Virginia Amelia Cruz Mirón
En el marco de las exigencias del
mercado global en crisis y de la sociedad digitalizada, la orientación de los
programas educativos en México apunta desde hace dos sexenios a una reestructuración
total teniendo como eje rector la formación en competencias. Paralelamente, por alcanzar la eficiencia
académica, la pugna para ascender a estándares internacionales y el acelerado
cambio tecnológico, se han trastocado
definitivamente los paradigmas tradicionales del rol del docente, la enseñanza
y el aprendizaje, teniendo como resultado una crisis educativa y de valores en
todos los niveles y que se acentúa en razón de los contrastantes factores internos
urbanos y rurales, como pobreza, desigualdad, migración y más recientemente la violencia.
Como paliativos urgentes, los tomadores de decisiones de las políticas
educativas han apostado desde su corta perspectiva, por una transformación
basada nuevamente en la importación de modelos, planes y programas sin tomar en
cuenta la realidad socioeducativa de México, las complejidades inherentes en su
aplicación, el impacto en la formación y actualización docente y las múltiples
variables en los procesos de enseñanza-aprendizaje: se deja fuera toda la dimensión
pedagógica que sitúa a los sujetos como actores importantes del cambio social. Desde
este contexto, el eje central de la reforma educativa del sexenio que comienza,
se centra en la evaluación para lograr la profesionalización del magisterio y
la recuperación del papel del Estado para controlar y decidir el ingreso, la
promoción y la permanencia de los trabajadores del SEM. En esta propuesta aparentemente
innovadora, se argumenta que hay
razones para retomar las riendas de la educación: poder sindical, altos índices
de analfabetismo, elevadas cifras de pobreza urbana y rural, bajos resultados en las evaluaciones de los
organismos nacionales e internacionales y graves carencias en las instituciones
formadoras de docentes, problemas que pueden solucionarse colocando la
evaluación en la columna vertebral de la reforma. Se asegura que la evaluación puede
convertirse en el parámetro ideal para elevar la educación con fines de calidad,
a pesar de que es una incongruencia medir bajo la lógica del mercado procesos
en los que intervienen humanos. En contraste, se deja de lado que los referentes de la educación deben
situarse desde los problemas de la escuela mexicana y en particular sobre la
reflexión del quehacer docente y de la toma de conciencia para resignificar su
papel y reorientar el panorama educativo. Un diagnóstico
nacional
debería empezar por la cultura escolar y en concreto por las dimensiones
que definen su práctica: las experiencias de los docentes, los problemas regionales
y locales,
las innovaciones
pedagógicas y estrategias didácticas que solo las conocen los actores inmersos en
ella, porque la socialización efectiva es la que se lleva a cabo
dentro de las aulas de clase y en la escuela y está determinada no sólo por las
condicionantes del juego político del sindicato magisterial y de las elites en
el poder, sino también por contextos sociales y culturales disímbolos,
cambiantes y complejos. Pensar en un currículum homogéneo es preocupante, es
una puerta que nos impide la comprensión de nuestra particularidad histórica y
social. No se sabe con certeza hasta qué punto la RIEB ha sido un éxito y
haciendo caso omiso de todo cuestionamiento, el modelo por competencias sigue
adelante, sustituyendo el mapa curricular por aprendizajes descontextualizados
y fragmentarios ante la mercantilización del conocimiento y la urgencia por
formar cuadros cada vez más y más especializados. Bajo esta ideología
progresista, tecnócrata
y pro empresarial, la sociedad concebida a futuro tendrá como elemento central la
capacidad de identificar, producir, tratar, transformar, difundir y actualizar
la información y conocimientos para crear y aplicarlos para el desarrollo
humano con la finalidad de hacer eficiente la mano de obra tecnificada
y desvalorizada, que además sea hiperespecializada. Dicho escenario conlleva
riesgos que deben tomarse en cuenta, sobretodo cuándo hablamos que en un futuro no muy lejano, la
carga de la organización social, la división del trabajo mundial y la
estratificación llevada a cabo por la esferas institucionales, potenciará el
riesgo de que la función o las funciones
que desarrollen las personas en las instituciones o en una diversidad de
instituciones, las situé en los diferentes niveles de estratificación, al mismo
tiempo que les otorgará un tipo o grado diferente de poder, riqueza y
prestigio. Se corre el peligro de que las
personas sean estratificadas como sujetos especializados y no como seres
humanos.(Heller:2002) La pretendida profesionalización docente no puede
reducirse a una reglamentación burocrática basada en la eficiencia y en el control tecnocrático, ni a
las exigencias del trabajo
del aula, de continuar así, se
reducirían las trayectorias y
prospectivas de creatividad e innovación, tanto individual como social al
criterio económico, en aras de lograr un eficientismo economista, fortaleciendo
la inercia de perseguir las modas sin mirar hacia nuestro interior.
*Universidad Pedagógica Nacional-Unidad 301 Xalapa
No hay comentarios:
Publicar un comentario