, Huitzilopochtli,
Quetzalcóatl, Miquiztli, por nombrar algunos. Miquiztli es la deidad azteca que representa la dualidad
de la vida y la muerte, se le
representaba como una calavera, el ojo muerto, redondo, la ceja encima de él y
una perforación en la sien. Aquellos
primeros pobladores tenían un respeto por la muerte, pero también veían de
manera diferente ese suceso del hombre. A la muerte no se le tomaba como algo protervo, esta visión fue después
introducida por la religión católica, sino que era un cambio, por lo que,
dependiendo del tipo de muerte, el alma se iba a determinado lugar. Con Tlaloc
residían los que habían muerto por diversas enfermedades, ellos pensaban que
los fallecidos en guerra, o las mujeres en parto, moraban con el dios Tonatiuh;
en el Cincalco iban los niños, por
último, los que tenían muerte natural se dirigían al Mictlan.[2]
Estos debían hacer un viaje de cuatro años para recorrer los nueve estratos y
llegar con los dioses del inframundo, en donde, al final, recibían su
recompensa.
Las culturas
mesoamericanas se tuvieron que mezclar con la cultura europea, en especial con
los españoles; quienes, cargados de la religiosidad católica, no veían muy bien
las tradiciones de los pueblos originarios. Al paso del tiempo, la interacción
idiosincrática fue configurando lo que
hoy conocemos como día de los muertos.
La celebración se realiza de norte a sur
de nuestro país, las festividades comienzan el día 1 de noviembre, “los fieles
difuntos”, en donde se espera la llegada de las almas de los niños, mientras que el día 2, “todos los
santos”, llegan las almas de las personas adultas. Esa es la creencia popular. Aunque
en algunos puntos de la república se celebra el día 28 de octubre a las almas
de los que fallecieron en accidentes, y el 30 del mismo mes es para las almas
que se encuentran en el “limbo”, o de los niños que murieron sin haber sido
bautizados. La esencia de esos días no cambia mucho, ya que se espera que las
almas lleguen a visitar a sus parientes.
Sobre el particular, México alberga un
mosaico variado. En algunos lados se les hace altares en la casa, o en el mismo
campo santo. Otra forma de veneración consiste en adornar las tumbas de los ancestros con
flores olorosas (puede ser cempasúchil, nube o gladiola) y quemar copal. Las
fotografías son importantes en los altares.
También se les pone velas o comida para que las “almas” de los difuntos estén a
gusto y puedan alimentarse de lo que se les ofrece. Las casas o cementerios tienen
que estar bien arreglados esos días para que ellos, al regresar a visitar a sus
familiares, vean que no se les ha olvidado y sientan el respeto que se les
tiene. La tradición es, todavía, importante en muchos puntos del país, tanto
así que a veces se gasta una fuerte cantidad de dinero para ese día, con lo
cual se muestra el debido respeto a la memoria del familiar.
Otras formas de expresión son las
calaveritas y las representaciones de la muerte en diferentes formas: dibujos,
esculturas o murales. El más famoso retrato de la muerte o “la catrina” fue realizado por el
aguascalentense José Guadalupe Posada. Él criticaba, a través de sus dibujos, a
la sociedad en que vivía, y lo hacía en una forma singular, ya que ironizaba a
la sociedad de su tiempo. Así fue como, usando las calaveras y la referencia al
día de muertos, logró crear una crítica política, social, cultural y, casi sin
saberlo, un icono que trascendería la barrera del tiempo; a la cual, hoy casi
todo mexicano conocedor de su historia ha visto en algún libro o cuadro, incluso
el mismo día de los muertos.
Las calaveritas son ingeniosos versos
populares que hablan de la vida del difunto, sus gustos, aficiones o defectos,
de una manera chusca y a veces hasta con doble sentido. Con lo cual se busca
recordar las cosas que en vida hizo, pero de la forma en que el mexicano sabe
hacerlo: la comedia. Esto no quiere
decir que se le falte al respeto al difunto, sino que es otra manera de
recordarlo, ya que la muerte no tiene por qué ser un mal. Lo cual es otra de
las expresiones que se han venido forjando sobre el tema de la muerte, que se
ha hecho ya una tradición en nuestro país.
En este tenor, quiero reflexionar un poco
sobre la muerte. ¿La muerte es un mal? ¿Es lo peor que le puede pasar a la
sustantividad humana? No son pocos los
filósofos que han reflexionado sobre el tema.
