Silvestre Manuel Hernández*
Para Leny Andrade Villa, con cariño
Introducción
Las
transformaciones económicas, políticas, científicas, sociales y culturales de
la primera década del siglo XXI, han revelado la exigencia de una conformación
social sustentada más en el conocimiento y la cultura que en decisiones
políticas que, de facto, sólo velan por intereses particulares. En este
sentido, la prioridad para el desarrollo social y humano, presupone un saber
sobre los engranajes que mueven al Estado, y tener la disposición razonada del deber hacer
para llegar a la cohesión social.
Al
respecto, el imperativo expreso es posibilitar una educación de calidad,
entendiendo esto como “lo óptimo”, “lo deseable”, para el individuo y el bien
común. Pues la calidad educativa se manifiesta en la competencia del egresado
en su área y, por consecuencia, en un
logro de las metas sociales proyectadas. Es decir, el engrandecimiento de
la sociedad y de los individuos es directamente proporcional a la calidad
educativa que impartan las Instituciones y el Estado.[1]
Tal educación necesita una nueva consciencia sobre lo que se debe hacer en lo
personal y para el país.
En este panorama se inscribe la obra que
analizaré y los problemas coyunturales a la misma. Aunque no se especifique de
manera formal en el prólogo, el libro Tlanestli.
Diálogo entre docentes,[2]
está estructurado bajo tres principios: 1. Tópicos de carácter ensayístico
sobre diversos temas, literatura, reseñas de libros, cuestiones de historia
nacional, y regional del estado de Veracruz;
2. Creación literaria, poesía y relato; 3. Aspectos educativos. Cada una de las
variantes presupone un diálogo con la Cultura y con el
otro,
si apelamos a la formación de tales conceptos en el origen de la Weltanschauung de
Occidente, es decir, a la tradición clásica del pensamiento griego y de sus dos
exponentes por excelencia de la paideia:
Sócrates y Platón. Lo es, en el sentido de que ellos nos mostraron que las
ideas necesitan de un interlocutor para confrontarse y debatirse y que, gracias
a esto, se forja el ideal de la educación y se acerca uno a la verdad;
asimismo, se templa el espíritu y se valora lo ético. No en vano, la dedicación
de la obra en estudio enfatiza: “A quienes están convencidos que leer y
escribir constituye una actividad de recreación y desarrollo humano” (p. 6).
En
este contexto, voy a dividir mi exposición en tres apartados y en tres diálogos
tácitos: con el texto, con el capital cultural presupuesto, y con ustedes. La
hipótesis que guía el trabajo es que la educación precisa no sólo de marcos
teóricos y político–sociales para su funcionamiento y aprehensión, sino de
creatividad y voluntad para diseminarla en las distintas esferas del quehacer
humano.
I.
Presentación
y problemática contextual
En
el discurso introductorio de Diálogo
entre docentes, Víctor Manuel Vásquez Gándara y Carlos
Antonio Vásquez Gándara nos orillan a una discusión que, en el fondo, rebasa lo
educativo. Sintetizo, de acuerdo con los juicios de los autores:
Ante los cambios del
mundo, el sistema social global subordina y orienta el sistema educativo, es
decir, los sistemas educativos se convierten en subsistemas del sistema global.
Esto, debido a las políticas modernizadoras, donde la educación aparece como una
pieza más del engranaje instituido, con dos preguntas centrales por responder:
¿Cuáles son los resultados de la modernización educativa? ¿El “cambio” genera
la formación de valores; si es así, cuáles son los verdaderos fines y medios de
la educación? (pp. 9 – 12).
Lo anterior, contemplado en perspectiva,
se inscribe en el cuestionamiento de lo postmoderno, no sólo de la educación y
sus medios de explicación y difusión, sino de los sujetos y su ser y hacer.
Esto, hipostasiado en las tesis de Jean–François Lyotard, Michel Foucault,
Roland Barthes y Jacques Derrida, donde los grandes relatos que guiaron
Occidente han desaparecido; los discursos están anegados de un poder que no
detenta nadie, pero sí somete a los individuos y establece formas
comportamentales para los mismos; ya no hay autores ni sujetos de los textos,
pues todo es un entramado verbal; ahora, lo prevaleciente es la desconstrucción
y los márgenes y pliegues del discurso.
