viernes, 10 de mayo de 2013

Una visión PROGRESIVA del amor en la Edad Media


 

 

 Leny Andrade Villa*

Introducción

El amor, en la cultura de Occidente, tiene sus raíces en la visión literaria y filosófica de los escritores griegos, quienes profundizaron en su conocimiento con el afán de comprender al ser humano. En la literatura aparecen el amor épico, el trágico y el cómico. En tanto que en la filosofía el exponente más destacado es Platón. El pensamiento, expresado en estas dos disciplinas, acerca del amor cobró infinitos matices y se extendió a varias culturas a lo largo de los siglos.

     En la Edad Media, el amor tiene su origen en lo teológico y en el anhelo de una vida más bella. Primero se expresa en el arte literario e inmediatamente muestra su influjo y su reproducción en las formas de vida, principalmente en la élite aristócrata; al inicio, con el bello ideal caballeresco gastado por el uso, ridiculizado y desplazado luego por el ideal pastoril. Para ambos tipos, el amor es el sentimiento más excelso al que los amantes pueden aspirar, ya que los eleva hasta el más alto ideal de belleza y de dicha, conduciéndolos por la senda de la virtud y de la perfección.

        En contraposición con la postura anterior, surge, en el ámbito literario, la adopción de una estructura típica que se extiende a varias obras, forjada en el ambiente de los estudios realizados en las universidades medievales. La aplicación de las doctrinas aristotélicas, principalmente en los escritos de Alonso de Madrigal, el “Tostado”, hayan su extrapolación a diversas obras y tienen como punto de partida la opinión aristotélica sobre el amor.

     De acuerdo con lo anterior, el objetivo de este trabajo es presentar una dilucidación sobre el amor en La Edad Media, bajo dos premisas: 1. El amor está imbricado con la visión religiosa y caballeresca de la época; 2. Hay una correlación entre la vida y la literatura, respecto al amor.

 

I.                   El amor, entre lo religioso y lo caballeresco

El amor en la Edad Media es un fenómeno histórico de origen religioso y se encuentra vinculado, en gran medida, a la doctrina herética del pueblo cátaro y a las costumbres de los pueblos celtas que habitaban Europa, según la teoría de Denis de Rougemont. La herejía empezó a extenderse y hacerse popular con los poetas provenzales, quienes cantaban en las Cortes de amor (entre éstas, son famosas las de las reinas Leonor de Aquitania y las de María de Champagne) para un público que desconocía la realidad de los simbolismos de sus versos y que, sin embargo, glorificó sus composiciones sin comprender que los trovadores aludían a su religión natal, en un código secreto, para librarse de las condenas del cristianismo. En ese ambiente se forjaron poetas como Chrétien de Troyes, iniciador de la literatura cortesana, quien en sus obras insertó elementos de la retórica de los trovadores sin entender la simbología implícita de la religión cátara; sus escritos adquirieron fama muy pronto e inspiraron a poetas de toda Europa. San Francisco de Asís introdujo el amor trovadoresco en el ámbito religioso y esta influencia alcanzó su clímax, más tarde, a finales del siglo XVI, en la actitud de las composiciones de los grandes místicos ortodoxos, como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, quienes también fueron ávidos lectores de los libros de caballerías y, tras adoptar la retórica cortés y caballeresca, vinculada a la herejía, la refinaron con una dimensión trascendental en sus obras. El amor, en conexión con la religión, se expresó en el cristianismo en la relación con Dios y el alma humana, durante la existencia terrenal; pues la unión con la divinidad no era posible en el más allá, de ahí el drama de los místicos y la adopción del lenguaje pasional de la herejía por la ortodoxia, al estar separados del creador. Denis de Rougemont lo explica de la siguiente manera:

[…] la herejía planteaba la unión posible de Dios y el alma, lo cual implicaba la felicidad divina y la desgracia de todo amor humano; mientras que la ortodoxia plantea que la unión es imposible, lo cual implica la desgracia divina y hace posible el amor humano en sus límites. De ello resulta que el lenguaje de la pasión humana según la herejía corresponde al lenguaje de la pasión divina según la ortodoxia[1].

