Juan Fernando Romero
Para
I
Un silencio es
la fuente extraña de los poemas
Cuando Romero escribió:
Cúrcuma yaré,
cúrcuma yaré
urduño la intriguiente hicapitosa
y melomaniosa
voz
de randamin incipiente,
Luminoso, lumínido y sabroso,
soloroso y hecámbico
atrás
del incáspito redondón:
ecuere, recuere, recuerere y rerecuere
con la clarísima claridad de lo claro
¡Claro!
Sioyloquemaysiposta...
¿o N000?
cúrcuma yaré
urduño la intriguiente hicapitosa
y melomaniosa
voz
de randamin incipiente,
Luminoso, lumínido y sabroso,
soloroso y hecámbico
atrás
del incáspito redondón:
ecuere, recuere, recuerere y rerecuere
con la clarísima claridad de lo claro
¡Claro!
Sioyloquemaysiposta...
¿o N000?
Paul
Valéry había respondido:
“¡Vamos! Si todo
fuese claro, todo os parecería vano.
Vuestro talento
poblaría un universo sin sombra
de una impasible
vida de almas sin levadura.
Pero alguna
inquietud es un presente divino.
La esperanza que
en vuestros ojos brilla sobre un umbral sombrío
no descansa sobre
un mundo demasiado seguro;
de todas
vuestras grandezas el principio es oscuro.
Los más
profundos humanos, incomprendidos de sí mismos,
de una cierta
noche sacan los bienes supremos
y los más puros objetos de sus nobles amores.
Un tesoro
tenebroso hace resplandecer vuestros días,
un silencio es
la fuente extraña de los poemas”.
Xalapa, diciembre 2012.
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