Rafael
Mario Islas Ojeda
El
síndrome el eterno síndrome estaba ahí acechando el menor descuido, la menor
distracción, lo conocía bien pero no podía hacer nada por evitarlo, solo
dejarlo pasar como el sordo dolor de cabeza, la neuralgia, el escozor, el
malestar en la boca estomacal. Sin embargo sabía que lo que debería hacer es no
permitir la distracción que hacía que se perdieran todas esas ideas, los
sentimientos que afloraban, el dialogo, las palabras, los silogismos,
razonamientos, que parecían ser dictados
por alguna entidad incorpórea. Pero había que tener mucho cuidado. Un
movimiento a la vez una acción que continuara la estrategia, para evitar no
solo el síndrome sino también ese salto invisible, esa fuga que realizaban las
palabras cuando estaban por ser asentadas en el papel o mejor diría el texto
que configuraba la página del documento electrónico.
Vino
a su mente el recuerdo de las primeras veces; aquellas ocasiones en las que la
tarea asignada le permitieron encontrarse “per la prima volta con el piacere”
el gusto ignorado de descubrir, de explorar y de dominar la expresión correcta.
La satisfacción interna al comprobar el agrado causado y la aprobación mostrada
por la jovial profesora. La doble satisfacción al ver que el ensayo obtenía la
calificación máxima, a diferencia de aquellas otras primeras veces o quizás
sería mejor decir primeros días en que luchaba por encontrar la frase más
adecuada, que no perfecta. Al menos para obtener el pase del curso. Aun así,
desde entonces aparecía el síndrome. La frase perdida, la palabra que escapaba
y se desvanecía, y a la que inclusive la más obstinada persecución no lograban
su recaptura. Era semejante al silencio, a la ausencia, casi la pérdida total
de la memoria. Si esta vez tendría que tener más cuidado, no podía arriesgarse
ahora que parecía haber encontrado la verdadera vocación. Ahora que sabía que
tenía poco tiempo para dedicarse a escribir todo antes del gran silencio, que
los médicos ya habían diagnosticado. Años, ¿meses acaso?, nadie podría
asegurarlo, solo sabía que llegaría el fin y entonces ya no podría hacerlo. No
obstante no podía arrepentirse de lo pasado, de la otra vocación asumida y la
búsqueda llevada a cabo. Solo habría que dar un paso a la vez. “Carpe diem” y
llenar esa cuartilla, eludiendo el síndrome y aprovechando la creatividad
desencadenada por ella. Si algo bueno había quedado de todo el affaire, era el
impulso que irradiaba infinitas combinaciones materializándose en la historia
que debía ser contada, en el verso que debía escribirse o en el dialogo imaginario
engendrado… pero sin fin que emprendía todos los días. En particular a las
horas en que solía hablar con ella. Pero ya eso no era posible.
- Caro Gabriele. Questo e finitto, ¡caput! ¿capisce?...
Solo
quedaba el recuerdo de su dulce acento y la memoria de su fino perfil de
Madonna italiana.
Eludir
la derrota de la página en blanco, el síndrome de la impotencia y llenar la
cuartilla, contar la historia, enfrentarla y narrar los hechos, que son los
únicos que cuentan. No lo que solo se imagina, lo que no fue o lo que pudo
haber sido. Ya bastante había rumiado todo, dándole la vuelta, poniéndolo de
cabeza, haciendo estallar su propia cabeza. A veces disfrutando el dolor,
haciéndose el “hara kiri” gritando y padeciendo la depresión. Sin poder
expresarlo, sacarlo, botarlo, procesarlo y hasta aprovecharlo a través de esa
ola creativa, incontenible. Finalmente se había cumplido el deseo ¿o fue solo
sugerencia casual?
-
busca lo que haya habido de bueno en lo que tuvimos…
Quizás
ahora estaba ya listo para escribir la historia.
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