Platón, en la Apología de Sócrates, dirime
la cuestión; de ello, retomo las palabras que dice su maestro al pueblo, que ha
escuchado la sentencia, dice:
Porque temer a la
muerte, atenienses, no es otra cosa que creerse sabio sin serlo, y creer
conocer lo que no se sabe. En efecto, nadie conoce la muerte, ni sabe si es el
mayor de los bienes para el hombre. Sin embargo, se la teme, como si se supiese
con certeza que es el mayor de todos los males. ¡Ah! ¿No es una ignorancia
vergonzante creer conocer una cosa que no se conoce?[3]
Estas palabras hacen reflexionar en torno
a la cuestión de la muerte, ya que no lo dice una sustantividad humana que
tiene un lapso de vacío existencial. Lo afirma una persona que ha sido
condenada a muerte y que enfrente de sí tiene el último acontecimiento de su
vida. Para Sócrates, la muerte no tiene por qué ser un mal, ya que no se puede
valorar algo que no se conoce.
Otro
filósofo griego afirma:
Así
pues, el más estremecedor de los males, la muerte, no es nada para nosotros, ya
que mientras nosotros somos, la muerte no está presente y cuando la muerte está
presente, entonces nosotros no somos. No existe, pues, ni para los vivos ni
para los muertos, pues para aquéllos todavía no es, y éstos ya no son. Pero la
gente huye de la muerte como del mayor de los males, y la reclama otras veces
como descanso de los males de su vida.[4]
Esto lo dice Epicuro en su Carta a Meneceo. Para él, tampoco se
puede valorar a la muerte, ya que después de acaecida no se puede comunicar
a otros, por lo que no es posible hablar
de ese suceso. Tal vez se sienta cierta inseguridad ante el hecho, porque los
que la han presenciado han experimentado ciertos sentimientos de angustia,
tristeza o soledad, pero eso no significa que para el que la experimenta sea de
esa forma; por tal motivo, no se le puede “valorizar”.
Ya en el siglo XX,
Martín Heidegger resumirá en una frase el tema de la muerte, “somos ser para la muerte”.[5] Así, el ser humano siempre
está en la posibilidad de dejar de ser, de no existir, por eso la muerte es la
posibilidad más auténtica de la existencia, y ella es lo más propio de todo ser
humano, ya que por un lado nadie te puede quitar eso, ni tampoco nadie te puede
enseñar cómo sea.
El tema de la muerte
deja mucho para reflexionar, no por un sentimiento de vacío existencial, sino
por el simple hecho de que todos los seres humanos tenemos que enfrentarnos a
la muerte día a día. Esto, es un acontecimiento innegable.
En nuestro país, la
muerte se hace presente de una forma singular, con la celebración de días
específicos en el calendario, y eso va estrechamente relacionado con la
religiosidad que permea la sociedad. Aquí se barruntó, someramente, el
verdadero significado del día de muertos. Lo preocupante es que la misma
tradición, como el origen, se estén olvidando. Es menester que esta tradición
no se disipe, ya que representa una de las tantas facetas de la cultura mexicana. Asimismo, este tema es una
exhortación a ti, amable lector, para que reflexiones un poco sobre ello, y qué
mejor guía que a partir de un enfoque filosófico.
Bibliografía
Epicuro, “Carta a Meneceo”, en R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos. Edad Antigua, Herder, Barcelona, 1997.
Heidegger, Martin, Ser y tiempo, Editora Universitaria, Chile, 1998.
Platón,
“Apología de Sócrates”, en Diálogos, Editorial
Del Valle de México, México, 1976.
Sahagún, Bernardino de, Historia General de las Cosas de la Nueva España, Alianza Editorial,
Madrid, 1988.
[1] Hallowen o día de brujas tiene también
orígenes mágico –religiosos, pero la mayoría de las personas ahora lo asocia
simplemente con un carácter de pura festividad social sin tomar en cuenta el lado
“original”. Ya que se vuelve un producto para comercializar.
[2] Bernardino de Sahagún, Historia General de las Cosas de la Nueva
España, Alianza Editorial, Madrid, 1988, p. 221.
[4] Epicuro, “Carta a Meneceo”, en R. Verneaux, Textos
de los grandes filósofos, Herder, Barcelona, 1997, pp. 93–97.
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