Así, cómo hacer frente a algo tan decantado
por la historia, la ciencia y la tecnología, en alguna o varias de sus
expresiones, como es la educación que, paradójicamente, necesita de ellas y de todas
las disciplinas cognitivas para “educar al ser humano y forjarle valores” en
cada una de sus actividades sociales y personales.
En
el aspecto sociológico, la educación tiene el reto de traspasar los obstáculos
de la “modernidad líquida” y afianzar el humanismo de raíz greco–latina y
renacentista. Sí, de nuevo “lo humano” ante todo. Zygmunt Bauman diagnostica la
actualidad como una “modernidad líquida”, metáfora de lo inaprehensible de las
cosas, aun del conocimiento, el cual tiende a convertirse en una mercancía más
del consumismo imperante. Tal parece que lo definitorio de nuestro tiempo es la
novedad, lo transitorio, lo desgastable y renovable casi al instante. Ante
esto, la educación tiene la prioridad de volver al conocimiento de la verdad útil para toda la vida, y
hacer a un lado la noción del conocimiento “válido” mientras no se diga lo
contrario, el de “usar y tirar”.[3]
Por
consiguiente, la educación, en la sociedad líquida, debe concebirse como la
posibilidad de liberar al hombre del destino nefasto de la pobreza y la
ignorancia, entendidas en su amplitud significativa, pues es la lucha constante
frente a la fatalidad de lo transitorio e insubstancial del mundo tecnificado y
vacío de sentido: es
un regreso a la pervivencia de lo humano. Así, la educación tiene la enmienda
de dialogar con las distintas manifestaciones de los sujetos, extraer lo común
y resaltar lo que engrandece.
De
este modo, es necesario que la educación brinde las posibilidades para crear
las condiciones humanas, idóneas, para la formación de sujetos instruidos y
participativos en la construcción de un orden social más justo y pleno. Además,
hay que tener en cuenta el fundamento ético, presente en todas las dimensiones
del ser humano, el cual es un imperativo categórico omniabarcante en las
esferas pública y privada de los sujetos. La eticidad educativa no puede ser
desplazada en la modernidad líquida, pues abre un abanico positivo para el
desarrollo humano y para una mejor valoración de la ciencia y la técnica.
II.
El entramado
dialógico
En
sentido propio, uno, como lector, se puede preguntar por la razón de conformar
un texto donde se mezclan varios géneros, el ensayo literario e histórico, la
semblanza biográfica, la crónica, el relato, la poesía, la reseña y el trabajo
de corte académico de difusión, bajo el título de Diálogo
entre docentes. Y, también como lector e investigador,
aventuro una respuesta: debido a que ninguno de los escritos tiene la
estructura formal de una “investigación científica” sobre los particulares
rotulados, lo cual no es un demérito para la obra en conjunto, el Leiv motiv,
independiente del concebido por el coordinador de la edición, es que en cada
uno de ellos está implícita la semilla de la educación, en sentido amplio; es
decir, transmitir un conocimiento, comunicar una experiencia de vida, hacer
saber algo sobre lo humano: lo sensible, lo racional, los deseos individuales y
colectivos, los obstáculos propios y externos; pero siempre, patentizar el
anhelo de ser mejores gracias a la lectura y la reflexión.
Ahora bien, la estructura del libro se
puede diseccionar en tres bloques, de acuerdo con la proximidad de los géneros
y los problemas abordados en los escritos.
- Una
serie de textos se pueden agrupar bajo el rubro del ensayo, entre ellos encontramos
lo inmarcesible de “Abelardo y Eloísa: Relato de una pasión medieval” y
“Las cárceles de José Revueltas”; las reseñas a “Historia de la masonería
en México, una obra imprescindible”, “México
profundo, una civilización negada, de Guillermo
Bonfil Batalla”, “Los
valores en la ciudad secular cobra plena vigencia y
despliega todo su valor”, “La prensa y los libros de la colonia y su
influencia en la cultura de Orizaba”; la degustable crónica–ensayo, “La
Atenas veracruzana”. La construcción de Xalapa como “ciudad cultural”; el
ensayo “México y su Independencia. Los movimientos por la independencia
antes de 1810”, y se termina con el comentario “Bicentenario: ocasión de
propuestas y realizaciones”, de Víctor Manuel Vásquez Gádara. En todos
estos trabajos pervive la visión del autor. Pero también lo que Barthes
entiende por escritura, la que, en general, es un diálogo, pues: la escritura
es una función que abreva en los distintos espacios del lenguaje, hasta
devenir entramado cuyo referente es el mismo lenguaje.[4]
De todo esto, nos queda la mirada del escritor atento, que busca en el
pasado la enseñanza o el por
qué de un hecho que
nos sigue hablando, nos enseña o nos cuestiona el ahora.
