Rafael Mario Islas Ojeda
Corría
el año de 1947. Se acercaban las vacaciones que, por aquellos años, todas las
escuelas daban por el mes de septiembre. El niño estaba contento. Su papá le
había prometido que el sábado lo llevaría a pasear al bosque de Chapultepec.
Cuánto disfrutaba él de los paseos y charlas con papá. Llegó por fin el mañana
esperado, inquieto y alegre devoraba con los ojos el recorrido del autobús. Ya
estaban en el Paseo de la Reforma.
-¡Mira papá; el Ángel!
-¡Allá está la Diana Cazadora!
-Sí, hijo, ya casi llegamos al
bosque.
Unos momentos más tarde,
descendían del autobús urbano y se adentraban en el bosque.
-Primero vamos al Trenecito,
Papá. Mira la maquinita, ¿verdad que es como la de los trenes en que tú trabajas?
El recorrido
despertaba su imaginación, la maquinita devoraba la vía; detrás de la selva
umbrosa, los animales del zoológico parecían estar en libertad; venía el túnel,
más allá un puente. Pronto sonó el silbato, ya estaban de regreso en la
estación.
Ahora, ¡a ver
los animales! Qué grandes eran los elefantes y qué altas las jirafas. El oso
polar se confundía entre las rocas pintadas de blanco y qué bien nadaba.
Los
leones siempre le habían llamado mucho la atención, veía su majestuosidad y
también su indolencia de reyes. Fascinado observaba la ferocidad con que
jugaban o acaso peleaban dos leones jóvenes. Sintió un ligero sobresalto al oír
su rugido. ¡Que poderosos eran, menos mal que había un foso grande entre ellos
y el barandal desde donde observaban.
-Papá, ¿verdad que los leones son
invencibles?
-Si hijo, por eso son los reyes
de la selva, pero anda sigamos.
-Déjame verlos otro ratito.
-Vamos o no alcanzará el día, ni
llegaremos al castillo.
-Si al castillo si quiero ir,
pero ya me cansé de caminar tanto y está muy lejos; además la maestra dijo que
ahí murieron unos niños y uno se cayó entre las rocas.
-Que tontería dices, o no te
saben enseñar bien en la escuela o no entendiste bien la historia de los Niños
Héroes.
-¿Tú la sabes papá?
-Si hijo, te la contaré mientras
nos sentamos a tomar un refresco, yo también estoy un poco cansado.
El niño quiso un helado; qué
bonito era salir con papá que le compraba de todo, en cambio mamá no era fácil
de convencer.
-¿Papá porqué murieron los niños?
-Escucha, hijo: hace cien años
nuestro país se encontraba en guerra con los Estados Unidos. Habían invadido
los gringos el noroeste de México y luego desembarcaron en Veracruz. El origen
de la guerra había sido la anexión de Texas, que primero era un territorio mexicano
y luego se independizó. El general Antonio López de Santa Anna, quien debía
combatir a los norteamericanos, nunca supo dar la batalla adecuada, por lo que
fue retrocediendo para defender nuestra capital. A pesar de la bravura y heroísmo
de muchos soldados mexicanos, se perdieron batallas como la de Padierna; luego
cayó Churubusco tras de una resistencia heroica. En el Molino del Rey, no fue
menos esta, pero, murieron, muchos soldados sin que recibieran refuerzos. Para
entonces solo restaba a los norteamericanos apoderarse de Chapultepec y las
garitas, para entrar en la capital.
En aquella
época, el castillo servía como Colegio Militar desde el año de 1843; había ahí
cerca de ciento veinte cadetes, cuyas edades iban de los trece a los veinte
años y quienes pese a la orden del gobierno de que regresaran a sus hogares,
decidieron quedarse a defender su patria y su colegio.
El general
Nicolás Bravo, con tan solo ochocientos treinta hombres, fue encargado de
defender el castillo. El general
Scott que comandaba a los norteamericanos ordenó el ataque. Era el 13 de
septiembre de 1847; la batalla fue desigual y Santa Anna solo envió el batal1ón
de San Blas de cuatrocientos hombres en ayuda de los defensores; esos soldados
fueron victimados en la ladera que defendían.
En la cima, el
cadete Vicente Suárez, centinela en el Mirador, fue el primero en caer herido
de muerte; tenía tan solo catorce años. Fernando Montes de Oca murió al tratar
de unirse a sus compañeros en el jardín botánico. Agustín Melgar cayó en el dormitorio.
Francisco Márquez- el más joven -junto con Juan Escutia, fueron encontrados
cerca de la orilla del cerro. Se dice que Juan Escutia se envolvió en la
bandera, para evitar que la mancillaran los enemigos, y con ella se lanzó al
vacío. La batalla duraba ya trece horas. Juan de la Barrera teniente de los estudiantes,
quien también se batió con valentía, cayó en la lucha como los demás.
Esa es la
historia de los niños héroes, hijo. Ellos murieron en la flor de su edad
defendiendo a nuestro país y aunque su sangre no pudo evitar la derrota y prisión
de los demás defensores, ni el triunfo de los invasores que al día siguiente se
apoderaron de la capital, su ejemplo nos llena de orgullo y nos sirve de
aliento para pensar que en México, aún en las horas más aciagas, siempre habrá
jóvenes que tengan fe en su patria, que la amen y la defiendan.
En ese momento
el niño que a su tierna edad de 6 años sentía la emoción que le cerraba la
garganta, apretó sus dientecillos con esa mezcla de coraje e impotencia que deja
el sabor de las derrotas por más heroicas que sean, y con los ojitos al borde
del llanto exclamó:
-¡Papá! ¿Por qué no les soltaron
a los leones?
El padre, al
sentir la emoción que había causado en el pequeño, comprendiendo que era su
primera expresión de patriotismo, lo abrazó tiernamente, enjugó su llanto y
tomándolo de la mano, emprendió el camino para subir al castillo.
1 comentario:
magnifico...! todo un LEON
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