       La vida en la Edad Media era dura y difícil, pues estaba llena de guerras, pestes, carestías, miserias y opresiones. El anhelo de una vida hermosa se concentró en el amor a la mujer desde el siglo XII hasta el XV[2]. En él se pretendía encontrar la más profunda belleza y la dicha más excelsa. De manera que las virtudes sociales del trato entre las personas, las virtudes cristianas y la erudición se hallaban supeditadas a la aspiración del amor como un rasgo que infundía la ilusión por vivir.

Sobre el freno de rígidas normas morales se desbordaba una ansia de vida, cuyo índice máximo era marcado por la preocupación amorosa con facetas desde lo más idealizante a lo más chabacano. Todo el mundo parece vivir para amar, según se trasluce en las relaciones psicológicas de aquellos hombres y mujeres, en sus actividades cotidianas, sus diversiones y pesares, aunque nadie lo confiese sinceramente[3].

       El ideal cortés se adaptó a las necesidades de un mundo mejor, sobre todo, de los que pertenecían a la alta burguesía. El término “cortés” subraya la clase social de los amantes, quienes pertenecían a la nobleza. Debido a lo sublime del sentimiento amoroso, únicamente el cortesano podía aspirar a este tipo de amor. Sin embargo, la idealización de este sentimiento era tan elevada que no podía llevarse a la práctica:

[…]: esta relación consiste en que el caballero que ha puesto los ojos en una dama, a la que considera como un ser superior y de la que no debe esperar necesariamente “recompensa”, debe no obstante hacer mil sacrificios, miles de aventuras increíbles por ella. Y si en algún caso se llega al contacto físico, normalmente surge la tragedia o el matrimonio o, de cualquier manera, desaparece tal amor, por lo que el amante o los amantes se hacenvulgares”[4].

        La mentalidad de esta época estilizó las formas, ennobleció el trato entre las personas y revistió el amor mundano del oro y el oropel de las cortes, como un anhelo de una vida más bella, primero con el ideal caballeresco y, más tarde, con el ideal del amor pastoril que infundió en toda Europa el gusto por lo bucólico. Esa moda, propugnaba la inocencia de la mujer y la idealizaba en una “dulce pastora de ingenua mirada”[5]; sin embargo, también fracasó pues, al igual que el amor cortés, trataba de borrar todo nexo con la realidad.

       El pensamiento idealista del amor cortés tiene grandes similitudes con la doctrina platónica, recuérdese el trinomio eidético al que debía aspirar el amante en el Banquete: Bien, Verdad y Belleza[6]. Asimismo, el que practicaba el amor cortés debía escoger una mujer que encarnara y materializara la belleza, la bondad y todas las otras aspiraciones difundidas por esta tradición. Aunque en este período no se conocía en Europa a Platón, se lo estudiaba en otros lugares y sus ideas se habían extendido por el mundo occidental[7]. Otros estudios relacionan el amor trovadoresco con la filosofía musulmana[8]; así, el ideal del amor cortés se mezclaba con muchos motivos y estilos primitivos. Este tipo de amor, ponderaba el sufrimiento en vida de los amantes, mediante los obstáculos que impedían la unión matrimonial y la satisfacción carnal de la pareja, como una manera de preservar la pasión y consagrar el amor, Eros, para exaltarlo al infinito, hasta la muerte. Para la religión cátara, el amor, sólo era posible en un más allá, lejos de las contingencias terrenas; la dama representaba el reflejo de la divinidad, que debía de inspirar en el caballero el perfeccionamiento interior de su persona y el desprecio por las alegrías terrenales. El siglo XII es el período en el que se manifiesta con plenitud el feudalismo y la caballería y, con ello, la sumisión por la dama, el refinamiento, las maneras educadas, el cortejo paciente y las  proezas caballerescas.

       En contraste con los modelos grecorromanos, que repudiaban el amor como enfermedad, por considerarlo como un impedimento para el hombre en su desenvolvimiento en la vida diaria; en la época medieval el amor, Eros, es dignificado y concebido como una meta en sí misma que engrandecía el espíritu del caballero mediante el sufrimiento. 