- La
segunda sección la integra el quehacer literario, encabezándola el
“Monólogo de Nezahualcóyotl”, seguido por “Zenobio”, relato sobre una
“lección de vida” en la enseñanza básica de la lectura; a continuación, el
soneto “Aire de Veracruz”, y la “Carta a Pablo Neruda”, que deviene una
experiencia de amor ante la lectura; cierra el apartado el relato “La
última lección para su alumno”. Aquí, lo fundamental es darse cuenta que
la creación verbal es otra forma de dialogar con el yo
que compartimos todos, es decir, es un acercamiento comunicativo con la
sensibilidad empática del tu
y yo
de cualquier comunidad. Y es también otro medio para educar, ya sea a
través de la anécdota tácita o del mensaje estructurado que todo escrito
comporta.
- El
resto de los trabajos atañen a lo educativo. Abre el apartado la semblanza
biográfica del maestro veracruzano Carlos A. Carrillo, quien “defendió el
derecho de los niños a una formación integral y armónica, racional y
científica, objetiva, realista y práctica, graduada y adaptada a sus
intereses” (p. 50). Después nos encontramos con “Una práctica de libertad”,
de Raúl Hernández Viveros, quien se adentra en los problemas internos y
externos de hacer investigación y cómo ésta va al parejo de la educación,
pues, para él: “la investigación constituye la aventura intelectual de la
experiencia existencial, y respalda a la educación como la graduación y
maestría de la vida” (p. 140). En el ensayo “La educación rural que
impulsó la Revolución Mexicana”, Lisardo Enríquez nos recuerda el inicio,
funciones y cancelación de las Escuelas Normales Rurales; todo, inscrito
en el ambiente político de 1921 a 1940. El texto de divulgación,
“Planeación y planeación por competencias” de Carlos Vásquez Gádara,
expone el problema a que se enfrenta el docente al momento de organizar
sus actividades, ya que un correcto ejercicio de las mismas reincidirá en
el aprovechamiento del educando. El artículo, “El docente como facilitador
del proceso de aprendizaje”, habla sobre la importancia de que el docente
adquiera las competencias necesarias para transmitir el conocimiento a los alumnos. “La vinculación en el
sector educativo de Veracruz”, aborda la importancia de relacionar la
educación con los sectores productivos, en aras de una retroalimentación y
crecimiento. La noticia sobre el “Reconocimiento a la excelencia: Centro
Regional de Educación Superior “Paulo Freire”, lo dice todo el título
mismo. Esta división, y el libro, concluye con “Los valores y la
universidad pública”, en el cual se hace una reflexión sobre los vicios y
errores de las instituciones y sus políticas, pero también sobre “lo que
vale la pena defender”, tanto en el sector educativo como en lo que los seres
humanos aprehenden y ejercen en la vida: aquello que los dignifica, que los
hace valer.[5]
De acuerdo con las ideas precedentes,
podría argüirse que los profesores son intermediarios de la cultura, pues
actúan a partir de un pasado que conforma el ser del educando, y un presente
que delinea la posibilidad de un porvenir mejor. Por esto, el aprendizaje no se
restringe a la repetición mecánica de enunciados, fechas y fórmulas, sino que
engloba la comprensión y la explicación del pasado, del presente, y de aquello
que inquieta la mente, los procesos lógicos y la imaginación, individual y
colectivamente, de los sujetos.
III.
La
disyuntiva
Como
esto es un diálogo, quiero manifestar algunas inquietudes sobre la educación.
