Leny Andrade Villa*
Introducción
El
amor, en la cultura de Occidente, tiene sus raíces en la visión literaria y
filosófica de los escritores griegos, quienes profundizaron en su conocimiento
con el afán de comprender al ser humano. En la literatura aparecen el amor
épico, el trágico y el cómico. En tanto que en la filosofía el exponente más
destacado es Platón. El pensamiento, expresado en estas dos disciplinas, acerca
del amor cobró infinitos matices y se extendió a varias culturas a lo largo de
los siglos.
En la Edad Media, el amor tiene su origen en lo
teológico y en el anhelo de una vida más bella. Primero se expresa en el arte
literario e inmediatamente muestra su influjo y su reproducción en las formas
de vida, principalmente en la élite aristócrata; al inicio, con el bello ideal
caballeresco gastado por el uso, ridiculizado y desplazado luego por el ideal
pastoril. Para ambos tipos, el amor es el sentimiento más excelso al que los
amantes pueden aspirar, ya que los eleva hasta el más alto ideal de belleza y
de dicha, conduciéndolos por la senda de la virtud y de la perfección.
En
contraposición con la postura anterior, surge, en el ámbito literario, la
adopción de una estructura típica que se extiende a varias obras, forjada en el
ambiente de los estudios realizados en las universidades medievales. La
aplicación de las doctrinas aristotélicas, principalmente en los escritos de
Alonso de Madrigal, el “Tostado”, hayan su extrapolación a diversas obras y
tienen como punto de partida la opinión aristotélica sobre el amor.
De acuerdo con lo anterior, el objetivo de
este trabajo es presentar una dilucidación sobre el amor en La Edad Media, bajo
dos premisas: 1. El amor está imbricado con la visión religiosa y caballeresca
de la época; 2. Hay una correlación entre la vida y la literatura, respecto al
amor.
I.
El
amor, entre lo religioso y lo caballeresco
El
amor en la Edad Media es un fenómeno histórico de origen religioso y se
encuentra vinculado, en gran medida, a la doctrina herética del pueblo cátaro y
a las costumbres de los pueblos celtas que habitaban Europa, según la teoría de
Denis de Rougemont. La herejía empezó a extenderse y hacerse popular con los
poetas provenzales, quienes cantaban en las Cortes de amor (entre éstas, son
famosas las de las reinas Leonor de Aquitania y las de María de Champagne) para
un público que desconocía la realidad de los simbolismos de sus versos y que,
sin embargo, glorificó sus composiciones sin comprender que los trovadores
aludían a su religión natal, en un código secreto, para librarse de las
condenas del cristianismo. En ese ambiente se forjaron poetas como Chrétien de
Troyes, iniciador de la literatura cortesana, quien en sus obras insertó
elementos de la retórica de los trovadores sin entender la simbología implícita
de la religión cátara; sus escritos adquirieron fama muy pronto e inspiraron a
poetas de toda Europa. San Francisco de Asís introdujo el amor trovadoresco en
el ámbito religioso y esta influencia alcanzó su clímax, más tarde, a finales
del siglo XVI, en la actitud de las composiciones de los grandes místicos
ortodoxos, como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, quienes también
fueron ávidos lectores de los libros de caballerías y, tras adoptar la retórica
cortés y caballeresca, vinculada a la herejía, la refinaron con una dimensión
trascendental en sus obras. El amor, en conexión con la religión, se expresó en
el cristianismo en la relación con Dios y el alma humana, durante la existencia
terrenal; pues la unión con la divinidad no era posible en el más allá, de ahí
el drama de los místicos y la adopción del lenguaje pasional de la herejía por
la ortodoxia, al estar separados del creador. Denis de Rougemont lo explica de
la siguiente manera:
[…] la herejía
planteaba la unión posible de Dios y el alma, lo cual implicaba la felicidad
divina y la desgracia de todo amor humano; mientras que la ortodoxia plantea
que la unión es imposible, lo cual implica la desgracia divina y hace posible
el amor humano en sus límites. De ello resulta que el lenguaje de la pasión
humana según la herejía corresponde al lenguaje de la pasión divina según la
ortodoxia[1].
