.
Javier Ortiz Aguilar.
Los acontecimientos y/o procesos históricos adquieren
relevancia y significación por sus rupturas.
Esta es la razón de la periodización. Por supuesto cada época marca los límites
a los procesos, partiendo de su específica concepción del tiempo. En muchos
siglos de la civilización, la idea del tiempo es natural, se desprende de la
dinámica de la naturaleza:: un eterno retorno.
Esta concepción se supera con el cristianismo que incorpora el concepto del
tiempo histórico, con un carácter lineal, cuyo sentido responde al plan divino
de la salvación. Esta idea permea la modernidad, pero ahora con el sentido
secular del progreso.
Los
descubrimientos de la física nuclear, obliga a la reconsideración de la
temporalidad histórica. La aportación de Braudel, que revoluciona el hacer y el
pensar de la historia, consiste en encontrar las dimensiones del tiempo,
eliminando sí los sentidos trascendentes o inmanentes. En pocas palabras, para el historiador
francés, no existe el tiempo histórico independientemente de los
acontecimientos y procesos. Con esta visión asume las concepciones de la
temporalidad de la física nuclear, que rompe con el carácter lineal del tiempo.
En esta perspectiva descubre las dimensiones del tiempo histórico. Este
descubrimiento rompe con las formas tradicionales de establecer periodos..
Estas son: el tiempo estructural, o tiempo largo; el tiempo social, o tiempo
medio, y el tiempo del acontecimiento, o tiempo corto
Bajo esta
perspectiva es posible afirmar que hay un tiempo largo comprendido entre la
Revolución de Ayutla y el régimen del Gral. Porfirio Díaz. Este periodo es
producto del conflicto armado entre dos proyectos; el liberal y el conservador,
uno en su intento de modernizar el país y, el otro, por conservar los
privilegios,, pero también los valores de una sociedad precapitalista. Y sobre
este conflicto giran las intervenciones extranjeras, la heroicidad de un
pueblo, la grandeza de sus dirigentes: “Los hombres, como el acero, escribe
Ignacio Altamirano, El libro Rojo, se
templan en el fuego.”[1]
I
El
conflicto se supera con la dictadura de Díaz. El nuevo poder no puede negar su
origen liberal ni el proyecto de consolidar el estado nacional, es decir,
monopolizar la violencia legítima, mediante la subordinación de poderes que se
mantenían al margen del orden secular. Por esta razón reconoce su origen
liberal, el mito fundacional de la república
restaurada, y a la vez, la necesidad de eliminar el conflicto, mediante una
apología del orden. El proyecto lleva a incorporar el positivismo francés
primero y el inglés posteriormente. La incorporación no es mecánica. Por el
contrario es el resultado de una fértil reflexión teórica, que conduce a la
percepción mexicana del positivismo europeo[2].
Gabino
Barreda, jurista y científico poblano, expone con claridad una percepción
original del positivismo mexicano. Para él el positivismo, la conciencia
científica de la modernidad, no se opone a los logros de la reforma liberal. La
separación de la iglesia y el estado, las desamortización de los bienes
eclesiásticos y civiles, constituyen un acontecimiento histórico digno de
conservarse. El culto a la reforma liberal la hace evidente: “Porque
al separar enteramente la Iglesia del Estado; al emancipar el poder espiritual
de la presión degradante del poder temporal, México dio el paso más avanzado
que nación alguna ha sabido dar, en el camino de la verdadera civilización y
del progreso moral y ennobleció, cuanto es posible en la época actual, a ese
mismo clero que sólo después de su traición y cuando Maximiliano quiso
envilecerlo, a ejemplo del clero francés, comprendió la importancia moral de la
separación que las Leyes de Reforma habían establecido. Y protestó, tarde como
siempre, contra la tutela a que se le sujetó. Y suspiró por aquello mismo que
había combatido.”[3]
Si bien el régimen es capaz de eliminar el conflicto
.humanismo liberal y orden positivista, no supera las contradicciones entre los
herederos de la Reforma y los intelectuales que emergen en el nuevo orden. Por
supuesto esta confrontación de concepciones y de prácticas queda enclaustrada
en las reducidas comunidades ilustradas de nuestro país. Existe un punto de
convergencia entre porfiristas y liberales, consolidar el monopolio de la
violencia legítima, mediante la separación del poder religioso y el poder
secular, y la desamortización de los bienes eclesiásticos y civiles. La
divergencia reside en la concepción cientista de la libertad. Gabino Barreda,
haciendo la analogía de la caída de los cuerpos, señala que solo hay libertad
cuando las cosas están sujetas a las leyes de la física, así el hombre es libre
si se somete a le ley. La negación de la diferencia entre los fenómenos
naturales y los acontecimientos, no solo implica limitar el conocimiento
histórico, sino también anular la posibilidad del cambio emancipador.