Gracias a la educación, el sujeto
adquiere consciencia de “su lugar en el mundo” y en la sociedad, de su actuar para–sí y hacia–el–otro, y
construye estructuras mentales para explicar (se) la simbología que impregna
los discursos, los cuales le han construido una subjetividad y le han permitido
dar una razón de su entorno cultural y material.[6]
En
esta directriz, se debe considerar que lo importante del proceso educativo es
que el individuo comprenda lo representado en cada etapa de la educación, es
decir, lo trascendente es la representación del objeto de conocimiento, desde
un marco significativo: ¿por qué? ¿para qué?.
Especifico los marcos significativos:
El ¿Por
qué?, da una razón de la estructura y funcionamiento de “lo que se conoce”.
El ¿Para
qué?, remite a su función práctica en problemas o casos concretos.
Por lo tanto, el sentido
inicia con el ¿por qué?, pasa al ¿para qué?, y se inserta en una cuestión ética
y humanista, el valor,[7]
que no sólo tiene que ver con el valor inmediato y rentable del conocimiento,
sino con el valor de ser un producto humano que debe ayudar al engrandecimiento
del Hombre.
Amén de esto, el conocimiento tiene una
intención, consistente en dar un por qué y un para qué, que lleve a más conocimiento.
Por su parte, la intención de la educación es transmitir el conocimiento que
posibilite explicar el entorno del hombre y al hombre mismo.
Conclusión
Las
políticas económico–administrativas influyen de forma importante en los modelos
educativos y, por ende, en la manera en que los educandos percibirán el mundo,
el entorno y su estar–en–el
–mundo.[8]
De acuerdo con esto, según sean las orientaciones cognitivas, estéticas,
axiológicas y éticas, será el comportamiento de los sujetos y los valores que
le asignen a las personas y a las cosas. Casi podría establecerse la ecuación
de que a mayor formación humanística, mayor sentido de la
existencia del hombre; mientras que a mayor tecnologización y materialización
de la educación, mayor pérdida de valores y extravío en la inmediatez y
superfluidad de la vida.
A
menor cultura y formación humanística, mayor intolerancia a la diversidad y
mayor empequeñecimiento de lo que representa el ser humano para sí mismo y para
los otros,
que le dan un reconocimiento.
Así, el humanismo da al individuo no sólo una consciencia crítica, racional,
para hablar de algo con sentido y fundamento, sino que despierta la
sensibilidad y la creatividad para decir y proponer
algo más allá de la realidad explicada científica y técnicamente.
En general, sin que esto sea una
limitante, la educación es una actividad social cuyo objetivo es la aprehensión
del conocimiento y la transmisión de la cultura. Y, ambas, la educación y la
cultura, en conjunto, dotan a los individuos de una personalidad psicológica y
social, de un carácter ético y axiológico para sí mismos, pero válido para los
demás.
Por lo anterior, y por convicción, sigamos
dialogando, con inteligencia y creatividad, con el pensamiento y sobre el
pensamiento, con la razón y los sentidos, con lo que enaltece al ser humano y
su estar–en–el–mundo: la
Cultura y el otro.
Con quienes hacen posible Tlanestli.
Amanecer, con los textos de Diálogo
entre docentes, con Víctor Manuel Vásquez Gándara y el
espacio que nos brinda, donde lectores y autores somos uno: deudores del bien
social, cuya justificación de
ser
es la educación.
Bibliografía
Barthes,
Roland, El grado cero de
la escritura, trad. de Nicolás Rosa, Siglo XXI, México, 1997.
Bauman,
Zygmunt, Los retos de la
educación en la modernidad líquida, Barcelona, 2007.
Frondizi,
Risieri, ¿Qué son los
valores?, Fondo de Cultura Económica, México, 1994.
Juárez,
José Francisco, “La formación de valores como principio rector de la calidad
educativa en las universidades”, en LÓGOI.
Revista de Filosofía, No. 7, Universidad Católica Andrés Bello,
Caracas, Venezuela, 2004, pp. 151 – 179.
Rodríguez
Barba, Fabiola, “Por una política cultural de Estado en México”, en Casa del Tiempo,
No. 9, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 2008, pp. 16 – 20.