La vida en la Edad Media era dura y
difícil, pues estaba llena de guerras, pestes, carestías, miserias y
opresiones. El anhelo de una vida hermosa se concentró en el amor a la mujer
desde el siglo XII hasta el XV[2]. En él se pretendía encontrar la más profunda
belleza y la dicha más excelsa. De manera que las virtudes sociales del trato
entre las personas, las virtudes cristianas y la erudición se hallaban
supeditadas a la aspiración del amor como un rasgo que infundía la ilusión por
vivir.
Sobre el freno de
rígidas normas morales se desbordaba una ansia de vida, cuyo índice máximo era
marcado por la preocupación amorosa con facetas desde lo más idealizante a lo
más chabacano. Todo el mundo parece vivir para amar, según se trasluce en las
relaciones psicológicas de aquellos hombres y mujeres, en sus actividades
cotidianas, sus diversiones y pesares, aunque nadie lo confiese sinceramente[3].
El ideal cortés se adaptó a las
necesidades de un mundo mejor, sobre todo, de los que pertenecían a la alta
burguesía. El término “cortés” subraya la clase social de los amantes, quienes
pertenecían a la nobleza. Debido a lo sublime del sentimiento amoroso,
únicamente el cortesano podía aspirar a este tipo de amor. Sin embargo, la
idealización de este sentimiento era tan elevada que no podía llevarse a la
práctica:
[…]: esta relación
consiste en que el caballero que ha puesto los ojos en una dama, a la que
considera como un ser superior y de la que no debe esperar necesariamente
“recompensa”, debe no obstante hacer mil sacrificios, miles de aventuras
increíbles por ella. Y si en algún caso se llega al contacto físico,
normalmente surge la tragedia o el matrimonio o, de cualquier manera,
desaparece tal amor, por lo que el amante o los amantes se hacen
“vulgares”[4].
La mentalidad de esta época estilizó
las formas, ennobleció el trato entre las personas y revistió el amor mundano
del oro y el oropel de las cortes, como un anhelo de una vida más bella,
primero con el ideal caballeresco y, más tarde, con el ideal del amor pastoril
que infundió en toda Europa el gusto por lo bucólico. Esa moda, propugnaba la
inocencia de la mujer y la idealizaba en una “dulce pastora de ingenua mirada”[5];
sin embargo, también fracasó pues, al igual que el amor cortés, trataba de
borrar todo nexo con la realidad.
El pensamiento idealista del amor cortés
tiene grandes similitudes con la doctrina platónica, recuérdese el trinomio
eidético al que debía aspirar el amante en el Banquete: Bien, Verdad y Belleza[6].
Asimismo, el que practicaba el amor cortés debía escoger una mujer que
encarnara y materializara la belleza, la bondad y todas las otras aspiraciones
difundidas por esta tradición. Aunque en este período no se conocía en Europa a
Platón, se lo estudiaba en otros lugares y sus ideas se habían extendido por el
mundo occidental[7].
Otros estudios relacionan el amor trovadoresco con la filosofía musulmana[8]; así,
el ideal del amor cortés se mezclaba con muchos motivos y estilos primitivos.
Este tipo de amor, ponderaba el sufrimiento en vida de los amantes, mediante
los obstáculos que impedían la unión matrimonial y la satisfacción carnal de la
pareja, como una manera de preservar la pasión y consagrar el amor, Eros, para
exaltarlo al infinito, hasta la muerte. Para la religión cátara, el amor, sólo
era posible en un más allá, lejos de las contingencias terrenas; la dama
representaba el reflejo de la divinidad, que debía de inspirar en el caballero
el perfeccionamiento interior de su persona y el desprecio por las alegrías
terrenales. El siglo XII es el período en el que se manifiesta con plenitud el
feudalismo y la caballería y, con ello, la sumisión por la dama, el
refinamiento, las maneras educadas, el cortejo paciente y las proezas caballerescas.
En contraste con los modelos
grecorromanos, que repudiaban el amor como enfermedad, por considerarlo como un
impedimento para el hombre en su desenvolvimiento en la vida diaria; en la
época medieval el amor, Eros, es dignificado y concebido como una meta en sí
misma que engrandecía el espíritu del caballero mediante el sufrimiento.