II
En este contexto subyace una contradicción entre los liberales puros supervivientes de la
Reforma y los positivistas porfirianos sobre la función educativa de la
historia patria. Un documento que pone en evidencia esta divergencia es sin
duda, la crítica de Guillermo Prieto a la Guía
metodológica para la enseñanza de la historia de Enrique C, Rébsamen[4]
Con un manifiesto respeto al fundador de la Escuela
Normal Veracruzana, por orientar sus esfuerzos a la consolidación del monopolio
de la violencias legítima en el estado porfirista y la secularización del
pensamiento mediante la educación, manifiesta sus discrepancias. En su artículo
no regatea sus aportaciones: “(…) los excelentes trabajos de pedagogía y los
razonados frutos producidos por la dedicación y esmero del señor Rébsamen en el
Estado de Veracruz (…)”. El calificativo de “eminente profesor”, se repite
constantemente de diversas maneras a lo
largo del breve documento.. Por esas razones “con repugnancia”, dice Prieto, expone
sus observaciones sobre la citada Guía metodológica.
Si bien el político liberal reconoce los avances de una
teoría pedagógica fincada en la distinción de los intereses particulares de la
infancia, y en atención a ellos, la eficacia de las biografías en el estudio de
la historia, incluso cita a Fénelon para fundamentar su aserto: “Haced hablara
a todos vuestros personajes, los niños que tienen imaginación viva, creerán
verlos y oírlos”[5].
También aplaude la recomendación del uso de mapas, porque permiten el
desarrollo de la intuición y las capacidades de asociación con el entorno.
El núcleo del
conflicto reside en los fundamentos contradictorios de la historia. Mientras
Rébsamen postula la imparcialidad de la historia, y en consecuencia la
tolerancia con los partidos conservador y liberal; Prieto considera la
militancia y el compromiso en el estudio de los conflictos políticos, origen de
la nación mexicana. No se trata de sembrar rencores y venganzas en las nuevas
generaciones, sino en formar la conciencia ciudadana capaz de defender las
conquistas logradas en luchas anteriores: “Y cómo hacer patentes los beneficios
de la Independencia sin señalar los horrores del fanatismo, lo despótico y
cruel de las clases privilegiadas, las extorsiones del monopolio y del estanco
y tanto y tanto de atraso arraigado, cultivado y con acerbos frutos en la desventurada Colonia?”[6]
III
En la actualidad, en un mundo donde
priva la incertidumbre, y en
consecuencia, la negación de la legitimidad de la historia; la discusión sobre
la orientación de la enseñanza de la historia, vuelve con la misma fuerza. Por
una parte los tecnócratas que insisten desantropologizar la historia,
explicándola a partir de la lógica del sistema, y por otra, los maestros que
insisten en encontrar en el pasado, la carga histórica que posibilite el
tránsito a una sociedad democrática.
[1] Altamirano Ignacio
[2] CFr. Zea, Leopoldo.
[3]
Barreda, Gabino. Oración cívica. http://www.ensayistas.org/antologia/XIXA/barreda/
[4]
Prieto, Guillermo. “Curso de historia. Un libro del señor Rébsamen”. En Prieto
Guillermo. Instrucción pública. Crítica
Literaria. Ensayos”. Obras Completas XXVII. México, Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes / Dirección General de
Publicaciones; 1995; pp 216-227
[5]
Prieto, Guillermo. Obra citada 218
[6]
Ibídem 219
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