       Los valores del ideal caballeresco tales como la nobleza, la virtud y la igualdad fueron estereotipados y únicamente teóricos, pues nunca tuvieron proyección social. La noción de igualdad sólo se aplicaba a la idea acerca de la inevitabilidad de la muerte, y no a la esfera pública[9]. Detrás de este ideal se ocultaba la codicia, la soberbia y la violencia de las personas que gozaban de cierto poder. Felipe el Bueno tenía la costumbre de casar a los nobles de clase inferior o servidores de su casa con las viudas o las hijas de ricos burgueses sin su consentimiento. Los padres casaban a sus hijas tan pronto como les era posible, para escapar a este tipo de obligaciones[10].

       En cambio, para la religión cristiana, el amor entre el hombre y la mujer es posible en esta vida, por eso creó el sacramento del matrimonio, basado en el interés material y social que se imponía a los esposos sin que se consideraran sus sentimientos; se esperaba que surgiese el afecto mutuo o Ágape, que tenía un aspecto espiritual y que conducía a Dios, pero no el Eros cortés que se manifestaba en las relaciones extramatrimoniales, especialmente en los torneos medievales. En estas competencias, los caballeros debían de superar a sus adversarios para ganar lo que estaba en juego, o sea, la dama. El senior o jefe de la casa, admitía que su esposa fuera el centro de la competición, en una situación lúdica. La dama decidía conceder sus favores a quien considerara mejor caballero[11]. Estas situaciones, aunque ilusorias, tenían un carácter erótico y eran motivo de casos de adulterio y, por supuesto, los condenaba la iglesia.

Se sabe que el matrimonio, en el siglo XII, se había convertido para los señores en una simple y pura ocasión de enriquecerse y de anexionarse tierras dadas en dote o esperadas como herencia. Cuando el “negocio” funcionaba mal, se repudiaba a la mujer […], el amor cortés opone una fidelidad independiente del matrimonio legal y fundamentada sólo en el amor. Llega incluso a declarar que el amor y el matrimonio no son compatibles[12].

       El amor para la religión cristiana se reduce a la procreación de los hijos, la mujer era rechazada si resultaba ser estéril. En caso de adulterio, era expulsada sin poder defenderse; algunos esposos se mostraban tan fieros que, ante la más leve sospecha de infidelidad, mandaban a matar a sus mujeres, a veces sólo por el deseo de una nueva esposa o concubina[13]. El acto carnal estaba visto como algo malo, incluso en el interior de las relaciones conyugales. El placer sexual entre los esposos estaba sujeto a las prohibiciones de las celebraciones de la liturgia y al ciclo de la mujer, por lo que la pareja sólo podía disfrutar del placer carnal en determinados momentos. El caso de San Luis, rey de Francia, ofrece un ejemplo de esta prohibición, el monarca respetaba todas las prescripciones de la Iglesia, se abstenía de las relaciones sexuales durante los días dedicados a los santos y a las ceremonias litúrgicas, se dedicaba a la oración y no tenía relaciones sexuales con su esposa durante la menstruación. Cuando le asaltaban las tentaciones, durante los días de continencia, trataba de distraerse hasta que sucumbía su voluptuosidad. Se decía que el rey poseía gran temperamento y que, cuando lograba reunirse con su esposa, su madre, la reina Blanca, hacía lo imposible para que su hijo no estuviera a solas con su mujer.

Joinville señala que, durante los períodos en que se permitían las relaciones sexuales, el rey no se encontraba con su mujer únicamente por la noche. La veía también durante el día, lo cual disgustaba mucho a su madre, Blanca de Castilla, que en cuanto tenía noticia del encuentro de la pareja intentaba reunirse con ellos para que dejasen de retozar[14].

     La vida en la Edad Media se encontraba saturada de  contenido religioso, el hombre de este período se hallaba en tensión frente a dos polos en relación con la religión: por un lado, en el ámbito de la fe, practicada con asiduidad, y que llegaba, incluso, a lindar con lo sublime, pero que en ocasiones desembocaba en lo ridículo, debido a la exageración prolija de sus mandatos. Por otro, la esfera de lo mundano, en la cual los devotos se abandonaban por completo al pecado: la tiranía, la villanía, la lascivia y la violencia, entre otros excesos. Aunque después, retornaban al seno de la iglesia arrepentidos, infligiéndose las penitencias más severas y haciendo oír interminables misas por el perdón de sus almas.