Los valores del ideal caballeresco tales
como la nobleza, la virtud y la igualdad fueron estereotipados y únicamente
teóricos, pues nunca tuvieron proyección social. La noción de igualdad sólo se
aplicaba a la idea acerca de la inevitabilidad de la muerte, y no a la esfera
pública[9].
Detrás de este ideal se ocultaba la codicia, la soberbia y la violencia de las
personas que gozaban de cierto poder. Felipe el Bueno tenía la costumbre de casar a los nobles de clase inferior o
servidores de su casa con las viudas o las hijas de ricos burgueses sin su
consentimiento. Los padres casaban a sus hijas tan pronto como les era posible,
para escapar a este tipo de obligaciones[10].
En cambio, para la religión cristiana,
el amor entre el hombre y la mujer es posible en esta vida, por eso creó el
sacramento del matrimonio, basado en el interés material y social que se
imponía a los esposos sin que se consideraran sus sentimientos; se esperaba que
surgiese el afecto mutuo o Ágape, que tenía un aspecto espiritual y que
conducía a Dios, pero no el Eros cortés que se manifestaba en las relaciones
extramatrimoniales, especialmente en los torneos medievales. En estas
competencias, los caballeros debían de superar a sus adversarios para ganar lo
que estaba en juego, o sea, la dama. El senior
o jefe de la casa, admitía que su esposa fuera el centro de la competición, en
una situación lúdica. La dama decidía conceder sus favores a quien considerara
mejor caballero[11].
Estas situaciones, aunque ilusorias, tenían un carácter erótico y eran motivo
de casos de adulterio y, por supuesto, los condenaba la iglesia.
Se sabe que el
matrimonio, en el siglo XII, se había convertido para los señores en una simple
y pura ocasión de enriquecerse y de anexionarse tierras dadas en dote o
esperadas como herencia. Cuando el “negocio” funcionaba mal, se repudiaba a la
mujer […], el amor cortés opone una
fidelidad independiente del matrimonio legal y fundamentada sólo en el
amor. Llega incluso a declarar que el amor y el matrimonio no son compatibles[12].
El amor para la religión cristiana se
reduce a la procreación de los hijos, la mujer era rechazada si resultaba ser
estéril. En caso de adulterio, era expulsada sin poder defenderse; algunos
esposos se mostraban tan fieros que, ante la más leve sospecha de infidelidad,
mandaban a matar a sus mujeres, a veces sólo por el deseo de una nueva esposa o
concubina[13].
El acto carnal estaba visto como algo malo, incluso en el interior de las
relaciones conyugales. El placer sexual entre los esposos estaba sujeto a las
prohibiciones de las celebraciones de la liturgia y al ciclo de la mujer, por
lo que la pareja sólo podía disfrutar del placer carnal en determinados
momentos. El caso de San Luis, rey de Francia, ofrece un ejemplo de esta
prohibición, el monarca respetaba todas las prescripciones de la Iglesia, se
abstenía de las relaciones sexuales durante los días dedicados a los santos y a
las ceremonias litúrgicas, se dedicaba a la oración y no tenía relaciones
sexuales con su esposa durante la menstruación. Cuando le asaltaban las
tentaciones, durante los días de continencia, trataba de distraerse hasta que
sucumbía su voluptuosidad. Se decía que el rey poseía gran temperamento y que,
cuando lograba reunirse con su esposa, su madre, la reina Blanca, hacía lo
imposible para que su hijo no estuviera a solas con su mujer.
Joinville señala que,
durante los períodos en que se permitían las relaciones sexuales, el rey no se
encontraba con su mujer únicamente por la noche. La veía también durante el
día, lo cual disgustaba mucho a su madre, Blanca de Castilla, que en cuanto
tenía noticia del encuentro de la pareja intentaba reunirse con ellos para que
dejasen de retozar[14].
La vida en la Edad Media se encontraba
saturada de contenido religioso, el
hombre de este período se hallaba en tensión frente a dos polos en relación con
la religión: por un lado, en el ámbito de la fe, practicada con asiduidad, y
que llegaba, incluso, a lindar con lo sublime, pero que en ocasiones
desembocaba en lo ridículo, debido a la exageración prolija de sus mandatos.
Por otro, la esfera de lo mundano, en la cual los devotos se abandonaban por
completo al pecado: la tiranía, la villanía, la lascivia y la violencia, entre
otros excesos. Aunque después, retornaban al seno de la iglesia arrepentidos,
infligiéndose las penitencias más severas y haciendo oír interminables misas
por el perdón de sus almas.