*Departamento de Humanidades,
Universidad Autónoma Metropolitana,
Unidad Azcapotzalco, Ciudad de México.
silmanhermor@hotmail.com
[1] Téngase
presente que la institucionalización de la educación presupone la conducción
del individuo bajo cierto cúmulo de conocimientos mínimos (pedagógicos, psicológicos
y sociológicos), los cuales “llaman al orden” y establecen jerarquías en sus
vínculos sociales y personales.
[2] Tomo
I, Editado por Foro Fiscal, Xalapa, Veracruz, México, 2012, 194 pp. ISBN: 978–607–9066–02–4
En lo sucesivo, cuando me refiera a este texto, sólo anotaré, entre paréntesis,
el número de la página.
[3] Para
una dilucidación puntual de estas vertientes, véase Zygmunt Bauman, Los retos de la educación en la modernidad
líquida, Gedisa, Barcelona, 2007. Aquí, el autor desglosa el presente en
cuatro hipótesis: el síndrome de la impaciencia, caracterizado por lo rápido
que pasa el tiempo y se impone la consigna de no desperdiciarlo; el
conocimiento, el cual pasó de ser un producto atesorable y que dignificaba, a
una mercancía más; el cambio contemporáneo, ejemplificado por lo volátil y
porque ninguna estructura se conserva lo suficiente para garantizar la
confianza a largo plazo; la memoria, oscilante entre la concepción de un aprendizaje
y una educación que se creyó duraderos y un
mundo volátil donde la “memoria” se reduce a contenedores de
información. Problemáticas que llevan a concluir que los educadores se
enfrentan al desafío de ajustarse a las cambiantes circunstancias de un mundo
sobresaturado de cosas “sin sentido de lo humano”.
[4] Véase
Roland Barthes, El grado cero de la escritura,
Siglo XXI, México, 1997, pp. 11 – 35.
[5] En
este sentido, es oportuno citar la reflexión de José Francisco Juárez, quien
afirma: “la institución educativa resguarda y transmite los valores aceptados
por el colectivo, aspecto importante para el mantenimiento de la misma
sociedad. Pues, todo acto educativo implica necesariamente hacer referencia a
los valores, a algo valioso que se quiere producir a quienes se educa. Así, las
instituciones educativas deben comprometerse responsablemente en la consolidación
de una personalidad acorde a los valores aceptados por la mayoría como
valiosos. Los valores son los que le dan sentido al hecho educativo, ya que la
educación no es un mero formalismo académico, sino una tarea para formar
sujetos conscientes de su rol como ciudadanos, integrantes de un sistema
llamado sociedad”. Véase su artículo “La formación de valores como principio
rector de la calidad educativa en las universidades”, en LÓGOI. Revista de Filosofía, No. 7, Universidad Católica Andrés
Bello, Caracas, Venezuela, 2004, p. 157.
[6] La
misma educación, en tanto proceso transmisor e indagador de conocimiento, dota
a los sujetos de los instrumentos reflexivos propios para des–sujetarlos, es
decir, para que ellos mismos se des–hagan de lo impuesto y se forjen un sentido y un significado en la vida.
[7] Para
una contrastación sobre las distintas clases de valores, véase Risieri
Frondizi, ¿Qué son los valores?,
Fondo de Cultura Económica, México, 1994. En especial, consultar “¿qué son los
valores?” y “Problemas fundamentales de la axiología”, pp. 11 – 48.
[8] El
ejercicio del poder, en el espacio público, es determinante para el ser y deber de los sujetos. Un ejemplo muy puntual son los programas
culturales, pongamos el caso, en México, del Programa Nacional de Cultura 2001
– 2006, donde se establece la política cultural bajo cinco principios: 1.
Respeto a la libertad de expresión y de creación. 2. Afirmación de la
diversidad cultural. 3. Igualdad de acceso a los bienes y servicios culturales.
4. Participación de la sociedad civil en la política y en los asuntos
culturales. 5. Federalismo y desarrollo cultural equilibrado entre los tres
niveles de gobierno: nacional, regional y municipal. Para una dilucidación de
esto, véase el artículo de Fabiola Rodríguez Barba, “Por una política cultural
de Estado en México”, en Casa del Tiempo,
No. 9, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 2008, p. 17. Desde luego que
la crítica evidente es que una cosa es lo que se postula, y otra es la
realidad.
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