Es una tensión entre dos polos espirituales, que apenas es posible al espíritu moderno. Esta posibilidad es perfectamente compatible con el expreso dualismo que hay en la fe en un reino de Dios, al que se opone, separado por un abismo, el mundo del pecado. En el espíritu medieval son absorbidos por la religión todos los sentimientos más elevados y más puros, mientras que los impulsos naturales y sensibles son arrojados conscientemente y tienen que descender al nivel de una vida mundanal, despreciada como pecaminosa. En la conciencia del hombre medieval fórmanse y coexisten, por decirlo así, dos concepciones de la vida, abandonada por completo al diablo si una de las dos lo domina todo, tenemos delante al santo o al pecador desbocado; mas por lo regular se contrapesan mutuamente con grandes oscilaciones, y así vemos cómo los magníficos pecados de aquellos hombres apasionados hacen brotar a veces en ellos con tanta más vehemencia una religiosidad desbordante[15].

 

II.                Vida y literatura

En el ámbito del amor con respecto a la literatura, el Roman de la Rose (El libro de la Rosa) surgió en Francia  en el siglo XIII y fue una obra muy importante, puesto que dominó por completo las formas del amor aristocrático. Los poetas acudían a ella una y otra vez, debido a su enfoque abarcador de toda la cultura desde varias perspectivas, ya fuera: legendaria, litúrgica, profana, ideal y real en relación con el amor. En esta obra, el amante logra obtener el amor de su amada hasta sus últimas consecuencias, en oposición al mito del amor desgraciado. En el primer apartado, el de Guillermo de Lorris, escrito hacia 1230, se muestra la posición idealista; para alcanzar el favor de la dama, el amante debe acatar cierta moral (cortés) y trabajar en el refinamiento de su espíritu. En la segunda parte, escrita alrededor de 1275 por Jean de Meun, se observa una tendencia al realismo, ya que pone en duda los valores, conceptos y refinamientos del primer apartado mediante el empleo de la burla y de las frases en doble sentido. Se muestran temas y términos religiosos extrapolados al ámbito amoroso y al erótico, así como la proliferación del uso de la alegoría. La continuación de Jean de Meun tuvo gran trascendencia e influencia en la literatura por su visión cínica y desencantada de la vida.

       De esta forma, los ideales de la religión, de la literatura y del contexto social tienen estrecha relación, ya que respondían a la necesidad de ver realizada una determinada forma de vida. El anhelo de la santidad, la elaboración de una determinada retórica y el deseo de una vida hermosa, encontraron su antítesis al enfrentarse con la vida real o con determinada postura, que rechazaba las pretensiones del ideal. Esta visión dual, reflejo de los conflictos imperantes en los diferentes estratos, contribuiría en gran medida al surgimiento de los poemas de debate. Aunque existen datos históricos que señalan que este tipo de disputas ya existían en las antiguas culturas árabes y hebreas, en algunos escritos en latín[16].

       Otro factor importante fue la traducción al latín de obras de Aristóteles y filósofos árabes y judíos durante los siglos XII y XIII, lo cual ejerció una importante función en el desarrollo del pensamiento europeo. Debido a la influencia de la ciencia Aristotélica, la sexualidad es liberada del pecado y, en cambio, es admitida como algo inherente a la naturaleza humana. La  predilección por el género del debate se desarrolló en el ambiente universitario como ejercicio académico, los temas versaban sobre asuntos serios, en primera instancia y, después, sobre asuntos burlescos. La enseñanza de los contenidos de la Escolástica y las ideas de Aristóteles perfeccionaron el arte de la disputa, dentro y fuera de la universidad medieval, por lo que los contenidos y los cuestionamientos de los temas fueron enriqueciéndose. Algunos de los asuntos en los que se centraban eran los siguientes: quién vale más como amante, un clérigo o un caballero; las bondades del vino sobre el agua; la culpabilidad del cuerpo o del alma, entre otros[17].