Es
una tensión entre dos polos espirituales, que apenas es posible al espíritu
moderno. Esta posibilidad es perfectamente compatible con el expreso dualismo
que hay en la fe en un reino de Dios, al que se opone, separado por un abismo,
el mundo del pecado. En el espíritu medieval son absorbidos por la religión
todos los sentimientos más elevados y más puros, mientras que los impulsos
naturales y sensibles son arrojados conscientemente y tienen que descender al
nivel de una vida mundanal, despreciada como pecaminosa. En la conciencia del
hombre medieval fórmanse y coexisten, por decirlo así, dos concepciones de la
vida, abandonada por completo al diablo si una de las dos lo domina todo,
tenemos delante al santo o al pecador desbocado; mas por lo regular se
contrapesan mutuamente con grandes oscilaciones, y así vemos cómo los
magníficos pecados de aquellos hombres apasionados hacen brotar a veces en
ellos con tanta más vehemencia una religiosidad desbordante[15].
II.
Vida
y literatura
En
el ámbito del amor con respecto a la literatura, el Roman de la Rose (El libro de
la Rosa) surgió en Francia en el
siglo XIII y fue una obra muy importante, puesto que dominó por completo las
formas del amor aristocrático. Los poetas acudían a ella una y otra vez, debido
a su enfoque abarcador de toda la cultura desde varias perspectivas, ya fuera:
legendaria, litúrgica, profana, ideal y real en relación con el amor. En esta
obra, el amante logra obtener el amor de su amada hasta sus últimas consecuencias,
en oposición al mito del amor desgraciado. En el primer apartado, el de
Guillermo de Lorris, escrito hacia 1230, se muestra la posición idealista; para
alcanzar el favor de la dama, el amante debe acatar cierta moral (cortés) y
trabajar en el refinamiento de su espíritu. En la segunda parte, escrita
alrededor de 1275 por Jean de Meun, se observa una tendencia al realismo, ya
que pone en duda los valores, conceptos y refinamientos del primer apartado
mediante el empleo de la burla y de las frases en doble sentido. Se muestran
temas y términos religiosos extrapolados al ámbito amoroso y al erótico, así
como la proliferación del uso de la alegoría. La continuación de Jean de Meun
tuvo gran trascendencia e influencia en la literatura por su visión cínica y desencantada
de la vida.
De esta forma, los ideales de la
religión, de la literatura y del contexto social tienen estrecha relación, ya
que respondían a la necesidad de ver realizada una determinada forma de vida.
El anhelo de la santidad, la elaboración de una determinada retórica y el deseo
de una vida hermosa, encontraron su antítesis al enfrentarse con la vida real o
con determinada postura, que rechazaba las pretensiones del ideal. Esta visión
dual, reflejo de los conflictos imperantes en los diferentes estratos,
contribuiría en gran medida al surgimiento de los poemas de debate. Aunque
existen datos históricos que señalan que este tipo de disputas ya existían en
las antiguas culturas árabes y hebreas, en algunos escritos en latín[16].
Otro factor importante fue la traducción
al latín de obras de Aristóteles y filósofos árabes y judíos durante los siglos
XII y XIII, lo cual ejerció una importante función en el desarrollo del
pensamiento europeo. Debido a la influencia de la ciencia Aristotélica, la
sexualidad es liberada del pecado y, en cambio, es admitida como algo inherente
a la naturaleza humana. La predilección
por el género del debate se desarrolló en el ambiente universitario como
ejercicio académico, los temas versaban sobre asuntos serios, en primera
instancia y, después, sobre asuntos burlescos. La enseñanza de los contenidos
de la Escolástica y las ideas de Aristóteles perfeccionaron el arte de la
disputa, dentro y fuera de la universidad medieval, por lo que los contenidos y
los cuestionamientos de los temas fueron enriqueciéndose. Algunos de los
asuntos en los que se centraban eran los siguientes: quién vale más como
amante, un clérigo o un caballero; las bondades del vino sobre el agua; la
culpabilidad del cuerpo o del alma, entre otros[17].