       Así se desarrolló el género de la poesía medieval de debate, uno de los más populares en la literatura medieval, el cual es muy cambiante y ajustable a diversas temáticas y formas[18], entre las primeras se encuentran los fabliaux (adaptación del debate francés) de contenido erótico y humorístico, en los que se observa el conflicto instituido entre dos partes, podían ser figuras de la vida real o personajes alegóricos, que enfrentan sus diferentes posturas respecto a un asunto, cada cual emplea la pregunta y la respuesta, derivada de modelos provenzales[19], para hacer surgir la verdad.

A partir de principios del siglo XII, en pleno triunfo del amor cortés, aparece esa tendencia contraria, que glorificará la voluptuosidad exactamente con el mismo exceso que la otra aporta a la glorificación de la castidad. Fabliaux contra poesía, cinismo contra idealismo[20].

        Un antecedente de este tipo de composiciones también puede encontrarse en los Diálogos de Platón, pues ambos tienen por objeto develar la verdad acerca de un tema, por medio del examen, de las experiencias y del análisis de casos concretos de los interlocutores. La obra más antigua de este género, escrita en castellano, es la Disputa del alma y el cuerpo, puede que haya sido compuesta a finales del siglo XII[21], de la cual los poetas posteriores heredaron el modelo y lo adaptaron con múltiples innovaciones a finales del siglo XV en España, cuando se renovó el interés por los poemas de debate[22].

       El influjo de la doctrina aristotélica no se hizo esperar en los contenidos, en la conceptualización sobre el amor y en la manipulación de este concepto, pues el Amor adquirió nuevas formas en la elaboración de los temas y las estructuras literarias hacia finales del siglo  XIV y en el XV que preludiaban el advenimiento de un nuevo período: el Renacimiento.

      España no fue la excepción, pues surgieron producciones acerca del amor que pretendían explicar su existencia, tanto en la obra literaria como en su desarrollo y en sus circunstancias concretas. Fueron intentos por integrar todo lo que concierne al amor humano y al divino, en conexión con el pasado y el presente, desde la perspectiva de la experiencia y de las circunstancias que rodeaban a esta nación en el siglo XIV. Este afán se expresa en las obras de Alonso de Madrigal, “El Tostado”, entre las que destaca el Breviloquio de amor y amiçiçia, que sirvió como punto de referencia para la creación de futuras producciones literarias, ya que sus derivados adquirieron una estructura común en su desarrollo. En el ámbito universitario, se escribieron obras en polémica con posturas sentimentales, sobre todo con las idealistas, que repetían los mismos patrones estéticos y estilísticos, así como los mismos conceptos y las mismas técnicas que pervivirían, incluso en el siglo XV, como puede observarse en el Cancionero General, que se centra en la filosofía del amor cortés, aunque pueden encontrarse composiciones de carácter político, burlesco o festivo, en menor medida[23]. El nuevo espíritu ridiculizó y elaboró parodias de los géneros serios transformándolos en elementos burlescos, con lo cual introdujo nuevas posibilidades de expresión e hizo posible que las composiciones no parecieran tan trilladas y fatigosas.

En manos de estudiantes […] el pensamiento se convierte sencillamente en literatura. Es cierto que los contenidos persisten. Sin embargo, la parodia de ese saber ─parodiado por el alto respeto que merece, claro está─ y la manipulación, más retórica y literaria que de sentido, produce especímenes literarios nuevos. […] De hecho, pensamos que de forma ininterrumpida en la tradición occidental el tratadismo amoroso ha ido expresándose muy a menudo en clave humorística o relativizando sus principios doctrinales por medio de la parodia[24].

       Los cambios sociales y políticos se reflejaron en la literatura, en la visión de escritores que veían el mundo de diferente manera. El contacto cultural entre España e Italia se intensificó a mediados del siglo XV, por lo que numerosos escritores españoles residieron en Italia y convivieron con los literatos de este país. Influenciados por la nueva retórica, quisieron adaptarla a sus escritos, pero la poesía española del siglo XV todavía se encontraba dominada por las reglas de la lírica juglaresca[25]. Ejemplo de lo anterior, es el Cancionero de Hernando del Castillo de 1511 que guarda una estrecha relación con la Edad Media, pero que tiene, a su vez, influencia renacentista.