Así se desarrolló el género de la poesía
medieval de debate, uno de los más populares en la literatura medieval, el cual
es muy cambiante y ajustable a diversas temáticas y formas[18],
entre las primeras se encuentran los fabliaux
(adaptación del debate francés) de contenido erótico y humorístico, en los que
se observa el conflicto instituido entre dos partes, podían ser figuras de la
vida real o personajes alegóricos, que enfrentan sus diferentes posturas
respecto a un asunto, cada cual emplea la pregunta y la respuesta, derivada de
modelos provenzales[19],
para hacer surgir la verdad.
A partir de
principios del siglo XII, en pleno triunfo del amor cortés, aparece esa
tendencia contraria, que glorificará la voluptuosidad exactamente con el mismo
exceso que la otra aporta a la glorificación de la castidad. Fabliaux contra poesía, cinismo contra
idealismo[20].
Un antecedente de este tipo de
composiciones también puede encontrarse en los Diálogos de Platón, pues ambos tienen por objeto develar la verdad
acerca de un tema, por medio del examen, de las experiencias y del análisis de
casos concretos de los interlocutores. La obra más antigua de este género,
escrita en castellano, es la Disputa del
alma y el cuerpo, puede que haya sido compuesta a finales del siglo XII[21],
de la cual los poetas posteriores heredaron el modelo y lo adaptaron con
múltiples innovaciones a finales del siglo XV en España, cuando se renovó el
interés por los poemas de debate[22].
El influjo de la doctrina aristotélica
no se hizo esperar en los contenidos, en la conceptualización sobre el amor y
en la manipulación de este concepto, pues el Amor adquirió nuevas formas en la
elaboración de los temas y las estructuras literarias hacia finales del
siglo XIV y en el XV que preludiaban el
advenimiento de un nuevo período: el Renacimiento.
España no fue la excepción, pues
surgieron producciones acerca del amor que pretendían explicar su existencia,
tanto en la obra literaria como en su desarrollo y en sus circunstancias
concretas. Fueron intentos por integrar todo lo que concierne al amor humano y
al divino, en conexión con el pasado y el presente, desde la perspectiva de la
experiencia y de las circunstancias que rodeaban a esta nación en el siglo XIV.
Este afán se expresa en las obras de Alonso de Madrigal, “El Tostado”, entre
las que destaca el Breviloquio de amor y
amiçiçia, que sirvió como punto de referencia para la creación de futuras
producciones literarias, ya que sus derivados adquirieron una estructura común
en su desarrollo. En el ámbito universitario, se escribieron obras en polémica
con posturas sentimentales, sobre todo con las idealistas, que repetían los
mismos patrones estéticos y estilísticos, así como los mismos conceptos y las
mismas técnicas que pervivirían, incluso en el siglo XV, como puede observarse
en el Cancionero General, que se
centra en la filosofía del amor cortés, aunque pueden encontrarse composiciones
de carácter político, burlesco o festivo, en menor medida[23].
El nuevo espíritu ridiculizó y elaboró parodias de los géneros serios
transformándolos en elementos burlescos, con lo cual introdujo nuevas
posibilidades de expresión e hizo posible que las composiciones no parecieran
tan trilladas y fatigosas.
En manos de
estudiantes […] el pensamiento se convierte sencillamente en literatura. Es
cierto que los contenidos persisten. Sin embargo, la parodia de ese saber
─parodiado por el alto respeto que merece, claro está─ y la manipulación, más
retórica y literaria que de sentido, produce especímenes literarios nuevos. […]
De hecho, pensamos que de forma ininterrumpida en la tradición occidental el tratadismo
amoroso ha ido expresándose muy a menudo en clave humorística o relativizando
sus principios doctrinales por medio de la parodia[24].
Los cambios sociales y políticos se
reflejaron en la literatura, en la visión de escritores que veían el mundo de diferente
manera. El contacto cultural entre España e Italia se intensificó a mediados
del siglo XV, por lo que numerosos escritores españoles residieron en Italia y
convivieron con los literatos de este país. Influenciados por la nueva
retórica, quisieron adaptarla a sus escritos, pero la poesía española del siglo
XV todavía se encontraba dominada por las reglas de la lírica juglaresca[25].
Ejemplo de lo anterior, es el Cancionero
de Hernando del Castillo de 1511 que guarda una estrecha relación con la Edad Media,
pero que tiene, a su vez, influencia renacentista.