Conclusión

La Edad Media, amén de los referentes históricos que legó a Occidente, heredó una visión del amor donde se conjunta un perfil del hombre y sus aspiraciones, de su realidad y de su contexto íntimo y externo. Tales fines tuvieron cabida estética y moral en la literatura, la pintura y el desarrollo social.

      De acuerdo con lo anterior, se puedo hacer una síntesis del amor en este período, atendiendo a los siguientes postulados:

a.       El amor  está subsumido a la fe a través del cristianismo.

b.      El amor, en tanto experiencia carnal o prohibición, aparece como el deseo de una realización del ser humano.

c.       El amor como punto de análisis del conocimiento del ser humano, permeado por el influjo de la doctrina aristotélica.

       A través del desarrollo de esta investigación, se puede argüir que el amor, en la Edad Media, comporta varios sentidos y tiene distintas influencias y expresiones, como se aprecia en la interrelación de lo cátaro y lo cristiano en el pensamiento místico, donde se mezcla la ortodoxia con la herejía. Esto, con el paso del tiempo, y con las distintas expresiones del ser humano, ha influido en el comportamiento y en las maneras de aprehender y expresar el amor, tanto en el individuo como en algunos períodos socio- literarios.

 

Bibliografía

 

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Victorio, Juan, El amor y el erotismo en la literatura medieval, Madrid, Editora Nacional, 1983.

*Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa,

Ciudad de México

lenyvilla_759@hotmail.com     

 



[1]Denis de Rougemont, El amor y occidente, Barcelona, Kairós, 1999, p. 172.
[2]Johan Huizinga, El otoño de la Edad Media, Madrid, Alianza Editorial, 1988,  p.154.
[3]Georges Duby, El amor en la Edad Media y otros ensayos, Madrid, Alianza, 1964, p. 131.
[4]Juan Victorio, El amor y el erotismo en la literatura medieval, Madrid, Editora Nacional, 1983, p. 37.
[5]Georges Duby, op. cit., p. 125.
 
[7]Irving Singer, La naturaleza del amor, t. II, Cortesano y romántico, México, Siglo Veintiuno, 1992, p 55.
[8]Ibid,  p. 65.
[9]Johan Huizinga, op. cit., p. 89.
[10]Ibid,  p. 85.
[11]Luis Bonilla, El amor y su alcance histórico, Madrid, Revista de Occidente, 1998,  p. 67.
[12]Denis de Rougemont, op. cit., p. 34.
[13]Jean Verdón, El amor en la Edad Media, Barcelona, Paidós, 2006, p. 65.
[14]Ibid, p. 41.
[15]Johan Huizinga, op. cit., p. 254.
[16]Lourdes Simó, Juglares y espectáculo. Poesía medieval de debate, Madrid, DVD, Ediciones Los Cinco elementos, 1999, citado por Verónica Montserrat Macho Morales, en Un acercamiento a la poesía de debate en Elena y María, Tesina de licenciatura, UAM-I, México, 2006, p. 9.Véase, http://148.206.53.231/UAMI12741.PDF, consultado el 26/04/2013.
[17]Enzo Franchini, Los debates literarios en la Edad Media, Madrid, Ediciones del Laberinto, 2001, p.  11.
[18]Véase la reseña de Alejandro Higashi, “Juglares y espectáculo. Poesía medieval de debate” en  Nueva Revista de Filología Hispánica, México, El Colegio de México, 2000, p. 407, en: http://redalyc.uaemex.mx. Consultado el 26/04/2013.
[19]Alan Deyermond, Historia de la literatura española. Edad Media, Barcelona, Ariel, 1971, p. 334.
[20]Denis de Rougemont, op. cit., p. 191.
[21]Alan Deyermond, op. cit., p. 138.
[22]Ibid, p. 334.
[23]Álvaro Alonso, Poesía de cancionero, Madrid, Cátedra, 1986, p. 11.
[24]Pedro Cátedra, Amor y pedagogía en la Edad Media, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1989,  p. 14.
[25]NathalieKasselis-Smith, Los juegos del amor y del lenguaje en la obra de Antón de Montoro, Rodrigo de Cota y Fernando de Rojas, Madrid, Editorial Pliegos, 2004, p.26

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