Conclusión
La
Edad Media, amén de los referentes históricos que legó a Occidente, heredó una
visión del amor donde se conjunta un perfil del hombre y sus aspiraciones, de
su realidad y de su contexto íntimo y externo. Tales fines tuvieron cabida
estética y moral en la literatura, la pintura y el desarrollo social.
De acuerdo con lo anterior, se puedo
hacer una síntesis del amor en este período, atendiendo a los siguientes
postulados:
a. El
amor está subsumido a la fe a través del
cristianismo.
b. El
amor, en tanto experiencia carnal o prohibición, aparece como el deseo de una
realización del ser humano.
c. El
amor como punto de análisis del conocimiento del ser humano, permeado por el
influjo de la doctrina aristotélica.
A través del desarrollo de esta investigación,
se puede argüir que el amor, en la Edad Media, comporta varios sentidos y tiene
distintas influencias y expresiones, como se aprecia en la interrelación de lo
cátaro y lo cristiano en el pensamiento místico, donde se mezcla la ortodoxia
con la herejía. Esto, con el paso del tiempo, y con las distintas expresiones
del ser humano, ha influido en el comportamiento y en las maneras de aprehender
y expresar el amor, tanto en el individuo como en algunos períodos socio-
literarios.
Bibliografía
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lenyvilla_759@hotmail.com
[1]Denis de Rougemont, El amor y occidente, Barcelona, Kairós,
1999, p. 172.
[2]Johan Huizinga, El otoño de la Edad Media, Madrid,
Alianza Editorial, 1988, p.154.
[3]Georges Duby, El amor en la Edad Media y otros ensayos,
Madrid, Alianza, 1964, p. 131.
[4]Juan Victorio, El amor y el erotismo en la literatura
medieval, Madrid, Editora Nacional, 1983, p. 37.
[5]Georges
Duby, op. cit., p. 125.
[7]Irving Singer, La naturaleza del amor, t. II, Cortesano y romántico, México, Siglo
Veintiuno, 1992, p 55.
[8]Ibid, p. 65.
[9]Johan Huizinga, op. cit., p. 89.
[10]Ibid,
p. 85.
[11]Luis Bonilla, El amor y su alcance histórico, Madrid,
Revista de Occidente, 1998, p. 67.
[12]Denis
de Rougemont, op. cit., p. 34.
[13]Jean Verdón, El amor en la Edad Media, Barcelona, Paidós, 2006, p. 65.
[14]Ibid, p. 41.
[15]Johan Huizinga, op. cit., p. 254.
[16]Lourdes Simó, Juglares y
espectáculo. Poesía medieval de debate, Madrid, DVD, Ediciones Los Cinco
elementos, 1999, citado por Verónica Montserrat Macho Morales, en Un acercamiento a la poesía de debate en
Elena y María, Tesina de licenciatura, UAM-I, México, 2006, p. 9.Véase, http://148.206.53.231/UAMI12741.PDF, consultado el 26/04/2013.
[17]Enzo Franchini, Los debates literarios en la Edad Media,
Madrid, Ediciones del Laberinto, 2001, p.
11.
[18]Véase la reseña de Alejandro
Higashi, “Juglares y espectáculo. Poesía medieval de debate” en Nueva
Revista de Filología Hispánica, México, El Colegio de México, 2000, p. 407,
en: http://redalyc.uaemex.mx. Consultado el 26/04/2013.
[19]Alan Deyermond, Historia de la literatura española. Edad
Media, Barcelona, Ariel, 1971, p. 334.
[20]Denis
de Rougemont, op. cit., p. 191.
[21]Alan
Deyermond, op. cit., p. 138.
[22]Ibid, p. 334.
[23]Álvaro Alonso, Poesía de cancionero, Madrid, Cátedra,
1986, p. 11.
[24]Pedro Cátedra, Amor y pedagogía en la Edad Media,
Salamanca, Universidad de Salamanca, 1989,
p. 14.
[25]NathalieKasselis-Smith, Los juegos del amor y del lenguaje en la
obra de Antón de Montoro, Rodrigo de Cota y Fernando de Rojas, Madrid,
Editorial Pliegos, 2004, p.26
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